LA INCERTIDUMBRE DE SER NORMAL

                              Ser o no ser, esa es la cuestión.

                                                       Hamlet. William Shakespeare

Desde hace un año vengo escuchando los vaivenes de la expresión “nueva normalidad”, y supongo que, como me sucede, muchas personas repiten una y otra vez la frasecita sin entender del todo de qué se trata.

Pasa que solemos hablar sin saber, opinar por opinar, aseverar sin tener pruebas o evidencias. Porque hacerlo de esa manera es más cómodo, implica menos esfuerzo. Las opiniones, que suelen basarse en creencias, son extremadamente resistentes a las evidencias cuando (sobre todo) son opuestas a ellas. Escuchamos algunas notas periodísticas, leemos un par de párrafos de acá, otro par de allá y “¡Aha, listo!¡Esta es la verdad!”, como si fuese el famoso momento ¡Aha! de clarividencia.

Al comienzo de este texto, utilicé la frase “ser o no ser, esa es la cuestión” porque la escuché mil veces, pero jamás leí Hamlet.Y de esa misma manera escuchamos y repetimos (por supuesto que me incluyo) cosas, palabras, expresiones o análisis hechos por otros. Esos otros que tienen subjetividades y que todos además tenemos. Podríamos ser objetivos si fuésemos objetos; pero al ser sujetos, somos subjetivos.

Volviendo a la normalidad, creo que el tema es, en primer lugar, tener claro qué es ser normal. Si nos basamos en algunas definiciones de la Real Academia Española (www.rae.es) normal deriva de latín normālis, dicho de una cosa: que se halla en su estado natural; habitual u ordinario; que sirve de norma o regla; que por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano. 

Por otra parte, en estadística, al hablar de normalidad se hace referencia a una distribución de probabilidad determinada que se llama distribución normal, en la cual hay una simetría (distribución simétrica) alrededor de una media (o promedio). Dicho un poco más sencillo, hay determinado valor que es el promedio y hacia ambos lados (en más y en menos – desvío estándar-) se distribuyen el resto de los valores. Es lo que se denomina Campana de Gauss. Así, por ejemplo, entre la media y +/- un desvío estándar se incluye el 68% de la población; +/- dos desvíos, el 95% de la población. Teniendo en cuenta esto, uno puede pensar que lo que le sucede al promedio de la población es lo normal¸ ya que corresponde a lo que más se repite.

Sin ánimos de ponerme técnico en un tema que manejo superficialmente, voy a tratar de ejemplificarlo humanizándolo. El 31/03/2021, el INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos) publicó los resultados de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), en el cual se midió la incidencia de la pobreza y de la indigencia en aglomerados urbanos correspondientes al segundo semestre del año 2020. Allí detalla que el porcentaje de hogares por debajo de la línea de pobreza (LP) alcanzó el 31,6%; en estos residen el 42,0% de las personas. En resumen, podríamos decir que el 42% de los argentinos es pobre.

En estas primeras dos semanas de abril (en verdad, desde un poco antes), la gran mayoría de astrólogos, epidemiólogos, políticos, etc., presagian que se viene la segunda ola de contagios de COVID-19 y que el 2021 será un año aciago. Algunos, para transmitirnos un poco de tranquilidad nos dicen que “más que ola, es un tsunami”. Pero dejando de lado las catástrofes naturales marítimas, volvamos al barquito de las normalidades.

¿A qué se refieren cuando nos dicen que en algún momento (ya no arriesgan a decir mes) vamos a volver a una nueva normalidad? Repito ¿qué es ser normal? Tal como viene la mano, la nueva normalidad en nuestro país (y muchos otros), basados en la definición de la Real Academia Española y sobre todo en el concepto estadístico, va ser formar parte de la gran masa de pobres. Esa masa que hasta hace unos años se movía como hormigas por debajo de la tierra y que solo en ocasiones muy puntuales se hacía visible.

Dicho esto, y retomando una de las definiciones previas (“que sirve de norma o regla; que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano”), deberíamos preguntarnos si estamos preparados para vivir en ese contexto ¿Son nuestras normas y reglas, las mismas que rigen en el mundo de los pobres? Ese mundo que antes era un inframundo para la mayoría de nosotros, pero cada vez está más en la superficie a la cual pertenecemos ¿Estamos preparados ahora para que nos juzguen con sus varas, quienes juzgamos durante años con nuestra vara (moldeada por las leyes de la población ex-normal)? Hoy lo que predomina es la pobreza. Hoy la población promedio es pobre.

Por poner un simple ejemplo. Según nuestra vara, está mal que maten para robar, pero no sé si tenemos así de claro que está tan mal matar al que nos robó. Por estos días en Rosario ocurrió lo mismo que vivimos en Córdoba hace unas semanas. Una persona víctima de un robo persiguió a dos ladrones, quienes ya estaban huyendo en moto. Los alcanzó en su camioneta y literalmente los pasó por arriba. Los dos del rodado menor murieron. Familiares y conocidos del conductor de la camioneta realizaron una marcha para reclamar por su libertad argumentando que su amigo y familiar no era un homicida. Pero saber y creer que se sabe, son cosas muy distintas. No es lo mismo cerrar un ojo para enfocar, que ser una persona tuerta ¿Cuántas veces estuvimos seguros de cosas equivocadas? A veces hablar de estos asuntos nos molesta, nos incomoda. Parece que, en cada opinión o narrativa, no deberíamos o no podríamos salirnos del discurso de la ventana de Overton.

Por otra parte, en prácticamente todos los medios y todas las charlas siempre hay alguien que deja correr la palabra incertidumbre. “Estamos en un momento de gran incertidumbre”, “cuando la gran mayoría de la población esté vacunada, vamos a bajar el nivel de incertidumbre”, “tenemos la certeza que…” Pero tengo la convicción de que muy pocos deben estar al tanto que la incertidumbre es una emoción (es “amigdalina” diríamos los médicos); sin embargo, la mayoría la percibe como cognición y pretende modificarla con datos numéricos, estadísticos, lo cual es prácticamente imposible. Porque como referenció Bertrand Russell, lo que la gente busca no es el conocimiento, sino la certidumbre.

En relación a esto, un estudio realizado sobre ratas, me provocó cierta apofenia con la realidad que hoy nos cruza. Nos comportamos como ratitas de laboratorio a las cuales les encienden la luz para comer. Y quiero detenerme un instante para referirles esta breve investigación. En el cuerpo existen “circuitos de placer y recompensa”, cuyo principal mediador químico es la dopamina. Durante muchos años se creyó que cuando conseguíamos determinada recompensa en cierto hecho puntual (por ejemplo: comer, tener un orgasmo -o varios-, drogarse, ganar en el casino, etc.), había una parte del cerebro que secretaba dopamina. Sin embargo, se demostró que esta interpretación es errónea. No se trata de la recompensa, sino de la anticipación de la recompensa. Es decir, nuestro cerebro es predictivo, no reactivo. En ese estudio se entrenó a ratas de laboratorio para que, cuando se encendiera una luz en la jaula, presionaran cinco veces una palanca para conseguir comida. La primera vez que la rata obtenía la comida, subía la dopamina. Pero al cabo de un tiempo, la dopamina se secretaba en mayor concentración, no cuando la rata recibía la comida sino cuando se encendía la luz.

En ese mismo estudio se observó que, si se introduce cierto grado de incertidumbre, inmediatamente después de presionar el botón, hay un aumento de dopamina como nunca antes se había visto en la bioquímica cerebral. Pero eso sucede justo hasta el momento en el que la rata descubre si consigue o no la comida. Es decir, cuando se incorpora (o nos incorporan) la dosis justa del quizás, es incluso mejor que cuando se trata de ¡ahí viene sin duda! Es como cuando uno trata de hacerse cosquillas a sí mismo. Es imposible, porque sabemos de antemano qué vamos a hacer y dónde. Pero si no tenemos el control y alguien nos amaga a hacernos cosquillas, probablemente no empecemos a reír antes que nos toque por la cuotita de incertidumbre que ello conlleva.

Según lo que demuestran estos estudios, lo que hay que hacer es mantener la incertidumbre justo sobre el 50%. Con el 25% ó 75% no se consigue un aumento tan significativo de dopamina. Si se llega justo a este punto de incertidumbre, el cerebro interpreta que ¡esto será genial! ¡Ahí viene! No, ¡tal vez no venga! No lo sé; ¡pero hoy me siento afortunado…! Es mera anticipación.

La psicología del estrés establece que, si sentís que no tenés el control, el estrés que se genera puede ser muy grande. Sin embargo, hay un contexto en el que tener poco control (leyes de la imprevisibilidad) es muy bueno. Después que se publicara este estudio, se comenzó a comprender con mayor claridad las adicciones y el juego.

Si prestamos un poquito de atención, los casinos (o los dealers) lo hacen de un modo fantástico. Centrémonos en el casino. A partir de una circunstancia en la que hay alrededor del 1% de posibilidades de obtener una recompensa (ganar en un juego determinado), manipulan el entorno psicológicamente para que tengamos la sensación de que hay un 99% o quizá incluso mejor, el 51% de probabilidades de ganar. Logran enredar y tergiversar lo que es básicamente un entorno desfavorable y convencernos de que es un entorno benévolo y que quizá, quizá, quizá …esta vez. Y ahí, en ese punto, nuestro cerebrito nada en dopamina… ¡víctima de la incertidumbre! Y de eso se trata la adicción. De la anticipación por incertidumbre. Nos alimentan con pequeñas mentiritas esperanzadoras.

Este contexto es un terreno extremadamente fértil para la posverdad, como dijera Luisa Valenzuela en la apertura de la Feria Internacional del Libro (Buenos Aires, 2017), esa “mentira emotiva” nacida para modelar la opinión pública desdeñando los hechos fehacientes y los datos verificables, especial para construir discursos engañosos, que llegan a convencer porque resultan atractivos, tranquilizadores, o quizás convenientes. Y probablemente cada uno de nosotros, al replicar opiniones análisis y comentarios de otros, estamos regando ese terreno.

Como ocurre con la mayoría de las cosas, cuando no logramos explicar lo que realmente importa, comenzamos a darle importancia a las cosas que podemos explicar. Probablemente, si perdemos una llave en una ciudad a oscuras en al cual hay encendido un solo farol, comencemos a buscar debajo de ese farol por el simple hecho que allí podemos ver; pero no significa en lo más mínimo que la hayamos perdido en ese lugar.

Quizás debamos empezar a bancarnos las incertidumbres diarias de la vida, con una única verdad real: saber que nos vamos a morir en algún momento, algún día. Si será mañana, pasado, en dos meses o en diez años no lo sabemos, pero quizás, quizás, quizás sea… un día de estos.

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