LA APOSTASÍA HOMOSEXUAL
EDITORIAL
“¡Está re fumado el pibe!” habrá pensado Dios sentado en su trono celestial, mientras pelaba una mandarina, cuando escuchó por la tele las últimas declaraciones de su vicario en la Tierra respecto del matrimonio civil entre homosexuales. E inmediatamente habrá sonreído de colmillo asintiendo y hasta festejando la astucia de su enviado.
Es muy difícil imaginar qué opina Dios de Francisco I aunque podríamos arriesgar algunas teorías. Bergoglio no es solamente el primer Papa en dos mil años en desafiar un postulado de la doctrina católica. Antes que eso, fue el primero en practicar el politeísmo. No sólo le rinde culto al dios de los cristianos sino que también venera al dios de la justicia social. Una religión adogmática -aunque más ferviente en paroxismo místico- que también espera el segundo regreso de su mesías. Sin lugar a dudas al dios católico no le debe caer muy simpático esta ambigüedad religiosa pero le resulta imposible regañarlo; quién se resiste a una sonrisa peronista pletórica de dientes. No nos extrañaría que a estas alturas el mismo Bergoglio ya haya afiliado a Dios al PJ.
Pero volviendo al tema que nos convoca, ¿qué motiva a Francisco a perpetrar este acto de herejía, arriesgándose a ser devorado por las llamas eternas, rompiendo una lanza por las comunidades LGBTQ+, históricos enemigos del catolicismo? A primera vista, podría tomarse como un símbolo de cambio de época o de una iglesia que se aggiorna de cara al siglo XXI.
Pero quizás la realidad sea un poco distinta. El efecto Ratzinger y su academicismo teológico fue devastador para Roma. Frialdad, tradición, negación y dogmatismo sellaron su reinado. Había triunfado el ala conservadora del Vaticano representada por el Opus Dei y el éxodo masivo de fieles hacia religiones neo-orientales más laxas y reivindicadoras del yoismo y la autodivinidad hacían tambalear los cimientos de la Sixtina.
Fuentes no oficiales dejaron trascender que Dios vio los analytics de las redes sociales y ante una evidente situación generalizada de crisis espiritual de la feligresía, levantó el teléfono e intimó a los purpurados a que solucionaran el problema en los próximos 30 días. “¡Que Ratzinger renuncie urgente! Convoquen a un cónclave lo antes posible y en 48 horas me eligen un Papa nuevo que no sea tan piantafieles como el alemán, ¿queda claro? Y si es negrito, oriental o sudaca, ¡mejor!”
En los pasillos de la Santa Sede se comenta sotto voce que Dios habría direccionado claramente la elección. “Necesitamos un tipo carismático, sensible, quizás medio atorrante pero, ante todo, ¡pragmático! Que no tenga drama de vestir Mitra con mocasines o entrarle a un choripán empujado con un Rutini. Un tipo que sea capaz de tomarse un avión a Washington y hacer escala en La Habana, de besar niños y de sopapear chinas. Uno que se anime a andar en papamóvil con las ventanillas bajas. No me interesa el prontuario. Necesitamos un tipo de sea capaz de ponerse delante de la agenda mundial. Desfachatado, encantador, amoral. Un tipo capaz de venderte el auto de Chano Charpentier financiado, al mismo tiempo que te da guita para pagar la primera cuota. ¿Saben qué necesitamos? ¡Un Papa peronista! ¡Eso necesitamos!”
A los 114 electores del Colegio Cardenalicio les vino un solo nombre a la mente. Y así fue. La grey católica volvió a tener un Papa que retomó el antropocentrismo de Juan Pablo II y lo potenció. Aún contra el propio dogma. Porque si hay algo que sabe un auténtico peronista es que cuando la verdad se opone a la realidad hay que buscar otra verdad.
Dios habrá sonreído satisfecho cuando escuchó a Bergoglio apoyar la unión civil entre personas del mismo sexo.
Muchos se preguntarán por qué no la hizo completa y apoyó también la unión religiosa.
Simple: porque es peronista.