WHATSAPP: USALO CON BARBIJO

EDITORIAL

“Arguing that you don’t care about the right to privacy because you have nothing to hide is no different than saying you don’t care about free speech because you have nothing to say”. (Edward Snowden)

El debate sobre el uso de programas informáticos se puso candente las últimas semanas a raíz del anuncio de la nueva política de acopio de datos de WhatsApp, el servicio de mensajería más popular del planeta que en la actualidad cuenta con alrededor de 2000 millones de usuarixs en todo el mundo. Al tiempo que nos desayunábamos con esta nueva o no tan nueva imposición de la empresa de mensajería adquirida por Facebook en 2014, comenzó una compulsiva migración hacia otras aplicaciones similares, siendo Telegram, y con menos énfasis Signal, los preferidos por un número no menor de usuarios, más de 500 millones de altas en el caso de Telegram, preocupados ahora por proteger su intimidad. La legitimidad del debate está fuera de toda duda: cada minuto de nuestras vidas está mediado por alguna tecnología de la información y de la comunicación. Reflexionar sobre estas tecnologías no es otra cosa que pensarnos a nosotros mismos y a la sociedad en su conjunto. En esta sucinta comunicación no me detendré en los aspectos técnicos del debate, por caso, cuáles de estas tres aplicaciones es mejor desde el punto de vista de la seguridad y la protección de nuestra intimidad. Para ello, dejo al lector la siguiente nota de Santiago Vallazza titulada ¿Whatsapp, Telegram o Signal? Algunos aspectos técnicos, económicos y políticos. En su lugar, consideraré solamente una arista de esta polémica que ha sido poco tratada, a saber, el modo como nos relacionamos con este tipo de tecnologías informáticas.

El menos común de los sentidos.

Debo confesar: uso casi exclusivamente Telegram desde el 2015, la aplicación de los hermanos Pavel y Nikolai Durov, suerte de unidad básica del hackerismo. Desde que vengo usando este servicio de mensajería, nunca constaté tantas altas como en estos últimos dos meses. Por supuesto, ningunx de esxs nuevxs usuarixs de Telegram en el mismo acto se ha dado de baja de WhatsApp, así como ningunx de ellxs toma la iniciativa de iniciar alguna comunicación por Telegram -por suerte para quienes disfrutamos de la tranquilidad. WhatsApp es como esos antiguos objetos familiares, a los que no les encontramos un lugar en nuestra casa pero que de todos modos no nos animamos a tirar a la basura; en tanto que Telegram es como esa pareja nueva con la que todavía no te decidís a mostrarte frente a familiares y amigxs. La rusticidad de estas imágenes sirven para constatar un hecho: WhatsApp ha conquistado el sentido común. Sencillamente, el grueso de esxs 2000 millones de usuarixs no conciben la pantalla de sus celulares sin el circulito verde sobre la barra de favoritos. Más aun: para la amplia mayoría, hasta hace pocos meses ‘servicio de mensajería’ era sinónimo de WhatsApp. Cuando una ecuación tal se verifica, el pensamiento y la libre capacidad de decisión ceden terreno. Cabe igualmente preguntar: ¿vale la pena el cambio?; ¿supone algún riesgo permanecer en WhatsApp?

Nada personal.

En redes sociales circula esta leyenda:

“A los dueños de WhatsApp, les importa la información de personas poderosas, famosos, políticos, gente que dirige el mundo. No tu vida pedorra, no tus mensajes a Juan mecánico, no los stickers de vaginas del grupo de miados subnormales, no tus deudas, no tus finanzas, no lo que aparentas y no eres. No les importas, deja el drama.”

A pesar de los serios problemas de gramática y ortografía, el mensaje es claro: Mark Zuckerberg es como una versión norteamericana de Jorge Rial que recolecta los datos de 2000 millones de usuario con el solo fin de retener el 0,1% de los datos de personas poderosas dejando a la deriva el 99,9% restante, los datos aportados por los simples mortales que viven de su sueldo. De seguro, tras adquirir WhatsApp e Instagram, Mark Zuckerberg finalmente pueda concretar su sueño: fundar una revista cholula para competir con Caras y con Gente. Digámoslo de una vez y sin pruritos: a Zuckerberg le importa ante todo los datos del medio pelo, es decir, los nuestros. No entraré en escabrosos detalles porque no está en el espíritu de esta nota atosigar al lector con tecnicismos como ya hice en anteriores notas publicadas en POGO en las que traté este tema.[1] Alcanza con decir que tanto Facebook como la ciencia  para el procesamiento de grandes cantidades de datos -Big Data- se cocinaron en el mismo caldo, un caldo, por cierto, cada día más espeso y más opaco. Los cuantiosos datos recopilados se procesan algorítmicamente -una posibilidad tecnológica relativamente reciente- permitiendo individualizar a cada usuarix de acuerdo con sus gustos, tendencias, placeres, perversiones, temores y odios. Aquí opera un principio básico de las sociedades capitalistas: para vender una mercancía, conviene conocer los gustos y preferencias de lxs potenciales clientxs; sin embargo, en el caso de Facebook la propia mercancía somos nosotrxs: vos, sujeto portador de datos, sos la materia prima que alimenta una maquinaria que genera ganancias astronómicas. Pero Facebook no sólo te ‘pica el boleto’ para obtener ganancias en base a tus preferencias y secretos. No se trata de un pillo que aprovecha y lucra con aquello que ‘somos’ a través de nuestra interacción en redes sociales. Facebook nos insta a producir datos conduciendo y radicalizando nuestras preferencias; sin duda, para Zuckerberg una persona moderada, o un ecléctico, no garpa: ¿a quién le vamos a vender los datos de una persona que no toma posición por Coca o por Pepsi, por Demócratas o Republicanos, y por qué no, por Telegram o WhatsApp?[2] Ahora bien, los cuantiosos datos recopilados por WhatsApp -sobretodo en materia de metadatos, un tema tratado en la nota de Vallazza que compartí más arriba- se puentean con Facebook, vale aclarar, la casa matriz que también recoge la información tomada por Instagram. Los intereses de este gigante tecnológico están actualmente tan diversificados que ya no podemos siguiera imaginar el destino de esa Big Data. Edward Snowden advirtió que las empresas GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft) brindan acceso de nuestros perfiles a los servicios de seguridad e inteligencia como la CIA. Años atrás, en un caso bastante conocido, Facebook facilitó a la empresa Cambridge Analytica el acceso a la database de más de 80 millones de usuarixs, quienes fueron literalmente bombardeados de fake news a fin de direccionar el voto a favor de la salida al Brexit, o en las elecciones estadounidense del 2016, a favor de Donald Trump.

En pocas palabras, los datos de las grandes mayorías importan y mucho, tanto para fines comerciales como políticos, pero también, para constituir los algoritmos empleados, por caso, para entrenar un sistema experto que el día de mañana te puede denegar el acceso a un crédito basando su decisión en tus hábitos de consumos o en tu perfil ideológico-político.

La necesidad de un nuevo imaginario tecnológico.

La polémica en torno a WhatsApp podría ser un piso interesante para plantear de qué manera nos relacionamos con las tecnologías de la información y la comunicación. El principal enemigo del llamado capitalismo de vigilancia no es ni la izquierda estatista, ni una u otra expresión de populismo, ni el eco-progresismo. Se requiere, por supuesto, de acuerdos globales para lograr nuevos marcos regulatorios, una tarea difícil de emprender, primero, porque supone hacer frente al poder de las empresas GAFAM, y segundo, por la vertiginosa evolución de este tipo de tecnologías. Pero ante todo, se requiere construir un nuevo imaginario tecnológico, uno que desarticule el sentido común que acepta sin más que sea el propio artefacto tecnológico el que verdaderamente conoce y controla a las personas -y no al revés. Se plantea entonces la necesidad de un nuevo paradigma educativo que conciba a la tecnología como intrínsecamente interesante, como productos complejos de la cultura humana, más que como meros utensilios para realizar una tarea. Por el momento, podemos emprender algunas acciones mucho más modestas. Conocer mejor a WhatsApp, saber qué funciones y opciones de configuración contiene, qué lo diferencia para bien o para mal de Telegram o Signal. El solo hecho de saber que existen otras opciones, es ya un importante primer paso. ¿Te interesa la seguridad y la privacidad? Pues bien, comunicate sólo cuando sea necesario por WhatsApp y con el barbijo puesto; priorizá, antes bien, el uso de Signal. ¿Que todavía hay muy pocos usuarios en Signal? Cambiate a Telegram que toma muy pocos datos en comparación con WhatsApp y ya dispone de un número interesante de usuarixs. ¿Te gusta explorar funciones nuevas, te gusta mucho la computación, los fierros? En ese caso te recomiendo Telegram, un verdadero moño informático con cientos y cientos de capas que nunca vas a terminar de conocer -canales, bots, grandes grupos, etc.-

El paradigma tecnológico actual ha configurado una sociedad que recompensa y se alimenta de compartir y exacerbar emociones, momentos y autoretratos. La protección de nuestra intimidad viaja por el carril opuesto.  Por esta razón, la pregunta que debemos plantearnos no es si al dueño de Facebook le interesa o no nuestra intimidad, sino si estamos realmente dispuestos a protegerla. Acaso el debate acerca de la nueva política de datos de WhatsApp termine revelando, mal que nos pese, que elegimos ser espiados.


[1]   https://pogo.com.ar/como-nos-educa-un-algoritmo/

[2]   Con algunos matices, lo mismo que afirmo de Facebook se puede decir de Google.

2 Comments
  1. Pablo dice

    No funciona el link de las diferencias de WP, tg y sg

Dejá una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.