MEMORIA
Lo observo mientras duerme tranquilo en esa posición, de costado y de espaldas a mí. La cabeza semiflexionada, los brazos apenas hacia adelante y los antebrazos cruzados sobre el pecho, los muslitos buscando llegar al abdomen y las pantorrillas intentando tocar la parte de atrás de los muslos. Se llama “posición fetal”, porque es idéntica a la postura dentro del útero.
En la luz tenue de la habitación, repaso con la vista que el pañal no se haya corrido, me fijo que la cabeza esté un poquito levantada para que él no se ahogue y que las barandas del costado de la cama estén bien colocadas para que no corra ningún riesgo de caerse.
Me acerco con sigilo y prudencia, rodeando la cama, intentando llegar a la parte de adelante. Aprovecho para disfrutarlo un ratito, porque sé muy bien que el momento va a durar eso, solo un ratito.
En las últimas semanas, a ninguno de los que lo cuidamos nos dejó pegar un ojo. Se despertaba y en un sollozo apenas audible a corta distancia, llamaba a su mamá. Le decía: “mamá, mami, mamita, ma…” una y otra vez hasta que volvía a dormirse. A veces con los ojos abiertos y a veces cerrados.
Llego al otro lado de la cama y le veo la cara. Aunque no soy su papá, le acaricio la frente y la mejilla para calmarlo, con la dosis justa de suavidad y presión, intentando guardar en el pulpejo de mis dedos la geografía de su piel. Con un pañito húmedo, para no lastimarle la piel finita con textura a papel manteca, limpio la saliva que discurre por la comisura labial de esa boca sin dientes. Pienso que alguna vez deben haber hecho eso conmigo; y al pensarlo, me invade la ternura.
Mientras le seco con mucho cuidado la boca y le quito una pequeña lagañita amarillenta como azafrán húmedo, no puedo controlar la emoción de verlo así, tan chiquito, indefenso, vulnerable, dependiente de todo.
La demencia y el ACV dejaron a mi abuelo como un feto, no solo en posición sino también en función. El cuerpo, su cuerpo, implosiona en memoria fetal. La materia de carne y hueso, volviendo a su origen.
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