ENSALADA RUSA: EL CIBERESPACIO, LA ESTRATEGIA Y LA GUERRA
Barrio Alberdi. Son las 23 horas de una fría noche de invierno. Una densa bruma que brota fantasmagóricamente de las entrañas del río Suquía merodea por el pasaje Aguaducho. No hay mucha gente, cualquiera diría que parecen las nostálgicas primeras horas de un confinamiento de primera fase. Un pibe se acerca a otro encapuchado: –Brother, no tenés unos gramos de ensalada rusa? -Volá de acá, laucha, giladas no…-. El azul intermitente de un patrullero se proyecta sobre el empedrado. El pibe se escabulle a paso ligero pensando en aquella navidad y en esa última cucharada que se sirvió que podría haber sido un poco más abundante. Consuelos tontos. Anacronismos sin sentido.
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En pocas semanas, una escena como esta pasó de ser un inimaginado sketch distópico de clase B a una secuencia que coquetea con lo verosímil. Sucede que el conflicto entre Ucrania-Rusia, o mejor dicho el conflicto de escala mundial que brotó por la disputa entre los dos países, inundó dimensiones de nuestras vidas más bien alejadas de la cuestión militar. La globalización, por naturaleza, es así. Desde cuestiones materiales como la posible escasez de churros[1] por la falta de circulación de harina a nivel internacional, a realidades discursivas como la suspensión en locales cordobeses de la Crema Rusa, Ensalada Rusa entre otros inocentes y pacíficos productos de consumo que referencian al país asiático.
En este sentido, la condena pública y generalizada en el mundo occidental a la incursión de Putin irradia hacia diferentes dimensiones que son novedosas. No es frecuente dejar de vender/consumir en la industria cultural estadounidense en protesta del clima bélico que mantienen desde hace, por lo menos, un siglo. En verdad, la cuestión de la ensalada y el helado son aspectos triviales pero no dejan de ser un símbolo, o mejor, un síntoma sobre la circulación de discursos respecto al conflicto armado y la geopolítica mundial.
Como toda disputa social, la guerra ruso-ucraniana tuvo un recorrido sinuoso desde su inicio el pasado 20 de febrero. De hecho, transitando los primeros días de abril parece no existir una promesa concreta de fin del conflicto, amén de lo dicho y desdicho tras cada mesa de negociación. No obstante, existen indicadores de que el conflicto seguirá por otros medios y en vinculación con las tensiones geopolíticas que vienen atravesando al planeta en la última década y más aún tras la pandemia. La decadencia de la hegemonía norteamericana, la pérdida de cohesión dentro de la Unión Europea, el ascenso y consolidación ruso y el avance de la “Nueva Ruta de la Seda” china a escala global marcan el pulso de un mundo que está redefiniendo los polos y modalidades de ejercicio del poder internacional. Es ahí donde la circulación de discursos -en redes, medios y plataformas- va tejiendo diferentes imaginarios que tenemos las personas sobre los procesos políticos, las culturas y los modos de habitar un lugar en el mundo. Una ensalada, ya no es una ensalada sino otra cosa.
A modo de ejemplo, en relación a la gestión de la pandemia y provisión de vacunas sucedió algo similar: explicando las conclusiones de una investigación empírica sobre las vacunas y los discursos que las personas en Argentina tenían sobre los diferentes laboratorios, Julio Burdman resalta que los discursos e imaginarios (es decir las representaciones mediáticas, populares, masivas, etc.) sobre la geopolítica operan como ordenadores en las identidades sobre la efectividad médica y el manejo de la pandemia. Es decir, junto con la aparición de vacunas (provenientes de “empresas transnacionales, con accionistas de diverso origen, e instalaciones repartidas por el mundo, en las que trabajan científicos de las más variadas nacionalidades”) aparece el denominado nacionalismo de las vacunas que “ordenó preferencias y evaluaciones individuales frente a las formas de una aparente competencia entre países”[2].
Quinta generación
Las disputas simbólicas no tendrán la fuerza arrolladora de los tanques y aviones de las potencias mundiales, pero son una realidad que ordena, selecciona, produce, prohíbe y crea un mundo sobre el cual los tanques, aviones, vacunas, tipos ensaladas y gustos de helado pueden ser legítimos o no. Toda guerra puede verse como una batalla sobre la verdad. Ya sea por mandato divino, étnico, democrático, lingüístico, económico, (¿astronómico, agregaremos en unos años?) existe un juego sobre las formas lícitas de comprender y habitar el mundo desde nuestro sentido común. Si nos paramos un poco desde la teoría del conflicto significa asumir que la guerra sirvió históricamente como motor de cambio. ¿Cuáles de nuestros actos más triviales y cotidianos son una minúscula e imprevisible consecuencia de alguna guerra librada siglos atrás? Los más exagerados dirán que todos, puesto que los sapiens exterminaron a los neandertales 100.000 años atrás. Pero ni está confirmado científicamente, ni tampoco nos interesa tanto ahora.
¿Qué agrega de novedoso Rusia-Ucrania? Desde hace algunos años, analistas políticos vienen hablando sobre la emergencia de las Guerras de Quinta Generación. Cambios de paradigma, nuevos caracteres y estilos para una misma naturaleza conocida. Brevemente, la idea es que el Estado pierde el papel monopólico en la táctica bélica y aparecen otros actores en el cuartel de mando que disparan a objetivos inmateriales. Son acciones híbridas que por medio de los recursos tecnológicos operan sobre el campo de la información, los estados de ánimo, la moral y las emociones a escala mundial. El cambio de paradigma no supone la cancelación de las anteriores generaciones, sino más bien la adición de nuevas estrategias, dispositivos, actores, lógicas y armamento. Otra de las novedades, es el terreno en el que se desarrolla el conflicto; y en este caso hay dos privilegiados: los grandes centros urbanos y el ciberespacio. ¿Cómo trazar los nuevos mapas de la guerra? Inminentemente los tiempos actuales demandan una nueva cartografía de los acontecimientos bélicos donde las trincheras tienen forma de barro, fuego y sangre pero también cables, monitores y ubicuidad.
Es evidente que hoy la virtualidad funciona como otro lugar análogo al mundo material. Redes, billeteras, museos, monedas, foros, bancos, campos de batalla y un enorme repertorio de espacios digitales de socialización, intercambio y producción nos lo confirman a diario. Del despacho de Putin a las heladerías de Nueva Córdoba no hay más que unos pocos megabytes de distancia.
Lo importante de pensar y afirmar que la virtualidad es un espacio, es resaltar que -como todo espacio- obedece a determinadas reglas de juego con sus actores protagonistas, sus jerarquías, penalidades y formas de intercambio características. El ciberespacio no es el aire ni es el eter ni es la quintaesencia libertaria del manantial de la sociedad del conocimiento. Es otro escenario en el que se tejen y juegan las disputas de poder ya existentes en otros planos. Tan materiales como los cables de fibra óptica que nos traen internet, como las balas rusas, las ensaladas y los videos de YouTube.
Sobre este plano, durante el mes de marzo hubo dos ejes de discusión centrales y análogos al conflicto bélico. Por un lado la cuestión del acceso a la “red global” de internet; y por otro, la referida al derecho a la información.
En este periodo, una de las noticias que más sobrevivió en las vertiginosas agendas de los portales occidentales fue sobre la posibilidad de que el gigante asiático se desconecte del internet global y navegue en su propia órbita virtual[3]. “Moscú tiene la capacidad técnica para soltar amarras con el ciberespacio global. El proyecto de internet soberana, conocido como RuNet, fue habilitado legalmente en 2019 y ya se ha probado con éxito. RuNet permitiría que internet siga funcionando en el país, aunque reconduciendo todo el tráfico de datos a servidores nacionales controlados por autoridades estatales. Dicho de otra forma, el Kremlin decidiría qué se puede ver y qué no. A efectos prácticos, los rusos no podrían acceder a páginas de fuera del país”, advirtieron en el periódico español El País el 16 de marzo. Si bien el proyecto actualmente solo se limita a las webs del gobierno, la sospecha internacional se dirige a que es una carta lista para ponerse en juego bajo la excusa de un posible aumento de ciberataques. De hecho, a mediados de marzo el Estado ruso aseguró estar viviendo “la peor ola de ciberataques de su historia”; mientras que Ucrania también fue víctima de bombardeos digitales durante todo el conflicto. En este sentido, en una lectura cronológica de los artículos periodísticos del conflicto armado puede observarse cómo el control del mundo cibernético fue acompañando la marcha de los escuadrones y tensiones políticas. Su importancia estratégica y vital es clave. Es más, en los primeros días del mes de abril el gobierno ucraniano acusó a China de lanzar un ciberataque masivo en los días previos al inicio de la invasión, lo que ubicaría a la potencia oriental como parte activa en el conflicto.
Probablemente el control de las telecomunicaciones implica una escalada de tensión que continuará más allá del posible éxito de las negociaciones de paz entre los ex-URSS. En este sentido, un dato clave es la participación y tensión con empresas privadas que operan al interior del territorio ruso. Es que actualmente -a diferencia de China, por ejemplo- Rusia tiene una matriz de comunicación muy vinculada al circuito empresarial de occidente. De acuerdo con datos de la plataforma Hootsuite dentro del top 10 de redes sociales más utilizadas en el 2020 por usuarios rusos encontramos los grandes astros del occidente digital: Youtube, WhatsApp, Instagram, Facebook, Twitter y Facebook Messenger.
Si bien Roskomnadzor, la agencia estatal de telecomunicaciones, anunció años atrás que ya realizó pruebas de desconección sin que los usuarios lo advirtieran, el debate se tensiona entre si se trata de soberanía digital o aislamiento virtual.
La censura no existe, mi amor. La censura no exist…
Volviendo a marzo 2022 el panorama digital cambia. El fuego cruzado entre gobierno, proveedores de internet, empresas de telecomunicaciones y plataformas de redes sociales entró en jaque absoluto. Desde el estallido del conflicto diferentes empresas tecnológicas redujeron su presencia o restringieron absolutamente sus servicios en el país; otras bloquearon medios de comunicación rusos o cesaron actividades publicitarias y hasta Cogent Coomunications (una de las mayores empresas proveedoras de internet responsable del 25% de acceso a la web a nivel mundial) anunció su retiro inminente del país. El Kremlin por su parte avanzó con el bloqueo de diferentes plataformas y el anuncio de penas de hasta 15 años de prisión a quien difunda información falsa sobre la invasión de Ucrania; noticia que despertó la alarma de grandes empresas de medios como CNN, BBC y CBS News que también cesaron actividades. Google, Twitter, Netflix, Spotify y Meta, a su vez, bloquean contenido y discursos pro-rusos a escala mundial; por ejemplo, el canal de noticias RT (financiado por el Estado ruso) se encuentra censurado a nivel mundial por parte de YouTube. Fichas que se mueven y van despejando un tablero de ajedrez que se juega por debajo de la mesa.
La problemática de los flujos de información se reedita al calor de nuevas décadas. En 1980 la Asamblea General de la UNESCO había aprobado el denominado “informe MacBride” que actualmente continúa siendo el principal documento supranacional donde se plantea la necesidad de repensar el acceso y participación en la producción de información. El mérito del informe fue llevar a una instancia internacional un largo debate sobre el rol de la prensa, los discursos y legitimó el concepto de derecho a la comunicación como una necesidad imperiosa a escala global. Lo que en aquel entonces pareció ser la puerta de entrada a un “nuevo orden mundial de la información y la comunicación” devino en décadas de concentración mediática, conglomerados tecnológicos y oligopolios que extienden sus actividades al campo de las noticias, producción cultural, redes sociales, actividades financieras, producción de datos estadísticos, acción política, entre otros. En suma, un ecosistema de la comunicación dominado por pocos y enormes actores que al igual que los Estados ejercen poder de control sobre dónde, cómo y qué puede decirse. Tomando datos elaborados en el 2017 por la empresa de estadística alemana, Statista, puede comprobarse el nivel de concentración y penetración existente en las empresas de telecomunicaciones para diferentes ámbitos dentro de la tecnología digital a escala global. En este caso, se grafican las cuotas de mercado que posee cada uno de los líderes mundiales en motores de búsqueda, redes sociales, ordenadores y sistemas operativos. Cuatro tecnologías con las que consumimos, decidimos que almorzar o a quién votar, nos comunicamos, hacemos política, resolvemos dudas y, básicamente, convivimos a diario.
Si el contexto de la Guerra Fría puso en la agenda la problemática de la concentración de medios y la libertad de prensa que llevaron a la redacción del informe MacBride, evidentemente los nuevos conflictos armados y estrategias digitales de la guerra obligan a replantear el alcance del derecho a la comunicación. Como indica Manuel Castells en su libro “Comunicación y Poder”, vivimos en un mundo donde aún la mayoría de la población no cuenta con acceso a bienes y servicios de la tecnología digital, sin embargo la centralidad del ciberespacio es vital en todos los procesos económicos, políticos, culturales e internacionales. Es decir, se trata de una cuestión global y social más allá de su alcance práctico e individual. Lo que agrega nuevos tópicos a la vieja discusión sobre la propiedad de los medios, la libertad de expresión y pluralidad de voces. Ahora las oficinas de control de contenidos emergen como nuevos actores del universo algorítmico que tambalean entre el “respeto y cuidado de la comunidad” y la “vigilancia y disciplina totalitaria”. No es una cuestión sencilla y así lo prueba la llegada de estas discusiones a tribunales y polémicas internacionales; por ejemplo el caso Cambridge Analytica que llevó a Mark Zuckerberg y FaceBook a un largo proceso en la justicia estadounidense. Venta de datos de usuarios, incitación al odio, fomento de la violencia, desinformación, fake news e ilusión de homogeneidad discursiva y cultural son parte de la fauna con la que convivimos. Si bien por una parte las reglas de uso de cada red social buscan -en alguna medida- explicitarse al usuario, por otra parte sus límites, alteraciones y margen de maniobra dependen de las decisiones empresariales y políticas de cada empresa. El mejor y más reciente ejemplo es el anuncio que realizó a mediados de marzo Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp) de que autorizaría -en países de Europa del Este- a que sus usuarios publiquen mensajes escritos y gráficos que llamen a la violencia contra los soldados rusos e inciten a la muerte de Vladimir Putin. De acuerdo con CNN, un portavoz de Meta señaló: “Como resultado de la invasión rusa de Ucrania, hemos permitido temporalmente formas de expresión política que normalmente violarían nuestras reglas, como un discurso violento como ‘muerte a los invasores rusos’”[4].
Es decir, las reglas están sujetas a modificaciones, contextos de excepcionalidad y cambios en el panorama global. Al igual que las legislaciones de los países, las normativas de las redes sociales no son otra cosa que acuerdos transitorios escritos por personas y sus intereses.
Agua y vinagre
Rusia avanza sobre las fronteras ucranianas, los medios sientan posición, los conglomerados de telecomunicaciones esbozan hipótesis de conflicto, internet se convierte en un gran centro de operaciones y los usuarios consumen y producen finos instrumentos de guerra. Lo material y lo simbólico se van trenzando en un reviente de tiros en el que los “ciberataques” acompañan el vuelo rasante de los helicópteros bombardeos y los hilos de tweets. La aparente inmaterialidad del código de un hacker se responde con el cuerpo de los trabajadores de telecomunicaciones de Ucrania que restauran los cables y se transforman en “héroes de guerra” que el gobierno utiliza de propaganda nacionalista que se zambullirá nuevamente en las redes sociales. Se forma un espiral inabarcable entre códigos de programación, cables de cobre, balas de plomo, lenguaje binario, cadáveres en el suelo, posteos en el Face y agendas en los medios. Diálogos entre la materia y los símbolos.
Más allá de la indignación del mundo occidental y ciertas particularidades espectaculares del caso ruso, vivimos en un mundo bélico y conflictivo de larga data. Sin embargo, las mecánicas del poder (político, cibernético, económico y armado) trazan nuevas rutas que se extienden a nuestros celulares, discursos, platos de ensalada, preferencias comerciales y programas de gobierno. Sobre la mesa tenemos un vaso servido que medio lleno muestra el progreso emancipador de la globalización digital y medio vacío nos revela la tensiones siempre irresueltas de un mundo polarizado y disciplinador. El agua del que se nos invita a beber puede no ser más que un vaso hasta la mitad cargado de vinagre.
Dato culinario: hervir las papas con un chorrito de vinagre para mejorar la consistencia en la ensalada rusa.
[1] https://www.cucinare.tv/2022/03/03/escasez-de-churros-la-invasion-de-rusia-a-ucrania-complica-la-elaboracion-de-la-popular-factura-en-la-argentina/
[2] https://revistas.unc.edu.ar/index.php/revesint/article/view/32624/33333
[3] https://elpais.com/tecnologia/2022-03-12/el-kremlin-da-el-primer-paso-para-aislar-el-internet-ruso-del-resto-del-mundo.html
[4] https://cnnespanol.cnn.com/2022/03/10/facebook-e-instagram-permitiran-temporalmente-llamadas-por-violencia-contra-los-rusos-trax/
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