DONDE HAYA GENTE COMO NOSOTRXS
Se cumplen 20 años de la apertura de El Ojo Bizarro, uno de los antros más recordados de la noche de Córdoba, que funcionó hasta 2010. ¿Por qué fue un lugar tan importante para tantas personas? ¿Por qué sigue tan presente en la memoria emotiva de cientos de noctámbulos?
“¡Reunámonos en el año 2000! ¿No será raro cuando ya todos hayamos crecido?” Jarvis Cocker, Disco 2000
No es fácil establecer el origen exacto de esta historia. Quizás fue el día en que uno de sus protagonistas pasó por la fachada de una casa ubicada en la calle Igualdad y notó el cartel que decía “Alquilo”. O tal vez haya que ir un poco más atrás, viajar a Río Cuarto, ir hasta un caserón muy viejo de la calle Bolívar en donde funcionaba “un lugar muy trash para una ciudad tan chica”, en palabras de otro de los protagonistas de esta historia. O quizás el punto de partida sea directamente el 8 de noviembre del año 2000, cuando esa casa ubicada a metros del boulevar Mitre, a unos pasos del Puente Centenario, dejó de ser simplemente una casa para ser, por primera vez y desde entonces por muchos años, El Ojo Bizarro.
El que vio que la casa se alquilaba es Pablo Saber y el otro, el que describe aquel antro riocuartense como excesivamente trash, es Nahuel Sabate. Son pareja desde muy jóvenes y los principales responsables de esta suerte de película. Por eso resulta tentador decir que esto se parece a una historia de amor, pero nos quedaríamos cortos: la del Ojo no refleja sólo el romance (por las personas, por los lugares, por la música) y sus contracaras, también habla de una época y de una ciudad que muchas veces es difícil, ingrata, violentamente conservadora y anacrónica y que a la vez, vaya uno a saber por qué milagro de la cultura, también puede ser salvaje, vanguardista, generosa, terriblemente divertida.
Por lo general, todas las grandes metrópolis tienen un lugar así en algún momento de su historia, pero que responda a un patrón no le quita mérito ni singularidad a ninguna. Los más viejos pueden recordar Mau Mau o Nave Jungla en Buenos Aires, los viajados hablan maravillas del Berghain berlinés o las interminables fiestas baleares. Los cordobeses que curtían la noche a comienzos de este siglo pueden sentir el mismo orgullo y la misma nostalgia por ese ¿club? ¿boliche? ¿after? que durante años reflejó una mezcla irrepetible, el lugar de encuentro para almas sedientas de experiencia vital.
Pero volvamos a la génesis. “Pablo vivía a la vuelta de donde fue el Ojo. Un día pasa por ahí y ve que estaba en alquiler, totalmente abandonada. Así que empezamos a buscar y contactar a los dueños”, recuerda Nahuel, que en aquella época trabajaba en ese lugar de Río Cuarto, pero que ya pensaba en abrir algo así en Córdoba, donde Pablo estudiaba Derecho. “Estaba tan abandonada que no se podía entrar por la puerta principal. No había ni llave, así que para poder verla tuvimos que saltar por el rancho y entrar. Se ve que había sido tomada, por dentro era un quilombo total, el lugar más espantoso que había visto en mi vida. Me enamoré totalmente”.
Tres meses más tarde, luego de dejar el lugar en condiciones, abrieron El Ojo Bizarro. A diferencia de otros lugares emblemáticos de la zona, como 990 o Casa Babylon, el nombre no tiene una razón fuerte detrás, Nahuel sólo recuerda haber leído la expresión “el ojo bizarro” en una nota de un viejo ejemplar de Generación X (una revista de cultura rock que publicaba Magendra, la misma editorial de la Metal o la Pelo), pero le gustó la actitud y la sonoridad de la frase. El tiempo demostraría que el nombre le calzaba bien, al igual que el hecho de que estuviera ubicado en una calle de nombre Igualdad.
¿Cuál es tu rock?
La mezcla de tribus hacía del Ojo un lugar tan entrañable como peligroso para los neófitos, lxs nenitxs que recién empezaban a salir de noche. Y eso lo volvía profundamente atractivo, el spot al que querías ir así fueras punk, indie, glam, heavy, rapero, gótico o jipón de Humanidades. Si en los papeles nada une a un cheto del Cerro con un fisura de San Vicente, bueno, esos papeles eran reescritos permanentemente en El Ojo Bizarro: de alguna extraña manera, iba a ser tu lugar sin importar quien fueras y, por eso, tal vez sea más preciso hablar de comunión antes que de mezcla.
“Cuando yo llegué a Córdoba, a la única persona que conocía era a Pablo y él, como estudiante de Derecho, se movía dentro de cierta gente más formal. Yo siempre estuve más interesado en el mundo del arte, en lo que hoy llamaríamos lo alternativo”, dice Nahuel. “Teníamos 20 años, éramos muy chicos. Y éramos una pareja gay: decirlo en ese momento todavía era raro. No era como hoy que está todo bien. Pero le empezamos a caer simpáticos a cierta gente, y esa gente empezó a ir. Así se fue armando el público, empezó a ir gente de todas las edades y se creó una mezcla muy grande. Nosotros nunca lo vimos como un circo. No es que estaba el cheto, la chica trans, el glamoroso: no, cada uno era especial y a la vez era uno más”.
Sumada a esa heterogeneidad del público, la oferta artística era variada y elegida con mucho criterio. Una noche podía haber una fiesta de hip hop y la otra, una de pop, de teatro, de rock británico o del indie nacional más exquisito de esos años, de martes a domingo. Para la escena electrónica también fue un lugar importante, una cabina codiciada que apostaba a los talentos locales de entonces. Para varios artistas de otras latitudes, además, el Ojo fue su debut en Córdoba. Vistos con la distancia de los años, muchos de esos pequeños conciertos –la capacidad era súper limitada– adquieren hoy un carácter histórico, por su relevancia cultural (Javiera Mena o Gepe, por nombrar apenas dos) o porque sus protagonistas ya no están entre nosotros (Moro, Adicta, Gabo Ferro).
En esas pistas de baile convivían estudiantes, actrices, músicos, modelos, productores, punteros políticos y funcionarios de alto rango, periodistas amateurs y de los que salían en la tele. También cordobeses cosmopolitas que volvían a la ciudad después de años de vivir en el exterior y quedaban maravillados con ese aleph brilloso y decadente. “Nuestro target era actitudinal –resume Nahuel–, éramos el glamour trash”.
Éramos todos felices
Rodri Ulloa, uno de los dee jays residentes del Ojo, dice que es imposible elegir las cinco canciones que más sonaron en su pista, la de música pop. Por eso armó en YouTube una playlist con más de 200. “Pero si me tengo que jugar, irían segurísimo en el top 100: Bizarre Love Triangle, de New Order. La Noche, de Adicta. Desfachatados, de Babasónicos. Disco 2000, de Pulp. Y Pass This On, de The Knife”, enumera.
Para sus habitués más jóvenes, que por su edad no alcanzaron a conocer otros lugares alternativos de la ciudad, el Ojo fue su rito de iniciación en varias cosas, tanto al momento de verlas como de experimentarlas, y para los más adultos, los que ya cargaban bastantes noches encima, fue un espacio de liberación y desprejuicio, donde sabían que nadie iba a criticarlos por sus arrugas o sus canas.
“En ese lugar pasaban cosas. Ahí he hecho los sets más largos de mi vida”, dice Luciano Le Bihan, el dee jay residente de la pista electrónica, quien solía hacer sesiones con vinilos muchos años antes del revival de ese formato. “Llevaba alrededor de 200 discos y los tocaba a todos. A medida que los ponía, los iba apilando contra la pared, y ya cuando llegaba al final, tomaba la pila entera de esos discos y los pasaba del otro lado. Era increíble”.
Era increíble en un sentido literal: difícil de creer que Córdoba haya tenido un lugar así. En el Ojo pasaron mil cosas y cada uno de los que vivió esos años las cuenta de una manera distinta. Cuando los registros visuales son insuficientes –fotos en baja resolución, algún video en el que apenas se distinguen los cuerpos–, sólo quedan los testimonios personales de una época en la que lo más parecido a Instagram era un sitio llamado Fotolog. ¿Cómo describir ese tipo de felicidad que se vivía en las noches del Ojo? ¿Cómo transformar en palabras ese aire de libertad, un concepto tan bastardeado por estos días? ¿Cómo le contás a alguien que en la pista del Ojo viste bailar a una chica trans con el viceindentente de la ciudad, que viste en la puerta a Belinda, la estrella pop, queriendo entrar como una chica ansiosa más? ¿Cómo explicás la alegría que sentiste al ver a Mariana Genesio Peña en el prime time televisivo o al leer en Las Malas, la novela crossover de Camila Sosa Villada, que El Ojo Bizarro era “ese bar único que extrañaremos para siempre”?
Y la más inquietante de las preguntas: ¿tendremos que resignarnos a conjugar para siempre esa alegría en pasado? ¿Le contaremos a las próximas generaciones que hubo una época en la que se podía bailar apretados, sin barbijos, en lugares cerrados? ¿Nos tratarán de viejos inconscientes, recibiremos un sermón lleno de ética futurista, y daremos como única respuesta una sonrisa tanguera, melancólica?
El éxito del Ojo también tuvo su legado. El más obvio de todos fue Dorian Gray, un club que la pareja Sabate-Saber abrió en 2007 (funcionó hasta 2018) cerca de allí, en la esquina de Las Heras y Roque Sáenz Peña. Fue como una versión extendida, maximalista, que le permitió a una nueva generación de chicos y chicas conocer ese espíritu, pero de una manera más profesional y segura. “Dorian tenía otros códigos, surgió porque el Ojo nos había quedado chico. Necesitábamos un lugar más grande”, dice Nahuel.
Más allá de Dorian, que también dejó su marca en la noche local, hubo otros legados menos directos que a lo largo del tiempo reflejaron la influencia del Ojo en varios aspectos: ciclos de música o de cine, otras discotecas o centros culturales que intentaron captar algo de esa magia que duró, con sus respectivos matices, hasta fines del 2010, cuando la casa de Igualdad bajó sus persianas.
“Fue un lugar que tuvo que ver con una época”, reflexiona su responsable, al tiempo que recuerda las fiestas de aniversario, quizás las noches más emotivas de la historia del lugar: “Éramos un montón de gente, empezábamos a las 6 de la tarde y terminábamos a las 11 de la mañana, con un show atrás de otro”.
En apenas unos días se cumplirán dos décadas de aquella inauguración. La idea de sus creadores era organizar una gran fiesta, pero la pandemia cambió todo. Sin embargo, como decía una canción que sonaba seguido en su pista, hay una luz que nunca se apaga: “Dentro de lo que se pueda, el 15 de noviembre vamos a rendirle un homenaje”.
BUENA VIBRA SOCIAL CLUB
El Ojo Bizarro en las voces de sus habitués
Rodri Ulloa
DJ residente del Ojo durante todo el tiempo que funcionó. Le hizo descubrir canciones a toda una generación
Desde el día uno fue experimentar con géneros y estilos musicales hasta encontrarme que todo estaba permitido (menos el cuarteto, porque ya había mucho alrededor). Fue nacimiento y crecimiento recíproco. El Ojo hizo a DJ Radiosónico (como me llamaba en esa época), y yo también aporté para hacer el Ojo. Sin el Ojo no sería lo que soy hoy. Ahí aprendí que el público puede ser ultra diverso y que con amor y buena energía todxs la pasan bien.
Vivimos en un país muy deficiente en cuanto a valorar la cultura local. El Ojo dejó una marca fuertísima, imborrable. Ahí pasaron cientos (sino miles) de artistas argentinos de todos los rubros. Y se rompieron todos los esquemas, no quedó uno, casi anárquico. Fue revolucionario, por decirlo de algún modo bien general, y contundente. Imposible de resumir en tan pocas palabras.
Marcella Maugeri
Agente de prensa, crítica de cine y productora. Organizó el ciclo Mielcitas, donde se repartían mielcitas de verdad
“Mielcitas, dulces versiones de grandes artistas en pequeños conciertos”. Su nombre y su extensa bajada lo decían todo. Así se llamó el ciclo que llevé adelante junto a mi co-equiper Rodrigo Ulloa en El Ojo Bizarro. Era una cita semanal cargada de romanticismo por el rock, el pop, las canciones. Un escenario apenas iluminado, un silencio de concierto, una mielcita en la mano y arrancaba el primer acorde que inundaba la sala. Pasaron grandes y desconocidos, pasaron versiones increíbles de David Bowie, de Morrissey, de Soda Stereo, entre muchos. Fuimos un club aunado por la música, un séquito del under que encontró su guarida.
Luciano Le Bihan
DJ residente de la pista electrónica del Ojo. Solía llevar 200 discos y los ponía a todos
Lo conocí apenas abrió. Apareció justo en una época en la que no había nada en Córdoba. El Ojo llegó en ese momento exacto, justo del otro lado del río. Era alternativo, estaba en la frontera. El día que entramos por primera vez con un par de amigos no había ni música, así que tomamos unas birras, como si estuviéramos en casa, y les empezamos a pasar música. Porque a nosotros no todo nos venía bien, teníamos gustos muy específicos. Fuimos armando la agenda cultural del lugar, para mí siempre fue un centro cultural, plagado de caprichos, de arte, de música, de cosas que no eran para cualquiera.
Había una magia que no creo que se repita, cambiaron las generaciones, aparecieron los celulares con internet, las redes sociales… Ya todos sabemos cómo es hoy en día.
Conocí a Rodri Ulloa, a Andrés González, el lugar se empezó a expandir a fiestas temáticas, hip hop, funk, teatro. Imaginate si significará mucho para mí el Ojo que ahí conocí a mi pareja, ahí laburamos juntos. Era un lugar donde todo era posible. Había gente con ganas de hacer cosas que no se hacían en Córdoba. Pero como pasa con todo, alguna vez se termina, es difícil que un lugar que trasciende a varias generaciones dure mucho en la noche. Después tuvimos otros proyectos, tanto nosotros como los dueños. Fue bueno mientras duró.
Julia Denna
Actriz. Fue bartender y también estuvo arriba del escenario del Ojo. Sigue pensando que fue una de las etapas más felices de su vida
El Ojo fue para mí un paréntesis en el tiempo y el espacio. No era un bar, no era un teatro, no era un boliche, no era un cine, no era Córdoba, no era moderno, no era retro, no era elitista ni era popular. No era un centro cultural. No era para gente tradicional. No era estable. No era correcto… Era el Ojo.
Yo trabajé durante años detrás de la barra, y por supuesto experimenté sus escenarios arriba y abajo. Que, por lejos, fue una de las etapas más felices de mi vida. Disfruté espectáculos de los más diversos. Y vi pasar mucha gente, muchas situaciones, muchos recuerdos.
Lo que creo que nos encantaba de ese lugar era sentir una libertad poco común. Una libertad sin juicio, porque todos lo atravesábamos a nuestra manera, de acuerdo a nuestras necesidades: debates existenciales, delirios místicos, discusiones de salón, romances intensos, risas, bailes en todas sus formas, amistades nuevas, estilos de los más variados y conjugados en imagen y pensamiento.
Fue la primera vez de muchos en muchas cosas, la costumbre de otros en muchas otras. Tuve la fascinante experiencia de cantar en vivo y jamás me sentí mejor. El Ojo era una buena cuna para mostrar tu arte, el que fuera… La búsqueda era un juego de todos.
El Ojo fue lo que fue por la gente que trabajaba ahí, desde los dueños, el portero, los dee jays, los performers, los bartenders, los guardias… Todos le sumaban una dosis de Ojo al Ojo, pero también era EL OJO por su gente, esa gente fija, habitués que eran la mística de ese lugar.
Con el tiempo, su fama lo volvió muy concurrido y mucha gente lo saturó, no pudo mantener su fuerza por siempre, pero lo destruyó no poder seguir transando con la corrupción de inspectores y la noche difícil tan difícil.
A lo que ocurrió en ese lugar muchos trataron de copiarlo y nunca lo lograron. Nunca fue tan genuino.
Yo era “la prima de Pablo”, la prima de uno de los dueños, recién llegada de un pueblo, con ganas de expandir mi mente, groupie fuerte de las bandas indies que pasaban por ahí. Libremente cara de culo pero gran observadora. Bailarina de las más excéntricas, iba de una pista a la otra, deseando dividirme en dos para poder disfrutar ambas todo el tiempo (Es que musicalmente el Ojo era único).
Cuando no me tocaba trabajar yo iba igual. Podía ir sola caminando, zona roja de Córdoba, una zona hostil, pero no sé… El Ojo era un lugar que si lo veías por primera vez te podía shockear, pero si lo conocías bien jamás sentirías miedo. Era saber que quienes estaban ahí eran confiables. Y los que no lo sabíamos los respetábamos igual. Por eso la palabra “club” nunca estuvo mejor usada que en el Ojo: se sentía club… un club de personas muy diferentes que disfrutaban las diferencias.
Juliana Rodríguez Salvador
Periodista. En El Ojo volvió a ver su película favorita, “Laberinto”
El Ojo Bizarro no era solo el destino final de la noche. Lo que hacías era hacer tiempo en otros bares para llegar ahí en el mejor momento. Orbitaba en el centro de la noche. Era una promesa que fundamentaba la espera, el delay y la pronta entrega. Como los clubes maravillosos, ese pequeño reducto se volvía enorme con la música, los bailarines, las bandas. La pista pop de Rodri Ulloa tenía sus propios parroquianos, y la electrónica del fondo los suyos. Pero algunos elegíamos a veces quedarnos en el pasillo que las unía, con un pie en cada territorio, desafiando fronteras, saltando de una dimensión a otra.
Juan Carlos Maraddón
Flaneur profesional, crooner literario y miembro del Club de los que Amanecieron en El Ojo Bizarro
La tía Nélida no tenía auto, pero guardaba un piano en el garaje. Yo nunca la escuché tocar nada. Íbamos con mi papá a visitarla en su casa de barrio Clínicas. Ella me servía granadina y me sentaba en una sillita de mimbre. Un día vi ese piano en el garaje. Pero nunca supe cómo sonaba. Cuando la tía Nélida se murió, encontré en un cajón las partituras que ella usaba. Tangos, valses, zambas. Al piano lo había vendido vaya a saber a quién y por cuánto. Ahora tengo las partituras pero me falta el piano. Me acordé de esto una noche, en El Ojo Bizarro, cuando una chica me dijo “soy pianista”. Yo le había preguntado “¿y vos qué hacés?”. Faltaba ese dato para completar la información básica. “Soy pianista”, me dijo. Y yo volví a ese garaje donde ya no hay un piano sino un mercadito. A esa casa donde conocí cómo es la gente que elige vivir y morir sola. Y no sé si será tan así, pero me parece que entendí cuál era el mambo de Rigby, Eleanor.
Ricardo Cabral
Fundador y productor de Esta Vida No Otra, poeta y periodista. Todavía guarda el carné de socio vitalicio
El Ojo Bizarro era el sitio dilecto para “perder aceite” con impunidad. Cuando el cristal se limpia queda sólo buena memorabilia. Noviembre 2000: con el colectivo de artistas Bistró Casares presentamos Clishé (sic), tocaron la banda dark pop Rapsodia, Nova en clave bossa y lounge, y los indiepoperos del NOA Alucinema. Hacía un calor que rajaba la tierra y aún sin habilitación EOB se parecía a una catacumba. Enero 2002: otra del Bistró con Viernes, Sexy y Varicela, quizá para evadirnos un toque de la angustia post estallido 2001. Diciembre 2006: con el colectivo Diálogo Beat presentamos por tercera vez Yo también fui un boludo de Juan Carlos Maraddón, y hubo DJ sets de Conchita (Suecia) y Simbad. Una injusticia: que te echaran por fumar porro. Una gracia: que luego de 50 noches de bailar solari seguro te tocaba una con glorioso chape hasta el filo del amanecer. Y las músicas del Rodri, Lucianito, y todxs lxs amigxs que aún viven una noche larga en nuestros corazones.
Pablo Dacal
Cantautor y escritor. La primera vez que actuó en Córdoba fue en El Ojo Bizarro
Fui al Ojo convocado por Rodrigo Ulloa, que producía unas noches que arrancaban con cantautores y después se volvían fiestas. Ese lugar me recibió siempre con mucha alegría. Una vez compartí un concierto con Lucas Marti y otra vez fui convocado para cantar el repertorio de Leonardo Favio. Lo recuerdo como un lugar moderno en una ciudad que yo empezaba a conocer. Nocturno, con riesgo, con onda, allí viví muchas trasnoches divertidas. Siempre que anduve por Córdoba, cuando la noche avanzaba y pensábamos en un lugar adonde ir con amigos, terminábamos en el Ojo. Hemos bailado, charlado y bebido muchísimo. Celebro estos 20 años con el corazón cordobés que siempre llevo conmigo.
Cocó Muro
Periodista y a veces cantante. En el Ojo conoció The Ting Tings
Me gané la entrada vitalicia al Ojo Bizarro después de un accidente en el patio. Fue por el 2010, yo vivía en Buenos Aires y alimentaba mi nostalgia leyendo a Juan Carlos Maraddón. En la galería contra la pared estaban apoyadas unas estructuras de hierro que la noche anterior habían decorado por los festejos del aniversario 10.
Bailando afuera, el movimiento balanceó una de las estructuras que fue a dar en mi ceja derecha. Ceci me avisó amable: “Coqui, te sale sangre”. No me dolía nada. Pusimos mi cabeza bajo la canilla de la barra, y apareció Raúl con un vaso lleno de speed con whisky para las cuatro. Se sentó y conversamos.
A las 8 de la mañana en el DASPU me ofrecieron 3 puntos o una curita. Vamos por la curita. Para mi Ojo Blindado. Sobre la calle Igualdad. “El Ojo de Igualdad”… suena a tango, pero nada que ver.
Elian Chali
Artista. Aunque no le gustaba el rap, no se perdía los martes del Ojo
Tener un lugar como El Ojo Bizarro para salir un martes de fiesta y encontrarme con la fauna humana que prefiero fue, a mi modo de ver, un privilegio de época para este joven cuerpo sediento de oscuridad. Los martes eran los dias de hip hop y yo marcaba tarjeta de manera fiel, aunque lo mío nunca fue el rap. Como si no fuese suficiente, a ese largo pasillo que me alojó como territorio amable durante varios años, lo habitaba también los findes. Los afters ahí eran innegociables, cuando la ciudad era menos policía con la diversión. Un lugar donde se venía construyendo hacía rato esa noción de espacio cuidado que hoy circula a modo de consignas en algunas fiestas sexodisidentes. Desde la apertura de Dorian, la yira era así: Previa / Dorian / El Ojo / Era / Bon Voyage / Piu. Los celulares aún no eclipsaban nuestra danza mutante.
Pupina Plomer
Historiadora. En el Ojo se enamoró de la canción Bizarre Love Triangle de New Order
En el Ojo toqué por primera vez con mi banda Varicela, teloneando a Javiera Mena y su banda en el ¿2006? Fuimos de día a la prueba de sonido, y realmente no podía creer lo que veía: el Ojo con ropa tendida en el patio, un perrito, y todo lo que hay en una casa de familia. La cuestión es que a la noche tocamos, mi compañero de banda (Ariel Sayán) agradeció al espacio por la oportunidad, y también rescató la importancia de que alguien tan joven como yo pise el escenario. Yo tenía 17 años, y sólo podía pensar que después de ese deschave capaz no me dejaban entrar más.
Miguel Peirotti
Cineasta y crítico de cine. Ser habitué del Ojo lo recibió de experto en obsolescencia hepática
Cuando El Ojo Bizarro estaba repleto –repleto era: un maremágnum de cuerpos tibios, humo eructado y sudor acre– significaba que nada se te debía caer al piso porque para recuperarlo debías zambullirte en un bosque de piernas y borceguíes nutrido por un compost urbano de tierra de la calle, mosaicos resbaladizos, cerveza sucia, colillas de cigarrillos y papeles de merca vacíos como los corazones rotos que iban al baño. Cada uno tendrá su romántica evocación del lugar, pero para mí, en cierta época El Ojo fue un lugar de convergencia noctámbula de lobos y corderos, que poco a poco fue constituyendo su ejército pavloviano de habitués listos a salivar ante la llegada de un dealer.
De aquellas noches emerge mi recuerdo más químico. Mi co-equiper CJ me llama desde un confín de la zona oscura de la pista de baile. Está de pie junto a un amigo; el amigo trae algo en la mano. “Vení, Mike”.
Fui. Me pidieron que estire un poco mi remera y, sin mediar palabra, el amigo me rocía la zona estirada con un aerosol. “Aspirá rápido”.
Me llevé la zona de la remera a la nariz y aspiré. En simultáneo –no un segundo después: en simultáneo– sentí cómo un manantial de agua fresca se deslizaba de la cintura a mis pies en cantidad como para pisotear un charco.
¡Splash! ¡Pánico! ¡Me estaba meando en plena pista!
No. Era un cuadro alucinatorio. Falsa alarma, viaje verdadero. El pánico duró nada. El cuadro, lo que la inhalación. Al término, la sobriedad resiliente.
¿Qué era eso?, pregunto tras confirmar que mis pies estaban secos en este plano de la realidad. “Popper”.
Mucho gusto.
Germán Arrascaeta
Periodista y cantante. Una noche en el Ojo escuchó su propia voz a través de los parlantes, pero se dio cuenta tarde
El Ojo Bizarro me llegó a mis 30 y pico, cuando tenía seteada cierta altanería por haber curtido, a su turno, Lado Norte, Angelus, Plataforma y Hangar 18. Sin embargo, mis altos estándares de “entretenimiento alternativo” fueron reducidos a cenizas por este espacio en el que se daba una extraña convergencia. Y que tenía una resonancia “inclusiva” mucho antes de que ésta fuera tópico de la conversación social.
Todos estábamos invitados a este fascinante tren fantasma. Por querer trascender cierto carácter pueblerino, tendemos a asociar lugares así a otros de Nueva York, Londres, Los Ángeles, Manchester o incluso Buenos Aires, que funcionaron como polos contraculturales.
Sería un pecado hacer algo así con “El Ojo”. Es que su frenesí era puro, duro y nuestro, bien nuestro. Y ganaba la atmósfera desentendido de cualquier propósito.
Aun así, afectó al entorno, tocó tangencialmente a la industria musical y nos transformó. Salíamos supersónicos de aquellas noches, como intuyendo que serían irrepetibles.
Me pasaron cosas locas en El Ojo Bizarro, de cagarme a piñas por cuestiones que no vienen al caso a escucharme a mí mismo en la pista pop. ¿Cómo fue eso? Bueno, en el ciclo Mielcitas con The Tristes hicimos una versión de Secuencia Inicial, de Soda Stereo, y Rodri Ulloa la grabó sin que lo supiésemos. Y sin avisarnos, la contempló en su playlist preSpotify.
Bailé la versión alucinado, sin saber que su voz era mi voz.
Luciana Mora
Poeta y editora. Hasta el día de hoy se arrepiente de haber mezclado energizantes con bebidas blancas en el Ojo
El tiempo no era lineal. A veces eterno, otras un breve pero intenso lapso. Hay un fulgor especial que permanece en la memoria de los que habitamos ese espacio. Abrazamos la inseguridad y bailamos en la pista con desconocidxs que eran amigxs por el transcurso de una noche. La época en la que el pop nos abrazó haciéndonos sentir una alegría abrumadora. Estallar en canciones y entregarse a los matices de la noche. Estoy buscando y no encuentro una palabra que no exista para definir al Ojo Bizarro, puede que se vaya transformando con el tiempo lo que sentimos ahí alguna vez.
Gonzalo Kairuz
Marketer de profesión, DJ de vocación. En el Ojo siempre preguntaba qué canción era la que sonaba porque no existía Shazam
Debo reconocer que dentro de la variopinta escena under de los dosmiles, donde cada rincón (y nunca mejor usada la palabra rincón) se volvía un vórtice de aventuras y convergencia cultural, el Ojo no era mi parada obligatoria. Sí lo recuerdo como uno de los lugares donde no importaba a qué segmento de los “distintos” pertenecieras, ese era un lugar para vos. ¿Eras gótico, numetalero, otroyoiano, punk, punkmelodiquero, rapero, jipi, surfer, skater, trolo, torta, fanático de Donnie Darko, comiquero, breakdancer o un duro que arrancó el miércoles en Cuerna y hace cuatro días no duerme? Nos vemos en el Ojo.
Julieta Fantini
Periodista. Era una de las dos que repartía un fanzine impreso en A4
El Ojo Bizarro se ata en mi memoria al fanzine (Japón) que editamos con Soledad Toledo a mediados de los 2000. La despedida, tras 12 números, fue en ese espacio mítico de la calle Igualdad. También significó el contacto con la música que siempre quise escuchar en una pista de baile, gracias al brillante y amoroso Rodri Ulloa. Son tantos los recuerdos vinculados al antro más inclusivo de la ciudad que me resulta imposible elegir un momento a destacar. Aunque el ciclo Mielcitas quedará para siempre en mi corazón melómano. El aniversario de un espacio que ya no está es casi una alerta, en estos tiempos horribles, de las posibilidades de volver a tener una escena musical vibrante, a pesar de que a veces la ciudad te expulse, y otras veces te dé en el ojo.
Soledad Toledo
Periodista. La otra que repartía un fanzine impreso en A4
El recuerdo del Ojo Bizarro es una oda a esas paredes que exudaban Speed con vodka y licor de melón. O a la mezcla entre alternas y flequillos lacios a fuerza de gel. O al denominador común que era sobrevivir a nuestra post adolescencia al cerrar la ventana de Fotolog.
O a ese lugar posible en el cual bailar con las amigas adecuadas hasta que saliera el sol detrás del telón rojo. O a la orden familiar que habilitaba volver con la luz del día. O a las épocas en las que la ordenanza municipal también lo permitía. O a cuando el flash del sol evaporaba algo del alcohol en sangre. O al peregrinaje por la General Paz en busca del pancho triunfal antes del regreso a casa.
CJ Carballo
Periodista y agitador cultural. Todavía guarda la esperanza de poder ir al Ojo una vez más
Por una casualidad cósmica estuve en el primer y el último día del Ojo. La mítica noche en que todo terminó, la noche en que el viejo pocas pulgas de Raúl le metió un uppercut a un municipal corrupto, y todo terminó con una hermosa gresca entre la guardia de infantería y nosotros, los presentes, que ya sentíamos a ese mítico territorio nuestro Idaho privado.
Nosotros avanzábamos en círculos y era la música la que nos recibía, esos pequeños milagros que nos hacían trenzar y levitar. Bailábamos abrazados a los amarillos, los violetas y los rojos de nuestras sonrisas, dueños de una tierra que no tocábamos, de ella salían noches y madrugadas como planetas que anidan en sus sombras.
Miranos irnos por la General Paz, cantando sobre el sonido de nuestras risas. Cantamos las canciones que nos regaló el Rodri Ulloa, esas canciones que nos hacen reír hasta con la boca cerrada.
En el Ojo conocimos el hambre y sus frutos, los besos en los cuellos, el peligro y los pecados. Ya podemos ver la muerte de frente, porque sobrevivimos a todo. Es así porque yo no conozco cómo es vivir sin la noche, dejo hacer a mi vida su futuro y su digestión, pero aún no conozco la forma de despedirme de Pablo y de Nahuel. Vivo y trato de flotar de nuevo en su pista cada vez que me acuerdo.
La noche que me despedí del Ojo tuve la impresión de que el calor de mis amigos quedaba guardado ahí, esperando una mejor oportunidad.
Cada vez que paso por ahí me tiento con abrir la puerta sólo para sentir los abrazos una noche más.
Una más y no jodemos más.
Ufff! Qué tsunami de recuerdos que se me vienen de una de las mejores épocas que recuerdo de la noche cordobesa, Linda nota,
Gracias a toda la gente hermosa que fue al ojo! Pueden contribuir con este pandemico DJ sin trabajo hace 8 meses.
Me mandan mail a djrodrigoulloa@gmail.com o me invitan un cafecito https://t.co/RvcsLyNY43
Y de paso les mando mis sets de homenaje al Ojo
Gracias!
Excelente nota y vivencias comentadas, me encantó. Recuerdo una permormance de Moro con una música que por no preguntar no recuerdo qué sonaba… pero con los años escuché Flamingo de Golden Bug y dije “Era esta!” … pero no… La música de Gomma records es más del 2010 (salvo que El Ojo se haya teletransportado del 2006/7 a otra fecha justo esa noche)… Moro un fenómeno, todo su acting muy sentido y el “strip tease” final mostrando su boxer con diseño de bola disco espejada fue una genialidad. a Rodri Ulloa tamibén le “robé” algunos temas… como “Bow Wow Wow – I Want Candy” (envié el nombre del tema y banda en un sms a mi mismo con el nokia 1100).
El ojo fue un espacio antemporal en la matrix.
Una falla en el sistema.
Alguien sabe de quién era esa casa antes?
Que funcionó previo al ojo?
El origen mismo de ese lugar, incluso antes de que se contruyera la vieja casona de igualdad 176.
Igualdad, eso era el Ojo…igualdad sin rotulos, sin necesidad de politizar nada y siendo todos políticamente incorrectos.
Hola, justo estoy leyendo la novela Las Malas, de Camila Sosa Villada, y aparece la referencia a ese lugar. Empecé a investigar en Google, porque sabía que los antiguso dueños del bar en Río Cuarto luego habían abierto un lugar con ese nombre en Córdoba. No pude dejar de recordar El Ojo en Río Cuarto, donde vivo. Nosotros comenzamos a ir a ese bar cuando inauguró, hicimos un show con transformismo, al estilo Marilyn Manson (tengo un video, incluso). Hasta dejamos un ojo de papel maché para decorar un poco más el ambiente el día de la presentación. Un placer leer lo que escribiste: aunque nunca pude ir al bar en Córdoba, supongo que la esencia fue siempre la misma. Aquí en Río Cuarto pasé mis mejores noches del año 2000 en ese bar.
*antiguos dueños