ARDIENTE PERSISTENCIA
Siempre existe un motivo o muchos para aplazar lo que ya no admite ser postergado. Como si las múltiples razones que las mujeres y disidencias enuncian una y otra vez no bastaran para dar cuenta de la gravedad del problema, como si no hubiera quedado suficientemente claro que hablar de derecho al aborto es, antes que nada, un tema de salud pública y de estricta justicia social.
El feminismo -ese movimiento creativo y potente que nos brinda continuamente lecciones acerca de cómo hacer política en un mundo en el que la desafección y la indiferencia parecieran constituirse como la regla- se inscribe en la lucha por los derechos humanos y desde ese lugar exige que sean respetados los derechos reproductivos y sexuales de quienes representan más de la mitad de la población del planeta. El reconocimiento de tales derechos supone la instrumentalización de una batería de políticas públicas que garanticen la autonomía de las mujeres a la autodeterminación de su vida reproductiva. Digámoslo sin vueltas, se trata de que las mujeres puedan materializar de manera efectiva la decisión crucial de tener o no hijxs y de cuándo tenerlxs.
Claro que no se trata de un asunto baladí. Tan denso y profundo es el tema como la lucha que se lleva adelante. La empresa supone asestar un duro golpe al corazón del poder patriarcal, trastocar uno de los puntos neurálgicos que sostienen ese patrón de dominación milenario: la objetualización del cuerpo de la mujer.
Rehuir a la tarea de reproducción social, rechazando el mandato de la maternidad obligatoria y de la concepción de la sexualidad como meramente reproductiva, constituye una de las más terribles herejías de las que podemos ser capaces. Silvia Federici, en un texto que se ha constituido en una referencia obligada, documenta muy bien el proceso que llevó a que la actividad sexual femenina fuera transformada en un trabajo al servicio de los hombres y de la procreación. Destaca también que para que ese proceso fuera posible todas las formas no productivas -ergo, no procreativas- de la sexualidad femenina debían ser prohibidas. En tándem con la nueva disciplina requerida para la expansión capitalista, se criminalizó cualquier actividad sexual que amenazara la procreación y restara tiempo y energía al trabajo.
Desde entonces, las mujeres se han debatido entre aceptar la esclavización de sus cuerpos a la función reproductora o, como decía Simone de Beauvoir, combatir ese “destino petrificado” para constituirse como seres autónomas.
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Decía que siempre aparecen motivos para ubicar en un futuro incierto el tratamiento de este problema urgente, por lo que no sorprende que esa sea la reacción de algunos sectores por estos días. Pretendiendo correr una vez más el eje del debate esgrimen que no es momento para dar la discusión cuando la coyuntura actual nos llama a enfrentar apremios más acuciantes.
Si lo pensamos detenidamente, resulta ofensivo que califiquen de oportunista la larga historia de resistencia que las mujeres venimos llevando adelante. Que desconozcan que la lucha por el derecho al aborto es de larguísima data y que pocos colectivos han demostrado mayor tesón y compromiso a la hora de reclamar por lo que consideran justo.
Por caso, la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito tiene muchos antecedentes y se remonta a un trabajo político sostenido por décadas. En su actual formato, nació al calor de las luchas populares post estallido político-social-económico del año 2001. La idea comenzó a gestarse en el año 2003 en un Encuentro Nacional de Mujeres en la ciudad de Rosario donde confluyeron las feministas de siempre con las trabajadoras de fábricas recuperadas, las piqueteras, las desocupadas, hasta que finalmente en el 2005, esta vez en Córdoba, quedó conformada la Campaña como espacio de articulación de innumerables organizaciones.
En 2007 presentaron por primera vez el proyecto de interrupción voluntaria del embarazo y desde ese momento no han dejado de perseverar.
Hace dos años estuvimos cerca de acariciar el sueño pero nos topamos con la mentalidad de unxs representantes que pretenden dejar intacto un marco legal que construye y naturaliza roles de género y sexualidades opresivas.
No se trata sólo de lograr una reforma legal, aunque está claro que el cambio en el derecho formal es urgente y necesario, sino de profundizar un debate alrededor de la justicia y de la ética sexual que politice la sexualidad y al hacerlo permita que podamos vivir una existencia más libre y soberana.
Hoy, como ayer, estas mujeres nos siguen marcando el rumbo, con su ardiente persistencia nos convocan a no bajar los brazos y a no ser complacientes con aquello que nos oprime. Estamos convencidas: más temprano que tarde, Será Ley.