LA VIDA CABE EN UN CHIP

“El posthumanismo es la ideología de un estadio de las fuerzas productivas en el que la principal mercancía es una abstracción sin cuerpo: la información”

(Alejandro Galliano, ¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no?)

Al mismo tiempo que convivimos con variadas expresiones sociales de resistencia o simplemente rechazo a las vacunas contra el COVID-19, la semana pasada trascendió en algunos portales digitales que una agencia de investigación dependiente del Pentágono está en la etapa final de desarrollo de un microchip capaz de detectar específicos cambios químicos de nuestro cuerpo que permitirán determinar la presencia del virus 24 horas antes de la aparición de los primeros síntomas. El micro-artefacto actúa colocado bajo la piel, un dato que en pleno furor de las huertas orgánicas, la dieta paleolítica y los brownies de poroto Aduki, azúcar mascabo y leche de almendra, puede resultar espeluznante. Tras ser consultado, el doctor Hepburn a cargo de la investigación consideró que el comportamiento de este microchip es analogable con la luz de ‘revisar el motor’ del auto. La noticia se presenta en un marco de sospecha y desconfianza generalizada hacia la ciencia y la tecnología.[1] No son buenos tiempos para militar a favor del desarrollo de implantes cibernéticos y técnicas de biomejoramiento. Nucleadxs gracias a los mismos algoritmos que se proponen criticar, los grupos tecnofóbicos auguran el advenimiento de un futuro tan poco feliz como el de Huxley. En las antípodas, la filosofía trans o posthumanista (el prefijo depende de la radicalidad de los fines propuestos) encuentra en las más oscuras distopías futuristas la realización de todos sus deseos. Habitamos una coyuntura global de fuertes polarizaciones en todos los campos del quehacer humano. A contramano del mundo, en este cruce de ludistas y tecnófilos, existe una amplia avenida del medio que, nos guste o no, indefectiblemente transitamos.

Es casi una experiencia religiosa

La filosofía transhumanista, en su versión más radical, plantea como fin la emancipación de lxs humanxs del reino natural. La vida orgánica, otrora camarada, otrora objeto de explotación, constituye un límite, un obstáculo que podemos y debemos superar. De acuerdo con este grupo de tecnólogos mayormente radicados en la Costa Oeste del país del norte, nuestra biología, desde el punto de vista evolutivo, es imperfecta. Argumentan de este modo:

– El envejecimiento y la muerte son errores biológicos, o más precisamente subproductos evolutivos, resultados colaterales de la selección natural que podrían ser corregidos;

– En muchos seres vivos la fase reproductiva más activa suele ser poco tiempo después de alcanzar la madurez sexual;

– Con el paso del tiempo en casi todas las especies la proporción de genes que los individuos aportan a las siguientes generaciones tiende a disminuir en el acervo genético de la población;

– La selección natural no puede, a diferencia de lo que sucede con otros organismos como las bacterias, mejorar la condición en la que generaciones posteriores de estos organismos llegan a esas fases tras la madurez sexual.

En pocas palabras, desde el punto de vista del transhumanismo nuestra principal búsqueda aquí en la tierra consiste en lograr emancipar a nuestra especie del imperfecto reino natural. Para ello, debemos ser capaces de extender la vida humana indefinidamente. La manera de lograrlo es mediante el desarrollo tecnológico. La tecnología constituye entones la fuente terrenal de salvación, el santo grial del que podrán beber algunxs pocxs, sin duda, una clase aristocrática de Cyber-Organismos, los Elfos del mañana.

Ciudad de pobres corazones

Algunxs se estarán preguntando cómo será la vida en sociedad una vez que alcancemos el desarrollo tecnológico requerido para superar lo que de momento es nuestra única certeza: la muerte.

La estructura social en una ciudad-cyborg, siguiendo la caracterización de un reconocido Manga,[2] se compone de: i) grupos étnicos diversos; ii) humanxs con implantes cibernéticos que mejoran -o simplemente sustituyen- determinadas funciones biológicas del cuerpo; y por supuesto iii) Cyborgs. Con excepción del primer grupo, por cierto ampliamente mayoritario y relegado, el resto de lxs habitantes permanecen conectados a una red vasta e infinita de datos. Los Cyborgs son el resultado de la articulación artificial de dos sustancias: el espíritu -los datos escaneados de un cerebro orgánico- y la coraza -una prótesis sintética total que emula y perfecciona al cuerpo humano. Cuando Motoko Kusanagi -la cyborg-heroína que en la magistral realización cinematográfica de 1995 investiga a hackers internacionales- se mira en el empañado espejo de su ser tras ser interpelada por Batou, advierte por primera vez que la conciencia de su ‘yo’ requiere de un rostro y de una voz para distinguirse de los demás; de memorias de la infancia y conciencia del futuro; mas también, de acceso a una red colosal de datos desde su cerebro cibernético. Tras este episodio de autorreconocimiento, Motoko sale anonadada a recorrer la parte antigua de la ciudad. La escena dura poco más de tres minutos y no contiene diálogos, solamente imágenes de la ciudad acompañadas de una música profunda, desgarradora por momentos.[3] Un sentimiento de soledad se apodera de la pantalla. En esas calles estamos nosotrxs, adaptados a un ambiente poblado de máquinas opacas y edificios decadentes. Fragmentados reproducimos a cada paso el ritmo y el humor de esas mismas máquinas. De repente, Motoko cruza la mirada con un Cyborg de su misma serie; se sorprende. Sobre un canal se observa la basura que flota, y en sus aguas, junto con otros artefactos técnicos, una bicicleta se hunde, oxidada, como un día se hundirá el propio cuerpo artificial de Motoko Kusanagi. Ella ya lo sabe, algo acaba de cambiar por dentro. La lluvia comienza a cubrir las calles; la ciudad parece desprender las lágrimas de una civilización de autómatas que ya no tiene permitido el llanto. Motoko pronto encontrará al “titiritero”, el criminal cibernético más grande de la historia, una forma de vida autónoma generada en el mar de la información. Un free spirit en sentido literal, “alguien” que habita en todas las corazas y en ninguna. Motoko se empieza a mirar en ese espejo… se siente aprisionada; su cuerpo de metal es una cárcel. Ahora sabe que existe otra ciudad, el espacio topológico e intangible de la información, la nueva casa del ser. Motoko finalmente conquistará ese nuevo horizonte metafísico; repite: “Si algo es tecnológicamente posible, el hombre tratará de hacerlo”. Años más tarde, en un célebre pasaje de la secuela, le dirá a Batou: “Supongo que la idea de alcanzar la felicidad ahora tiene sólo un valor nostálgico”.

El futuro llegó hace rato

En efecto, el futuro llegó mucho antes de la invención de la imprenta, probablemente de la mano de la escritura. Tres siglos antes de la era cristiana el modelo de racionalidad occidental cabía en el escritorio de cualquier filósofo. Los Elementos de Euclides habían despojado a la escritura de todo componente narrativo, de toda vivencia y expresión humanas. Euclides no fue un geómetra brillante como Arquímedes y Apolonio. Su mérito, antes bien, consistió en separar el espíritu del cuerpo, esto es, en destilar el pensamiento deductivo de todo material sensible. Por otra parte, la tecnologización de todos los aspectos de nuestra vida, y del medio en que vivimos, también tiene una larga historia. Desde los tiempos de la Revolución Industrial, la noción de naturaleza, diría Motoko, tiene sólo un valor nostálgico.

Construimos nuestras huertas y cocinamos nuestros brownies sin harina blanca siguiendo un instructivo que acabamos de googlear mientras Ray Kurzweil, el trashumanista más radical de la Costa Oeste, dirige el desarrollo tecnológico de Google.[4] Una luz  de ‘revisar el motor’ que se encienda en nuestro cuerpo indicando tempranamente la presencia de Coronavirus no resulta desde el punto de vista tecnológico un avance cualitativamente diferente de las actuales prótesis programables intracerebrales que ya se emplean para el tratamiento de enfermedades como el Parkinson o la esquizofrenia. Debemos prevenirnos de cosmovisiones románticas de la naturaleza y asumir el desafío de vivir en un mundo tecnologizado donde la información es el combustible principal del desarrollo. Retomando las ideas de Galliano que preludian esta nota, debemos enfrentar “la colonización del futuro por el capital”. O mejor, la colonización del capital por los tecnólogos.


[1]    Sobre la desconfianza en la ciencia, ver la siguiente nota publicada en esta revista: La ciencia en el lodo

[2]    Me refiero a Ghost in the Shell, el manga publicado a fines de 1980, escrito e ilustrado por Masamune Shirow.

[3]    https://www.youtube.com/watch?v=WB-ik-Bpl0c

[4]    https://en.wikipedia.org/wiki/Ray_Kurzweil

2 Comments
  1. Gaston dice

    No creo que porque sepamos que un desarrollo puede ser usado con malas intenciones no deba ser perseguido, ejemplo, la investigación de la fisión nuclear que llevó al desarrollo de la bomba atómica pero también al desarrollo de las centrales térmicas de energía, que son por mucho más verdes que la energía de fuentes petroquímicas. Una herramienta no es más que eso, una herramienta, se puede usar bien o mal.

    Si vamos a hablar predicciones futuristas, podemos además de mencionar a la distopía de un Mundo Feliz, la de “La última pregunta” de Isaac Asimov. Creo que esta representa más un futuro al que la humanidad podría apuntar. Aunque de todas formas me encanta el mundo planteado por Aldous, donde todo tiene un orden una razón y un objetivo.

  2. Gustavo Morales dice

    Hola Gaston! gracias por la lectura y el comentario. No leí el libro de I. Asimov pero sin duda va a ser una lectura en estas vacaciones de invierno. En cuanto al punto crítico que planteás, creo que (como dice Motoko) lxs humanxs no podemos evitar perseguir cada nuevo desafío tecnológico. Desde hace muchos siglos la tecnología nos atraviesa, a cada minuto. La tecnología no es neutral, no es algo que primero “está ahí” y luego vemos cómo la usamos (esa visión instrumentalista que sugiere tu comentario). Es más que eso. La tecnología moldea un determinado tipo de trabajador, y por ende, de sociedad, tiene carácter performativo: el periodo de la rev. industrial es quizás el ejemplo más claro de ello. Por esa razón, la tecnología no puede quedar (como escuché en una conferencia hace unos días) en manos de un grupo de ingenieros de Silicon Valley. Tenemos que apropiarnos de la tecnología, dejar de ser meros ‘usuarios’ y ‘tomar el toro por las astas’ tanto ingenieros, computólogos, sociologos como filósofos: un paradigma tecnológico es un destino. Te dejo un abrz!

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