TERRAFORMACIÓN: METABOLISMO DIGITAL

¿Qué entendemos por “democratización” de datos y qué significa esto en los bordes de una inminente y desestabilizadora crisis climática?

En los últimos años la potencialidad de los datos como asset económico ha disparado una disputa, no tan invisible, entre organizaciones y entidades de diferente índole. La “minería” de datos en un contexto post-capitalista, su flujo y control, han sido temas álgidos y muy controversiales en todos los puntos del planeta, no solamente por el alcance que tienen sino por su innegable impacto cultural y natural. Es de sumo interés ahondar en este último punto, por lo general no tan explícito.

En su libro “La terraformación: Programa para el diseño de una planetariedad viable”, Benjamin Bratton extrapola un concepto nacido dentro de las arcas de la ciencia ficción rusa del siglo XX, haciendo alusión tanto a la terraformación que ha tenido lugar en forma de urbanización, como a la terraformación que será necesaria para que sea posible habitar el planeta en los próximos años, lo que supondrá planificar y diseñar una planetariedad. Hablar de “planetariedad” nos convoca a una perspectiva distinta, a re-imaginar el planeta y cuestionar el cómo lo habitamos respecto a cómo lo habitaremos. En su argumento, Bratton rechaza el lugar común y filosófico de “lo artificial y lo natural como dominios, definiciones, cualidades y valores”; como “relaciones contrapuestas”. Advierte en esto cierto patrón de pensamiento patológico, autofagocitante. “La división naturaleza/cultura no protege eso que definió como naturaleza, sino que elevó esa noción a una categoría trascendental”, lo que resulta en un desentendimiento de esta en vez de una accionar simbiótico con esta. El autor del texto señala una herencia de historias y mitos respecto de la inexistencia de la naturaleza por fuera de la cultura, es decir, y afirma que la conjunción naturaleza/cultura no es más ni menos que un axioma y una excusa: esta división, al contrario, nos encamina hacia una estratificación de “lo cultural” por sobre y separado de la noción de naturaleza misma, pensamiento que la cultura acuña a su vez para definirse finalmente en contraposición, lo que nos lleva a una disociación biológica y geológica de nuestro estado real en el mundo, y por derivado las consecuencias que tienen nuestras acciones en este mundo del que nos hemos desentendido. Respecto a esto, Bratton nos dice que como especie tenemos la “respons(h)abilidad” de cambiar el paradigma de habitabilidad y planeamiento que se viene sosteniendo (o evadiendo) desde ya un largo tiempo, sin perspectiva de sus consecuencias a futuro. A la vez, el su texto académico se nos señala lo siguiente: “Las respuestas al cambio climático antropogénico deben ser igualmente antropogénicas”, cancelando toda deuda existente respecto al quiasmo axiomático que se ha planteado con anterioridad acerca de la naturaleza como contrapartida, antitética en algunos casos, de la cultura. Entender que “la convicción de que los mundos no pueden ser alterados es lo que permite la idea de que no estamos alterando el planeta (porque no podemos)” es clave en este punto, porque es probable que sea en parte esta idea lo que nos retiene de realizar enormes cambios geotécnicos, geopolíticos y geofilosóficos en pos de una planetariedad viable.

 

El planeta es lo que hace posible los mundos, los mundos surgen de una condición planetaria que los precede, los supera y les da forma”.

 

Haciendo hincapié en dos ideas principales (muchas veces contrapuestas por ciertos discursos de los imaginarios políticos, sociales e incluso medioambientales de nuestra época) y que definen mucho la noción de humanidad contemporánea: tecnología y naturaleza, artificialidad y ecología, Bratton nos obliga a repensar la misma condición humana en unicidad al planeta mismo. Pero no de una manera naturalista, chamánica y ancestral; nos insiste en la idea de que, para afrontar este enorme problema planetario será necesario recurrir a nuestra artificialidad (arista que retomaré más adelante). Que debemos transformar no sólo las formas en las que operamos en el mundo sino también la forma en la que nos relacionamos y nos situamos, tanto en el planeta como nuestra autodefinición como especie respecto al planeta. Esto se explicita y es llevado aún más a fondo en el subapartado “Por qué no podemos tener cosas bonitas” de su capítulo “El Plan Artificial”: “La crisis climática llega no solo por la subordinación de la así denominada naturaleza por parte de la así denominada cultura, sino también por la protección de ciertas concepciones de lo natural como un telón de fondo inocente, original y exterior a las tragicomedias humanas”.

 

Pero, ¿qué tiene que ver esto con los datos, su uso y protección?

Lo que nos lleva a la segunda parte de este escueto ensayo: ¿Qué sucedería si pudiéramos reunir en una sola base de datos o herramienta digital toda la información acerca de la cantidad de autos eléctricos que existen por conductor? ¿O los posibles eventos meteorológicos que aumenten o minimicen la capacidad de captación de los paneles solares de determinada región (o del planeta entero)? ¿Qué pasaría si a todas las empresas y/o entidades de un país se les solicitara facilitar sus datos de consumo energético, hídrico y emisiones CO2? El artículo del periódico The Guardian titulado “How Data Could Save Earth from Climate Change?” nos presenta al proyecto SUBAK. El origen de la palabra es indonesio y es el nombre de un sistema de riego y cultivo cooperativo que permite a los granjeros maximizar el gasto de agua sincronizando su uso, de esa manera obtener cultivos mejores y más eficientes. La propuesta ecológica de SUBAK nos invita a repensar el uso de los datos desde una perspectiva ecológica diferente. Una democratización de la información que, a mi parecer, de fondo nos habla de una nueva manera de pensar el impacto que tiene el ser humano en la tierra. No se trata de una mera recolección y análisis de datos, sino la intención (aún incipiente) de una aplicación activa de los mismos, en tiempo real, de manera que estos ayuden a sincronizar y maximizar el uso energético… y quien sabe de qué otros recursos en un futuro.

El interés particular en este artículo periodístico es que no pretende ser un “simple parche tecnológico” sino una invitación a repensar los datos como una posible implementación tecnológica, una herramienta y mapa, que podría tener un futuro a mayor escala. Y aunque está muy lejos de lo que Bratton señala cuando habla de diseñar una planetariedad viable, algo de esto se deja entrever. Nos permite imaginar donde el dato, más allá de ser un elemento económico de valor mercantil, se transforma en un rastro, explicitando nuestro paso y huella por el mundo. La tecnología no es solo una herramienta es también la muleta epistémica que nos hemos adosado para vivir en el mundo. La cámara es cámara y a la vez ojo.

Cuando Bratton caracteriza el tipo de urbanismo y planeamiento que propone su posible programa habla de términos como proplanificacion, proartificial, anticolapso, prouniversalista, anti-antitotalidad, promaterialista… etc. Y si bien es necesario ser crítico con el planteo del autor, que en su pretensión de realismo futurista por momentos se descubre en lo utópico —y como toda utopía juega con la realidad y la posibilidad; no hay que dejar de tener en cuenta que siguen siendo proyecciones, a priori inverosímiles—, desde mi vivencia personal no dejo de pensar en si acaso la solución no será justamente esta: apostar primero por un futuro que podamos imaginar, a pesar de su aparente imposibilidad práctica y lejanía. Si hay algo que la historia nos ha enseñado sobre el mañana es que el puente entre el presente próximo y los posibles futuros lejanos yace en nuestras más profundas e inverosímiles fantasías, horrores y esperanzas. En consecuencia, no es difícil notar que el uso del concepto “terraformación” para titular su trabajo teórico y su trasfondo de ficción científica no solo no es azaroso, sino tremendamente acertado y en contexto. Bratton no solo nos invita a pensar en un futuro, sino a planearlo. Y su planteo es siempre un movimiento artificial.

En base a su trabajo, es posible dar revisión al paradigma actual respecto al binomio cultura/naturaleza (como vienen haciendo los pensadores de la filosofía cyborg) e intentar descomprimir un poco esta idea del humano como usuario pasivo de la tecnología, para comenzar a entenderlo como un estado propio de  lo que llamamos humanidad: somos artificiales. Dependemos de herramientas y elementos. Ya lo vaticinó Haraway: somos prostéticos. Nos relacionamos con el mundo a través y mediante nuestras invenciones y maquinaciones. No sería extraño comenzar a entender a nuestros datos como parte de una nueva identidad pos-humana, a la vez herramienta a la vez ojo. “El concepto de cambio climático es un logro epistemológico de la computación a escala planetaria; la automatización es un principio general que rige el funcionamiento de los ecosistemas” dirá Bratton. La digitalidad, los datos, la información, no son sólo un valioso recurso dentro del modelo económico actual, o un subproducto de los requerimientos tecnopolíticos y organizacionales de nuestra época, sino una arista (muchas veces imperceptible) de la evolución de nuestras identidades, y por consecuente de nuestras acciones. Los datos nos localizan y nos re-definen en el mundo como especie. Son partes, formadores de nuestra identidad, y con eso en mente es necesario usarlos para re-accionar en el mundo. Comprender que evolucionamos desde la biología hacia la artificialidad, que lo prostético no es un asesinato de nuestras raíces, ni una falta o contradiccion a aquellos relatos trascendentales, divinos y eco-magicos que en un pasado nos explicaron e identificaron con el mundo, ya fuera por alineacion o contraposicion a la naturaleza. La automatización y lo artificial es un rasgo característico de nuestra especie, desde el inicio de los tiempos.

Al respecto sería interesante concluir, a modo de advertencia o moraleja, que son justamente conceptos como la “abstracción computacional” los que podrían esconder una sombra peligrosa para el futuro accionar en pos de una planetariedad viable si son leídos desde perspectivas que no contemplen esta innegable artificialidad humana, que resulta inmanente a la hora de contemplar el futuro pensar y accionar de nuestra especie.

 

“(…) la artificialidad que nos concierne no es la de lo falso contra lo auténtico, sino lo artificial como rastro de intencionalidad y diseño dentro de los patrones de surgimiento y viceversa. Es una forma de reconocer la agencia midiendo la regularidad de sus rastros consecuentes”.

 

 

Sería importante tener en cuenta para una reflexión final, que si bien la tecnología ha decantado en una automatización gradual de muchísimas áreas y aspectos de nuestra vida cotidiana, tanto así que podría decirse redefine la misma esencia humana, cabe preguntarse también: ¿acaso este devenir automático-artificial no resulta crucial para atender y repensar en nuestro papel y accionar en una crisis, no solo climática, sino ontológica y planetaria?

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