¿CUÁNTO (NOS) CUESTA EL BITCOIN?
“Los datos exigen su ecología, una ecología que no es meramente una tecno-ecología metafórica, sino que se muestra dependiente del clima, el suelo y las energías que circulan en el ambiente”.
(Jussi Parikka, Una geología de los medios, p. 56)
Pocas problemáticas debieran inspirar mayores consensos a escala global como la del cambio climático. Atraviesa clases sociales, identidades culturales, perspectivas de género, y sus consecuencias ya se manifiestan en cada punto del planeta: desde la densa nube de gases que envuelve al globo, hasta las profundidades de la corteza terrestre. No menor consenso debiéramos alcanzar respecto de la injerencia humana, en particular de la técnica, en la aceleración del cambio climático. La técnica, al servicio de la explotación y triangulación de combustibles fósiles a escala interoceánica, desde el siglo XIX a esta parte ha afectado a cada una de las capas que conforman el sistema tierra. De acuerdo con el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos Sobre el Cambio Climático publicado por la ONU, aun si lográsemos en lo inmediato un firme acuerdo mundial para implementar políticas concretas que detengan, por caso, la emisión de gases tóxicos a la atmósfera o el avance del desmonte del Amazonas, el proceso de derretimiento de los hielos será irreversible y en las próximas décadas el nivel de los océanos aumentará alrededor de dos metros. En este escenario poco alentador, se plantea como un horizonte posible, quizás el único posible, la siguiente paradoja: necesitaremos de más y mejor técnica para enfrentar y morigerar los desastres producidos por la propia técnica. Envueltos en una paradoja tal, la antigua pregunta por las consecuencias del desarrollo tecnológico otra vez nos interpela, no ya para acusar o responsabilizar a tecnócratas y celulares del estado actual de cosas proponiendo el retorno a un absurdo estadio pre-técnico, pre-antropocénico -por no decir, pre-neolítico-, sino para revisar el surgimiento de nuevos paradigmas tecnológicos, el ordenamiento y jerarquías sociales que éstos encarnan, y su impacto sobre el medioambiente. El fenómeno de digitalización de la moneda, un fenómeno creciente desde la década de 1970, está indefectiblemente vinculado con el desarrollo de nuevas tecnologías. En la última década más puntualmente, la emergencia de monedas digitales adquirió un cariz del todo novedoso con el vertiginoso crecimiento de la primera criptomoneda “peer to peer”, concebida en el año 2008 por un misterioso Satoshi Nakamoto, moneda digital cuyo nombre hoy resuena en todo el planeta bien que de manera no tan clara para el gran público: nos referimos al Bitcoin.
¿Qué es el Bitcoin?
El Bitcoin es una moneda digital cuyo uso no requiere de intermediarixs, es decir, de ninguna institución financiera o banca central que garantice la legitimidad de las transacciones que se realicen con dicha moneda. Cuando compramos un producto por internet y efectuamos el pago con una tarjeta de crédito, el banco donde hemos abierto nuestra caja de ahorro realiza una operación que resta de nuestra cuenta el valor correspondiente al producto que hemos comprado. Este papel mediador de un banco comercial garantiza que no realicemos dos o más pagos con una misma moneda. A esto de lo denomina “el problema del doble gasto”, y es el principal desafío que un modelo de moneda digital descentralizado -i. e., peer to peer- debe resolver. Para ello, Nakamoto propone un ingenioso sistema de encadenamiento de firmas digitales de público acceso -para todos quienes operan con Bitcoin- pero que preserva el anonimato de las partes involucradas. La tecnología que posibilita el registro de las transacciones que se realizan con la moneda digital se denomina blockchain -cadena de bloques. Funciona de la siguiente manera.
Quien va a efectuar una transacción con Bitcoin debe realizar un anuncio -broadcast; éste es recibido por una red de computadoras conocida como nodos. Esta transacción, junto con otras, conformarán un bloque de información. El nuevo bloque contendrá (a) un conjunto de transacciones, (b) el hash del bloque anterior, i. e., el código único -huella dactilar o firma digital- correspondiente a los ítems del bloque anterior, el cual se obtiene aplicando una determinada función criptográfica, y (c) un número cuyo valor se empeñan en encontrar o minar los diferentes nodos -proof of work. La cifra a minar representa un valor en una ecuación. Se pide encontrar el número que unido a los valores de (a) y (b) dé como resultado -al aplicar la función correspondiente sobre a, b y c- un hash para el nuevo bloque de 256 bits que comience con una cantidad inicial de ceros determinada. La complejidad del problema a resolver crece exponencialmente cuando el número de ceros que se solicita aumenta. El nuevo bloque se publica cuando algún nodo encuentra el valor solicitado. Se trata básicamente de un problema criptográfico que una computadora resuelve aplicando fuerza bruta. El tiempo que Bitcoin establece entre bloque y bloque es de diez minutos. Para garantizar que se respete el tiempo pactado, la complejidad del problema a resolver aumentará a medida que la capacidad de cómputo de los diferentes nodos sea mayor. La recompensa para quien resuelve primero el problema es realmente cuantiosa: 6,25 BTC, siendo el valor del Bitcoin al momento de escribir esta nota de u$d 42,607.48.
La tecnología blockchain permite resolver las siguientes dificultades. La primera, el problema del orden de los bloques. Sin la posibilidad de establecer un orden estricto de los bloques no habría manera de verificar la cadena de transacciones previas al momento de realizar una nueva operación con Bitcoin. En un sistema centralizado, el registro de las transacciones efectuadas es equivalente a un número en un asiento contable de un banco. Aquí, el encadenamiento de bloques por medio del hash permite seguir sin superposiciones los ingresos y egresos de lxs usuarixs. La segunda dificultad que resuelve blockchain es evitar toda -o casi toda- posibilidad de fraude protegiendo la integridad de la cadena mediante el hash. Bien podría suceder que unx usuarix desde algún nodo se propusiera modificar un bloque para direccionar un pago entre usuarixs a su propia cuenta. Esto es muy difícil de realizar puesto que modificar un bloque inevitablemente modifica su número de bits; de esto se sigue que el número de hash cambiará también. Dado que el bloque siguiente se encabeza con el hash del bloque que ahora se busca modificar, lx atacante deberá recalcular el hash de todos los bloques subsiguientes. Esta computación es muy difícil de realizar, demanda muchísima energía y tiempo, mientras que en el ínterin alguno de los nodos restantes de seguro ya habrá minado un nuevo bloque basado en el hash original. Así, el esfuerzo que se debe realizar para alterar un bloque en beneficio propio resulta espurio; el provecho sería mayor si ese mismo esfuerzo se destinara a calcular el hash de nuevos bloques.
La otra cara de la criptomoneda.
Podemos distinguir los valores que motivan el diseño de una tecnología nueva de los valores que encarna la propia tecnología. Blockchain es una estructura de datos que en el marco específico de Bitcoin encadena una serie de hechos cuya lógica parece correr en dirección opuesta a los valores inicialmente planteados en el paper de Nakamoto. Concebido inicialmente como una moneda de intercambio, similar al tradicional billete, desde sus primeros años devino un activo digital para almacenar valor. Esto por supuesto ha generado un ambiente no muy diferente al del tradicional mundo de la especulación financiera.[1] Dijimos, no obstante, que Bitcoin procura tomar distancia del esquema financiero centralizado. Y que lo hace a través de un mecanismo de automatización de la confianza que permite la circulación de la moneda entre pares sin institución financiera alguna que intermedie, y por ende controle, el movimiento. Este esquema descentralizado, que no sin cierta justicia se percibe como revolucionario -y que alimenta la fantasía de variadas expresiones políticas por derecha y por izquierda-, no se encuentra libre de otras formas de centralización. Aquí es la propia tecnología la que encapsula condiciones que invariablemente generan una fuerte concentración ya que para minar un Bitcoin sólo se requiere de capacidad de cómputo. A medida que la rentabilidad crece, el tamaño de la computadora también lo hace. Lo que empezó con una computadora de escritorio estándar, se traduce hoy en colosales granjas de minado con hardware específicamente diseñado para una tarea desprovista de toda elegancia: lanzar números random hasta dar con la solución que verifique un bloque. No es difícil imaginar el origen de los capitales que decidieron invertir en granjas de minado. Según Andrés Rabosto,[2] quien en su tesis doctoral investiga las derivas de los activos digitales, “aproximadamente un 2% de las cuentas controla el 90% de la totalidad de Bitcoin emitidos [lo que] puso los mecanismos de control y decisión en manos de unas pocas grandes empresas”.[3]
Los sótanos del Bitcoin.
El vertiginoso proceso de sustitución a partir de la década de 1980 de materiales tangibles -como el papel y la birome- por software, ha generado una suerte de ilusión de inmaterialidad. Bajo las -cada vez más- atractivas interfaces gráficas de Windows y Android existe una compleja estratificación de software de bajo nivel.[4] Como en la insondable profundidad de los océanos, en ese punto cuesta discernir entre máquinas, programas y datos. El propio tiempo se trastoca, muda a dimensiones cada vez más alejadas de la experiencia humana. La ilusión de inmaterialidad trastoca el tiempo en dos niveles. A nivel de la interfaz humana, como es ya evidente con la velocidad de circulación de la información a través de servicios de mensajería instantánea, redes sociales, motores de búsqueda, compras por internet y plataformas de inversión como WebTrader. Y a nivel de las máquinas, sustrato irreducible de experiencias virtuales, cuando el registro arqueológico remite a un pasado remoto en el que las condiciones geofísicas imprescindibles para el procesamiento de grandes cantidades de datos requiere de metales y minerales como tungsteno y litio. Mas también, como nos recuerda Jussi Parikka, de “las capas de fotosíntesis que fueron utilizadas en un principio para calefacción y luego como fuentes de energía para la manufactura en forma de combustibles fósiles”.[5]
Bitcoin es una moneda digital cuyo soporte material posee dimensiones titánicas. A diferencia de otros dominios en los que las tecnologías computacionales presentan relaciones flexibles y equilibradas entre software y hardware, la carrera feroz para minar un bloque demanda de un costoso equipamiento[6] diseñado para realizar exclusivamente las tareas de minado. Este equipamiento posee una vida útil muy corta de no más de dos años. Los datos son en verdad alarmantes: el volumen de chatarra electrónica de hardware para minar Bitcoin es comparable a la chatarra producida por algunos países europeos como Holanda. Muchas de las granjas de minado se instalan en regiones frías del planeta debido al calor que despiden los equipos. Otras se instalan donde la energía es más barata, China, por caso. El uso de energías no renovables que en gran escala alimentan a Bitcoin ha generado una huella de CO2 similar a la de toda Bulgaria. Por otra parte, su consumo diario de energía eléctrica actualmente es comparable con el consumo de países como Argentina. Pero quizás el número más preocupante sea el de la escasa cantidad de operaciones que se realizan con Bitcoin: sólo alrededor de 300.000 transacciones diarias en todo el mundo, un número prácticamente despreciable comparado con otros sistemas tradicionales de dinero electrónico.
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Algunas voces expresan excesivo entusiasmo por las transformaciones a escala global que Bitcoin podría ocasionar en un modelo financiero autoritario basado en el dólar y en el capricho de las élites de Wall Street. Otras voces adoptan una postura escéptica y vaticinan el derrumbe temprano de esta joven moneda digital. Considero que tenemos Bitcoin para rato, y que a medida que su valor siga aumentando, tendrán lugar nuevos núcleos de poder y renovadas estrategias capitalistas de acumulación y concentración de la riqueza. La insustentabilidad desde el punto de vista del impacto ambiental que producen las actividades de minado, constituye un problema que deberá ser atendido con regulaciones decisivas. El número total de Bitcoin es finito pero muy grande, y todavía quedan un par de millones por minar. A este ritmo, será la propia Tierra, como reservorio de energía, quien pondrá un coto a las obscenas ambiciones del capital. Por lo pronto, el precio del Bitcoin lo pagan aun quienes nunca han escuchado hablar de él.
[1] Las implicancias de este punto caen fuera de lo que me propongo discutir en esta nota.
[2] Sociólogo de la Universidad Nacional de Buenos Aires, becario doctoral del CONICET e investigador del equipo de Estudios sobre Tecnología, Capitalismo y Sociedad (e-TCS), del Centro de Ciencia, Tecnología y Sociedad (CCTS) de la Universidad Maimónides (UMAI).
[3] Cf. (en línea): ¿Un futuro automatizado? Perspectivas críticas y tecnodiversidades, min. 51:15.
[4] Es decir, software cuyo lenguaje está fuertemente condicionado por el hardware y por tanto, alejado de las formas de cognición humana.
[5] Jussi Parikka (2015), Una geología de los medios, Ed. Caja Negra, traducción al español de Maximiliano Gonnet (2021).
[6] Uno de los más usados es el ASIC (circuito integrado de aplicación específica).
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