CONSTRUCTORES DE LA PATRIA
El siguiente relato es la continuación de “Gobernar es poblar”, publicado en Pogo el 21/02/2024.
I
Luego de la turbulencia y la complejidad de la etapa anterior, llega para SJT una etapa mucho más regular, más tranquila y que supone una suerte de desarrollo progresivo. En definitiva, si nos andamos con tecnicismos, aquí comenzaría realmente la historia del pueblo.
En ese memorable año que fue 1892 comenzó formalmente a funcionar San Judas Tadeo. En principio, el único habitante fue aquel bastoncito que Francisco clavó oportunamente al morir. Alrededor de ese amuleto[1] los llamados “emigrados al cuadrado” porque ahora se volvían a mudar, no sólo de Santa Esperanza sino también de otros pueblos, empezaron a construir sus ranchos, sus galponcitos y su espacio para cultivar. La distancia respecto a otros pueblos era propicia para distribuir según el gusto de cada uno. Dispusieron entre todos el recorte del amplísimo espacio en rectángulos iguales, dejando lugar para posibles nuevos pobladores, y se dieron a la construcción.
No fue simple en realidad. Todos querían estar cerca de ese centro que representaba el bastón del gran Francisco. Los alemanes llevaban las de ganar con su argumento de tener la misma nacionalidad, pero, sin embargo, nadie daba el brazo a torcer: ni los franceses ni los italianos y ni siquiera los pocos criollos marginales que se habían unido al proyecto.
Entre todas las nacionalidades sumaban entonces cerca de 60 personas, todas decepcionadas, todas ambiciosas. En este marco las discusiones por la ubicación de cada uno habían llegado a tener un tono elevado y parecía que la utopía inicial de un paraíso de inmigrantes flaqueaba un poco. Pero fue entonces que nuevamente el genial Wolfgang Reinich tuvo la idea del millón: construir todos los edificios públicos o de interés social que son menester para la organización de un pueblo justo en el centro y luego hacer cuatro plazas distintas en los extremos de la localidad, una para cada colectividad. Así se evitaban roces y se podía llevar una vida más o menos independiente sin dejar de formar una unidad.
La idea tuvo éxito y rápidamente los rencores fueron olvidados. Y entonces sí se pusieron manos a la obra, ya llegando a mediados de 1892. Para la celebración de Reyes del ’93 estaba todo delimitado: plazas, casas, el terreno para una “Casa de Gobierno” (que tardaría mucho en ser construida), una iglesia, un almacén y un lugarcito para reuniones. Quien visite hoy el pueblo quizás quedará sorprendido ante la jugada arquitectónica de SJT: en el centro apenas queda espacio para caminar entre los edificios nombrados, construidos unos frente a otros sin plaza o calle de por medio y con el famoso bastón interfiriendo en el camino. Sin saberlo quizás, los constructores hicieron una ciudad antidisturbios ya que nadie podía manifestarse allí en grupo. La iglesia, por poner un ejemplo, está exactamente a un metro y medio de la Casa de Gobierno, mediando la distancia el bastón. Pero estos no son más que datos inútiles, que cualquiera puede comprobar yendo a ver.
En definitiva, todo quedó muy bien: la plaza sureste fue llamada “Plaza Italia”, la plaza suroeste se llamó “Plaza Criolla”, la plaza noroeste “Plaza Francia” y la plaza noreste “Plaza Alemania”. Más allá de algunos salvajes y revoltosos que acechaban por momentos la frontera norte y que fueron echados por la fuerza ante la imposibilidad de dialogar, no hubo problema alguno con el establecimiento de los parques, cada uno con la bandera del país que albergaba simbólicamente, ubicada en un mástil, flameado junto a la bandera argentina (repetida en el caso de la Plaza Criolla, para no ser menos) que quizás entonces empezaban a sentir como propia.
Ya para comienzos de 1893 asomaban las primeras casas completamente terminadas, algunas a medio hacer y otras en los cimientos todavía. Las plazas habían sido parquizadas, se habían definido algunas calles “San Martín”, “Sarmiento”, “Sánchez Freites” y estaba lista la iglesia que aún no tenía cura que la regenteara. Ya para entonces envolvía la atmósfera cierto sentimiento de pertenencia, como si todos conformaran una y la misma madeja de hilo.
II
Solo las primeras elecciones fijadas para octubre lograron dividir lo que el trabajo conjunto había unido. Se proyectaba elegir un intendente y un viceintendente que tomaran las riendas de los todavía inexistentes asuntos públicos de SJT. Fueron meses de intensa lucha política y nacionalista: cada colectividad se vio convulsionada por un afán de poder cuyo sabor desconocían. De los diez italianos, cinco querían el cargo y los otros cinco eran menores o mujeres. Finalmente se impuso la candidatura de Gianlucca Pozegatti con el apoyo de su esposa que se hizo pasar por hombre y le sumó un voto interno. Entre los franceses, dos posturas se veían enfrentadas: por un lado, los más radicales, liderados por Auguste Lejacquel, que intentarían derrumbar los liderazgos nacionales en el pueblo e instalar una unidad definitiva y democrática; por otra parte, estaban los moderados que ni siquiera pudieron decidirse sobre un líder en el que estuvieran todos de acuerdo, dando paso así a la victoria de Auguste. Entre los criollos, poniéndonos en perspectiva histórica, podríamos hablar de los “leales”, cuatro argentinos que defendieron la candidatura de Lucas Niceto Aguirre (quién quizás compartía la postura de los franceses moderados, aunque estos nunca lo notaron) y los “traidores” que siendo seis y sin líder se inclinaron por la candidatura alemana de Wolfgang Reinich, quien no tuvo oposición alguna en su comunidad. Esto último puede resultar extraño si tenemos en cuenta que su viceintendente fue Henry Stone, el único inglés del pueblo; sin embargo, la estrategia de Wolfgang era simple y efectiva: el único candidato que se presentó representando a más de una colectividad fue él, bien que los ingleses no tuvieran más representación que el propio Stone y su mujer Marguerite, incapaces ambos de tener hijos.
Finalmente, Reinich recibió más votos de los que hubieran sumado alemanes, ingleses y criollos, de modo que la sospecha y la vigilancia quedó instalada desde entonces en el centro de cada comunidad y no solo hacia afuera de cada una.
Apenas asumió el cargo, Reinich comenzó un inenarrable trabajo de identificación de SJT, es decir, de construcción de una identidad para esa comunidad separatista y heterogénea. Su primer acto de gobierno fue crear el escudo de SJT. Llamaron a un artista porteño, “debido al caudal artístico y cultural de Buenos Aires”[2], para que lo diagramara. Según la idea del propio Reinich debía ser una figura esbelta, musculosa e imponente, con un perfil perfecto, facciones armoniosas y una cabellera rubia como el sol y muy tupida. Esta figura estaría desnuda como Francisco al clavar su bastón en la tierra, ya que esa sería la escena representada en el escudo. El fondo sería un bello naranja-rojizo suave y crepuscular. Tras el gran hombre un grupo de vacas estaría pastando a lo lejos, a la izquierda, mientras que a la derecha un grupo de labradores envueltos en distintas banderas estarían riendo y bebiendo. Entre los dos grupos un pequeño canal de riego, dos o tres árboles frondosos y una pradera que se perdería en el horizonte representarían a la madre naturaleza tras el indómito cuerpo del hombre más célebre, instaurador de la cultura.
Bien, nada de eso ocurrió como se lo había soñado: los hombres embanderados terminaron siendo unos monigotes vagamente coloridos, el canal de riego una línea celeste que cortaba el verde rayado de lo que era supuestamente una pradera. Las vacas parecían perros mal dibujados y el naranja-rojizo fue un rosado pálido que poco tenía que ver con el crepúsculo. Incluso la figura de Francisco se vio extraña: no estaba del todo mal dibujada pero no presentaba ese aspecto imponente que deseaba el intendente y su miembro había sido dibujado tan grande que, en vez de instaurar la idea de una virilidad potente, como hubieran querido los hombres de allí, instalaba más bien la idea de un caballo excitado. De allí una de las primeras ordenanzas del pueblo: el Estado municipal nunca debía pagar los trabajos que contratara hasta que no estuvieran terminados o al menos avanzados.[3]
Igualmente, no había tiempo que perder y el escudo se mandó a copiar junto con cientos de papeles con membrete del pueblo, para poder hacer todos los trámites oficiales que comenzarían a aparecer. Wolfgang terminó su casa un mes después de asumir el cargo y desde entonces funcionó allí el municipio de SJT, hasta los años 30. Además, propuso inmediatamente la fundación del SJT Football Club para poder competir a nivel provincial y rápidamente individualizarse de Santa Esperanza, multicampeona de la liga santafecina, aunque no sin rumores de fraude.[4]
La idea del alemán era construir un pueblo homogéneo, superar las dificultades nacionalistas en pos de un futuro próspero para todos. No obstante este plan inicial, él mismo se sintió tocado cuando le dijeron que había un cura entre los franceses que podría hacerse cargo de la flamante iglesia (que había sido hasta entonces el único “gasto público”, junto con el escudo), en la que habían invertido la mayor parte del poco dinero que tenían, quizás como un pequeño soborno a Dios para ver si les daba una mano (un verdadero clásico).
Wolfgang demoró y demoró la cuestión de la designación oficial del cura francés: que hacía mal tiempo, que no había redactado la nota, que había que esperar que hubiera otro interesado. Llegó a proponer una votación para elegir al cura de entre todos los habitantes, lo que, según él, sería lo más justo y lo más democrático. Pero rápidamente lo asesoraron sobre los inconvenientes que implicaría con la institución a nivel provincial.
Y ya la gente empezaba a cansarse de acumular los pecados sin poder confesarse cuando el azar o el destino, o quizás ambos, le dieron una inequívoca mano al intendente. Fue justo cuando los franceses preparaban una ofensiva, sospechando de la negativa de Reinich de nombrar a Gustave Micolêt: llegó al pueblo por entonces, un día de 1893, no podemos saber la fecha exacta, un cura con cartas de recomendación no sólo del Arzobispado provincial sino también de la Santa Sede, con grandes firmas protocolares, logos y sellos que era imposible no considerar auténticos. Se trataba de Thomas Liheberbeff-Liere, un suizo que había abandonado Europa en busca de paz y aún no había conseguido plaza en América para su prédica. A Wolfgang, un suizo le pareció perfecto para un pueblo formado sobre todo por alemanes, franceses e italianos y aún mejor porque era un suizo-alemán. Así fue como lo nombró sin más. Italianos y criollos celebraron alegremente el hecho de tener por fin un cura, mientras los franceses se limitaron a aceptar que semejantes recomendaciones eran indiscutibles y su Gustave quedó como un mero asistente de Thomas.
Los vínculos entre Thomas y los intendentes serán importantes para la historia de SJT y los iremos desarrollando a medida que avancemos. En el caso de Reinich, ambos hombres se tomaron juramento mutuamente como las dos autoridades más importantes del pueblo y seguramente fue el apoyo del cura uno de los factores que sostuvo al otro durante varios años en la intendencia.
III
Pero siguiendo con la cuestión que nos atañe, faltaba conformar un colegio municipal y un almacén del pueblo para así evitar cualquier necesidad de contacto con Santa Esperanza que sería por siempre el pueblo enemigo. El tercer gasto público que se hizo fue el viaje de Reinich y Stone al Ministerio de Educación de la Provincia de Santa Fe para conseguir presupuesto para el colegio. Claro que la negativa fue rotunda e inapelable tratándose de unos inmigrantes separatistas y de un pueblo que no tenía el reconocimiento oficial. En actas consta la siguiente afirmación “Si les damos dinero después querrán fundar e independizar un país en Santa Fe para ellos…”.[5]
Los dos hombres volvieron con las manos vacías, pero también con un proyecto ya pensado: ¿por qué no construir la escuela ellos mismos? ¿No habían construido la iglesia y un pueblo entero? Quizás podrían hacer cuatro aulas y cada comunidad enseñaría lo suyo a los suyos. Algún historiador al que no daremos el privilegio de ser nombrado dijo alguna vez que estos hombres debieran haber concebido un plan más sarmientino, pues bien, preguntamos: ¿Quién era Sarmiento para un inmigrante de esos días? Poco más que una calle y no en todos los casos, nos atrevemos a responder (no solo por el desconocimiento propio del extranjero sino también por lo reciente del fallecimiento del prócer en aquella época).
El edificio de la escuela se construyó y cada grupo tuvo su aula y distribuyó su propio plan de estudios: en el aula italiana se veía al Dante, a Maquiavelo; en la francesa se hablaba de la Revolución, de Rolando, de Rousseau; en Alemania se nombraba al viejo Kant, al gran Goethe y algunos más; en la Argentina se hablaba de San Martín, del Martín Fierro y de Rosas. Las clases eran dadas por los pocos que sabían leer en cada caso y a veces hasta hablaban de los temas a través de rumores o de oídas. Se dice que la hermosa Ann Reinich llegó a dar clases en la parte argentina ya que sólo ella y un hombre sabían leer en castellano. Allí comenzó una vieja situación que unió progresivamente las tradiciones alemana y argentina, ya que Ann se esforzaba por conectar el Fausto de Goethe con el Martín Fierro que había leído a las apuradas. [6]
IV
Solo restaba la cuestión del almacén, último elemento indispensable para volverse un pueblo independiente ya que hasta entonces viajaban regularmente a Santa Esperanza a buscar víveres. No quisiéramos ahondar demasiado aquí en los distintos problemas que esto provocaba, pero sí diremos que más de una vez el minicargamento de comida traía más de la mitad de los productos podridos o por pudrirse y que los sanjudaínos no eran bien recibidos allí: los precios nunca eran los mismos de la vez anterior ni los que pagaban los nativos de Santa Esperanza, etc.[7]
Fue don Bianco quién se ofreció para manejar el almacén. Era el único que tenía aún algunas vacas que había conseguido traerse cuando emigró de Santa Esperanza y los otros ya comenzaban a mirárselas con hambre cuando se venía la necesidad de viajar a buscar comida. El viejo Bianco se encargó personalmente de llevar una vaca a Santa Esperanza y venderla viva, trayendo a cambio mercadería más o menos abundante. Así comenzó su negocio que se volvería centenario, continuado por su hijo, su nieto y su bisnieto.
Al principio le resultó difícil: el dinero no fluía aún en el pueblo, no se vendía mucho y algunas cosas se pasaban. Pero para finales del ’93 las primeras cosechas comenzaron a salir y ya no hubo escasez ni en su almacén ni en su bolsillo.
V
De este modo fue sobre ruedas San Judas Tadeo durante sus primeros años de vida. Pronto llegaron las exportaciones, la incorporación de maquinaria rudimentaria y la alianza franco-alemana que, si en un principio parecía utópica por los conflictos europeos, luego se volvió una obviedad por sus afinidades americanas, para desconsuelo de italianos y criollos, relegados a segundo plano.
Y lo que llegó a principios del siglo XX fue el reconocimiento de los gobiernos provincial y nacional. Con correo directo se le anunciaba al “Honorable Intendente Don Wolfgang Reinich la intención del Gobernador de Santa Fe en concordancia con el Poder Ejecutivo Nacional, de instaurar en el nuevo pueblo un Registro Civil con el fin de generar un padrón electoral autónomo y poder celebrar allí elecciones de rango mayor al municipal y con la modalidad nacional de voto cantado”.[8] La correspondencia no ofrece lugar a dudas: Reinich aceptó inmediatamente y sin titubeos ni condiciones, respondiendo el mismo día y saludando la iniciativa.
Y ahora sí que la provincia mandó el dinero. Se depositó en una cuenta el dinero para la construcción del Registro mientras se construía a la par y por gestión provincial, una sede del Banco Provincial al lado de la iglesia.
En este punto, la construcción del Registro Civil se toca nuevamente con el tema de la fundación y de sus oscuridades históricas. A cargo de la institución se puso el viceintendente Stone por voluntad propia, junto con su mujer. Ambos llevaron a cabo la difícil tarea de inscribir a todos los sanjudaínos que para ese entonces ya sumaban unos 200. El trabajo consistía en anotarlos, generar un documento de identificación con el domicilio y censar los datos económicos pertinentes: propiedades, cosecha media, integrantes de la familia. Sin embargo, rápidamente se comenzaron también a generar partidas de nacimiento para muchos hombres que intentaban sacarse de encima la mochila de inmigrantes. Incluso algunos orgullosos nacionalistas accedieron a este beneficio pagando una mínima diferencia al señor Stone, para obtener así un modesto ascenso social.
Una de las actas más controvertidas fue la de Julio Sánchez Freites y Stone, labrada en secreto el 1 de abril de 1901. El niño ya casi tenía nueve años cuando, como todos, debió ser inscrito en el Registro. El caso es que debía ser anotado como hijo de Ann Reinich y Francisco Sánchez Freites, y así figura efectivamente su partida de nacimiento. Sin embargo, a la hora de anotar el apellido, Henry Stone se vio probablemente tentado de prolongar su trunco linaje anglosajón, perdido en la dura pared de la infertilidad de ambos esposos, y agregó ese pequeño, ínfimo “Stone” al documento del muchacho. Al parecer, con distintas evasivas, Henry evitó entregar el documento al padre de Ann hasta 1905, año en que el propio Stone murió (tal vez para no dar lugar a la venganza). De este modo logró instaurar su linaje en la clase dirigente de SJT relegando el lugar de los Reinich, algo que no pudo ser vivido menos que como una traición por Wolfgang, que había confiado largos años en su compañero de fórmula.
Para 1905 el joven Julio ya era todo un argentino y ese toque inglés en su nombre no le parecía tan desacertado como a su abuelo, que tuvo que acatar la voluntad del nieto de conservarlo tal y como aparecía en su acta de nacimiento. Al menos, habrá pensado el viejo Wolfgang, mis objetivos principales se han cumplido ya en lo que hace al pueblo, a mi hija y a mi nieto. En cuanto a la otra familia, cabe pensar que si el pobre Mr. Stone vio su apellido hundido en el océano que lo distanciaba de su patria y ese fue su móvil de acción, su objetivo no tuvo gran alcance ya que el segundo lugar del apellido sumado a la pereza de la historia y de los historiadores lo hicieron casi un mero accidente, una palabra vacía. Sólo rigurosos investigadores y románticos recordadores del norte santafecino conservaron en su boca y transmitieron la existencia de esa esquirla inglesa en la dinastía Sánchez Freites.
VI
Pero saliendo por fin de la larga digresión fundacional, diremos que a partir de la creación del Registro Civil de SJT, cuyo edificio tuvo y tiene el escudo municipal en su ingreso, junto con la bandera nacional, a partir de allí, Wolfgang no volvió a ganar una elección sin que se oyera el eco lejano, como un secreto flotante, del fraude y el amedrentamiento de los votantes; la del 02, la del 08, la del 14, todas ganadas ampliamente, todas acompañadas de denuncias oficiales de fraude, seguidas estas de algunos asesinatos, algunas revueltas un poco insulsas en el pueblo oportunamente sofocadas por las fuerzas del orden.[9]
Los conflictos eran protagonizados sobre todo por criollos un poco radicalizados y cansados de perder elección tras elección sin siquiera poder conocer los resultados numéricos. Los italianos, por otra parte, optaron por salidas más escandalosas como pequeñas bombas en los salones de conteo de votos o en las casas de los candidatos oficialistas, siempre con el único resultado de algún muerto o de un par de heridos.
La cosa no cambiará demasiado en los años ’20 cuando por fin en SJT el partido gobernante cambie, ante la muerte de Reinich en un confuso episodio de paro cardíaco acompañado de hemorragias múltiples, internas y externas. El voto pasará a ser secreto y surgirán algunos partidos nuevos. Pero eso es harina de otro costal.
[1] Ver “Anexo Bastón fundacional”
[2] Archivo Histórico de San Judas Tadeo. (1893) Primeros años.
[3] Ídem.
[4] El lector puede acercarse al Anexo SJT.FC y ver allí una breve historia del club.
[5] Archivo Administrativo Provincial de Santa Fe. 1893. Actas. Siglo XIX.
[6] Para más información, ir al Anexo Colegio.
[7] Sobre este tema se puede consultar el excelente libro de Fenix Sol: “¿Qué comía un sanjudaíno a finales de siglo?” publicado por Fondo de Cultura Económica en 1954.
[8] Archivo Administrativo Provincial de Santa Fe. 1901. Cartas Siglo XX: Cartas al interior
[9] No ingresaremos aquí en mayores detalles sobre el fraude de principios de siglo. A este respecto se puede consultar el libro del sanjudainófilo brasilero Felipao Frutinha “Do fraude eleitoral na cidade de SJT. Reinich, meninas e circo”. Rio de Janeiro. Paulo Coelho Ed. 1994.
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