GUÍA RÁPIDA PARA NO CONVERTIRSE EN UN CANGREJO ERMITAÑO. DE REDES Y POLARIZACIÓN

Si este eterno año electoral me dejó algo picando, es lo radicales que se volvieron algunas opiniones. Posturas que se encuentran completamente polarizadas y cegadas. Desapareció la mirada empática que nos permitía entender al otro. Capaz que lo experimentado en el grupo del fútbol de los martes o capaz que en las misma oficina, dónde antes nunca se habían dado estas discusiones. Pero.. ¿por qué nos cuesta tanto entender la postura del otro?, ¿en qué momento nos volvimos tan radicales? Si el mundo tendía a ablandarse, ¿en qué momento nos endurecimos de tal forma?

 

Las redes como medio de comunicación privilegiado

De un tiempo a esta parte fuimos reduciendo significativamente nuestro consumo de medios de comunicación tradicionales y aumentamos exponencialmente el consumo de medios digitales. Pero rebobinemos un poco, ¿cómo sucedió esto? Hay muchísimos factores, pero hoy me permito el reduccionismo. 

Hubo un tiempo en que nuestro consumo de información mediática era principalmente mediante diarios y revistas, después pasamos a la radio, hasta que la radio entró en una etapa de decadencia por su programación comercial, luego llegó la TV y quizá nos volvió más plurales porque el zapping nos hacía ir variando en programación, después la caja se homogeneizó al caer  en las manos de un par de empresarios y grupos económicos. Mientras los distintos medios se peleaban por audiencias y medían rating, llegó internet y lo cambió todo, pluralizó y democratizó el acceso a la información, nos convirtió en generadores de contenido y pasamos de consumidores a prosumidores. Cuando llegaron las redes nos sumergimos en ese mundo, avanzamos en tecnología a niveles exorbitantes que nos permitieron llevar todo en nuestros teléfonos y ahora los convertimos en nuestros medios de información privilegiados. Hoy le dedicamos una gran porción de nuestras vidas al mundo digital y al ciberespacio, por ejemplo, en mi caso, paso 15 horas por semana en Instagram, 5 horas en Facebook, otras 15 horas en Whatsapp y el resto visitando páginas porno, quise decir leyendo artículos académicos. 

 

El caparazón y el algoritmo

Como si fuésemos cangrejos ermitaños, vamos por las redes probándonos distintos caparazones, el algoritmo se encarga de mostrarnos contenidos similares a lo que buscamos anteriormente, calcula el tiempo de visualización, cuáles contenidos pasamos más rápido, cuáles nos interesan y así nos va hipersegmentando hasta llevarnos a un universo único construido para nosotros mismos, donde todo está hecho a medida. Este funcionamiento del algoritmo de recomendación logra que nos veamos expuestos a opiniones y perspectivas que coinciden con las nuestras, reforzando nuestras creencias y limitando la exposición a puntos de vista alternativos. En los buscadores de internet, este efecto se llama filter bubble; en las redes sociales, echo chambers (cámaras de eco). Así se logra un efecto burbuja en la que la cantidad de tiempo en la que interactuamos en las redes sociales es inversamente proporcional a la pluralidad dentro de ese contenido.

 

Desinformación, fugacidad y la falta de tiempo para chequear

Las noticias falsas, la desinformación y el contenido sensacionalista se propagan rápidamente en las redes sociales. Cuando la gente está expuesta a información inexacta que respalda sus opiniones preexistentes, esto aumenta la polarización al reforzar ideas extremas y generar desconfianza hacia quienes tienen opiniones diferentes. 

Ya no es importante la verdad, importa el impacto y la inmediatez, la fugacidad de la información nos lleva a no chequear las fuentes. Y seamos sinceros, si tu ex te mintió tanto, no es tan importante que te mientan los medios. Recordemos la campaña presidencial de Donald Trump quien, además de la difamación sobre el lugar de nacimiento de Obama, fue electo presidente basándose en una estrategia electoral en buena medida exitosa por la divulgación de fake news en un contexto donde el 44% de la población se informaba mediante redes sociales, según el Pew Research Center. 

Estamos en un contexto de posverdad donde la verdad objetiva puede ser subvertida por narrativas emocionales o por información sesgada que se difunde con el objetivo de influir en la percepción pública o en la opinión de las personas. Es este el contexto que le da vida al Fake New como una nueva herramienta de polarización. 

Y es en este contexto de posverdad donde la búsqueda de la verdad requiere un esfuerzo conjunto tanto a nivel individual como colectivo, enfocado en promover el pensamiento crítico, la ética en la comunicación y la valoración de la información objetiva y verificada.

 

Despersonalización y trolls 

En las comunicaciones que se tejen de manera virtual surge el fenómeno de la despersonalización. Puesto que la comunicación en línea carece de las señales no verbales y la empatía asociada con las interacciones cara a cara. Esto lleva a discusiones más polarizadas y menos empáticas, donde las personas se sienten más libres para expresar opiniones extremas o atacar a quienes no comparten sus puntos de vista. Como si el hecho de mediar pantalla o teclado nos exculpara por nuestros actos en el mundo cibernético, nos volvemos violentos e hirientes con el otro. No obstante, esta problemática no se limita a las redes; estas plataformas podrían entenderse como un espacio de práctica para el daño que luego se podría trasladar al ámbito presencial.

La facilidad en el acceso a las redes sociales, donde un simple correo electrónico sin verificación permite la entrada, facilita la presencia de trolls. Estos individuos, resguardados por el anonimato o perfiles falsos, difunden mensajes provocativos y alimentan la difusión de noticias falsas. Además, actores externos, como grupos de interés, incurren en estas prácticas con la intención deliberada de fomentar la división y polarización social. Lo hacen propagando desinformación o avivando controversias para minar la cohesión social.

 

La personalización de la experiencia nos conduce al extremismo individual y colectivo

El dueño de la maquinita de generar ideas decidió hace poco que la personalización de la experiencia era el norte y hacia allá fuimos. Capaz que se nos fue la mano y acá estamos viviendo realidades completamente personalizadas en las que solo vemos una cara de la moneda. Cara (o ceca) en la que la realidad que percibe el otro se nos hace completamente ajena e incomprensible. Este es el caldo de cultivo donde se generan los pensamientos extremistas. Ante una población completamente anómica y polarizada, buscamos cobijo en quienes piensen como nosotros, pero nuestros pensamientos cada vez más distanciados nos llevan a extremos que se alejan progresivamente del centro, la empatía y la comprensión del otro. Y aclaro que no estoy hablando del Ku Klux Klan o de un nuevo grupo de skinheads. Podemos verlo también en swifties, inofensivas a simple vista, luchando a fuerza de puño y armas blancas, disputando sus rangos en un pogo asesino. Los políticos en distintas latitudes que consiguen grandes porciones de votos a través de mensajes de odio y posiciones radicales no hacen más que reflejar este fenómeno social.

Retomemos el enfoque individual. Aunque señalar el extremismo es una posibilidad evidente y sencilla, a menudo pasamos por alto que aquellos que abrazamos posturas moderadas o más políticamente correctas también carecemos de empatía hacia las opiniones ajenas. Nos encerramos en nuestra propia realidad sin explorar el universo paralelo del otro, quizás porque los algoritmos no nos lo muestran y estamos demasiado arraigados en la convicción de nuestra propia verdad. Los portales de noticias nos presentan la información a nuestra medida, sin exponernos a la versión que ve el otro lado; las páginas que seguimos nos muestran recortes que favorecen nuestra perspectiva. Nuestra supuesta posición se convierte así en un teatro montado ante nuestros ojos para mantenernos consumiendo la pantalla exclusivamente diseñada a nuestra medida. Me refiero al consumo no solo en términos de información, sino también a cómo interactuamos con el mundo. Y hablo de consumo sin querer meterme en el embrollo de analizar lo que sucedería si un interés distinto al meramente comercial estuviera tejiendo las redes de la personalización  de nuestro contenido. Al parecer estamos entrando en un 2024 que ni George Orwell hubiera osado vaticinar. 

 

¿Pero qué hacemos?, ¿nos entregamos a la posibilidad de la dominación mental?, ¿abandonamos la civilización y nos refugiamos en el corazón de la selva? No, nada de eso, y si el algoritmo te lo propone, apagá ese teléfono o mirá un rato el Instagram de un amigo. Lo ideal sería que, entendiendo cómo las redes están provocando esta grieta, podamos optar por volver a consumir información de una forma más variada y responsable. Pero también ser más empáticos en nuestra relación con el otro, con el que piensa distinto. Entender desde dónde piensa y cómo llegó a pensar de esa manera quizá nos ayude a desentrañar nuestro propio mapa de pensamiento. Usemos al otro como un espejo en el que podamos reflejarnos y entender(nos) mejor.

En esta tarea ética que debemos emprender de manera individual y colectiva resulta elemental fomentar la alfabetización mediática y digital, promover el pensamiento crítico al consumir información en línea y fomentar el diálogo constructivo y respetuoso entre personas con opiniones divergentes. Además, debemos reclamar transparencia en la forma en que funcionan los algoritmos de redes sociales y una regulación más efectiva.

Esta será la única forma en la que el vidriero libertario pueda coexistir en armonía con el herrero peronista en el mismo grupo de WhatsApp.

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