POETAS EN SU VOZ: MARÍA TERESA ANDRUETTO
Una sección dedicada a la difusión de la poesía cordobesa en la voz de sus autores. Empezamos por María Teresa Andruetto, una poeta que en 2012 se convirtió en la primera escritora argentina en ganar el Premio Hans Christian Andersen (llamado “el pequeño Nobel”).
Teresa
Me pusieron Teresa porque era el nombre de mi abuela y anduve por la vida con mi nombre de vieja. Es un nombre de santas y de reinas pero a mí no me gustaban las santas ni las reinas. Yo quería un nombre breve, un nombre leve y no este nombre de cristiana nueva. Mi buena Teresita, era la frase de mi padre, pero yo no quería ser pequeña, hasta que un hombre de brazos fuertes, de barba oscura dijo mi abuela se llamaba Teresa, mi hermana se llamaba Teresa, mi primera maestra se llamaba Teresa, ¿cómo te podría olvidar?Me pusieron Teresa porque era el nombre de mi abuela y anduve por la vida con mi nombre de vieja. Es un nombre de santas y de reinas pero a mí no me gustaban las santas ni las reinas. Yo quería un nombre breve, un nombre leve y no este nombre de cristiana nueva. Mi buena Teresita, era la frase de mi padre, pero yo no quería ser pequeña, hasta que un hombre de brazos fuertes, de barba oscura dijo mi abuela se llamaba Teresa, mi hermana se llamaba Teresa, mi primera maestra se llamaba Teresa, ¿cómo te podría olvidar?
Interior con naranjas
Las casas pintadas de rosa o de turquesa, me hicieron pensar en un país tropical. También el hombre que manejaba el taxi, eléctrico como un músico de jazz. En el auto habló de unas naranjas, dijo algo que no entendí. Después, bajo la noche diáfana, pasando el Bermejo, esa niña desnuda sobre el puente. Una luz melosa atravesaba el agua y en el cielo negro la luna encendida como una naranja.
Genealogía
Tengo una foto del casamiento de mis padres, él con traje oscuro y el pelo peinado a la gomina. Ella de trajecito claro y una boina (con un moño grande, a cuadros), la sonrisa perfecta, los ojos bajos, una cartera pequeña en una mano (la otra mano enlazada a la mano de mi padre). Con los ojos renegridos y las cejas grandes, a él parecen molestarle los reflejos del sol en esa tarde. Sé que es abril, que están frente a la plaza, la sombra de sus cuerpos se estira en el mosaico, hacia la tapia. Ella lleva debajo una blusa blanca. Antes de esa tarde, vendió una cadena de oro de su abuela para hacerse el anillo de bodas. Si te gusta el oro, no soy hombre para vos, dijo mi padre. Antes, mi padre le dio un echarpe de su madre, de color azul y grana. Si nos dejamos lo quiero de regreso, es un recuerdo de la madre de mi madre. Antes, un hombre golpeó la puerta de la casa de mi abuela, allá en el pueblo, buscando a una amiga de su madre y se encontró con mi madre. Antes, ese hombre que venía de otro mundo, le pidió a mi madre que fuera a la ciudad para conocerla pero mi madre le dijo que una buena chica no se movía de su casa. Antes mi madre juró y juró que no se casaría con nadie. Era hermosa como una potranca en la llanura y enseñaba a leer con un peinado de trenzas recogidas. Antes su madre se inclinó a fregar junto al arroyo para alimentar a los hijos y al marido, y antes de eso se le enfermó el marido. Era un hombre flaco como un pájaro que no podía oler la sopa de porotos, ni la flor del paraíso, ni el heno que enfardaba ni las hojas satinadas de los plátanos. Íbamos a verlos los domingos, mi madre nos llevaba; hablaban piamontés en una casa oscura, con piso de ladrillos y un patio con glicinas. Antes los padres de mi madre emparvaban alfa en Campo Yucat y antes la madre de mi madre tuvo a su primer hijo cuando era apenas una niña. Antes, su madre casó a la hija casi niña con un hombre bueno, el más bueno que encontré, decía, sin preguntarle a esa niña nada. Antes la madre de la madre de mi madre viajó con su hija pequeña en la bodega de un barco y después atravesó los campos como una peregrina, detrás de una máquina de trilla; y antes escapó de su pueblo con su hija, para que no la casaran con un hermano del marido. Antes, en un lugar llamado Casas Viejas, se le murió el marido y ella se ató un cilicio en la cintura. Cuando yo era niña, aún vivía, aferrada a un misal y un relicario con pelos de Santa Cecilia. Era poco agraciada la madre de mi abuela, la cara angulosa, los ojos hundidos, la boca, pero alguna vez fue joven y robusta, un animal para el trabajo cuando conoció al marido. Antes ella no tuvo padre y juró que, si tenía hijos, los hijos tendrían otra vida. Y antes fregó los suelos de una iglesia y fregando conoció los libros. Los evangelios, La Filotea, La vida de Santa Cecilia (y se escondió en el pecho, tal vez robada, esa reliquia, unos pelos de la santa en una cajita) Antes fue campesina y ayudó a su madre a cuidar dos vacas que tenían y antes su madre arrancó raíces de entre las piedras, para alimentarla. Encontré una foto de esa mujer, una foto borrosa, amarillenta. Dijo mi madre que le dijeron que la sacó el cura de Casas Viejas. Es la foto de una campesina joven, ya con la espalda curva, una mujer muy flaca, con la quijada hacia adelante, husmeando como un perro y los ojos, ay los ojos, tan despiertos, como una rata o una ardilla, ojos alertas como los de una perdiz o los de un tero.