WHITE PEOPLE´S PROBLEMS

El polémico y genial comediante Louis C.K. acuñó la frase en uno de sus shows llamado Hilarious, grabado en 2010 (disponible en Netflix). Sin dudas C.K. hacía referencia a esos problemas de la gente blanca de clases media y media alta norteamericana que, quizás por un exceso de necesidades básicas satisfechas, reducen sus contrariedades a conflictos que, según desde donde se mire, podrían considerarse frívolos. Entran en esta categoría todos los dilemas domésticos que plantea vivir en urbes sobredimensionadas o sociedades sobreprotegidas por el sistema republicano, como el tráfico, la mala conexión de internet o el exorbitante precio del estacionamiento.

La versión subdesarrollada de este principio es perfectamente aplicable por estas latitudes y podríamos rebautizarlo como “Problemas de la Clase Media”.

Pero en Argentina la clase media es una especie que se extingue lenta e inexorablemente. Con el paso de los años y los gobiernos el porcentaje se ha ido acotando, dándole paso a una pobreza estructural y consolidada que ya conforma casi la mitad de los ciudadanos (comillas con los dedos). En este contexto parece válido empezar a preguntarse cuáles son los problemas de la clase media. O mejor aún, si los problemas que trata la agenda de los medios y la política no son exclusivos de la clase media.

En estos días –y en los pasados también- hemos asistido a una serie de debates relacionados con el imponderable del SARS-CoV2 que nos invitan a replantearnos y reposicionar el lugar desde donde vemos la realidad. Echando una mirada por esas barriadas improvisadas de los arrabales de las ciudades y los seres humanos que las habitan da la sensación de que ninguno de ellos está demasiado al pendiente de las acaloradas discusiones inflamadas de fervores y epítetos que chorrean por la tele y por las redes sociales. Como si la realidad de esa otra mitad del país fuera sensiblemente diferente. El “niño rico que tiene tristeza”, al que aludió el ex presidente riojano, quiere ir a clases para evitar sufrir consecuencias psicológicas a futuro, mientras el “niño pobre que tiene hambre” necesita ir a clases precisamente por eso; porque tiene hambre y la escuela le proveerá la que será seguramente su única comida del día.

Dos agendas distintas para dos países distintos, con la excluyente particularidad que solo una de ellas es la que se discute. Porque la otra es la de los invisibles. Porque la “pobreza cero” es apenas un enunciado de campaña electoral y la “mesa del hambre” un rejunte de advenedizos con sed de figuración posando para una foto como si fuera la tapa de Gente pero sin sonreír. A pocos les importa realmente la educación de la otra mitad del país, ni la vacunación de la otra mitad del país, ni la cuarentena de la otra mitad del país, ni el aislamiento de la otra mitad del país, ni la economía de la otra mitad del país, ni la violencia de género de la otra mitad del país.

¿La patria es el otro? ¿O la patria es el otro que se parece a mí? El que tiene mi misma agenda. El que tiene mis mismos problemas de clase media relamida, a la que le aumentaron la nafta, le afanaron el celular o le privan de enviar a su hijo al cole condenándolo a un porvenir plagado de frustraciones, mala ortografía y psicoterapia.

Solo ocasionalmente el medio pelo jauretcheano asoma su cabecita al pozo negro de la pobreza para horrorizarse por las cosas que suceden en ese universo paralelo que no termina de comprender. Frunce la jeta, declama enfervorizada medidas radicales más progresistas o más conservadoras y vuelve a cerrar la tapa para evitar las arcadas, mientras se revuelca en su meritocracia con tufo a corrupción, a delito o a jugosa herencia. En ese pequeño lapso de tiempo, los medios (hegemónicos o no) ya facturaron lo suficiente hasta el próximo Maia-Gate, que no debería ser muy pronto para no espantar a la audiencia.

Pero así como a la clase media no le interesa la agenda de la pobreza, el pobre tampoco se preocupa demasiado por las tribulaciones del ciudadano bienpensante. A la mitad de debajo de este país no le interesa la izquierda o la derecha, los libertarios o estatistas, los gorilas o los kirchneristas, los garantistas o los fascistas o si la corte suprema tiene 5 ó 7 miembros. No tiene tiempo para giladas. Sin dinero, sin comida, sin trabajo, sin salud, sin vacunas, sin educación, sin agua potable, sin cloacas, sin derechos, sin garantías, sin misoprostol, sin botón antipánico, sin vivienda digna, sin futuro para sus hijos, la otra mitad de la Argentina tiene su propia agenda.

Sobrevivir.

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