EL (FIN DEL) MUNDO SEGÚN MCKAY

 

Si hay algo que no le podemos imputar a Adam McKay es que sus películas no sean desenfadadas y originales. Si bien, como casi todo director, esconde en su ropero algunas vergüenzas, sus últimos trabajos han demostrado ser una síntesis muy aproximada de la semiótica de la sociedad líquida contemporánea. Ya lo habíamos vislumbrado con The Big Short, en donde aborda un tema tan arduo y enrevesado como la crisis de las sub-primes hipotecarias de 2008, con un guión fluido y atrapante, y una realización digna de la nominación al Oscar que alcanzó en 2015. En 2018 se despachó con Vice, en la que aborda la controversial vida del vicepresidente de George W. Bush, Dick Cheney, contada como si estuviese jugando a hacer películas (a la mitad del film aparecen los créditos preanunciando un final que no es tal). McKay es como un niño (uno genial!) que no se atiene demasiado a dogmas ni lógicas narrativas, aunque intuye perfectamente los códigos comunicacionales actuales. Apela a todos los recursos simbólicos disponibles para contar –por abstruso que sea el tema- lo que quiere contar. Juega todo el tiempo. Juega con montajes paralelos, juega con jump-cuts, juega con congelados y sobreimpresos, juega con las metáforas más ilustrativas y descabelladas para facilitar la comprensión. Puede ser Margot Robbie, desnuda en una bañera, que nos cuenta como funcionan los bonos financieros de Lewis Ranieri, o Alfred Molina, encarnando un maitre de un lujoso restaurante del D.C. que le presenta al gabinete de Bush Jr. un detallado menú de leyes antiterroristas (y altamente represivas) post 9-11.

Don´t look up sigue la misma línea realizativa. Si bien, a diferencia de las anteriores, no está basada en hechos reales, el tratamiento visual y conceptual se asemeja bastante. Y por supuesto, el mismo desenfado. Sin temor al plagio, la trama nos acerca a dos astrónomos que acaban de descubrir un cometa en curso de coalición directo con la Tierra y sus desvelos para concientizar a la sociedad y –principalmente- al gobierno sobre la extinción global que se avecina. Y acá es donde McKay hace la diferencia. Con un hiperrealismo que da escalofríos, imagina (aunque no es muy difícil de imaginar) las reacciones de una sociedad ensimismada y superficial; pletórica de posturas y en donde todo (hasta la ciencia) es cuanti-cualificable con un corazón clickeado o un pulgar hacia abajo. Cualquier parecido con la crisis del coronavirus es mera coincidencia.

Sin lugar a dudas, habla de la posverdad. De una sociedad global que prefiere las maniobras evasivas de sus propios idearios a los gritos desesperados de los científicos preanunciando el final. Una sociedad más perpleja que asustada. Más cínica que comprometida.

Don´t look up es un espejo -apenas cóncavo- sobre la construcción de sentido de nuestros días: las redes sociales determinando la infinitesimal pluralidad de pensamientos; el todopoderoso dios algoritmo –que todo lo ve, todo lo oye y todo lo predice- reemplazando al destino, la suerte o la justicia divina; la existencia superflua y banal –inclusive en la búsqueda de profundidades-; la ineludible puesta en escena –ante las cámaras de televisión o las cámaras del celular- y la incipiente decadencia del método científico como paradigma de la verdad revelada. Hasta los personajes son arquetípicos de la era. Un profesor maduro y tímido (DiCaprio) deslumbrado por las luces de las marquesinas, una astrónoma rolinga (Lawrence) que no puede evadirse de su posmodernismo, una presidenta fatua (Streep) y su hijo drogón (Hill) ejerciendo una nepótica jefatura de gabinete; y hasta un multimillonario de la telefonía celular (Rylance) que se parece bastante -aunque no físicamente- a Elon Musk.

Y los negocios, siempre los negocios. Negocios que –en palabras de Kate- “harán que personas inmensamente ricas se hagan más ricas aún”.

Don´t look up es una historia contada en el mismo registro de sus personajes: sin heroísmos, sin moralejas, sin épicas y sin éticas. Apenas una caricatura cruel y premonitoria advirtiéndonos que la estupidez y la avaricia nos puede extinguir, en tiempos en que todo, absolutamente todo, -hasta lo más terrible- se puede refutar, se puede banalizar y se puede “memeizar”. Toda premisa se vuelve un hashtag, cada ocurrencia merece ser twitteada, cada intrascendente evento de nuestras vidas justifica una historia de Instagram. El yo como valor absoluto y yo como protagonistas excluyentes de mi propia película. Todo lo demás es escenografía. Todos los demás son actores de reparto. Lo individual restringiendo y anulando lo colectivo. Mi postura anti-cometa (o anti-vacuna) tiene mayor peso que la vida (o la salud) del conjunto.

De la siempre provocativa mano de McKay, el nuevo humor hollywoodense, más cruel, más cínico, más sutil, más perverso nos interpela no solo como sociedad, sino también como especie. Al punto tal que al terminar el filme muchos de nosotros habremos pensado íntimamente que –alerta spoiler!- se hizo justicia.

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