¿Pervive aquel mito del artista comprometido de los años sesenta y setenta? ¿O estamos ante agitadores ciegos que llevan agua para su molino con obcecación necia?
Tomar partido es la obligación ética de cualquier ciudadano bien nacido, aunque no tengamos acabados conocimientos ni completa información sobre el tema que se discute.
Me levanto cada mañana con la promesa de no leer las noticias ni ver las redes sociales hasta después de una taza de café que ponga en alerta mis neuronas, pero caigo.