MILEI Y EL ANARCO-CAPITALISMO TEÓRICO EN JOGGINETA

“Tengo la misma sensación en el estómago que cuando le presté por primera vez el auto a mi hijo de quince años” – me confesó un amigo pocos días después de la asunción de Javier Milei. Cabe aclarar que mi amigo, al igual que casi el 40% de la población argentina, transita esa amplia autovía ideológica, desfanatizada de peronismo-antiperonismo, que alterna su voto o que directamente no lo emite. Eso que el liberalismo condescendiente dio en llamar la Amplia Avenida del Medio y el progresismo jacobino refiere despectivamente como Corea del Centro.

Al igual que casi el 40% de los argentinos, mi amigo se maneja dentro de los promedios, porque entiende que en las democracias modernas –al igual que en la antigua Grecia- el promedio es una cuestión cultural. En la práctica, se puede tolerar un poco de corrupción, saludable inclusive para aceitar los mecanismos productivos, pero cuando la malversación excede al promedio aceptable todo el mundo la condena. Se pueden aceptar algunos privilegios de la clase dirigente, pero cuando esos privilegios comienzan a parecerse a las prerrogativas monárquicas, el ciudadano común frunce la cara como si oliera azufre. Se puede convivir con un poco de inflación, siempre y cuando no supere al promedio. Una administración puede absorber algunos escándalos, media docena de carpetazos y hasta un par de cadáveres, pero nada que supere los límites aceptables del ciudadano promedio bienpensante. Lo mismo pasa con la inseguridad, con el garantismo, con los derechos civiles, con los impuestos y con todo lo que hace a la vida institucional de un país. Da la sensación de que ese 40% de los argentinos es el aparato autoregulador del organismo vivo que conforma el conjunto social, reaccionando, cual glóbulos blancos, a los virulentos embates de las posturas ideológicas extremas instauradas.

¿Pero acaso Milei representa ese punto de equilibrio que restaurará el promedio, luego de dos décadas de hegemonía kirchnerista? A primer golpe de vista da la impresión de que no. Más aún, su discurso incandescente, sus vituperios y sus tempranas medidas de gobierno amenazan con arrasar cualquier punto de equilibrio.

Entonces, ¿por qué Milei?

 

La entidad de la nada

Se pueden improvisar infinitas teorías sobre ¿por qué Milei?, pero la que a mí más me seduce es la de la Entidad de la Nada. La Entidad de la Nada no define lo que quiero sino lo que no quiero y a partir de allí construyo lo que sí quiero a través de la antítesis. Es como el amor platónico. Sin conocerlo, fabrico las características del objeto de mi amor según los parámetros idealizados del inconsciente cultural colectivo. Cada uno de los votantes de Milei –incluyendo buena parte de sus acólitos- construyeron en su cabeza al Milei que querían, que deseaban, que amaban, que necesitaban, que les convenía. Algunos le asignaron valores anti-casta, otros, consignas desreguladoras y hasta los más ingenuos quedaron cautivados con el canto de sirenas de la dolarización. Algunos lo vieron más alto, más delgado, más elegante, mejor peinado; otros sostenían que “sus ojos son más celestes de lo que se ven en la tele”.

Sin embargo, Milei no es nada de esto. Y lo es todo.

Milei es lo que vos quieras que sea.

Algo así como un presidente del metaverso, llegado hasta nosotros a través de las redes y la parafernalia tecnocrática de nuestros tiempos. Un presidente do it yourself, que se arma como un mueble comprado en Sodimac. A Milei lo creó cada uno de sus votantes en su cabeza, cual superhéroe imaginario, para que lo salve de tanta infamia.

El verdadero Milei es un tipo inconsistente, irrelevante, inmaduro, narcisista. Es como esos pibes medio raros que pretenden llamar la atención con su excentricidad (que, a decir de Cerati, en su caso es más bien ridiculez). Tanto mastín sobredimensionado, tanto sexo tántrico, tanto amor fraternal y tanto grito pelado hablan más de carencias que de virtudes. Milei es un personaje bizarro engrilletado en el contexto pretencioso y elegante de la cultura liberal vernácula. Si bien su entorno y los medios antikirchneristas han hecho denodados esfuerzos por revestirlo de una mística áurea, el carisma, el encanto y el liderazgo le han sido esquivos.

Pero, ante todo, Milei es un personaje contradictorio. Y no se contradice en su discurso porque, fieles a la verdad, hasta ahora sus medidas han sido medianamente consecuentes con sus promesas. Su contradicción es ideológica y tiene que ver con su vida antes de la política.

Es cierto, cuando alguien aparece en TV hablando de minarquismo o anarcocapitalismo son muchos los que no entienden y muchos otros prefieren escuchar solo una parte de esa última palabra. Lo cierto es que el 56% de los argentinos votaron a un anarquista. ¿Un qué? ¡Sí, un anarquista! ¡No puede ser, si Milei quiere poner mucha policía y Bullrich va a construir muchas cárceles! Querido ciudadano de Corea del Centro, lamento informarle que usted ha votado a un anarquista. Pero no entre en pánico, nuestro personal de a bordo le proveerá mascarillas de aire y bolsas de papel para evacuar las nauseas.

 

La joggineta antibala

Reconozcamos que el anarcocapitalismo es la prima casquivana del anarquismo. Sí, el mismo anarquismo que pensaron Proudhon, Malatesta, Bakunin, Kropotkin entre tantos otros. Pero, en cualquier caso, ya sea el soñado por Godwin (anarquismo puro) o el imaginado por Rothbard (anarquismo liberal), supone una supresión absoluta de la autoridad y las jerarquías. Una guerra declarada a las instituciones del estado*. Lo que sorprende de Milei -y contradice su discurso- es lo que su propio examigo y exsocio Diego Giacomini le reprocha: pretender combatir el sistema aliándose al sistema. El mismo Milei justificará en la intimidad tal o cual estrategia solapada, pero sentarse en el Sillón de Rivadavia rodeado por caras photoshopeadas e indescifrables y utilizar chaleco antibala debajo de la joggineta Under Armour poco tiene que ver con la revolución antisistema que muchos esperaban. Reemplazar una casta por otra y volver a ver algunos rostros que ya creíamos obsoletos no es la definición que mantenía expectantes a ese 40% de argentinos. Relanzar medidas, otrora fracasadas, con las mismas fórmulas de pobreza y los mismos discursos de optimismo diferido tampoco parecen recursos que reflejen una nueva era. Quizás el Milei pre-reunión-con-Macri estaba imbuido de una inocencia ideológica que hoy, post-reunión-con-Macri, el libertario de paladar negro añora y el votante común agradece. Milei es esa “nada” que el 56% supo construir desde el imaginario colectivo y hoy se encuentra con uno más de los tantos que pasaron. Sin más herramientas que sus libros de teoría económica de Escuela de Chicago y, en apariencia, sin el suficiente temple para conducir un país inmanejable como éste, Javier Milei se perfila como otro presidente más de la Argentina fallida.

Los que no están enojados, decepcionados o esperanzados sienten la misma sensación que mi amigo. Le han prestado el coche a su hijo adolescente para salir un sábado a la noche. Quizás no pase nada. Quizás termine con los dedos pintados en una comisaría. Mientras tanto, es inevitable rezar.

 

 

* No es error gramatical, es desacralización ortográfica (N. del E.).

Los comentarios están cerrados.