TODO BLANCO

Veo que andan regalando promesas de abrazos para cuando termine la cuarentena, como si fueran monedas que les sobran. Como si sobraran, los abrazos. Como si se le pudieran dar a cualquiera. Recibir de cualquiera. No digo que no se pueda. Digo que no les creo. Yo he esperado más abrazos que colectivos en esta vida. Sin mediar pestes, cuarentenas, aislamientos, ni nada que se le parezca. Pasa que no es cuestión de estirar los brazos y envolver al otro nomás. Hace falta otra cosa. A veces ni es necesario completar el gesto. Yo hace poco escribí sobre uno que recibí, grandioso, que fue solo una mano desenrollada y acostada sobre mi pecho, a la noche, segundos antes de dormir. Sí, tuyo. Todavía me dura. Pero tengo uno con el que probablemente bata algún récord. Hace como veinticinco años que lo tengo acá conmigo, día más, día menos. Ahí va. Mi viejo había muerto hacía poco. Sin despedirse, sin dar pistas, y calculo que sin darse cuenta, ya se sabe como son esos ACV. No nos habíamos abrazado mucho en vida.  Probablemente, que no estuviéramos juntos desde mis tres años puede haber influido, no lo sé. No importa. La cosa es que en esos días, cuando el tipo desapareció, yo no dormía mucho, o estaba entre dormido y despierto todo el día, algo así. Y en ese estado, una noche, creo que acostado y con los ojos cerrados, lo veo. Venía caminando hacia mí. Todo estaba blanco, todo era blanco. Yo ahora esperaba de pie. Mirando. Respirando. No había sonidos. No había más que nosotros. Venía con esa casi sonrisa suya. Llegó hasta mi lugar y me abrazó como nunca sentí que me hubiera abrazado. Desde entonces lo busco en algún sueño. Pero no. Se ve que no es fácil encontrarse ahí. Igual, tengo el abrazo guardado para devolverle. Y un montón de noches para seguir buscando. Un montón. No me sobran abrazos, pero noches sí.

Dejá una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.