JE SUIS JULIAN ASSANGE
Tras diez años de encierro, acoso y vigilancia a toda su familia, la jueza Vanessa Baraitser denegó la extradición de Julian Assange a los EUA. WikiLeaks, la agencia de noticias fundada en el año 2006 por Julian Assange, ha difundido -fundamentalmente gracias al aporte de donaciones de internautas cuyo anonimato está garantizado- documentación que hiere el corazón mismo de la arquitectura financiera neoliberal. Entre otras cosas, WikiLeaks demostró el carácter fraudulento de la quiebra de uno de los principales bancos de Islandia en el 2008 -quiebra que pusiera fin al sueño islandés de libre mercado endeudando a su población en un valor equivalente a doce veces su producto bruto interno; una lista interminable de cuentas offshore de grandes empresas, primeros ministros y presidentes de todo el mundo. Mas también reveló información sensible a intereses geopolíticos estratégicos del país que se presenta ante el resto del mundo como una democracia ejemplar: medio millón de informes secretos sobre abusos cometidos por tropas norteamericanas en Afganistán e Irak; el manual de procedimiento penal del Ejército en la base de Guantánamo; y cientos de miles de cables de distintas embajadas estadounidenses al Departamento de Estado. A Julian Assange su gallardía le valdría el pedido por parte de los Estados Unidos de 175 años de prisión. El lunes 4 de enero, Vanessa Baraitser concede la liberación de Assange basando el fallo en razones humanitarias: atender al delicado estado de salud física y mental del acusado agravado por 7 años de aislamiento en la embajada de Ecuador de Londres, y tres más en una prisión de máxima seguridad de Inglaterra. El fallo de la jueza, empero, no atiende al pedido de la Defensa que denunció persecución política contra el periodista y grave cercenamiento contra la libertad de expresión. Estamos así frente a un veredicto necesario pero insuficiente. En efecto, la sentencia de la jueza alcanza para la liberación de Assange pero no resulta decisivo para garantizar a nivel global derechos básicos como el del libre acceso a la información. No obstante, cualquier reclamo, antes que a la jueza, deberíamos pensar en dirigirlo hacia nosotros mismos. ¿Qué hacemos para liberar a lxs Julian Assange?
El espíritu hacker de Julian
Actualmente la palabra hacker no goza de buena prensa. En nuestro imaginario la tenemos asociada a individuos virtuosos en las artes algorítmicas dispuestas para perpetrar delitos informáticos que dañan severamente la base de datos de civiles y de empresas. Pero esto no es así. La primera comunidad de hackers se conforma a principios de los ‘70 en el Laboratorio de Inteligencia Artificial del MIT. El termino hacker, si bien nace en el seno de esa comunidad científica, no hacía referencia a la expertise alcanzada por los computólogos del Laboratorio sino al hecho de que toda información, todo resultado obtenido tras penosos esfuerzos, y en particular, el código fuente de los programas que se estaban desarrollando por entonces, se compartía abiertamente. Un hacker se caracteriza ante todo por su espíritu comunitario, su entusiasmo para investigar, intercambiar y compartir con colegas y con toda persona que esté interesada en aprender; ante todo, un hacker se define por su credo en que la información es un derecho que debe estar garantizado. Frente al fenómeno de temprana privatización de la información, en la década de 1980 se funda el movimiento de Software Libre, una corriente que con toda sensatez, aunque hasta el día de hoy en relativa soledad, defiende en clave computacional el derecho al libre acceso a la información bajo la licencia de copyleft -denominación ésta que con buen humor marca un claro distanciamiento con la licencia de copyright. Los enemigos del software libre tienen nombres muy concretos: Google, Microsoft, Amazon y Facebook. El enemigo ha logrado que a la población le resulte completamente natural la toma y manipulación de sus datos personales -e íntimos- y la restricción al código fuente de los programas. Análogamente, Julian Assange confronta, hoy como ayer, contra un poder centralizado cuyos hilos WikiLeaks contribuyó a visibilizar. Pero además, confronta contra la indiferencia del público en general por defender el libre acceso a información de calidad. Sin duda, la apatía frente a la evidencia y la injusticia por parte de una sociedad aficionada a la fake news, es la materia prima que permite perpetuar el estado actual de cosas.
A no tirar la toalla
En Fahrenheit 451, la célebre ficción de Ray Bradbury, se plantea un escenario futurista y distópico. El estado emprendió la quema total de libros. Dispone de un brazo, el de los bomberos, que persigue e incinera llegado el caso todo recinto que pueda cobijar algún volumen. Nada queda en pie; junto a los libros, las paredes y las propias personas se reducen a cenizas. Luego de cinco décadas de devastación, Montag -el personaje principal de la novela- pretende iniciar una revolución que doblegue al estado opresor y piromaníaco que gobierna, iniciando un proceso de reinserción de la cultura distribuyendo los pocos volúmenes que no fueron alcanzados por el fuego. Faber, uno de los últimos académicos que habita la ciudad y que decide acompañar la rebeldía de Montag, con gran lucidez advierte:
“El público ha dejado de leer por propia iniciativa. Ustedes, los bomberos, constituyen un espectáculo en el que, de cuando en cuando, se incendia algún edificio, y la multitud se reúne a contemplar la bonita hoguera, pero, en realidad, se trata de un espectáculo de segunda fila, apenas necesario para mantener la disciplina”.
El corazón distópico de la novela se encuentra magistralmente planteado en las citadas palabras de Faber. La quema de libros sin duda es algo atroz, mas anacrónico también. Una sociedad con libros pero desprovista de lectores, empero, la representación más acabada del fin de nuestros sueños. Que Julian Assange, sus revelaciones y padecimientos, nos importen. Que al poder le sea todavía una molestia que se descubran sus secretos. Tenemos que conocer. Merecemos conocer.