LA LIBERTAD: ESA ZANAHORIA
EDITORIAL
“La libertad de las personas no es un atributo individual, es un hecho, un producto colectivo. Ningún hombre podría ser libre fuera y sin el concurso de toda la sociedad humana”. En estos tiempos en que el calificativo de “libertario” se aplica (mal) al fundamentalismo capitalista, bien vale la pena recuperar algunas definiciones de Mijail Bakunin para entender que su pensamiento estaba en las antípodas de la prédica del actual terrorismo tuitero. Hay antecedentes: los fanáticos de la economía de mercado ya se habían apropiado alguna vez del título de “liberales”, que tan buena reputación supo tener en el siglo diecinueve por sus embates contra el dogma religioso.
Mientras la izquierda llora desde hace más de 30 años sobre las ruinas de los soviets, la derecha se prueba disfraces atractivos para seducir a ejércitos de seres embobados con el brillo de las pantallas. Y, de paso, arrebata la bandera de la libertad, que desde la Revolución Francesa venía siendo agitada por quienes cuestionaban a los poderosos y que ahora, paradójicamente, flamea desde el mástil de las más inhumanas corporaciones. No es el hoy casi inexistente proletariado el que quiere liberarse del yugo de la explotación, sino que son los explotadores los que quieren seguir enriqueciéndose libremente.
Los cerrojos que los gobiernos han impuesto como medidas de prevención contra la pandemia, generan el caldo de cultivo para una protesta mundial en la que confluyen desde rebeldes bienintencionados hasta conservadores ultramontanos, negacionistas de todo tipo y adoradores de las teorías conspirativas. La zanahoria de la libertad en abstracto tiene ese atractivo irresistible que en los sesenta cobijó a trotskistas, maoístas y guevaristas, con idéntico magnetismo al que ahora esgrime para amalgamar al arco ideológico contrario.
Lo que nadie parece recordar, ni antes ni en la actualidad, es que mi libertad tiene un límite, que es la libertad ajena. Y, por lo tanto, al igual que le ocurre a Rasmus en la serie “The Rain”, si por ser libres condenamos a muerte a nuestros semejantes, ¿qué tan lejos podemos llegar en nuestra liberación? Bajo esos postulados, mucho más individualistas que libertarios, en los ochenta los portadores de HIV podrían haber reclamado por su derecho a tener sexo sin protección porque eran libres de hacerlo, por más que así infectaran a los otros. En esta época en que proliferan las certezas, mejor sería plantearse algunas dudas para no terminar defendiendo lo indefendible.