DIÁLOGO DE PRÓCERES

SAN MARTÍN Y SARMIENTO

Ambos nacieron en el mes de febrero: San Martín, en 1778, Sarmiento, en 1811. Cuando Sarmiento nació, San Martín estaba a punto de cumplir 33 años y llevaba más de uno viviendo en el territorio que más tarde se llamaría República Argentina. Había vuelto de España, donde inició su carrera militar a la temprana edad de 11 años, para ponerse a las órdenes del gobierno en la lucha independentista.

Sarmiento tenía casi seis años cuando San Martín cruzó la Cordillera de los Andes en su gesta heroica y era un adolescente cuando este último eligió el ostracismo para el resto de su vida. A pesar de la diferencia de edad entre ellos y los escenarios donde se desarrollaron sus vidas, hay algunos hilos que los conectan. Ambos tienen en común haber sufrido el destierro, fieles a sus convicciones, y haber pasado a la inmortalidad en tierras extrañas, uno en Francia y el otro en Paraguay.

A Sarmiento se le debe el comienzo de la rehabilitación de la figura del gran general en Chile, de cuya historia su nombre y la gesta por él emprendida habían sido prácticamente eliminados. El motivo de ese olvido voluntario fue el hecho de habérselo considerado un traidor por haber pensado, después de su campaña libertadora, en una monarquía como forma de gobierno en los territorios liberados. Esta idea la tuvieron también Rivadavia y Belgrano, quizás porque creyeron que la forma republicana no era la adecuada dado que la única ensayada en Europa había fracasado.

A su vuelta de Perú, San Martín también fue objeto de una persecución por parte del gobierno de Buenos Aires. Martín Rodríguez y particularmente su superministro Rivadavia no le perdonaban su decisión de desobedecer la orden del Directorio de abandonar los preparativos de su campaña libertadora al Perú y bajar a Buenos Aires o Santa Fe a reprimir a los federales artiguistas. San Martín no era federal pero estaba bastante lejos de las ideas centralistas promovidas desde Buenos Aires y había jurado y cumplido que su sable nunca saldría de la vaina para derramar la sangre de hermanos (F. Pigna, La voz del gran jefe. Editorial Planeta: 438).

Rivadavia, presa de un increíble rencor, incluso le negó permiso para viajar a Buenos Aires, desde Mendoza, para ver a su esposa, gravemente enferma, a quien no vería nunca más.

La rehabilitación de San Martín y su obra comenzó con el escrito de Sarmiento La victoria de Chacabuco, uno de los primeros publicados en Chile, que apareció el 11 de febrero de 1841 en el Mercurio de Valparaíso. Fue leído con avidez y le significó a su autor la apertura de las puertas de la Universidad de Chile.

A este escrito le siguieron otros nueve, el último de los cuales fue el titulado José de San Martin (Discurso pronunciado en el acto de llegar las cenizas del general San Martín al muelle de Las Catalinas el 28 de mayo de 1880). Todos ellos fueron reunidos por la editorial Claridad (Buenos Aires, 2008) en una sola obra titulada Vida de San Martín, de la cual he  tomado la información citada aquí.  

Ambos próceres se conocieron en 1846, cuando el sanjuanino se encontraba en Francia, adonde había viajado para visitar varios países por encargo del gobierno chileno. Allí tuvo, en palabras del historiador Felipe Pigna, “un raro privilegio: conocer personalmente al general San Martín en su casa de Grand Bourg y mantener una larga entrevista con el libertador”. En el transcurso de la misma, el general se referiría a la entrevista que mantuvo con Bolívar en Guayaquil. En palabras de Sarmiento, él fue el primer confidente de San Martín para referir lo ocurrido en ella. Hablaron de la disponibilidad de fuerzas de uno y otro general y de “la incapacidad de cada uno de batir al enemigo separadamente”. San Martín, el más débil de los dos por el número de soldados con los que contaba, ofreció “sincera, caballerosa y oportunamente ponerse a las órdenes de Bolívar, que evadió explicarse.” Asimismo, San Martín le confió:

[ …] “Estábamos sentados ambos en un sofá. Mirándolo yo de arriba abajo, pues nunca obtuve que me mirase de frente, pude contemplar el esfuerzo visible para encubrir con subterfugios, escapatorias y sofismas, el plan de apoderarse del mando, aprovechando de las inteligencias que mantenía en el ejército.”

Prosigue Sarmiento en su discurso:

[ …] Tal fue la entrevista de Guayaquil y nosotros estamos aquí reunidos para recibir las cenizas del que salió de aquella tienda, muerto para la acción. [ …]  A sus 69 años, un grande hablaba de otro grande.

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