LA CRIPTA
“¡Dios mío, estamos perdidos!” –Dijo para sí el Padre Gaspar cuando sus azules y cansados ojos leyeron la noticia en el diario de la mañana. Un grupo de obreros de la empresa de energía que realizaban perforaciones descubrieron una antigua cripta jesuítica en el centro mismo de la ciudad. La noticia causó sorpresa, admiración y curiosidad entre los ciudadanos. Solo a un puñado de ancianos religiosos les causó dolor de estómago o de cabeza. El Padre Gaspar era uno de ellos. El más anciano residente del Arzobispado trajo a su mente imborrables aunque inconfesables recuerdos de sus tiempos de novicio.
El hallazgo era, por lejos, un hecho curioso, no solo por el descubrimiento en sí, sino principalmente porque escondía algunas contradicciones. Si bien los primeros estudiosos lo databan de la época colonial, durante la excavación se encontraron utensilios contemporáneos utilizados hasta hacía algunas décadas. Utensilios vulgares en un contexto extraño de espacio y tiempo: cucharas, tenedores, tijeras, agujas de tejer, recipientes, todos pulcramente ordenados en estantes esculpidos en las paredes de piedra.
Paranoico como un fugitivo, Gaspar hizo unas llamadas y pidió una reunión urgente y privada con el Arzobispo. El contenido de esa reunión se desconoce, pero lo cierto es que el Arzobispado puso en funcionamiento todos sus mecanismos de poder y presión para que las autoridades comunales intimen a la empresa de energía a abandonar la excavación, la sellen tal cual estaba y echen sobre el descubrimiento un manto de silencio. Pero para el municipio, la cripta significaba un atractivo turístico rentable y para la empresa la continuidad de su tendido de redes, de manera que inmediatamente surgió un conflicto de intereses. La disputa entraba y salía de tribunales alternando denuncias y amparos que se extendieron por meses. Cada amparo detenía la excavación. Cada denuncia la continuaba. Cada continuidad descubría nuevos pasadizos. Cada pasadizo prefiguraba un enorme laberinto.
Finalmente, el progreso (los intereses económicos, en definitiva) logró torcer el brazo religioso y los obreros continuaron abriendo cuevas. El trazado empezaba a revelar que la cripta era en realidad un lugar donde desembocaban varios corredores. Como una habitación colectora de túneles hacia un lado y otro. Pero… hacia dónde? Mientras más avanzaban los trabajos, más descubrimientos extraños surgían y cada uno de ellos comprometía más a la iglesia católica. Un puñado de viejos sacerdotes y monjas ancianas aparecieron muertos de maneras misteriosas en el transcurso de una semana y en poco tiempo la prensa comenzó a vincular las muertes con la cripta. Las autoridades políticas por un lado y el Vaticano por otro siguieron presionando, sobornando, chantajeando y operando, cada uno desde su lugar y de acuerdo con sus propios intereses.
Un día, las herramientas de los obrero excavaron los últimos pasillos y los ingenieros pudieron trazar un mapa detallado de la red de túneles. Decenas de kilómetros de pasadizos subterráneos unían las principales iglesias católicas del centro de la ciudad. Los conventos se conectaban con los noviciados, estos con los seminarios y estos con los colegios religiosos.
El padre Gaspar colgó el teléfono luego de recibir la noticia de que la Hermana Rosario –la penúltima que quedaba viva- ya no vivía. Inmediatamente, se llevó la pistola a la boca y se disparó.
Al día siguiente los obreros voltearon la última pared. Detrás de ella una habitación ciega escondía un osario de fetos y neonatos.
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