SHHHHHHH…

No llega ya mi voz

A tu alma…

Las ostras se han servido,

De tu nácar…

Mientras oigo tu ruido

Ruido de Magia

     Luis Alberto Spinetta – Invisible. “Ruido de magia.”

 

Ruido. Un término que, no sin justa razón, se ha ganado una pésima fama. Para el común de los hispanohablantes se trata del vocablo que usamos para caracterizar un “sonido inarticulado, por lo general desagradable” [1]. Algo que está precisamente donde no debería, que se proclama amo y señor de un espacio en el que no es bien recibido y que, nobleza obliga, se resiste abandonarlo. Para los que se desempeñan en áreas específicas, como la ingeniería en sonido, las ciencias médicas, las fuerzas armadas o la biología marina, el ruido es todas y cada una de las formas que puede adoptar una exasperante interferencia, un siseo diabólico que nace huérfano de la tibia negrura del silencio, un incordio, en resumidas cuentas: un problema.

El género humano ha desarrollado un sinnúmero de artificios para hacerle frente, desde ventanas doble vidrio hasta auriculares con cancelación de fase, en una lucha encarnizada y, la mayor parte del tiempo, estéril en que, a fin de cuentas, el ruido nos encuentra siempre inermes. Se cuela donde no lo esperamos, irrumpe en las llamadas, nos desvela en las siestas, deforma la locución radial y la superpone con oscuros jingles de Marolio. Tamaño mal siembra en esta tierra.

Así sucede que, quizás para reivindicar tan vilipendiada voz, para librarla de las pesadas cadenas del uso cotidiano o tal vez porque existe algo en la incomodidad que produce el ruido, en la tensión que suscita, que emula una forma particular de vincularse con la realidad, tres músicos cordobeses, los hermanos Leonardo y Gustavo Morales, y el tecladista Germán Pérez, se apropiaron del término para darle nombre a una banda de indie y rock alternativo y a su álbum debut, que acaba de ver la luz. Un LP de 11 canciones íntegramente grabado, editado y mezclado en El Mezcal Estudio, en Barrio General Paz, Córdoba capital, por Manuel Robledo, a quien se sumó Juan Manuel Tossi a la hora del mastering. A cargo de la producción y arreglos estuvo, por su parte, el guitarrista Mario Bontempi y participaron del ruiderío, además, grandes músicos como Andrés Toch en batería y percusión.

Un dato de color: la autoría de los temas corresponde a Leonardo y a Gustavo, y cada cual le presta su voz al tema que le pertenece, lo cual transforma el disco, a priori, en una auténtica amalgama entre dos estilos compositivos patentemente diferentes que, por momentos, adopta la forma de un suave vaivén y solo excepcionalmente se manifiesta como lo que se supone que sea, a saber: un continuum (concepto a defenestrar, claro está). De más está aclarar que, así las cosas dadas, la pretenciosa tarea de encontrar un orden apropiado para las canciones merece un galardón aparte.

Los bajos del álbum fueron responsabilidad de Gustavo, quien, desde su actual morada en la localidad de San Antonio de Arredondo, participa del circuito de músicos locales desde hace varios años tocando, entre otras agrupaciones, con Negros de Alma, banda de jazz y bossa nova. Este tipo, alto y delgado, de barba siempre prolijamente entrecana, además de tener un doctorado en filosofía y especializarse en epistemología de las matemáticas y pensamiento informático, tiene una afición por los instrumentos antiguos que lo llevó a adquirir (y a aprender a tocar, por supuesto) verdaderas reliquias. Sirva a modo de ejemplo la viola da gamba, instrumento similar al violoncello que ostentó su máxima popularidad durante el renacimiento y que Gustavo incorpora tanto al repertorio de estudio (“Aire y agua” y “L’Albatros”) como a las presentaciones en vivo. Sin demérito de ello, bajo eléctrico y contrabajo merodean a lo largo y ancho de todo el disco.

Leo, por su lado, psicólogo de profesión y un par de años más joven que su hermano, grabó las guitarras eléctricas, acústicas y criollas y puso la voz principal a la mayor parte de los temas (a decir verdad, seis de once).

En el arte de portada, obra de la ilustradora y diseñadora gráfica Mariela Bontempi, se trabaja la contraposición entre los conceptos de ruido y silencio. La gráfica muestra un pez blanco cual elemento extraño sobre la superficie de un mar calmo. Su forma y su color nos hablan de una presencia extraña, sobrenatural, incluso intempestiva si se atiende a la lisura del espejo de agua. Es una alegoría de la interferencia, madre primeriza del ruido.

“Las agujas del reloj perpetuando cada instante de conexión… ya sé que es hora de volver.” Con esa frase arranca “La semilla”, el tema que hace las veces de puntapié inicial y de inevitable corte difusión. Su rítmica de 3+3+2 a la manera de los tangos de Piazzolla, su armonía sencilla y directa y su estructura binaria se meten cómodamente en la oreja de cualquiera. Pero la propuesta se torna verdaderamente infalible cuando le agregamos la voz de un relajado Leo, inmersa en una atmósfera de guitarras acústicas, eléctricas y sintes, que dice, repite e insiste con un dejo de nostalgia: “si por ahí me voy o desaparecés… tiempo perdido no. Sé muy bien, ya sos parte de mi ser.” Y es en esa última frase que la melodía alcanza un clímax. Clímax que recuerda a Jorge Fandermole y a los falsetes inamovibles con que acostumbra coronar cada estribillo. Una apoteosis sonora que se disipa antes que lo notemos y nos deja sedientos, listos para escuchar el resto del álbum.

La lista continúa con “Gris sobre la sien”, un verdadero himno al esplín y también probablemente el tema armónicamente más sencillo de los que llevan la voz de Gustavo. La melodía y la letra se combinan para dejarnos una secuencia de imágenes melancólicas que se suceden ininterrumpidamente hasta que un unísono de bajo y guitarra con slide distorsionada, a lo que se acoplan unos fills de batería pegando al mejor estilo Vox Dei, configuran un verdadero quiebre sonoro y nos conducen hasta el final. A medio camino entre la ruptura en lágrimas y la superación del conflicto. No olvidemos que se trata del trabajo conjunto de un filósofo y de un psicólogo.

“Mandala” es el tercer track del álbum y se destaca por un arpegio sincopado de guitarra sobre una base de percusión, contrabajo y piano. “Miro el cielo alrededor, te vi nacer como mandalas en mí” canta Leonardo en el estribillo y la voz de Gustavo se acerca en la tercera estrofa para corear, en un arreglo vocal con reminiscencias murgueras que la rítmica y la instrumentación contribuyen a evocar. La energía va in crescendo incesantemente, hasta el último compás. El orgasmo llega esta vez (como debe ser) al final.

El siguiente es un auténtico acústico. Fiel al estilo de Leo tiene el color de la guitarra arpegiada, el teclado haciendo notas pedal y un contrabajo que marca el pulso durante los 4 minutos 16 segundos que dura este asunto bautizado “El bosque”. “Háblame… a donde estés… que yo te vuelvo a encontrar” implora la letra y prefiere prescindir de instrumentos percusivos que pudieran desviar la atención de la súplica. La inteligibilidad es valiosa cuando lo que se dice es relevante. En resumen: la letra importa.

A continuación, “Lejano ser” coquetea con el funk y con el rock progresivo con una ambivalencia que recuerda decididamente al estilo del flaco Spinetta, sentimiento que se refuerza al comprobar que zozobra en mares de armonías imposibles y nos termina dejando atónitos y semidesnudos en un puerto que probablemente no figuraba en el boarding pass. Así y todo, se da el tiempo de poner sobre la mesa uno de los riffs más bonitos del álbum, como si belleza y verdad pudieran pasear de la mano sin tapujos. Por su parte, la letra de Gustavo, críptica como de costumbre, reza “todo el tiempo que no estás aquí te caes / entre las huellas de aquel lejano ser”. You talkin’ to me? Con el uso de la segunda persona del singular el tema se pone en la fila del rock nacional, detrás de viejas madrugadoras como Los redondos, Soda Stereo o Charly García, que usaron y abusaron del recurso en los últimos 40 años. La influencia spinetteana es ubicua hasta en el remate: “¡Qué absurdo estar de pie!” Sublime.

“Lo tengo que decir / me siento extraño / salieron todos de mi armario” dice Leo en el tema que sigue, de nombre “Desconectado”. “Corrieron sobre mi almohada / treparon sobre mis pies / y me martillan sin piedad”. Hilarante o escalofriante, difícil decidirlo. Guitarra eléctrica, bajo eléctrico, teclado estilo Hammond sesentoso y batería se congregan en torno a una base funkera para darle ritmo a lo que parece el vívido relato de una psicosis. “Debo resistir / el momento en que entendés / que no es tan fácil respirar / cada vez que el mundo gira sin parar”. Estamos posiblemente frente al único exponente del segmento bailable de este repertorio.

El segundo acústico del LP, “Laura”, también pertenece a Leo en autoría. Con una cadencia triste, la guitarra arpegiada (a esta altura, una marca de agua) transporta a través de los cielos a una voz que susurra afligida: “ya no ves, ya no es preciso ver”. Más tarde oímos que “guarda cobijada en un rincón (…) la razón que la llevó a frenar el tiempo” y entendemos que la historia de Laura no es distinta de muchas otras. Una invitación al reposo y a la quietud que nos deja un sabor amargo en las orejas. Especial mención merece el interludio instrumental que antecede a la última estrofa.

En firme 5/4 abre “Si te mirás”, con letra y música de Gustavo. Aquí el autor aparenta compensar lo complejo del compás con una armonía que transita por caminos menos desiertos, pero no conforme con eso, nos apunta con una de las letras más enigmáticas del disco. Como un mantra, la voz vuelve una y otra vez sobre una pregunta que se asoma al orden de lo cuántico: “¿Qué podría haber / si no lo esperás?” La viola de Leo y su wah-wah, sonando por octavas sobre ese compás tan curioso, imprimen un riff alucinante que, junto a las teclas de Germán, llevan el hilo a lo largo de todo el tema.

Recién en el noveno track, “Aire y agua”, se digna a aparecer la exótica viola da gamba. Un acústico donde el instrumento renacentista conversa acaloradamente con la guitarra acústica y el piano, bajo el imperio de la voz de Leo que bascula cómodamente en su registro natural. Posiblemente, la canción mejor lograda del repertorio.

El bicho raro viene a ser un tema que, desde el título, hace un poco de ruido (valga la redundancia): “#Pigdata”. Compuesto y cantado por Gustavo, con arreglos en bandoneón y guitarra de Felipe Etkin, la voz anglófona de Lara Borràs Colado protagonizando un interludio y quien escribe en la producción y algún que otro coro, se desmarca abruptamente del resto de las canciones mostrando un formato abiertamente electrónico y una estética más bien under y hasta por momentos desprolija. La letra es una feroz crítica a la cultura de sobreexposición e hipercomunicación que rige en el mundo del social media. Casi a la manera de un bonus track, como recién bajada de una nave interestelar, la rola nos advierte sobre lo infeliz que se vive “preso del pig big data”, mientras va narrando la historia de selfie un sórdido personaje que “replica bit by bit” prácticamente todo lo que tiene a su alcance.

Por último, y para franca sorpresa del oyente desprevenido, Gustavo vuelve a desafiar las convenciones cerrando la lista con un tema en francés. “L’Albatros” es el nombre que lleva, en referencia al poema homónimo que Charles Baudelaire incluyera entre sus Flores del Mal en 1861. Ante la pregunta sobre por qué grabar un tema en francés, Gustavo se limita a responder: “Nació naturalmente. Había varias letras previas en español y todas quedaban muy desconectadas de la música. No entendía por qué ninguna letra funcionaba. Finalmente, de golpe, salió una que se pegó bien a la melodía, pero era en francés.” Aunque parezca improbable, la viola da gamba no es el único instrumento vintage que participa en esta canción. También podemos escuchar una viola da braccio ejecutada por Héctor Muñóz que le aporta un color radicalmente original a la composición. Por todos estos elementos tan distintivos, podríamos definir a “L’Albatros” casi como un segundo bonus track. Un rotundo fuera de serie.

Hasta acá, mucho ruido y pocas nueces. Le invito, estimadx y paciente lectorx, a emprender la osada faena de escuchar, de cabo a rabo, un buen disco:

 

 

https://www.youtube.com/channel/UCUu0AJkUx9NvEK7KJd1Rbvw

 

 

[1] https://www.rae.es/drae2001/ruido

 

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