LA ESCUELA COMO ESPACIO DE REPRODUCCIÓN PATRIARCAL

A pesar de los cambios sociales y la lucha constante de muchos colectivos para instalar prácticas de deconstrucción sobre la cultura patriarcal, las instituciones sociales manifiestan una gran resistencia para poder repensar algunas de estas prácticas. La Iglesia, la familia y la escuela, continúan siendo, muchas veces, los espacios en donde se pronuncian desigualdades de género que responden a intereses patriarcales y que no son compatibles con algunas leyes de educación que deberían empezar a tener un espacio más activo.

Si bien con la Ley de Educación Sexual Integral, al menos se ha instalado la reflexión del tema en las aulas, la cosa viene verde cuando de prácticas hablamos…

La cuestión es esta: ¿Cómo podemos hablar de igualdad y equidad educativa si la escuela “de siempre” está basada en la competencia, el sexismo y el conservadurismo? ¿Cómo podemos hablar de una escuela en igualdad cuando no se capacita a los educadores o cuando las instituciones religiosas aún mantienen un lugar de privilegio que sobrepasa muchas veces los derechos de los niños, niñas y adolescentes?

Es un proceso arduo la erradicación de estos posicionamientos, de estas prácticas de siglos y de estos ritos escolares que aún reproducen la cultura patriarcal.

La mayoría de las escuelas de gestión privada, sobre todo cuando se encuentran asociadas a alguna institución religiosa, mantienen ritos que debemos empezar a cuestionar, porque son micromachismos que tenemos instalados y debemos repensar. Ya, no hay más tiempo.

Sin entrar en la reflexión profunda de las prácticas, el tema de la designación del uniforme ya es un punto que no debería seguir teniendo lugar. La elección de pantalón para los varones y pollera / jumper para las mujeres, es, definitivamente un acto de discriminación. Primero porque responde a un sistema binario en el que no todxs están incluídxs. Segundo porque la vestimenta refiere a lo que el imaginario espera de la persona que lo porta. Es un condicionante. “Sentate como una señorita”, “Qué linda se ve la nena con pollerita”, “Con pollera no se puede correr”, “Esa pollera está muy corta, después no se quejen” son frases comunes que instalan una responsabilidad en la mujer que no debería llevar, sólo por el hecho de serlo. Limitar las actividades, la forma de sentarse o de hacer las cosas, no puede ser avalado por una institución que supuestamente fomenta la igualdad para todos. Todxs deberían sentarse como les sea cómodo, correr si tienen ganas, jugar a lo que les plazca dentro de lo posible y no tener que responder a estándares de belleza en plena edad de desarrollo físico y psíquico.

Por otro lado, los espacios de juego en el jardín, las listas de registro o las filas de “nenas” y “varones”, ¿a qué intereses responden? ¿Cuál sería la diferencia si no tuviéramos esa clasificación en el funcionamiento y objetivo de formación de la escuela? Ni hablar cuando en educación física se asignan los deportes a desarrollar dependiendo del sexo de la persona. ¿Hay algún deporte escolar en donde los genitales influyan en la práctica del mismo? Porque de no ser así, no encuentro explicación en esa división absurda.

Estas prácticas conservadoras afectan a las mujeres que no se encuentran en igualdad ante los varones y también a los varones a quienes se les exige una masculinidad que también debemos empezar a replantearnos. Ya, no hay más tiempo.

A los varones se les exige transmitir una imagen de fortaleza, rudeza, agresividad y competitividad constante que, lejos de ser inclusiva, deja fuera a muchos niños que crecen con esa carga. El peso de ser hombres y no poder demostrar sentimientos limita el reconocimiento de emociones, que es tan necesario para vivir sanamente con otros y con uno mismo.

En las escuelas, el fútbol parece ser muchas veces la única opción deportiva para los varones. Y si bien en nuestro país es uno de los deportes elegidos mayormente, hay quienes quedan excluidos de proyectos institucionales por no sentirse “como la mayoría”. No a todos los varones les gustan los juegos bruscos y pasan, frente a la mirada adulta a ser los “raros”, cuando en realidad no se les da otra opción.

Yo los he visto sin encajar en esos modelos repudiables que no hacen más que discriminar. Yo los he visto sufrir sus infancias por no poder elegir, por sentirse limitados por su sexo, cuando son mucho más que eso. La escuela y la familia deben asumir su rol como deconstructores de esa masculinidad y sus dañinas expectativas.

Apostar a infancias libres debe ser una urgencia en la escuela. Fomentar las capacidades y habilidades sin limitaciones de las que venimos hablando debe ser una constancia en la práctica docente. ¿Cómo lo podemos hacer? Buscando actividades o proyectos que anulen los estereotipos; presentando diversidad en los modelos para identificarse; brindando herramientas de autoconocimiento a los estudiantes y respetando dichos procesos; dando mayores opciones para que todos encuentren un lugar seguro de desarrollo; promoviendo la igualdad y comunicación entre los actores institucionales y las familias; invitando a agrupaciones sociales a participar de esta deconstrucción y formación docente; permitiendo momentos de diálogo sobre estas prácticas que aún se encuentran arraigadas.

Algunas escuelas ya empezaron, algunas escuelas se cuestionan constantemente y brindan espacios de educación emocional para que todos puedan autoconocerse o de deportes variados para que todos puedan desarrollarse felices y sin presiones. Algunas escuelas ya empezaron, ahora sólo queda avanzar. Bastante.

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