QUIÉN ES QUIÉN

Corrían desesperados, nerviosos, asustados. Corrían para el mismo lado, en el mismo sentido, por la misma cosa, pero no para lo mismo. Corrían sin saber hasta dónde llegarían, con la sensación de la incertidumbre del desenlace. Corría uno por delante del otro, intercambiando miradas y luego con la mirada perdida.

Uno, el de atrás, iba amenazando permanentemente. Amenazaba al de adelante diciéndole que, si no paraba, lo iba a matar. Y dos minutos después le decía que si lo agarraba lo mataba. El de adelante no sabía qué hacer, no daba más. Le faltaba el aire, le quemaba el pecho, le ardían las piernas. No tenía oxígeno, pero le sobraba el hambre.

Cruzaron a varias personas en el camino y nadie se metió. Algunos no hicieron nada por miedo, otros no hicieron nada porque les interesaba ver el desenlace. Disfrutaban especulando con lo que iba a pasar. Y otra buena proporción de personas no hizo nada, absolutamente nada, porque tenían sus manos ocupadas en el celular, activando la cámara, filmando, manteniendo el foco.

La carrera comenzó en una vereda, frente a las rejas de entrada de un edificio de 25 pisos. Pasaron de calles iluminadas, con semáforos, asfaltadas, con cámaras de seguridad; a calles de tierra, con zanjas, pastizales, ratas, bolsas de basura desparramadas; y por último terminaron entre los yuyos altos de una plaza descuidada. La distancia entre la vereda del comienzo y la plaza del final, era de solo ocho cuadras.

El que había venido corriendo atrás, alcanzó al de adelante. El que venía adelante, había tirado el celular que llevaba en la mano y ahora estaba tendido en el suelo boca arriba. El que venía atrás, ahora estaba abajo. Ambos panza arriba y espalda para abajo. El que estaba arriba apoyaba la espalda en el pecho y la panza del de abajo. El que estaba abajo apoyaba la espalda en el piso de la plaza. Este, el de abajo, tenía cruzado el antebrazo derecho por delante del cuello del que estaba arriba; y para que no queden dudas de lo que estaba queriendo hacer, con la otra mano hizo palanca en su propio antebrazo para apretarle el cuello con toda su fuerza. Parecía una batalla de lucha libre, esas mexicanas que veía cuando era chico. Esas que pasan en los canales que nunca nadie vería un sábado a la noche.

El que estaba arriba, intentó en vano liberarse. A manotazos limpios para todos lados intentó soltarse. Fue al pedo. La palidez que tenía la cara hace unos segundos por el susto, se había tornado luego en rosado y ahora ya se encontraba en morado.

Alguna de las personas que vieron la corrida, llamó a la policía. Cuando el móvil llegó a la plaza, se encontró con la escena en curso. Los dos estaban vivos, luchando cada uno por lo que creía más importante. El de arriba, por su vida; el de abajo, por su celular. El de arriba perdió; y el de abajo se olvidó por qué estaba luchando.

Alguna de las personas que estaban pudo llegar a filmar con su celular el momento de la pérdida de uno y la victoria del otro. Cuando el vencedor se quitó de arriba el cuerpo, ya frío, del otro, la gente de alrededor le indicó que el celular estaba en el piso.

El ganador lo miró, y con un gesto de desprecio dijo:

Se rompió la pantalla, la puta madre. Era nuevo. Me voy a tener que comprar otro…

El cadáver de la otra persona seguía equilibrando su temperatura con la del ambiente.

Uno de los que estaba mirando lo que pasaba, se acercó al vencedor y con dos palmadas en la espalda, expresó lo que seguramente muchos pensaban: –Lo vi justo cuando te manoteó el teléfono y salió corriendo. Te salvaste de pedo. Es una locura …a estos negros de mierda no les importa nada. Te podría haber matado por un celular.

Dejá una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.