¿CÓMO SE DICE?
Desde niños, vamos conociendo y experimentado el mundo a nuestro alrededor por medio de los sentidos. Lo experimentamos, pero también nos enseñan cómo hacerlo, ya sea nuestros abuelos, padres, hermanos, amigos.
En primer lugar, es la familia la que nos va moldeando, o en realidad va golpeando el molde en el que venimos, pensando que lo pule. Le siguen, en esa maquinaria de (de)formación, la escuela, el barrio, el club, la universidad.
En el proceso de aprendizaje, comenzamos señalando las cosas que queremos o nos interesan, para que alguien nos diga cómo se llama y nos la alcance para poder tocarla, saborearla.
A medida que crecemos, comenzamos a desarrollar el lenguaje verbal y denominamos las cosas por su nombre, sin preguntar quizás por qué se llama así o asá tal o cual objeto. Hasta este punto tenía las cosas más o menos claras, quién era papá, quién mamá, quién hermano.
El primer conflicto me surgió en el colegio católico en el cual realicé mis estudios primarios y secundarios. Además de las materias habituales (matemática, lengua y literatura, inglés, biología, etc.), teníamos catequesis. Comenzamos estudiando el origen del ser humano, pero no desde la teoría evolutiva. Nos hacían leer el Génesis, y debíamos creer, aunque no se entendiera absolutamente nada, que Dios creó todo por medio de la palabra. Es decir, Dios, en el que me hicieron creer (y que yo no tenía idea si era algo o alguien), nombraba primero algo y ese algo aparecía y existía de la nada.
En la Creación, ese señor o esa entidad creó los cielos y la tierra. Y según nos hicieron leer la tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas cubrían la faz del abismo, y el espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas. Y dijo Dios: «¡Que haya luz!» Y hubo luz. Y vio Dios que la luz era buena, y separó Dios la luz de las tinieblas; a la luz, Dios la llamó «Día», y a las tinieblas las llamó «Noche». Cayó la tarde, y llegó la mañana. Ése fue el día primero.
Y así, a partir de la nada, cada jornada, durante seis días fue nombrando cosas y las cosas aparecían, existían. Al séptimo no se le cantó nombrar nada, se cansó del abracadabra y se las rascó (debió ser agotador). Según Capusotto, el séptimo día creó los lavarropas para salvarnos la vida, no sé.
Básicamente, debíamos creer y entender que las palabras anteceden a las cosas, no que las reflejan. Y esa palabra terminaba con el caos. En esa verborragia creativa, apareció el hombre y la mujer (si mal no recuerdo, a ésta última criatura la hizo de un pedazo de costilla –no está bien claro del todo si era la quinta o la sexta, y de qué lado-). En fin, el caso de Adán sin pupo, fue el del primer hombre creado de la palabra nomás. Él nació o apareció con nombre, pero el resto de los animales precedieron a sus nombres. Andaban por ahí las cebras, los perros, algún que otro gato, cotorras, cabritos, truchas…y Adán fue quien les dio nombre a cada uno, los que le correspondían según su criterio.
Ya en la etapa universitaria, conocí por primera vez la etimología (Etymon = lo cierto), que estudia el origen y significado de las palabras. Así, aprendí que rodilla viene de rótula y ésta a su vez significa algo que rueda; que útero viene de hísterix y éste de histeria. Me obsesioné con el origen de las palabras y sus raíces indoeuropeas. Leí artículos, libros, ensayos. Pero lo que jamás imaginé, es que antes de anoche, en un Hospital de la ciudad, la etimología iba a deshacerse como hielo en la mesada. Esa noche sentí que me habían tirado al piso un rompecabezas que vine armando durante años y que varias piezas se habían ido por la rejilla suelo. Nunca más lo podría rearmar.
Transcurrían las primeras doce horas de guardia, mientras mirábamos un partido de la Liga Nacional. Llegó un pedido de la fiscalía de instrucción de turno, para que en carácter de urgente nos constituyéramos en un Hospital de la ciudad, para tomar muestras indubitadas de ADN de una niña de cinco días de edad. Es un procedimiento que generalmente realiza la sección de química-legal. Como no soy un fanático empedernido del fútbol y sobre todo porque vivo metiéndome en las cosas de las demás secciones para tratar de aprender algo nuevo, me levanté, preparé los elementos necesarios para la toma de muestra, y junto con una compañera fuimos a realizar el procedimiento en uno de los vehículos oficiales.
Por la hora, las puertas principales del Hospital estaban cerradas e ingresamos directamente por la Guardia. Hablé con el personal de seguridad y pasamos al internado de neonatología. Había guirnaldas pegadas en las paredes, globos, flores en enfermería y en algunas de las habitaciones por las que íbamos pasando y que estaban con la puerta abierta. Al final del pasillo, a la derecha, había una mujer de unos 50 años parada junto al marco de la puerta. Ni bien hicimos contacto visual, ingresó a la habitación. Cuando volví a mirar el pedido de la fiscalía, la habitación en la cual estaba la beba, era la misma en la cual esa mujer se había metido.
Me asomé con una sonrisa fingida. Siempre los bebés me habían gustado y generaba empatía casi inmediata. Ya me iba preparando para los llantos tanto de la beba como de la madre, tratar de calmar ambas con frases armadas y luego “tomarnos el palo” cuanto antes para remitir las muestras a genética.
Ingresé y miré la situación. Había dos camas y en cada una de ellas, una puérpera. La del lado izquierdo, tenía su bebé prendido al pecho; la de la derecha, estaba sentada en una silla mirando fijo la televisión y la beba sola sobre la cama, boca arriba, moviendo las manitos en el aire, vestida de rosa, con la ropa medio corrida, desacomodada y sin el escarpín izquierdo. La señora que se había metido de repente en la habitación, estaba al otro lado de la cama en la cual se encontraba la beba.
Leímos en voz alta el oficio de la fiscalía en el cual salía el apellido de la madre, y la puérpera que estaba sentada en la silla hizo una seña con el mentón, señalándome la niña recién nacida que estaba sobre la cama. Le pregunté si ella era la mamá y sólo me realizó un gesto afirmativo con la cabeza. Miré al otro lado de la cama y le pregunté a la señora si era la abuela; también respondió sólo con un gesto.
Les expliqué lo que íbamos a hacer, cómo era el procedimiento de pichar el taloncito y recolectar unas muestras de sangre sobre un papel, para luego enviarlas a Genética por un eventual cotejo de ADN. Desconocíamos el contexto del caso, simplemente nos habían pedido que realizáramos el procedimiento.
Cuando terminamos de explicarles, le pedimos a la mamá que nos ayudara a sacarle uno de los escarpines, así agilizábamos el procedimiento. No sólo no nos contestó, sino que ni se movió de su silla y siguió mirando el televisor. La abuela, se acercó y nos ayudó. Ni bien le pinchamos el piecito, comenzó con sollozos. Le pregunté a la mamá como se llamaba la beba, y sin siquiera girar para mirarnos, me respondió de manera cortante: -no le puse nombre todavía.- Empecé a decir todas las frases preparadas y ninguna resultó. La abuela la alzó y luego de unos segundos de cantarle suave, se calmó y se durmió.
Antes de salir de la habitación, le pregunté a la mamá sobre el papá de la beba, y me contestó que estaba preso. Supuse que, en parte, su molestia o malestar era por eso. Saludamos amablemente y nos retiramos.
Cuando estaba a mitad del pasillo, escuché unos pasos acelerados. Me di vuelta y la abuela venía directo hacia mí. La esperé. Me pidió casi murmurando hablar conmigo a solas. Nos fuimos hasta el final del pasillo, frente a la puerta de los ascensores. Allí me preguntó, mirando al suelo y sin mediar nada:
-Con esto que ustedes hicieron ¿él va a quedar detenido definitivamente?
-¿Cómo? –le respondí-.
-Es que yo no sé bien cómo es esto. ¡Y la verdad que tengo una angustia, doctor! …Hicieron la denuncia desde el Hospital. Yo me desayuné con todo el asunto hoy a la tarde. ¡No lo puedo creer!
-Disculpe señora, ¿cuál es su nombre?
-Silvina, doctor.
-Mire Silvina, no tengo idea del contexto judicial por el cual nos pidieron recolectar estas muestras. Pero sería bueno que acompañe y apoye a su hija, ya que el papá de la beba está preso. Y no debe ser fácil para ella.
-Yo también tengo mi marido preso, y eso a ella no le importa. Por eso le insisto en la pregunta de que, si con esto que usted hizo, él va a quedar definitivamente preso.
-Sigo sin entender Silvina. ¿Qué tiene que ver su marido con esto que yo acabo de hacer?
-Lo que pasa doctor, es que después de que mi hija tuvo la beba y el padre no se presentó, a una de las enfermeras que se hizo medio amiga le inventó que mi marido la había violado. Es todo un chamuyo doctor. Seguro se encamó con un noviecito y como no se quiere hacer cargo y está todo el día mirando la tele, inventó esto de la violación. Como el tema está de moda… ”todas” fueron abusadas… violadas… es la moda …usted me entiende. Para colmo, ¡es menor! Tiene 14 años, por eso se armó semejante revuelo.
Después de escuchar lo que me acababa de decir buscando mi complicidad y asentimiento, mientras intentaba procesar la información, empecé a putearme, a recriminándome para qué carajo la había esperado, por qué mierda no la corté en seco y le dije que se dirija a la fiscalía, para qué corno insistí en que no entendía qué era lo que me decía. Y encima, redoblé la apuesta. Como si no hubiese sido suficientemente claro lo que Silvina me acababa de decir, quise reafirmar si había entendido bien:
-Silvina, ¿usted me está diciendo que su hija fue violada por el padre, o sea, su marido?
-Eso dice ella doctor. Pero por supuesto es un invento. Mi marido sería incapaz de una cosa así.
Me quedé mirándola sin poder articular palabra. Empezaba a entender el rechazo de esa nena (la de 14 años) hacia la otra nena (su hija, la beba recién nacida). Y supongo que la mirada fija y la ausencia de palabras incomodaron a Silvina.
-Hace como 8 meses me dijo que el papá la había manoseado. Por supuesto, una locura inventada. Le pegué un cachetazo y la mandé a su habitación. Pero resulta que hace cinco días me pidió que la acompañe al médico porque estaba con un sangrado de ahí abajo. Y cuando llegamos acá al Hospital, resultó ser que estaba embarazada de 7 meses. Y bueno, le hicieron cesárea. Yo nunca me había dado cuenta porque se fajaba para tapar la panza ¿Se da cuenta doctor? Es una mentirosa, por eso no lo creo lo que dice…
-¿Usted nunca volvió a hablar con su hija de eso que pasó?
-No tenía nada que hablar. Y ahora me sale con todo esto. Le miente a una enfermera, diciéndole que el padre la violó. Y sin ni siquiera avisarme a mí nada, hicieron la denuncia directamente. Ahora él está preso hasta que se aclare toda esta farsa.
Yo seguía mirándola sin poder creer. No emití sonido por unos segundos. Le dije que ni bien estuvieran los resultados, la fiscalía se los comunicaría. Sentí que necesitaba salir rápido de ese lugar. Necesitaba aire, una bocanada enorme de aire.
Pasé por la sala de espera de la guardia y vi entre la gente a varias mujeres con sus bebés. Pensé si en algunas de ellas se repetiría la historia que acababa de escuchar arriba, sea real o falsa. Las dos opciones eran tremendas. Si era verdad, un horror para la primeriza de 14 años y la beba. Si era mentira, un horror para el padre que estaba detenido injustamente. Sobre todo, porque yo sabía muy bien cómo se los trataba a los violadores en la cárcel. Su código, el de cómo tratar a los violines, era el ojo por ojo.
Regresé a la base de Policía Judicial y cené los restos de pizza que habían quedado. A mis compañeros no les gustaba el borde, y siempre lo dejaban. Para mí, era la parte más rica.
A los quince días, la noticia estalló en los medios. Se había filtrado la información. El resultado del análisis de ADN, había sido positivo. Efectivamente, la beba era del padre de la nena de 14 años. Y ahí, justito ahí en ese punto a mi cabeza se le trabaron todos los engranajes.
El padre de la beba era padre de la madre de la beba. Era padre y abuelo a la vez; y la nena era “madre” y hermana a la vez, ya que tenían el mismo padre. La esposa era madrastra y abuela a la vez. No encuentro hasta el día de hoy la forma de nombrar a todo eso.
Me volvió la educación del colegio, el Génesis, Dios nombrando cosas y que esas cosas aparezcan de la nada. Junto a eso, el pensamiento platónico, en el cual las ideas o palabras preceden a las cosas. Por ende, ¿qué palabras pueden preceder a esta aberración para que exista? La realidad no existe si no hay algo que la promueva y condicione su existencia. Pensé que la etimología debería darme la respuesta. Pensé cómo se rearmaría esa familia. Recordé irónicamente que familia deriva del latín famulus, que significa esclavo. Por ende, familia es un conjunto de esclavos. La beba, la nena de 14 años, la abuela/madrastra, el padre/abuelo, todos, esclavos de por vida.
No había palabras médicas o etimología que puedan dar nombre, ni siquiera logrando la deconstrucción de la torre de Babel. Las verdades, como decía Nietzsche, no son sino arcaicas metáforas olvidadas. Empecé a sentir que las normas que aceptamos como únicas valederas y “naturales”, quizás no lo sean tanto. La historia del incesto y la violación es milenaria y abarca a casi todas las especies animales. Como me expresó un colega, probablemente mientras no sepamos cómo incluir a todos en la socialización que domestique al animal que llevamos dentro, nada tendrá solución.
Creo que la filosofía termina siendo la escasa luz en la penumbra que intenta, muy pocas veces con éxito, aliviarnos la angustia de lo incierto.
La palabra antecede a las cosas. Si no lo nombramos, no existe. Es la forma que tenemos seguramente de protegernos. Lo innominado es inexistente, es la manera de anular el dolor o las cosas más dolorosas.
Si se mueren mis padres, soy huérfano. Pero si se muere un hijo, un hermano, un abuelo ¿Cómo se dice? ¿Cómo se le dice al padre biológico que viola a una hija? ¿Cómo se le dice a la beba que nace de esa violación? ¿Cómo se le dice a la nena de 14 años que dio a luz a esa beba, de la cual, a su vez, también es hermana? ¿Cómo se le dice a una madre que no le cree a su hija que dice que la violó su propio padre? ¿Cómo se le dice al silencio (cómplice) de las dos madres y, por qué no, de la sociedad?
No sé cómo se le dice absolutamente a nada y, si no tiene nombre, no existe. Según Vygotsky, lenguaje y pensamiento van por dos caminos diferentes, en un punto se entrecruzan y el lenguaje se hace racional y el pensamiento verbal. Es probable, muy probable que en mi cabeza esos caminos aún no se hayan cruzado. Por eso, quizás, todavía siguen sin nombres, sin lenguaje racional ni pensamiento verbal que lo defina, para negar su existencia y amputarle la génesis.
Por eso escribo esto. Lo innominado es inexistente. Siento la necesidad de contarlo, para darle nombre, para que se sepa que esto existe, para que hagamos algo y salgamos del silencio cómplice de lo innominado.
Los pensamientos y la palabra van por separado, porque se cruzan se hacen realidad. Se materializan. Nos callamos, porque la palabra duele más que sólo la fantasía del pensamiento.