ÚLTIMO BONDI A TERRAPLANA

EDITORIAL

A escasos metros del Boulevard de los Tilos, sobre la Babelplatz, en Berlín, se alza el memorial que recuerda el exacto lugar donde se perpetró la tristemente célebre “quema de libros de 1933”. Y digo “se alza” metafóricamente porque en realidad el monumento está bajo tierra. Una pequeña ventana en el suelo deja ver una biblioteca vacía, blanca, inerme que amenaza con pasar desapercibida para el turista distraído.

No importa cuántos siglos transcurran, no importa cuánto evolucionemos como civilización, no importa cuánto desarrollemos el pensamiento. La tentación de instalar una verdad única sigue volviéndose irresistible para quienes ejercen el poder. Cualquiera sea.

Pretender que el progreso tenga una moral es tan ingenuo como pedirle valores éticos al fuego, a la rueda o a las computadoras. No hay web sin Deepweb, no hay internet sin pornografía (en el caso de que la pornografía sea un disvalor), no hay Twitter sin Fake News. Es el precio que se paga.

No hay libertad de expresión sin terraplanismo.

Y cuando hablo de terraplanismo lo digo como alegoría extrema de la negación del pensamiento científico y empírico. De la verdad establecida.

En tiempos en que la ciencia se ha convertido en soberana del lineamiento cognitivo de los mortales, intentar razonar por fuera del sentido común o de lo experimentable es un pasaporte sellado al neuropsiquiátrico o a la burla colectiva.

Juzgamos al terraplanismo desde el racionalismo de la modernidad inmersos en una ausencia de recursos lúdicos que espanta. Sigo creyendo que la tierra es un esferoide, pero resulta divertido observar cómo se ríen de ellos personas que creen en un dios o en una verdad única. O individuos convencidos de que existen el bien y el mal. Ver el terraplanismo sólo como una teoría sobre la planitud de la tierra supone una literalidad simplista. Para los buenos lectores de metamensajes, el terraplanismo es una provocación, un “fakiu” al racionalismo de guardapolvos, un ejercicio de librepensamiento y una invitación a ver el mundo fuera de la lógica de la dictadura de los sentidos.

No es importante si los terraplanistas tienen razón o no. Como tampoco es importante si a la razón la tienen los católicos, los musulmanes, los cienciologístas, los peronistas, los maoístas, los veganos, los hinchas de Banfield o los chetoslovacos. Lo importante es que existan y que puedan expresarse libremente. Que tengan la posibilidad de plantear sus ideas y de publicar sus “fake news” cuando les plazca. Se llama diversidad. Integración. Evolución. En un mundo donde, por nuestra forma de pensar, todos somos minoría.

¿Quién, en estos tiempos de posverdades, puede arrogarse el monopolio de la verdad?

“No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo” escribió Evelyn Hall atribuyéndole la frase –apócrifamente- a Voltaire. No la dijo, pero seguramente la pensó.

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