¿Y SI EL FINAL NO TIENE FIN?
Las narrativas apocalípticas nos circundan por todos lados, están en el cine, en la literatura y hasta en los informes de los paneles intergubernamentales de expertos en cambio climático. Es un tema inquietante que genera una auténtica angustia metafísica y no es para menos.
Algo de eso se cuela en el maravilloso libro de cuentos de Benjamín Labatut publicado en 2020 en el que el autor establece un puente entre ciencia y literatura, reconstruyendo en tono ficcional distintos pasajes de la vida de una serie de personajes consustanciados con algunos de los descubrimientos científicos más importantes de los últimos siglos. Sus búsquedas, a veces sostenidas de modo sistemático y obsesivo y otras veces impulsadas por el juego del azar, los dejaron parados ante distintos puntos ciegos por la imposibilidad de predecir o prever el destino que tendrían esos nuevos conocimientos. Dicho sea de paso, hace tiempo que somos conscientes de que el avance de la ciencia nos sitúa ante la ironía que cuánto más se sabe, otro tanto más se desconoce.
Explorar los límites del conocimiento dejó a algunos de los protagonistas del libro sumidos en la locura, retraídos del mundo o presos de una culpa insoportable. Tal es el caso del alemán Fritz Haber, padre de la guerra química y Premio Nóbel por haber sido el primero en extraer nitrógeno del aire, solucionando con ello la hambruna que amenazaba a la humanidad a principios del siglo XX por la escasez de fertilizantes y permitiendo una explosión demográfica sin precedentes. En las postrimerías de su vida, Haber confiesa sentir una gran culpa, pero no por haber sido responsable de manera directa e indirecta de la muerte de millones de seres humanos, sino por haber descubierto un nutriente como el nitrógeno que en el futuro podría significar el triunfo del mundo vegetal sobre el humano que iría poco a poco cubriendo la faz de la tierra hasta generar un verdor terrible.
La primera vez que leí este cuento no pude evitar recordar el final de otra novela en la que la vida vegetal avanza victoriosa sobre los restos de una humanidad cuyos rastros comienzan a desvanecerse hasta ir desapareciendo por completo. De hecho, utilicé esa metáfora en una nota[i] porque también me dejé seducir por esa fantasía de un mundo que sigue girando luego de nuestra desaparición como especie.
De entre los múltiples imaginarios de fin de mundo en boga, la idea de un mundo sin nosotrxs cautiva por su tono optimista que podría quedar formulado tentativamente en estos términos: si el fin de la especie responsable del colapso ecológico ocurrirá sin más, resulta reconfortante que al menos la vida de otras especies tenga su revancha. El asunto que queda sin resolver en este escenario es que deja intacta la separación arbitraria que el pensamiento moderno acuñó entre naturaleza y humanidad, la cual que viene siendo, como sabemos, el componente ideológico central de todas las formas de dominación occidental.
En un famoso artículo que se titula Clima e Historia, Chakrabarty nota que la versión de un mundo después de nosotrxs interrumpe el continuum entre pasado-presente y futuro en el que se asienta la disciplina histórica y nos ubica ante la paradoja de tener que situarnos en un mundo en el que ya no estamos para poder ser capaces de imaginarlo.
Si uno de los problemas principales del desastre al que estamos asistiendo tiene sus raíces en el plano epistemológico y en esa ontología dicotómica que separa a la naturaleza de la cultura, deberíamos dejarnos seducir (y porqué no enamorar) por cosmovisiones que atienden a la idea de co-constitución de las distintas especies que habitamos este mundo.
Tal es el planteo que emerge desde autorxs como Haraway y su concepto de naturoculturas para significar la interconexión constitutiva de los dos términos o la noción de relacionalidad radical de Escobar en la que las distintas entidades del mundo no son pre-existentes a la relación sino que esta las constituye. En sentido coincidente, nos encontramos también con la recuperación hecha por Danowski y Viveiros de Castro de ciertas cosmogonías indígenas en las que resulta impensable pensar el mundo por fuera de la humanidad, porque para ellxs “no existe ser-en-sí, ser-en-cuanto-ser, que no dependa de su ser-en-cuanto-otro; todo ser es ser-por, ser-para, ser-relación[ii]”.
Si esto es así, si no hay mundo pensable y/o posible por fuera de la relación que liga unas especies a otras y de la alteridad, la opción de ceder a la tentación que nos ofrece el apocalipsis de no tener que imaginar nada más no es tal. Tampoco lo es la (in)cómoda sensación de quedar navegando en un mar de impotencia y resignación cada vez que constatamos la estupidez humana. Tal vez el camino que haya que recorrer esté asociado al proceso de salir de una racionalidad para construir otra en la que seamos capaces de reparar la trama de la vida.
[i] “El día que la naturaleza nos devoró”, Disponible en: https://pogo.com.ar/el-dia-que-la-naturaleza-nos-devoro/
[ii] Danowski D. y Viveiros de Castro E. (2019) ¿Hay mundo por venir? Ensayo sobre los miedos y los fines. Buenos Aires: Caja Negra Editora. Pág. 189.
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