El Colador de Acero

Sin darnos cuenta, durante décadas estuvimos disfrutando de blockbusters y best sellers con gusto a URSS. ¿Cómo nos llegó su ciencia ficción?

En épocas de guerra fría y carrera nuclear era normal que ─así como en EEUU─ en la URSS se estimulara desde temprana edad la fantasía acerca de las posibilidades de la tecnología y su impacto en la vida de las personas. Gran parte de las más impresionantes historias de Ciencia ficción del siglo XX se escribieron en ese país. Algunas de las que sobrevivieron a la censura soviética y a la gigantesca sombrilla cultural norteamericana, han estado llegando hasta nosotros en forma masiva desde muchos soportes. ¿Por qué no nos dimos cuenta?

Heredera del Imperio romano de oriente, con sangre eslava y vikinga, la sociedad rusa estaba familiarizada desde hacía siglos con el folclore fantástico y con géneros que hoy podríamos llamar proto-ciencia ficción. Además, puede jactarse ─con total justificación─ de ser la cuna de genios de las letras y del arte en general.

Sin embargo fue la era soviética la que propició la explosión de esta forma de literatura. Porque, a diferencia de otros, el género nauchnaia fantastika (ciencia ficción) estaba en línea con el marxismo científico que fue inspirador de la propia URSS. Así, en época adulta, muchos de aquellos niños fascinados y asustados con ese mundo de revolución-guerra-posguerra se pusieron a escribir y dibujar lo que imaginaban. Como resultado, se convirtieron en autores de las más alucinadas creaciones de su literatura. Acá no las conocemos. O, mejor dicho, sí las conocemos pero no lo sabemos. 

La novela rusa “Nosotros” (1921), de Yevgueni Zamiatin (que le provocó a su autor problemas con las autoridades soviéticas) es una distopía futurista en la que la sociedad vive sometida a la inflexible autoridad del “Bienhechor”. El yo ha dejado lugar al omnipresente nosotros en un Estado Único y próspero. Allí se puede extirpar quirúrgicamente el “ganglio” de la fantasía para evitar “los problemas” que pueden aparecer al escribir libremente poesía o hacer música. Y existe un “Departamento Oficial para las Cuestiones Sexuales” que toma diariamente las mediciones hormonales de cada persona, y determina los días en que se debe tener relaciones de ese tipo. 

Esta novela inspiró a Aldous Huxley para “Un mundo feliz” (1932) y a George Orwell para “1984” (1949).

En “El universo de Noon”, una serie literaria de los sesenta, Arkadi y Boris Strugatski, cuentan que un humano se pierde en los bosques de un planeta llamado Pandora. Mientras trata de regresar a su base de operaciones científicas y militares instalada ahí por los terrícolas, vive con los nativos y se enamora de una alienígena de nombre Nava. 

James Cameron, no muy sutil, tomó de ahí su idea para el blockbuster “Avatar” (2009).

Otras historias traspasaron el Telón de Acero y entraron al occidente capitalista de forma directa gracias al cine. Muchos de los lectores de estas líneas deben recordar, por ejemplo, la película rusa “Stalker” (1979), de Andrei Tarkovski. Tuvo una accidentada producción, se quemaron los negativos y hubo que rehacerla casi desde cero y con muy poco dinero. Pero así terminó convirtiéndose en una de las obras de culto del lenguaje cinematográfico de todos los tiempos.

El argumento está basado en una novela corta, también de los hermanos Strugatski, “Picnic al borde del camino” (1972). Aquí, tras la breve visita de unos seres extraterrestres que no hicieron contacto con humanos, “la zona” de aterrizaje fue arrasada. Un área bastante grande, incluida parte de una ciudad, quedó inhabitable. Salpicada de toxinas inmundas y objetos extraños, tal y como queda el sitio en el que las pequeñas formas de vida son aplastadas por los viajeros al estacionar su auto para bajar a estirar las piernas o fumar un cigarrillo. Debido al desastre y al hecho de que las leyes físicas habían quedado ahí alteradas de formas incomprensibles para la ciencia, el área fue cerrada. La ONU determinó mantenerla bajo investigación a través una serie de laboratorios instalados cerca. El libro cuenta la historia de uno de los “stalkers”, gente que se juega la vida entrando ilegalmente para guiar a curiosos a cambio de dinero; o para conseguir artefactos abandonados por los visitantes y luego venderlos en el mercado negro.

La película de Tarkovski tiene algunas modificaciones con las que los escritores estuvieron de acuerdo. Había que ajustarla a las posibilidades tecnológicas y presupuestarias que tenía aquel a fines de los ’70.  

“Picnic…” también inspiró al escritor y guionista norteamericano Michael Crichton, autor de Jurassic Park y varios best sellers. En este caso, a partir del artefacto más misterioso e importante de la novela, haciéndolo aparecer en una de sus obras, “Esfera” (1987). Esta también se adaptó a la pantalla a fines de los noventa y fue protagonizada por Dustin Hoffman, Sharon Stone y Samuel L. Jackson.

Quizá podamos considerar lo que sostiene el cineasta Jim Jarmusch acerca de la preocupación por hacer algo “original”. Él dice que eso no existe. Todo es una versión de algo previo. Lo único valioso ─agrega─ es la autenticidad. Y cita a Godard sobre la pregunta por la inspiración artística: “No importa de dónde saques las cosas, lo que importa es a dónde las lleves”.

Al leer ciencia ficción rusa se puede entender que los sueños y pesadillas no diferían mucho entre los dos actores de aquel mundo bipolar y sobre-ideologizado. Y se puede encontrar, escondido a plena vista, un aspecto de la personalidad rusa que de otro modo nunca conoceríamos. Ellos conviven con ciertas “zonas”. En su imaginario pesan los cementerios de la industrialización acelerada de la URSS, y los de la pugna por su supremacía nuclear. Un videojuego ucraniano que, en un guiño, se titula “S.T.A.L.K.E.R.: Shadow of Chernobyl” hace referencia a esta idea de que hay llagas supurantes en el territorio. Un territorio cargado de misticismo y que defienden con la vida.

Las que mencionamos no son las únicas obras de SciFi que inspiran a autores de otras sociedades, también oprimidas o víctimas inconscientes de la autoexplotación a la que las invita la posmodernidad. Y difícilmente sean las últimas que hablen de la tecnocracia y de la incapacidad de los gobiernos para responder adecuadamente a las demandas y consecuencias de un desarrollo científico siempre tributario de la lógica de mercado.

Mientras tanto, mientras se escriben nuevas historias, los trabajadores del Ministerio de la Verdad, los habitantes del mundo feliz de Pandora ─o del de Huxley─, y los melancólicos stalkers rusos, se adueñaron del espíritu romántico con el que intentamos atravesar las “zonas” que, como humanidad, más nos duelen. 

1 comentario
  1. ANA PAULA FLORES dice

    IMPECABLE ESTA NOTA. NO TENIA IDEA QUE TANTO UN MUNDO FELIZ COMO 1984 NI AVATAR TENÍAN TANTO LINAJE RUSO. QUE BUENO ES SABER ESTO, Y SACARNOS LAS IDEAS DE LO QUE LA PROPAGANDA NORTEAMERICANA HIZO DE LA URSS, CUANDO LUEO TOMARON TANTO DE ELLOS COMO CUERVOS, EN EL TEATRO, EN LA LITERATURA Y ARTES PLÁSTICAS NI HABLAR.. GRACIAS MARINA

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