DUDAS JUDICIALES
Como casi todo en nuestro país, las cosas nacen podálicas, malparidas digamos. Como eficaces parteros, hacemos todo lo posible con nuestros fórceps para que salga a la luz. Desde hace mucho tiempo me da vueltas en la cabeza una incoherencia más de la Justicia. Puede que le resulte chocante, desagradable e incluso revulsivo lo que voy a plantearle, pero la verdad es que no me importa. Usted no me conoce, y yo a usted tampoco.
En los últimos años, en mi trabajo de consultorio como médico forense examiné a más de tres mil detenidos por diferentes causas. Y acá quiero hacer una salvedad o aclaración: los médicos forenses, no sólo trabajamos con cadáveres, sino que también trabajamos e interactuamos con vivos. Y he aquí uno de los primeros ruiditos que me hace la profesión en general y la especialidad en particular. La creencia generalizada de que los forenses trabajamos únicamente con muertos. Nosotros, los especialistas en medicina legal, además de cadáveres, examinamos imputados (presos) y damnificados (víctimas). Muchas veces me cuesta encontrar las diferencias entre unos y otros. Es decir, los presos en verdad son víctimas de un sistema que lo único que hace es excluirlos y acorralarlos hacia la única salida que es la delincuencia. Por otra parte, los damnificados, muchas veces realmente son víctimas, pero del propio sistema que ellos perpetúan, que es el de excluir a los más humildes. Por ende, e interpretado quizás de una manera superficial, son culpables de ser víctimas. O son “presos” de sus propias actitudes excluyentes de los demás.
Cuando me detengo a mirar a los ojos, tanto a presos como a las víctimas, si sólo veo su mirada, sin fijarme en su ropa o en sus palabras; sólo su mirada, veo claramente quién es la víctima y quien el culpable (y justamente no es lo que dicen los oficios judiciales). Así como esta disonancia que me genera el concepto de imputado o damnificado, lo mismo me ocurre con cadáveres o con vivos. Cuando fijo la vista en esos cuerpos, inertes, alienados, abstraídos de toda realidad, desnutridos, sin vida (me refiero a los imputados), me pregunto si realmente ellos se sentirán vivos.
El 40% de los argentinos es pobre, llevado a un numerito más concreto, 17 millones de personas (personas que son vecinos, amigos, padres, hijos, abuelos, profesionales, analfabetos, etc). Es decir, hay 17 millones de historias de pobreza. No es el número, es la persona y su historia detrás de ese número. Dentro de éste número, hay padres que tienen que mirar a sus hijos a los ojos e intentar explicarles lo inexplicable: no hay comida. No van a comer hoy, y mañana, probablemente tampoco. En ese simple hecho, de un contexto tan complejo, el padre agarra su carro, su caballo que se encuentra tan desnutrido y hambriento como su hijo, o como él mismo, y sale a recorrer las calles en busca de algo: algo de ropa, algo de comida, algo de cartón, algo de esperanza o algo de lo que sea.
Imaginémonos por un momento, que estamos sentados en la maderita medio podrida de ese carro, como los que vemos a través de los vidrios polarizados de nuestro vehículo mientras vamos al shopping el domingo, o cuando miramos por la ventana de nuestras casas caer la lluvia con un café sabroso, cálido y humeante, que nos reconforta el alma pensando qué clase de loco puede salir con este clima, hasta que vemos alguien en un carro. Pero salgamos de esa comodidad, y tratemos de imaginarnos sentados ahí, en el carro. Con la mirada fija en la seguidilla de tachos de basura y containers en los cuales buscamos, entre los desperdicios, el alimento de nuestros hijos. Imaginémoslo, pero de verdad. Si está leyendo esto en una silla, sáquele el almohadón, corra la silla para atrás, e inclínese un poco para adelante. Quédese así un buen rato, hasta que le empiece a doler la espalda y se le acalambren los glúteos. Justo en ese punto, siga quieto. Agarre su tacho de basura y póngalo cerquita, mientras continúa leyendo este texto. Piense (y sienta el olor a mugre, la que usted mismo generó) que en ese instante llega su hijo y le pide algo para comer. Usted, gira un poquito (pero sin que se le deje de acalambrar el traste), mete la mano en el cesto de basura, saca algo no tan podrido y se lo da, quizá un trozo de pan con algunos tonos verduzcos. Y mira a su vez que su hijo lo come con desesperación y sobre todo agradecimiento. Piense además, que en ese contexto, otro hijo va sentado a su lado en el carro (sí, sí, ese mismo que ve a través del vidrio polarizado de su auto o de la ventana de su casa mientras llueve). Compenetrado en su papel de pobre, en la búsqueda frenética de comida entre la mugre (para usted y su familia), el caballo que tira de su carro, de repente se detiene y no quiere avanzar. Usted, en su rol de pobre, excluido, con hambre, sin educación ¿qué haría? Posiblemente en este momento, este saliendo de su rol protagónico de pobre, y piense como un clase media/alta. Como ese pequeño burgués con rabia, por no poder vacacionar en Cancún dos veces al año y sólo se conforma con ir dos semanas en enero. Quizás piense que se bajaría del carro y luego de acariciar al equino le diría: -por favor, hermoso semental de Palermo, ¿podremos continuar el recorrido?
Sin embargo, si logra mantener el papel de pobre analfabeto hambriento y sucio, lo más probable es que agarre un pedazo de goma que tenga a mano y le meta un azote en el lomo al caballo que, reitero, está tan desnutrido como usted y su familia. Es decir, el pura sangre es puro hueso.
Justo, justito en ese preciso momento, una persona con dos bolsas de Ricky Sarkany en la mano derecha, un caniche toy blanco (recién sacado de la peluquería canina en la mano izquierda (que por cierto, su calidad de vida es mejor que la de cualquier pobre porque va a la peluquería y come bife a la plancha), saliendo del shopping lo ve a usted en el instante justo que descarga la ira de la felicidad ajena sobre el lomo del rocín, por medio de un gomazo. Esa persona pasa la correa del caniche a la mano derecha y con la otra, saca su smartphone (iPhone seguro) y marca el 101 para notificar a la policía de un maltrato animal. A los quince minutos, un patrullero se detiene junto a su carro en el cual su hijo lo espera mientras usted revisa el décimo tacho de basura del día. Un buen servidor de la ley se baja del móvil, se acerca y le dice que lo va a detener por “maltrato animal” aduciendo la “ley Sarmiento”. Por supuesto, como usted no tuvo posibilidad de ir a la escuela, no tiene ni la más pálida idea de quién ese tal Sarmiento. Cómo justamente usted está leyendo esto mientras se va sintiendo pobre, le cuento que en verdad Domingo Faustino Sarmiento fue docente, periodista, militar, político, escritor, estadista argentino, senador nacional, gobernador de la provincia de San Juan, ministro del Interior y presidente de la Nación Argentina. Pero ¿sabe una cosa? No se llamaba Domingo Faustino Sarmiento. Su verdadero nombre era Faustino Valentín. Es decir, desde el vamos, el tipo ya arrancó mintiéndonos. Ni hablar del genocidio que provocó. Pero por ahora dejemos eso de lado.
La cuestión, no se pierda por favor, es que usted es el pobre que revuelve la basura buscando comida. Su hijo lo espera en el carro, para un policía y va a detenerlo a usted por la Ley del señor que no se llama como dice. Y al ver su cara de sorpresa, el policía le dice “es por maltrato animal”. Y en lugar de aclararle las cosas, a usted se le complica más todavía. Si es maltrato, la primera idea que se le viene, es que el maltratado es usted.
Esta famosa ley Sarmiento (Ley Nacional 14.346/54 de protección a los animales), entre tantos puntos, establece por objeto promover la defensa y protección de los animales en todo el territorio de la República Argentina ante los malos tratos y actos de crueldad contra los mismos (observación: si el hombre es un animal que cuenta historias (según el Dr. Carlos Presman), y no tiene para comer, busca sus alimentos en la inmundicia ¿no sería él el maltratado?).
Para que no queden demasiadas dudas, la Ley también establece muy clarito que se consideran “malos tratos” a no alimentar en calidad y cantidad suficiente a los animales domésticos y cautivos (un hijo analfabeto y con hambre ¿quedaría bien incluido en este punto, no?); también aclara que el agua fresca y limpia que se le brinde esté al alcance y a disposición de los animales (vale la misma observación que para el punto anterior).
Otro de los puntos dice que es “mal trato” también, imponerles jornadas de esfuerzo excesivas o tareas inapropiadas de acuerdo a su especie y aptitud física (un hombre que anda en un carro buscando comida en la basura más de 12 hs. al día, ¿también quedaría incluido en esta definición no?).
Y así podría seguir con cada uno de los artículos de esta ley, con sus respectivos incisos. Le nombro algunos más para que usted saque sus conclusiones: es “mal trato” no proporcionarles cuidados o descanso adecuado a su especie o estado físico; no brindar cobijo a los animales en intemperie (mire para los costados cuando camine y fíjese a cantidad de gente durmiendo –viviendo- en la calle); mantener animales enfermos o heridos sin la asistencia sanitaria y médica adecuada (piense en el acceso a nuestro sistema de salud, a los medicamentos retirados a los jubilados, etc.); desatenderlos o abandonarlos de forma tal que queden en situación de desamparo o expuestos a un riesgo que amenace su integridad física… ¿Es necesario que siga?
Realmente, si usted tuviera la posibilidad de mirar a los ojos a estos “imputados, presos, culpables, maltratadores de animales”, y tuviera la chance de salir un día (o por lo menos dos horas) con ellos en el carro tirado con un caballo, no tengo dudas de que se quedaría con las mismas dudas que yo.