LA MADRE MÍSTICA DEL ARTE ABSTRACTO
Mucho tiempo antes que pintores como Piet Mondrian, Kazimir Malévich o el mismísimo Vasili Kandinski, considerados los padres de la pintura abstracta, existió una pintora con una vasta obra dedicada al arte abstracto.
Para cuando Kandinski realizó su primera pintura abstracta en el año 1910, Hilma Af Klint ya había hecho las suyas en 1906, es decir cuatro años antes.
Sin embargo, ella mantuvo una doble vida hasta incluso muchos años después de su muerte, porque no fue sino hasta la década de 1980 que se conoció su obra dentro del arte abstracto.
Hilma Af Klint había nacido en Suecia el 26 de octubre de 1862 y fue una de las primeras mujeres que logró formarse en una academia, ya que hasta entonces ese era un lugar que les estaba vedado.
Corría el año 1888 cuando Af Klint ingresó a la Real Academia Sueca de Técnicas y Bellas Artes -uno de los pocos centros que admitían mujeres-, donde se dedicó durante cinco años a estudiar Paisaje y Retrato.
Pero, pese a haber pertenecido a la primera generación de mujeres europeas artistas formadas dentro de una academia, no fue bien recibida en los círculos artísticos de la época, reservados al género masculino.
Las corrientes y ella fueron siempre por dos andariveles distintos y Hilma se dedicó a seguir su propio camino, en el que aparecieron aquellas formas abstractas que pintaba guiada por espíritus que le hablaban desde el más allá.
Durante toda su vida, ella sólo tuvo cierta reputación entre los círculos de Estocolmo por los paisajes y retratos que pintaba para la burguesía.
Pero, tras su muerte en un accidente cuando tenía ya 81 años (como dato curioso: murió el mismo año que Kandinski, Mondrian y Munch), los herederos se dieron con que había más de 1000 pinturas, dibujos y escritos de la artista que estaban ocultos.
Y hay más, la pintora le dejaba un expreso pedido a su sobrino -ella jamás se había casado ni tenido hijos-: que toda esa obra que había permanecido oculta no se diera a conocer sino hasta pasados al menos veinte años desde su muerte.
Y su última voluntad se cumplió con creces, porque su obra estuvo aguardando su tiempo durante veinte años, escondida en el granero de una granja; pero, cuando la sacaron de allí por pedido expreso del granjero que ya no podía conservarla, las pinturas volvieron a ser cubiertas por un manto de silencio y escondidas del mundo durante dos décadas más en un depósito.
Esta faceta oculta de la artista había aflorado en 1880, cuando la muerte se llevó a su hermana pequeña por una enfermedad y aumentaron en ella las inquietudes sobre la supervivencia del alma después de la muerte.
Para ese entonces, Hilma Af Klint comenzó una búsqueda espiritual que sería esencial en su producción artística.
Se unió a la sociedad teosófica de Estocolmo, una organización que sostenía que el conocimiento de Dios se podía alcanzar sin necesidad de la revelación divina y que creía en la transmigración de las almas; y conformó el Grupo De Fem con Anna Cassel, Cornelia Cederberg, Sigrid Hedman y Mathilda Wilsson. Cinco mujeres unidas por un interés común: el arte y el espiritismo.
Este grupo se reunía los viernes y realizaba sesiones espiritistas a través de las que recibían enseñanzas del más allá. Al principio lo hacían con el método de la vasografìa y después a través de meditaciones y trances en los que Hilma Af Klint oficiaba de médium.
En estos círculos espiritistas practicaban también la escritura y la pintura automática a partir de las sesiones de espiritismo (ambas serían la antesala del Cadáver Exquisito de los surrealistas).
A partir de estas experiencias, la pintura de Hilma Af Klint sufrió una transformación que la liberó de su formación académica y ya para el año 1906 su trabajo artístico dio un giro hacia una nueva pintura abstracta.
Era una época de muchos avances y descubrimientos, y la ciencia, el arte y el ocultismo tenían fronteras muy difusas. La sociedad entera miraba con mucha atención ese mundo nuevo que empezaba a descubrirse, en el que había muchas más cosas que las que alcanzaba a ver el ojo humano.
Y había algo en Hilma que la distinguiría radicalmente de la manera en la que los padres del arte abstracto concebían este tipo de pintura. Porque mientras ellos prestaban especial atención a las formas y a los colores, ella pintaba lo invisible para hacerlo palpable, con los “altos maestros” guiando su mano.
En sus obras aparece muy marcado el tema de la dualidad universal: el todo y la nada; el macrocosmos y el microcosmos; la materia y espiritualidad; lo masculino y lo femenino.
Hilma Af Klint dedicó también largos periodos de tiempo al estudio. Estudió la cristiandad esotérica y toda la literatura de (Rudolf) Steiner, fundador de la antroposofía, corriente que busca relacionar la divinidad con la sabiduría humana.
Hay quienes señalan que habría sido el propio Steiner quien le sugirió no mostrar su obra a sus contemporáneos porque no la entenderían.
Además de filósofo, Steiner era un ocultista y miembro destacado de la Sociedad Teosófica. Él la había conocido en 1908 y le había dicho que la sociedad de ese entonces no estaba lista para su obra, que la guardara por lo menos unos veinte años tras su muerte.
Así es que hasta la década de 1980, cuarenta años después de su muerte, Hilma Af Klint ha sido una desconocida en materia de arte abstracto, incluso para los historiadores del arte.
En la actualidad, museos y galerías han comenzado a exhibir su obra, aunque en ocasiones no se la incluye con los pintores abstractos, como sucedió en una pequeña exposición realizada en Los Ángeles en 1986; o más recientemente, en 2012, cuando el MOMA no la incluyó en una muestra sobre los pioneros de la abstracción.
Aunque nadie es profeta en su tierra, en 2013 la ciudad que la vio nacer realizó la primera exposición en el Museo de Arte Moderno de Estocolmo de esta pionera de la abstracción, la madre del arte abstracto.