UNA VERDAD INCÓMODA
Decepcionado tras la implosión de las alternativas que derribó el muro de Berlín en el 89 tapé mi ideología con la cálida manta del consumo que se extendía por el mundo más rápido que el agujero de la capa de ozono.
Compré mi primer televisor (en cuotas!) en el 91.
El mismo que me robaron un año después cuando estaba de viaje por Europa. Esa fue la primera señal y no la vi.
En el 93 viajamos a Marruecos con un préstamo en dólares/pesos que estaba destinado a empezar a construir nuestra casa y no me arrepentí.
Terminamos de construirla con varios préstamos en dólar/pesos que creí siempre serían igual.
Zafé pagando la última cuota en agosto del 2000. Sin dudas soy un hombre de suerte.
Como publicista admiré a Agulla & Baccetti ironizando todo y mostrando al mundo que éramos muy cool. Geropa! El sabor del encuentro. Dicen que soy aburrido.
Menem lo/s hizo, aunque ellos no hicieron la publicidad.
Por mi parte hice la exitosa campaña de la AFJP Claridad inconsciente de la oscuridad que sobrevendría cuando quisiera jubilarme.
Como espectador evitaba ver a Tinelli hasta que caía en sus redes cuando me cansaba de hacer zapping en los 40 canales del cable recién estrenados.
Como ciudadano me entristecí por la jubilación anticipada de mi suegro, empleado de ferrocarril, cuando lo dejaron sin presente y sin el orgullo de una historia para contarle a los nietos. Para ahogar sus penas lo invite a una cena con salmón noruego y vinos chilenos. Todo por dos pesos/dólares.
Reservando con 5 meses de anticipación logre festejar el segundo cumpleaños de mi hija en el recién estrenado Mac Donal’s de Patio Olmos. A los años ella dejó de tomar coca cola y antes de los 10 ya era vegetariana. Otra señal que no leí.
En los aeropuertos me alejaba de los gronchos del “deme dos” que venían de Miami y ya en casa repartía regalos del “deme cuatro” de las liquidaciones de Zara.
Tuve vergüenza de verlo jugar (mal) al tenis con Bush, de María Julia en las tapa de noticias con tapado de visón, de las valijas de Amira, de un jefe de la aduana que ni siquiera hablaba castellano.
Miré con estupor y desconcierto el atentado de la Amia. El mismo estupor y desconcierto que me hizo saltar de mi silla en la oficina al escuchar las explosiones de Río Tercero a 150 km de distancia.
Como todos, estaba seguro que a Junior lo mataron por vendetta y Yabrán estaba vivo en Marbella. Nunca llevé la cuenta interminable de lo que duró la carpa blanca. Tenía la cabeza llena de dudas y la tarjeta llena de deudas… como muchos que lo votaron. Dos veces.
Tuve el privilegio de poder no votarlo. Tal vez porque otros lo hicieron.
Nunca comí pizza con champán. Tal vez sólo porque no me gusta el champán.
Nunca le perdoné el indulto y esa era de las pocas cosas que me animaba a decir en público, cualquier público, aunque estuviera fuera de moda.
Callé muchas otras y seguí comprando.
Corrí a esconder en el jardín bajo una maceta la mitad de los dólares/pesos que tenía en el banco cuando ganó la Alianza a la que sí voté aunque debería callarlo. Qué pena que sólo fue la mitad.
No podía creer que después de diciembre del 2001, donde le mostramos al mundo que el neoliberalismo también podía implosionar y estallarte en la cara (aunque nunca en la cara de ellos), fuera “él” quien obtuviera más votos en la primeras ronda de las elecciones presidenciales.
¿Es que nadie se había dado cuenta que toda esa década había sido una mentira?
Es qué tal vez no fue una mentira, quizás él y todo lo que representaba eran simplemente parte de una verdad, nuestra verdad.
Una verdad incómoda.