¿Y POR QUÉ NO UN MUSEO DE LOS ALGORITMOS COMPUTACIONALES?
Amanecí antes de las 6 (AM, aclaro por las dudas). Acto seguido – ¿o habrá sido la causa de mi desvelo? – recordé la página Program.ar (Ministerio de Ciencia y Técnica – Fundación Sadosky) que meses atrás me compartió una colega y amiga. Bajo el lema “programar en casa”, entre tantas otras cosas, la página ofrece una extensa serie de cursos orientados a introducir a los niños en las tecnologías de la computación.[i] Perpetuada la interrupción del sueño, pensé luego en las tareas de educación a distancia que me esperaban atravesando la puerta de mi dormitorio y en la congoja que la dinámica no presencial provoca en varios de mis colegas educadores. Sentimiento de des-humanización de la educación; tecno-fobia; circulación de datos descontrolada; hipótesis conspirativas a la carta; límite no-espacial separando la esfera doméstica de la laboral. Lunesificación del sábado, dominguización del martes; espacio-tiempo trastocado, más bien, desfigurado; irónica y humana necesidad de enajenación weberiana, clásica, sed de la más estricta ética protestante. Basta de neologismos. Pasemos antes bien a algunas consideraciones.
¿Cómo nos relacionamos con las tecnologías de la computación? ¿Se da en el plano de la interacción? Y en todo caso, emplear uno o más programas computacionales (“Apps”), ¿ya supone tal interacción? ¿En qué difiere una relación tal con la relación que entablamos con la TV o la Radio, donde cumplimos un rol pasivo? Y a propósito de la TV: ¿no estaremos siendo, nosotrxs, la “caja boba” de las actuales tecnologías de la información? ¿Quién es sujeto y quién objeto? ¿Quién usa a quién? ¿Quién obedece a quién en el imperio del ‘machine learning’?
El padre de Linus Torvalds, refiriendo al kernel[ii] creado por su hijo con apenas 21 años, supo decir en una entrevista: “los niños aprenden jugando, por eso fue importante que Linus entrara en el mundo de la informática en un momento en que las computadoras eran todavía muy simples (…) en las computadoras actuales hay demasiados niveles y elementos complicados que impiden desarrollar el instinto y comprensión que Linus aprendió a través del juego”.[iii] Corría la década del noventa y la familia argenta de a poco ubicaba junto al escritorio su primera PC con DOS, y luego con Windows 3.1, mouse con bolita y la amable interfaz gráfica. No mucho más tarde llegaría a los hogares “la internet… con el google”. Todo a la carta, a un clic de distancia. Atrás iban quedando las iniciativas de Manuel Sadosky. En la primavera alfonsinista, como Secretario de Ciencia y Técnica, Sadosky supo impulsar las ciencias de la computación desde un concepto democrático, de respeto entre el usuario y el artefacto tecnológico.[iv] Entendió el fenómeno del mutuo acercamiento; entendió también que el reemplazo del esfuerzo humano por programas computaciones encerraba, ante todo, el fascinante misterio de la codificación, de la creación con símbolos. Aprender a razonar con el lenguaje del otrx, interactuar, jugar. Era tan democrática su propuesta que por supuesto no podía sostenerse en el tiempo. En esa misma primavera, pero en el país del norte, Richard Stallman fundaba GNU,[v] y con ello, la filosofía del software libre ganaba la mente de los hackers.[vi] Stallman planteaba – nada más y nada menos – que todxs puedan tener acceso al código fuente de los programas computacionales; de ese modo, cada quien podía ejecutar y modificar el programa de acuerdo con sus necesidades o deseos. Hay que estar loco para proponer algo tan sensato: ¿qué diría usted si el arquitecto que diseñó su casa no le quiere entregar los planos? ¿O si yo publico esta nota y me niego a facilitarle el acceso al material bibliográfico sobre la que la he basado?
Ahora bien, el padre de Linus Torvalds no inventó la pólvora. La idea de aprender jugando, de explorar con libertad el artefacto tecnológico, de lograr en virtud de ese tipo de interacción ciertas ‘intuiciones’ que promuevan nuevas creaciones, tiene una larga historia. Si me permiten, quiero remitir aquí a dos momentos distantes – y mutuamente distantes – en el tiempo. Hacia el final, les dejo una propuesta.
G. W. Leibniz, quien en el siglo XVII atendió al – y entendió el – componente lúdico de la investigación, supo que entablamos una relación extraña, a ciegas (“pensée aveugle”),[vii] con los objetos de conocimiento y los artefactos tecnológicos. A poco de arribar al “primer mundo” desde la lejana ciudad de Leipzig, propuso en 1675 conseguir fondos para hacer por unos días de París un escenario público de objetos tecnológicos de toda Europa y de Oriente. Leibniz ya había conquistado el frío corazón de la Royal Society de Londres con su máquina de calcular (1673)[viii] y estaba no muy lejos de escribir el primer borrador en el que explora las virtudes epistémicas de su sistema de numeración binario, el cual, explica, facilitaría entre otras cosas la construcción de máquinas que realicen multiplicaciones y divisiones.[ix] Con la puesta en escena sobre el Sena de máquinas que caminan sobre el agua; con la exhibición del teatro de luces y sombras de Amsterdam, y sus variados despliegues visuales que exprimían a más no poder las nuevas técnicas de anamorfosis y la emergente teoría de la perspectiva de Desargues y Pascal; con instancias de participación de los ciudadanos, la ciudad de las luces iba a ser el epicentro donde lo mágico y lo técnico, lo ficcional y lo real, convivan. Ecos renacentistas… qué curioso: en el juego conviven con la verdad la trampa, la treta, la falsedad, la apariencia, el embuste, la seducción. Decía Leibniz: “extrañamente resulta muy útil hacer de un veneno, una medicina”.[x]
Más aquí, ya en el siglo XX, Gilbert Simondon pensó que en los museos se deben exhibir la puesta en marcha de los objetos tecnológicos. Al parecer, y quizás también buscando conquistar el frío corazón inglés, Simondón se propuso restaurar el motor atmosférico de Newcomen: ¡bien lo podría haber tomado de la exhibición frustrada de Leibniz en París! También, o especialmente, pensó la relación entre las personas y los artefactos tecnológicos; de hecho, le dedicó una tesis doctoral,[xi] dirigida nada menos que por Georges Canguilhem, uno de los fundadores de las denominadas ‘epistemologías históricas’. En ella empieza diciendo: “La cultura se comporta hacia el objeto técnico como el hombre hacia el extranjero cuando se deja llevar por la xenofobia primitiva”.[xii] Pensemos, ¿acaso el artefacto tecnológico no es otra cosa que una extensión de la mano y la cognición humanas, al igual que esta viola da gamba que ahora me distrae es también un cofre que resguarda sofisticadas y arcanas técnicas de construcción?
Yendo más atrás, repreguntamos: ¿somos hoy, entonces, la caja boba de la computadora, esclavos del yugo de Microsoft y Google? O parados en el extremo opuesto, y recuperando las reflexiones de Simondón, ¿acaso la computadora es un “caco”, un “gorrita” (un “bárbaro”, en sentido estricto)? Posiblemente estas sean dos caras de la misma alienación en tiempos de pandemia y de educación a distancia. Por lo pronto, la Fundación Sadosky nos propone abrir la caja, jugar con la computadora, interactuar con el ‘extranjero’, explorar la amplia avenida del centro.
Ya cerrando, una idea. A la propuesta de Leibniz y Simondon – que no son muy distintas de la que Sadosky sí pudo concretar… la de un museo interactivo e histórico de matemáticas – bien se le podría sumar la de un museo de los algoritmos computacionales. Un museo del software, material y conceptual, interactivo e histórico. Un museo público, más cerca del Mercado Norte que del Palacio Ferreyra, un museo popular. Tendría diferentes salas. Una dedicada a Leibniz, claro, con dos enormes máquinas de calcular: una basada en el sistema decimal, y otra en el binario. Otra sala para Lady Lovelace, la fiel asistente de Babbage que en el siglo XIX simplificó maravillosamente el cálculo algorítmico introduciendo lo que hoy conocemos como “bucles”. Otra para Manuel Sadosky, el padre de la computación en Argentina. Habría en ella una réplica a escala de la colosal y sorprendente Clamentina, el primer ordenador, instalado en la UBA, que facilitó el Censo Nacional del año 1960. Además, incluyamos el “behind the scene” del Pacman y del Spacewar. Un santuario para los gurúes del Software Libre, con pingüinos furiosos rompiendo ventanas. En este museo del algoritmo, sin duda llamado Alan Turing, vamos entre todxs a escribir los mandamientos que defiendan la función social de la ciencia, el derecho a una educación de calidad, y condenen la barbarie, la xenofobia, y la enajenación tecnológica.
[i] http://program.ar/programar-en-casa/
[ii] El kernel o núcleo es el corazón de un sistema operativo.
[iii] https://www.youtube.com/watch?v=XMm0HsmOTFI (min. 8.35).
[iv] Cf. Conferencia de apertura de Manuel Sadosky en el Segundo Congreso Nacional de Informática y Teleinformática (Buenos Aires, 28/05/1984), en Sadosky por Sadosky. Vida y pensamiento del pionero de la computación argentina, Fundación Sadosky-Investigación y Desarrollo en TIC (2011).
[v] https://es.wikipedia.org/wiki/GNU
[vi] “Hacker” es la persona que exhibe una actitud apasionada y entusiasta por la programación y la investigación ligada a las ciencias de la información. Quienes programan virus informáticos o llevan a cabo acciones de pirateo informático, se las denomina “crakers”. Cf. Pekka Himanen, La ética del hacker y el espíritu de la era de la información (2001).
[vii] Cf. G. W. Leibniz, “Méditations sur la connaissance, la vérité et les idées” (1684).
[viii] Leibniz presenta el 1ro de febrero de 1673 su máquina de calcular en la Royal Society. Cf. María Rosa Antognazza (2009). Leibniz: An Intellectual Biography. Cambridge University Press.
[ix] Leinbiz, De Progressione Dyadica, marzo de 1679. http://www.bibnum.education.fr/sites/default/files/69-analysis-leibniz.pdf
[x] “C’est veritablement miscere utile dulci, & faire d’un poison un alexitere”. Leibniz (1695), Drôle de Pensée: touchant une nouvelle sorte de répresentation. https://www.youscribe.com/BookReader/Index/249618/?documentId=218493
[xi] G. Simondon, Du mode d’existence des objets techniques (1958), Aubier Philosophie.
[xii] “La culture se conduit envers l’objet technique comme l’homme envers l’étranger quand il se laisse emporter par la xénophobie primitive”. Ibid, Introduction, p. 9.
Me parece bien intencionada tu nota, pero al final en vez de un “museo del software” terminás proponiendo un museo del “hardware”!
Dicho esto, para ver una réplica de Clementina podés ir al Museo de Informática, M. T. de Alvear 740, CABA (https://museodeinformatica.org.ar/), y para pensar en un verdadero “museo del software” te recomiendo chequear la iniciativa Software Heritage, de Roberto Di Cosmo (https://www.softwareheritage.org/).
Gracias estimado por toda la data que aportás en tu comentario, espero que pronto podamos movernos de provincia a provincia así puedo visitar la réplica de Clementina! Respecto al señalamiento sobre la distinción software-hardware (sobre la que en filosofía de la computación se ha escrito bastante), claro que tenés toda la razón; de hecho, todo el artículo plantea la relación entre el artefacto técnico y las personas, buscando en la historia unos antecedentes o experiencias afines a lo que propongo hacia el final. La idea, utópica por ahora, es la de disponer en Cba de un espacio público que materialice la historia de la automatización. Te dejo un gran abrz., G.