INSTAGRAM, FACEBOOK Y OTRAS DROGAS DE DISEÑO
EDITORIAL
Uno a uno van desfilando frente a la pantalla los protagonistas. Todos entran en cuadro y se sientan en un banquillo que metafóricamente los acusa. Las manos de una maquilladora en sus caras nos diluye la ilusión de juicio –o quizás no-. Allí están, el inventor del botón “me gusta” de Facebook, el ex director operativo de Pinterest, el ex gerente comercial de Google, la ex jefa de programación de Instagram, sólo por nombrar algunos. La lista de arrepentidos es larga. Todos ellos estuvieron vinculados de una u otra forma al desarrollo de alguna red social y ahora se lamentan, como modernos Oppenheimers (el desarrollador de la bomba atómica, no el periodista), que repentinamente descubrieron el poder destructivo de sus inventos. The Social Dilemma es un documental más de la pantalla de Netflix que cuenta en primera persona lo que todos ya sabemos, pero su mera temática nos pone de cara a una realidad ineludible: el lado B de las redes sociales. Esto no es una novedad para nadie. Todos, consciente o inconscientemente, sabemos que a través de las redes nuestros algoritmos de preferencias, consumos, pertenencias, adhesiones, simpatías y detracciones están siendo procesados, clasificados y archivados por descomunales servers a los que la eufemística actual dio en llamar Big Data. Lo vimos en otro documental espeluznante The Great Hack, en el que asistimos, no sin asombro, a la manera en que se comercializan las bases de datos cualificadas y depuradas para desarrollar campañas políticas en distintos países. Cualquiera de los dos audiovisuales revelan un escenario actual y futuro tan palpable como apocalíptico. Todas nuestras decisiones son susceptibles de ser anticipadas y manipuladas a través del seguimiento que las corporaciones de social media hacen de nuestros perfiles. Si eso no es el Big Brother de Orwell no sé que otra cosa lo es. Con una diferencia. El escenario distópico de 1984 era compulsivo, represivo y dictatorial. Este es absolutamente voluntario. Es el gladiador que reverenciaba al Emperador con el consabido “Ave, Caesar, morituri te salutant”. Es el precio que pagamos por no quedar fuera del sistema. Por no condenarnos al ostracismo.
The Social Dilemma plantea una hipótesis inquietante: a partir de la nueva dictadura de las redes los individuos hemos dejado de ser consumidores de productos para convertirnos en los productos mismos. Productos que las empresas – y sobre todo partidos políticos- de todo el mundo se disputan en una dinámica de mejor postor. Aún a sabiendas de estas cosas nuestra adicción a las redes (en diferentes grados de dependencia) sigue siendo tan poderosa que nos parece imposible ya poder prescindir de WhatsApp, IG o Twitter. Como el adicto a las drogas sublima el goce inmediato por sobre el perjuicio diferido, los usuarios de redes priorizamos nuestro sentido de pertenencia y nuestro hedonismo por sobre la manipulación y objetivación que ellas hacen de nosotros.
“Yo las uso para trabajar”, “A mi las redes no me dominan”, “Yo decido cuándo dejarlas”. Son los mismos argumentos para adicciones diferentes. Creemos tener el poder sobre nuestras propias decisiones cuando en realidad alguien en algún lejano lugar ya decidió por nosotros.
No es una cuestión moral. Ni de las adicciones en general, ni de las redes en particular. Es el paradigma de manipulación sutil y siniestra que se solapa en este quilombo virtual. Y algunos daños colaterales. La libre decisión y el librepensamiento están sesgados por lovers y haters que amenazan con espiralizar la violencia verbal (en el mejor de los casos) a niveles nunca antes vistos. Los suicidios adolescentes derivados de la interacción con las redes se disparan hacia cifras alarmantes. Hablar con un amigo del flotante del inodoro ya es motivo suficiente para que en cuestión de segundos aparezcan decenas de ofertas de flotantes de inodoros en nuestro celular. La virtualidad ha cambiado nuestra forma de ver el mundo, de concebir las relaciones, de tomar decisiones, de defender nuestras ideas. Ha puesto en jaque –o en hackers- nuestra construcción de sentido. En palabras de Luis Margani interpretando a Julio Grondona en El Presidente: “Allí donde ustedes ven pasión, goles, fanatismo y trapos aguantados, nosotros vemos dinero”. Alguien me dijo alguna vez que “el dictador más peligroso es el que te hace creer que al poder lo tenés vos”.
Y yo le creo.
Excelentísimo! lo comparto en mis redes y al que no le guste lo bloqueo y lo denuncio!
Buenísimo!!! ????????