EL FALSO DILEMA PRESENCIAL-VIRTUAL

"It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness". 
Charles Dickens, "A tale of two cities" (1859)

             

Desde el inicio de la nueva modalidad de educación a distancia se observa en la mayoría de lxs docentes un marcado sentimiento de añoranza respecto de la modalidad de educación presencial. Lógico, en primer término, el paso repentino e imprevisto del aula tradicional al aula virtual significó un proceso de reacomodación de las estrategias expositivas y evaluativas largamente reproducidas por generaciones, y una exposición por momentos exasperante frente a la pantalla. En segundo término, se vieron afectadas muchas de nuestras tareas cotidianas al punto que la línea clara que dividía la esfera laboral de la doméstica es hoy tan poco clara como las aguas del lago San Roque. Finalmente, algunxs ven en las dinámicas áulicas tradicionales el refugio a unas lógicas educativas mercantilistas y su concomitante tendencia a deshumanizar el proceso de enseñanza-aprendizaje. Todxs parecen acordar en que con el regreso a las aulas recuperaremos una especie de paraíso perdido. ¿Tanto así? Les propongo a continuación algunas consideraciones que cuestionan el sentido común construido en torno al debate educación presencial – educación virtual. En mi opinión, dicho debate no debiera centrarse en estos dos -aparentes- polos. Antes bien, el dilema que precisa nuestra atención pronta es el siguiente: ¿educar en y desde una tradición tecnológica autoritaria o democrática? La educación en el aula virtual será tan buena o tan mala, tan humana o tan enajenante, como la relación que establezcamos con las tecnologías de la computación; por otro lado, las experiencias en el aula tradicional tampoco estuvieron exentas de las problemáticas que ahora deben afrontar lxs docentes y estudiantes enseñando y aprendiendo desde casa.

Durante nuestros trayectos pedagógicos en el nivel superior nos enseñaron que la escuela tradicional en verdad no guarda diferencias sustanciales con las lógicas de la institución carcelaria, en particular, con sus lógicas espaciales y temporales, y con su rol normalizador. (Cf. Foucault, 1975) Panópticos grises compuestos de habitaciones contiguas, monótonas, simétricas, decadentes y claustrofóbicas (a las cárceles me refiero). Para mi sorpresa, hemos romantizado durante estos meses de pandemia esa escuela con todos sus fantasmas. No sólo la literatura universitaria, también el cine y algunas series han representado repetidas veces el drama adaptativo de lxs estudiantes a esos espacios. Espacios que alguna vez sufrimos todxs los que fuimos arrancados de ese útero calefaccionado llamado hogar en aquellas mañanas de mayo o junio. Pregunto: ¿acaso no soñabas con estar en clase, frente a la maestra, pero acompañado de un Nesquik, de unos mates, con tu can o tu felino encima ronroneando? ¿A qué viene ahora toda esa nostalgia empedernida? ¿O acaso no es verdad que desde hace quince años una buena parte de nuestras interacciones con el mundo se da a través de redes sociales y servicios de mensajería digitales? Quizás estamos viviendo un tiempo histórico en el que la pizarra y la tiza, el pupitre y el timbre del recreo guardan menos realidad que los recursos digitales empleados para educar remotamente. Quizás la ‘nueva normalidad’, no sea tan nueva después de todo.

Las generaciones que habitaron esas aulas rectangulares a lo largo del siglo XX debieron disciplinar el cuerpo día a día para luego acostumbrarlo a trabajar sin ver la luz en esas mismas aulas, en la fábrica, o en un bondi. Un siglo más atrás, en los tiempos de la revolución industrial, la línea de ensamble y la máquina a vapor, y con todo ello, la ordenación y contabilización del tiempo en minutos y segundos, no eran transformaciones dotadas de un grado menor de artificiosidad que una clase en Jitsi. Una sociedad con un determinado orden, con funciones bien definidas, con jerarquías de cierto tipo, iba a ser la consecuencia de la configuración interna de ciertos artefactos tecnológicos. Y es que la implementación de una tecnología determinada demanda un ambiente, una específica forma de organización humana. En tal sentido, la elección de un conjunto tecnológico sobrepasa el mero fenómeno de orden práctico; ante todo, una elección tal posee una dimensión política. Por ello, la creciente complejidad de esos artefactos tecnológicos a fines del siglo XIX, y el grado de automatización al que aspiraban, requirieron ambientes sociales puntuales con sus correlatos en la instauración de adecuadas prácticas educativas. Reflexionando sobre diversos casos de la historia de la técnica del siglo XX, en un texto de 1983 Langdon Winner decía: “La idea que ahora debemos someter a examen y evaluar es la de que ciertos tipos de tecnología no permiten tanta flexibilidad y que elegirlos es elegir una determinada forma de vida política” (Cf. Winner, 1983, 6). El mismo año en que se publicaron estas líneas, Manuel Sadosky, padre de la computación en Argentina, asumía la por entonces Secretaría de Ciencia y Técnica; algunos meses más tarde, en el discurso de apertura del Congreso Nacional de Informática de 1984, Sadosky afirmaba:

“El desarrollo tecnológico no es una cuestión de especialistas, su fin consiste en investigar algunas consideraciones que ayuden al público de nuestro país en general a tomar conciencia de lo que está sucediendo en nuestra época con los conocimientos científicos y técnicos que, progresivamente y rápidamente, influyen en la vida de cada uno de nosotros” (Cf. Carnota y Borches, 2011).

Por esa misma época Richard Stallman abría paso al movimiento de Software Libre[i] como una respuesta al hermetismo tecnológico propiciado por las empresas desarrolladoras de computación que por entonces empezaban a imponer fuertes restricciones a la distribución y acceso al código fuente de sus softwares. Stallman planteaba que todxs puedan tener acceso al código fuente; de ese modo, cada quien podía ejecutar y modificar el programa de acuerdo con sus necesidades o deseos, y distribuir copias fieles de esos programas y sus modificaciones. No poca cosa estaba en juego en aquel contexto que tenía lugar justamente en pleno proceso de recuperación de nuestra democracia, a saber: dos tradiciones tecnológicas, una autoritaria y otra democrática; (cf. Mumford, 1964) una en la que el artefacto tecnológico es susceptible de modificaciones provenientes del exterior y nos invita a revelar todos sus misterios, otra en la que se reduce a su sola utilidad práctica.

Años más tarde comenzaría la segunda década infame en Argentina, y con ella, los tiempos del llamado fin de la historia, o más bien, el inicio de una larga historia de desasosiegos en materia informática. Primero, el desembarco de Microsoft a todas las escuelas, y junto a él, una batería de softwares privativos que venían a reemplazar por Office la clase de computación: un nuevo ambiente social cobraba forma; aquí, hardware y software conformaban un universo cerrado, subyugado, reducido a su función utilitaria. Luego, la explosión de internet domiciliaria recibía el nuevo milenio; fueron los años del despotismo de la sinonimia: desde entonces, sistema operativo es igual a Windows; procesador de texto, a Word; planilla de cálculo, a Excel; internet, a Google. Finalmente, cuando la tradición autoritaria ya había monopolizado el sentido común a escala global, se presentaba un escenario inmejorable para el desembarco definitivo de la Pig-Big-Data. El celular inteligente abría una nueva década y la cyber vigilancia iniciaba un vuelo sin escalas al infinito y más allá, siempre que puedas demostrar “que no eres un robot”. Sobre esta historia de la Inteligencia Artificial ya algo les conté en otra nota publicada en Pogo.[ii] No obstante, no quisiera pasar por alto una característica inherente al proceso mismo de entrenamiento de una artificial neural network, a saber, su opacidad: ¿de qué manera fue engullido el vasto conjunto de datos? ¿Por qué razón el algoritmo decide por blanco o por negro (y por lo general suele decidir por blanco en contra de negro)? Pues bien, de momento no existe ingeniería inversa que permita elucidar lo que sucede dentro de esa caja negra que recibe datos y escupe resultados. (Cf. Burrell, 2016)

Retomando, ya para cerrar, las inquietudes iniciales. La educación a distancia supone el empleo exhaustivo de tecnologías de la computación. Este conjunto tecnológico es efecto y también causa de un determinado ambiente social. Su dimensión política no se agota en el tipo y dominio de aplicación orientado a ciertos fines utilitarios. Por el contrario, su carácter utilitario revela el hermetismo, la ausencia de flexibilidad, propio de una tradición tecnológica autoritaria y oligopólica en la que las personas devienen ‘usuarios’. ¿Volveremos más temprano o más tarde a las aulas? Quizás ya nada sea igual. Una nueva sinonimia se ha instalado: video-llamada es igual a Zoom. La reciente ecuación probablemente sea el certificado de defunción del aula tradicional. Pero no todo está perdido. El maravilloso potencial de la educación virtual tendrá lugar, parafraseando al gran filósofo de la técnica Gilbert Simondon, cuando le reconozcamos a las tecnologías de la computación su derecho de ciudadanía en el mundo de las significaciones humanas (Cf. Simondon 1958). Cuando pasemos del cómo al por qué. Cuando una tradición tecnológica democrática conquiste el sentido común. Por suerte, desde hace 35 años, Richard Stallman y sus secuaces[iii] no han detenido su traviesa marcha hacia esa dirección.

Referencias:

Burrell, G. (2016) “How the machine ‘thinks’: Understanding opacity in machine learning algorithms”. En Big Data Sociaty, DOI: 0.1177/2053951715622512.

Carnota, R., Borches, C. (2011) Sadosky por Sadosky. Vida y pensamiento del pionero de la computación argentina, Fundación Sadosky-Investigación y Desarrollo en TIC.

Foucault, M. (1975) Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Siglo XXI Editores, 2002.

Simondon, G. (1958) Du mode d’existence des objets techniques, Aubier Philosophie.

Winner, L. (1983) “Do Artifacts Have Politics?”, en: D. MacKenzie et al. (eds.), The Social Shaping of Technology, Philadelphia: Open University Press, 1985.


[i]       https://es.wikipedia.org/wiki/GNU

[ii]      https://pogo.com.ar/como-nos-educa-un-algoritmo/

[iii]     En Argentina existen diversos espacios que presentan alternativas de uso de Software Libre en educación, e. g., http://clementina.org.ar/

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