Sergio de Loof, pionero del reciclaje
“Crecí en un chalet de Lomas de Zamora, me formé viendo películas de Ingmar Bergman, Rainer Fassbinder y Liliana Cavani en la Cinemateca Argentina pero fue en el Cottolengo Don Orione donde hice mi maestría en moda”.
La sentencia corresponde al artista y diseñador Sergio de Loof, quien surgió en la escena de la moda arty pregonada en 1989 desde la Primera Bienal de Arte Joven, la mayor manifestación de moda y arte que acompañó el regreso de la democracia. Pero, en lugar de debutar en la pasarela de la plaza San Martin de Tours como lo hicieran Gabriel Grippo, Andrés Baño, Gaby Bunader, Mónica Van Asperen y Pedro Zambrana, su campo de acción fueron los atavíos y las caracterizaciones de sus amigos y socios en el bar Bolivia, que ofició de punto de celebración y encuentro luego de los desfiles.
De Loof (1962-2020) fue el precursor local del reciclaje, al elogiar tesoros hallados en ferias de pulgas y legitimar en la escena local los modelos fuera de los estándares de belleza. Bolivia, situado en una casa añeja de San Telmo, fue el primero de una serie de bares y clubes nocturnos que ambientó con piezas de ferias de usado, collages con recortes de revistas Vogue y láminas de Fragonnard arrancadas de enciclopedias del arte. Lo había dispuesto junto con un grupo de amigos de su paso furtivo por Bellas Artes. Entre ellos, su musa y asistente Marula di Como, Nelson Murad, Alejandra Tomei y Beto Couceiro.
En ocasiones, los desfiles de De Loof cortaron la calle México al 300 y se extendieron al Garage H. Argentino- un salón de fiestas situado en la vereda de enfrente. Con el devenir de los años, entre 1991 y 1994, ideó los clubes El Dorado, Morocco, Caniche y Ave Porco. Unos y otros devinieron en salones literarios trasnochados para los contemporáneos a 1990 y tuvieron como común denominador las prédicas latinoamericanistas matizadas con el exotismo kitsch y la veneración por John Galliano, Vivienne Westwood y Jean Paul Gaultier.
Junto a Gabriel Grippo, Andrés Baño y Gaby Bunader cimentó una agrupación estética denominada “Genios pobres”, entre cuyos recursos de estilo asomaron ropas hechas con frazadas, los esparadrapos y patchworks de denim.
Los primeros happenings de moda de Sergio de Loof, que respondieron a los nombres de “Skandal, Costura de Cámara”, “Latina Winter by Cottolengo Fashion” y “Encantadores Vestidos”, se celebraron en espacios tan diversos como el Instituto Goethe, el Garage Argentino y el antiguo Museo de arte Moderno.
La figura y la obra de De Loof fueron veneradas también durante fines de 1990 y mediados de 2000 en la fundación Proa, Arte BA y la galería Agatha Couture, donde las piezas resultantes se rigieron por el método: “Siempre que termino una colección, lo que no se rompió va a parar a una bolsa de residuos debajo de mi cama hasta la próxima”.
La reconstrucción de sus trajes icónicos, los cuadernos privados y el interiorismo de sus clubes nocturnos ofician de disparadores de la muestra antológica “¿Sentiste hablar de mí?” que el Museo Moderno exhibe hasta abril de 2020 y fue curada por Lucrecia Palacios en base a la exhaustiva investigación en los archivos privados del artista, que custodia la fundación IDA (Identidad Diseño Argentino).
Moda visceral
En la fotografía en tecnicolor que ofició de invitación a la inauguración de la muestra, posó la pareja conformada en 2001 por la modelo Mariana Schurink y el artista Nahuel Vecino, vestidos con una bikini, flores y plumas en tonos rosa Schiaparelli, turquesa y amarillo. Correspondió a una imagen de campaña de la colección North Beach, la apuesta de Sergio para el verano 2001, cuyo estilismo homenajeaba a Ney Matogrosso y a Caetano Veloso. El leit motiv de la colección fue “la moda visceral y el fashion animal”. Si bien el desfile se anunció para el 19 de diciembre en los jardines del Museo Fernández Blanco, ante el clima de tensión política y el estado de sitio decretado tras la renuncia del presidente Fernando de la Rúa, los modelos debieron despojarse del arte plumario engarzado por el artistas Gustavo Ros y volver a sus casas con los cuerpos pintados con purpurina y sin desfilar. Finalmente, lo presentó durante febrero en los jardines de la Casa Joven de Palermo
Homenaje a Niní Marshall
Unos años antes, en 1998, entre sus lecturas irónicas sobre estilos argentinos, De Loof quiso rescatar los modismos de Niní Marshall y le propuso hacer un desfile a la Fundación Banco Patricios. El show consistió en un rescate y reciclaje de batones, vestidos camiseros, sacos a rayas, carteras de mimbre, ramilletes de flores textiles, sombreros variopintos, guantes y estolas de piel provenientes tanto del “Cottolengo Don Orione”, situado en Pompeya, como de la colección privada De Loof. En conjunto, la Colección Catita signé De Loof ensambló siluetas, morfologías, texturas y colores para recrear a Catita, Cándida y Giovanina Regadeira, en una pasarela que tuvo como única puesta los retratos de Marshall en blanco y negro a modo de instalación.
“Siempre prefiero que desfilen mis amigas artistas a modelos de agencias. Esta vez, me incliné por mujeres que no superaran el metro sesenta de altura y tendieran al punk, con personalidades fuertes y rebeldes semejantes a las de Niní. Elegí a una acróbata, una camarera, la diseñadora Prisl, la fotógrafa Josefa Correa, la pintora Gaby Sennes y la encargada del guardarropa de una discoteca. De todos los personajes de Niní Marshall, Catita es mi preferida porque dice lo que todos callamos. Es muy de confitería, viaja muy elegante en colectivo para ir a comer triples en la Confitería La ideal”, me dijo durante una entrevista para el suplemento Las 12 del diario Página/12.
Otro hito del estilo De Loof, cuyos figurines se pueden apreciar en el Museo de Arte Moderno, fue “Modisto a domicilio”, un proyecto presentado en una suite del Pop Hotel Boquitas Pintadas, que partió de la premisa de rescatar el oficio de las costureras a medida. Se anunció que De Loof visitaría a sus clientas provisto de un álbum con figurines. En la construcción de la colección, fue fundamental la participación del artista Nahuel Vecino, quien esbozó o una serie de figurines de temática de moda con sus técnicas de acuarela. Y admitió de trajes sastre a vestidos para el día y la noche.
Cazador de estilos
La fotografía fue otro campo para la experimentación. Cuando, en 2001, el Centro Cultural Rojas exhibió los retratos en blanco y negro que compusieron “Portraits of Contemporary Argentine Artists”, el hilo conductor de las fotografías respondía a un pedido explícito del artista para con los fotografiados: “Vístanse con algo de su placard que represente cómo les gustaría verse en la foto de la lápida junto a su tumba”. Cuando me invitó a participar de semejantes retratos, no vacilé en recurrir a una capa corta blanca; la sesión transcurrió en el estudio improvisado en La Victoria, otro proyecto de San Telmo en cuyo patio se presentaban poetas y cantores de tango, mientras que en la antesala, que antaño cobijó una radio, hizo lugar a un pop up store con una pequeña colección de camisas de algodón con morfologías de una guayabera.
En agosto de 2005, redobló la apuesta fotográfica cuando presentó “El Buscador”, un libro que exhibió un centenar de personajes posando en la terraza de El Diamante, un restaurante de Palermo donde el chef era Fernando Trocca. En su búsqueda de estilos alrededor de la gastronomía y sobre rigurosos telones blancos, documentó tanto a un repartidor de quesos, como a un criador de aves, al empleado de una lavandería rodeado de cientos de manteles y también al músico Ulises Conti, el cocinero Juan Marín, los artistas de Mondongo y el jabonero Martín Sabater.
El documental rococó
“Una historia del trash rococó”, fue el documental que el artista Miguel Mitlag estrenó en mayo de 2009 en el Bafici, luego de una década de filmar a De Loof en sus diversos proyectos.
El film puso énfasis en la importancia de los pizarrones atiborrados con máximas de estilo o bien los escritos con pluma y tinta china. Algunos fueron tema de una muestra en la Galería “Belleza y Felicidad” y otros se reunieron en los textos del libro “Panadería y Confitería La Moderna”, que en su pasión por los lugares vintage, presentó en la rotisería Miramar. También hizo lugar a reflexiones sobre el Café París, un bistró cercano a la Bond Street, y a las ficticias campañas de moda para la revista Wipe, de la cual fue socio fundador.
Interrogado acerca de la moda, anunció su intención de hacer una firma comercial cuya etiqueta reprodujera el signo pesos. Si bien buena parte de la trama gira alrededor de la neurótica relación con el dinero que tiene toda artista sin marchand, es vox populi que la riqueza de su obra reside en la escasez de recursos.
Cuando en 2018 Jean Paul Gaultier hizo un desfile en el CCK como correlato de “Amor es amor”, su muestra referida a atuendos para el matrimonio igualitario, De Loof esperaba que dieran el acceso a la sala en la vereda del Palacio de Correos, vestido con un jean que de tan grunge pareció romperse en mil hilachas, una camisa verde Prada, un cúmulo de joyas de fantasía en uno de sus brazos y una corona de hojalata clavada en su sien. Al verlo, el vestuarista Julio Suarez acicaló sus prendas como si se tratase de algún personaje pronto a salir en una puesta teatral. Horas más tarde, ya en un salón de fiestas, De Loof y Gaultier conversaron entre sillones de terciopelo. Interrogado por Gaultier acerca de la procedencia de su corona, De Loof argumentó: “Soy el rey de los pobres”.