ELOGIO DEL CAMINANTE

Vendí mi auto cuando me mudé al centro de Córdoba, hace ya 10 años. Vivía en un barrio alejado de las zonas más urbanizadas de la ciudad y eso me había habituado a usarlo para casi cualquier cosa, pero necesitaba costear los gastos de la mudanza, así que a partir de ese desplazamiento me volví un peatón full time.

Ya llevo una década como caminante. Y si bien en algún que otro momento evalué la posibilidad de volver a contar con “movilidad propia” (expresión que detesto por su falta de precisión), puedo decir que me las arreglo bastante bien, lo cual no es poco en una ciudad con un transporte público que ya nadie vacila en calificar de pésimo.

La realidad es que me encanta caminar. Me hace bien, me hace pensar, me arranca del sedentarismo: en una época en la que cada vez más situaciones se resuelven a través de una pantalla, es bueno saber que podemos usar el cuerpo para ir de un lugar a otro a un ritmo pausado y reconfortante, sin más objetivo que movernos.

Por eso la cuarentena tiene una nota amarga y especial para nosotros, los caminantes. No digo que a los que usan el auto los haya afectado menos, que se entienda, pero fue una baja realmente sensible para nuestro bando. Después de tantos años de habituarme a ese ejercicio, que te lo quiten de un día para el otro se sintió como la pérdida de algo esencial: caminar nos recuerda que somos libres, que esa libertad es una necesidad tan vital y sigilosa como el aire o la democracia.

Voy con un cliché, pero cuando uno camina mira la ciudad de otra forma. Cuando viajamos, sacamos buenas fotos porque todo nos sorprende, porque estamos caminando la mayor parte del tiempo. Vivimos en un formato rutinario, con una serie de actividades que se repiten –despertarse, ducharse, desayunar, trabajar, almorzar, dormir, etc.– hasta llegar a un grado de automatización: a muchas de esas cosas ya las hacemos de manera inconsciente. Caminar en tu propia ciudad hackea esa rutina porque en cada cuadra pasan cosas distintas que podemos experimentar con varios de nuestros sentidos. Escuchar el fragmento de un diálogo entre dos cordobeses que le hacen frente a los bocinazos de las avenidas, sentir el olorcito a fritura que despide un bar de viejos al mediodía o levantar la vista para contemplar la arquitectura de un edificio son cosas que se pierden si uno viaja en auto o en colectivo. Son premios discretísimos reservados para nosotros.

En las últimas semanas me di cuenta, además, de que la caminata se me ha vuelto un vicio, un combustible sin el cual no termino de funcionar. Ni siquiera para las cosas que más disfruto. Tardé unos días en entender que mi falta de concentración en la lectura o en las películas era por estar encerrado. Intenté escribir esta columna después de un día de home office, clases virtuales y otras actividades hechas en la planicie de la vida digital. Nada, pantalla vacía, el cursor titilante recordándome el fracaso. La pude empezar al día siguiente, después de una caminata a hacer las compras con el barbijo reglamentario (expresiones que esta pandemia nos va a hacer detestar: barbijo reglamentario, paseo recreativo, distanciamiento social, aplanar la curva, masa madre).

Ahora la termino por la mañana, de un tirón. No lo llamaría “inspiración”, decirle así le resta puntos al trabajo. Digamos que las caminatas simplemente me acomodan las ideas. Aquel que ha tenido que escribir mucho por trabajo sabe de lo que hablo: muchas veces los artículos se escriben en la cabeza, mientras uno hace otra cosa, a veces con ideas generales y otras veces párrafo por párrafo, hasta las comas, y después uno lo que hace es sentarse frente a la laptop, abrir el procesador de textos y darle a las teclas. Escribo con cierta tranquilidad, porque el gobierno habilitó las caminatas. Aun con las restricciones del caso –horarios específicos, distancia obligatoria– se siente como un alivio, el chutazo atolondrado después de la abstinencia. Pero en las semanas de estricta cuarentena tuve que buscar un reemplazo, una droga virtual que a mí me sirvió y quizás le sirva a alguien: Nomadic Ambience, un canal de YouTube. Son videos de caminata en primera persona, filmados en 4k y con sonido ASMR, por distintas ciudades del mundo. Tal vez en el futuro necesite un auto, está todo bien con eso. No soy anti motor ni tampoco un loco evangelizador de la gente a pie, pero cuando llegue ese día nada me va impedir colgar las llaves y salir a caminar, con la mirada atenta a cualquier cosa y las manos en los bolsillos, feliz de ver el mundo a mi manera. Fue mi mantra mientras miraba esos videos increíbles: volver a las calles, volver a las calles.

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