SOMOS NUESTRO PEOR METEORITO
¿En serio nos hace falta ver “Don’t Look Up” para darnos cuenta de lo patéticos que somos como raza humana? Eso sería como en su momento haber necesitado de Derek Zoolander para entender la vacuidad que rodeaba al mundo de lxs supermodelxs. Lo único que hacía el personaje de Ben Stiller era poner en ridículo aquello que para muchos era un paradigma de belleza universal. Y la película de Adam McKay, con un nivel de literalidad digno del kindergarten, apenas si busca extraernos una tenue sonrisa mediante el recurso de reunir a lo largo de más de dos horas todos los lugares comunes de la coyuntura actual.
¿Es imprescindible el personaje de Cate Blanchet, existiendo una Viviana Canosa? Después de Donald Trump, ¿qué tanto se requería de una Meryl Streep como habitante de la Casa Blanca? ¿Quiénes podrían ser más grotescos que Jeff Bezos, Elon Musk o Richard Branson, sino los propios Bezos, Musk y Branson? ¿Nos tienen que plantear la metáfora de la “caída de un meteorito” para que entendamos las catástrofes que nos esperan si seguimos lo más orondos con nuestra forma de vida, desaprensiva en grado criminal? ¿No basta con una pandemia para que empecemos a tomar conciencia de que así no vamos a ninguna parte?
No hay un absurdo más absurdo que este estado de cosas. No hay guionista que encuentre teorías conspirativas más desquiciadas que las compartidas con insistencia en nuestras redes sociales. No hay celebridades más patéticas que aquellas cuya fugaz presencia en el firmamento de la fama se encuentra por estos días en el cenit. No hay cobertura mediática más estrafalaria que la ensayada por la TV, ahora que tiene los días contados. En vez de gastar un presupuesto millonario, con sólo hacer zapping y scrollear era suficiente para obtener un resultado mucho más patente de nuestra estupidez.
¿Debería causarnos gracia comprobar eso? ¿Corroborar lo impresentables que somos, lo poco que nos afectan las cuestiones importantes, a la par de las desazones y alegrías que nos provocan los asuntos pueriles? Esa es, tal vez, la ambigüedad fatal de “Don’t Look Up”. Porque, si lo que denuncia es así de grave, no debería pedirnos que nos riamos a carcajadas al conocerlo. Y si, a pesar de todo insiste en que lo tomemos en broma, entonces quiere decir que se trata de un trance apocalíptico de fantasía y que cualquier vínculo que le encontremos con los acontecimientos reales cae bajo nuestra responsabilidad.
Sin embargo, más allá del propósito que haya promovido la realización de este largometraje de cine catástrofe en tono de comedia, una solitaria virtud emerge al observar las reacciones del público y detectar la satisfacción que genera en los espectadores. ¿Es que nos sentimos identificados? ¿Con quiénes? ¿Con los que, sin profundizar demasiado, toman posición con un fanatismo futbolero? ¿Con los que se obstinan en ofrecer argumentos científicos ante una audiencia fascinada con la pseudociencia? ¿O es el embeleso del narcisista que observa su figura en el espejo y se encuentra irresistible, cuando en realidad posee el rictus de un demente?
Si “Don’t Look Up” pretendía adoptar el registro de una crítica social acerca de cómo la humanidad se encamina hacia la extinción, la colisión de un cometa contra la superficie de la Tierra no es la comparación más afortunada. En ese caso, estaríamos hablando de un evento fortuito y nuestra falla consistiría en no tomar a tiempo los recaudos para impedir el desastre. Pero eso no estaría siendo lo que nos pasa. No es algo que venga de afuera. Es nuestra propia inercia la que nos conduce a una colisión que, según se indica, ya se habría producido, y que en vez del exterminio inmediato, podría someternos a una lenta y dolorosa agonía.
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