UNA COREA: EL DESAFÍO DE LA REUNIFICACIÓN
Sir Winston S. Churchill relató pormenorizadamente los detalles de la Segunda Guerra Mundial y por ello fue distinguido con el Premio Nobel de Literatura en 1953. Durante la contienda, ocupaba el cargo de Primer Ministro del Reino Unido, una de las potencias aliadas que se enfrentaban al Eje Berlín-Roma-Tokio. Mientras el Ejército Rojo se encargaba de ir poniendo coto a las pretensiones del Führer, Estados Unidos frenaba el avance de Japón que se extendía hasta las puertas de Australia y la India británica.
El 12 de abril de 1945, año de la finalización de la guerra, moría Franklin Roosevelt -sucedido en la presidencia de Estados Unidos por Harry Truman- y el 29 del mismo mes, Adolfo Hitler se pegaba un tiro mientras los soviéticos tomaban Berlín. Los Aliados -Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y la URSS- lograban el objetivo de destruir al enemigo común y Churchill estaba convencido de que, a partir de esa victoria, el diálogo con Iósif Stalin iba a tornarse imposible y que, a la postre, “el peligro nazi había sido reemplazado por la amenaza soviética”. Se alegró entonces de que Estados Unidos, al fin, contara con un arma que les permitiera a los Aliados reducir sus bajas y prescindir de los rusos para derrotar a Japón: “de pronto, nos encontrábamos en posesión de un medio caritativo de cortar la matanza en oriente (…) un milagro (…) nunca se puso en duda si se usaría o no la bomba atómica para obligar a Japón a rendirse”[1]. Cabe mencionar que, a esas alturas, Japón ya estaba derrotado, aunque el Emperador Hirohito se resistía a aceptar la rendición, por lo que la decisión de lanzar dos bombas sobre la sociedad civil constituyó la demostración de poder más contundente tanto por su capacidad de destrucción e inmisericorde letalidad como por la concreción del ascenso a la cima de la potencia norteamericana. El mensaje llegó, fuerte y claro, a cada rincón del mundo.
Una vez terminada la guerra, los vencedores se abocaron a repartir los escombros y a acomodarlos en el tablero geopolítico, para un lado y para el otro, en jugadas estratégicas que definieron las relaciones internacionales de la Guerra Fría o, como dice el historiador Eric Hobsbawm, de la “paz fría”. Así como Stalin había planteado la división de Alemania, Truman propuso la partición de Corea, un resto demasiado importante del imperio japonés. La península quedó así dividida por la línea que traza el paralelo 38: la región al norte bajo el control de la Unión Soviética y la región al sur a expensas de Estados Unidos. Ambas potencias conformaron una comisión conjunta y gobiernos tutelares provisorios. La meta de la Casa Blanca era frenar el comunismo y la del Kremlin era apoyar un grupo comunista local sin mayores injerencias. La comisión se disolvió en 1947 y un año después se retiraban las tropas de ocupación y se formalizaban la República de Corea al sur con Syngman Rhee como presidente y la República Popular Democrática de Corea al norte con Kim Il-sung como primer ministro. No es menor la importancia de estos dos personajes para dirigir los destinos de las nuevas repúblicas y consolidar los rumbos políticos, económicos y sociales antagónicos. Rhee había sido el primer presidente del Gobierno Provisional de la República de Corea en Shangai -surgido del movimiento independentista de 1919-, era un anticomunista declarado y emigró luego a Estados Unidos. Kim participaba de las guerrillas comunistas en Manchuria y se instaló posteriormente en la Unión Soviética. Los dos lucharon contra la ocupación japonesa de la península y fueron forjando un pensamiento nacionalista que iba a recorrer caminos dispares.
La idea de la reunificación estuvo presente desde el mismo momento de la división, cada uno quería recuperar la parte con la que se había quedado el otro. En junio de 1950, cuando Corea del Norte traspasó la frontera impuesta e invadió el sur, logrando ocupar en poco tiempo casi toda la península, fue la gran oportunidad de la reunificación. Pero, merced a la “Doctrina Truman” y su compromiso de evitar la expansión del comunismo, las tropas de la ONU defendieron a la Corea capitalista con uñas y dientes hasta correr nuevamente el límite al paralelo 38. Al desembarco de Mac Arthur en Inchon, el 25 de setiembre de 1950, le siguió el avance sobre el territorio a cualquier precio: rociando las poblaciones con napalm, destruyendo las ciudades hasta los cimientos o solicitando a Washington la autorización –denegada- para usar bombas atómicas. Otro tanto hizo Mao Tse-tung desde China en favor de la Corea comunista y por ello la frontera no desapareció.
La Guerra de Corea reveló que lo que parecía temporal se volvía permanente. Después de tres años y con la firma de un armisticio, el límite geográfico volvió a ubicarse tal como estaba antes de la guerra, pero las consecuencias para el pueblo coreano fueron nefastas: desde la separación de familias cuyos miembros quedaron anclados de un lado y del otro hasta las matanzas perpetradas por soldados surcoreanos a compatriotas sospechados de comunistas, y otras tantas atrocidades sucedidas en el norte. La grieta insalvable creada por la “guerra civil” que enfrentó a coreanos contra coreanos está aún vigente, igual que la guerra inconclusa. Como el arte es siempre capaz de mostrar la realidad oculta al mundo, Picasso pintó, en 1951, “Masacre en Corea” – tal como lo había hecho con el “Guernica”- visibilizando para siempre la catástrofe.
Si bien ambas repúblicas están unidas por un origen común, luego de la división, la guerra y la demarcación de la Zona Desmilitarizada, las diferencias se acentuaron. El norte apostó a seguir siendo el reino ermitaño incontaminado -hasta de palabras extranjeras- bajo el rigor de la ideología Juche (autosuficiencia política, económica y militar), a un aislamiento en el que colaboran los bloqueos y sanciones externas. El sur aceptó una tutela directa de Estados Unidos, se autoimpuso una marcada tendencia a la occidentalización donde rige el modelo de los chaebol (poderosos conglomerados familiares), expandió su cultura al mundo y popularizó el konglish (palabras en inglés adecuadas al coreano o que directamente se suman al habla).
A lo largo de todos estos años hubo tres dirigentes en Corea del Norte -Kim Il-sung, su hijo Kim Jong-il y su nieto Kim Jong-un- y trece presidentes surcoreanos que han tenido distintas posturas sobre las relaciones con Corea del Norte, los amigables han sido los menos. No es sorprendente que después del ataque a las torres, un desencajado Bush colocara a Corea del Norte dentro del eje del mal y que los cambios en su política exterior hayan provocado la reacción de Kim, que no tardó en anunciar la posesión de armas nucleares en 2003. La primera explosión subterránea tuvo lugar en 2006 y los últimos ensayos con misiles balísticos se realizaron en enero de 2022. Si bien Corea del Sur y Estados Unidos realizan pruebas conjuntas con regularidad en la zona, la responsabilidad de la inestabilidad en la península solamente recae sobre Pyongyang. Para Corea del Norte, la cuestión nuclear tiene que ver con asegurar su territorio, su existencia y su soberanía. Para la región cualquier avance en las hostilidades significa un grave peligro y para la comunidad internacional, representada en la ONU, constituye una violación a las resoluciones del Consejo de Seguridad que solamente autoriza a desarrollar armamento nuclear a sus cinco miembros permanentes (Estados Unidos, China, Federación Rusa, Francia y Reino Unido).
De aquí que todo posible diálogo o negociación por la paz y la reunificación en la península tiene la exigencia irrenunciable de la desnuclearización. La primera cumbre intercoreana pudo concretarse recién en el 2000, cuarenta y siete años después de la firma del armisticio. El presidente Kim Dae Jung recibió el Premio Nobel de la Paz por este logro, fruto de la implementación de su “Política del Sol”, una adecuación de la que logró la unificación de las Alemanias. Su sucesor, Roh Moo-Hyun, continuó el diálogo en la misma dirección y en 2007 se realizó la segunda cumbre intercoreana. En 2018, Moon Jae-in y Kim Jong-un celebraron la tercera cumbre de acercamiento histórico entre las dos Coreas. En la Casa de la Paz en Panmunjom, localizada en el lado surcoreano de la Zona Desmilitarizada, ambos mandatarios firmaron una Declaración para la Paz, la Prosperidad y la Unificación de la Península de Corea. Un año después, el líder norcoreano se reunió en la isla de Sentosa, Singapur, con el entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump. El resultado fue un “comunicado conjunto de cuatro puntos: primero, el compromiso por establecer una nueva relación pacífica y próspera entre Estados Unidos y Corea del Norte; segundo, el compromiso para construir un régimen de paz duradero y estable en la Península Coreana; tercero, el propio compromiso del régimen de Pyongyang de trabajar hacia la completa desnuclearización de la península; y cuarto, la identificación y repatriación inmediata de los restos de prisioneros de guerra caídos en la Guerra de Corea (1950-1953)”[2]. En un segundo encuentro en Hanói, Vietnam, ni uno estaba dispuesto a desnuclearizar ni el otro a eliminar las sanciones. La continuidad de las pruebas nucleares y la explosión de la oficina de enlace intercoreana de Kaesong, desocupada por las restricciones de la pandemia de covid-19, como respuesta a la acción hostil de los desertores norcoreanos en la frontera, ponen sobre el tapete la complejidad de la situación. Queda claro que las cuestiones de supervivencia para ambas Coreas se definen en las antípodas: para Moon depende de la desnuclearización y para Kim la desnuclearización significa la capitulación, o mejor, la entrega. Quizás por ello demuestra, una y otra vez, que puede hacer volar por los aires cualquier diálogo e insiste en señalarle a Washington que es capaz de utilizar un poco de su propia medicina. Al argentino Daniel Wizenberg, en su viaje por Corea del Norte, el señor Jong le dijo “Corea es una sola pero la mitad está invadida”[3]. Cuando Corea son dos, pero también tres o cuatro si contamos los coreanos en la diáspora, los desertores del norte, los estudiosos, periodistas y fans de la ola coreana diseminados por el mundo global, podemos pensar que la búsqueda de una sola Corea continúa teniendo que ver con la fagocitación de esa otra, enfrentada e indecorosa. No han sido pocos los intentos, pero no hay acuerdo. La paz que cierre definitivamente la guerra en la península depende de que Corea del Norte acepte una desnuclearización que la dejaría en desventaja. La posibilidad de la recuperación de una sola Corea todavía es un desafío.
[1] Churchill, W.: La Segunda Guerra Mundial. Parte sexta: Triunfo y tragedia; Libro 2: El telón de acero; Capítulo XIX: Potsdam: la bomba atómica. Ediciones Orbis-Hispamérica. Buenos Aires, 1989.
[2] https://www.redalyc.org/journal/4337/433757698001/html/
[3] Daniel Wizenberg – Julián Varsavsky: Corea. Dos caras extremas de una misma nación. Ediciones Continente. Buenos Aires, 2016. pág. 58.
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