POR QUÉ YA NO PODEMOS ESCUCHAR UN DISCO

Recuperé un antiguo reproductor de discos y me lancé a la escucha de vinilos clásicos. Volvieron los oldies: Bob Dylan, Pink Floyd, The Police, entre otros. Tengo amigxs de ese palo, amigxs que alcanzaron la trillada cuarta década. Otro grupo de amigxs de la zona, detractores de las viejas tecnologías, sugirieron priorizar el buen sentido antes que añorar un tiempo que pasó y que de hecho no viví. Verdad que llevan algo de razón, pues parece que no basta ya con escuchar The Beatles y revivir la juventud de nuestrxs padres. No. Además hay que escuchar a los cuatro de Liverpool en un formato sucio, analógico, vetusto… pero no “passé”.

Lo primero que noté: el esnobismo tiene un alto precio. El valor de un disco, hoy, es equivalente a varios años de Spotify Premium. Luego, la calidad sonora depende mayormente de las cajas, los ecualizadores, la salud de la púa y del propio disco. Este no estaría siendo el caso de mi viejo tocadiscos cuya mayor virtud parece reducirse a su onda vintage. Ahora, en condiciones ideales, el formato vinilo es excelente y una oreja atenta y versada bien podría inclinarse por los discos antes que adoptar cualquier variante de formato digital. Finalmente, y este parecía ser el golpe de knock Out a mis ridículas exploraciones musicales, el disco no te sigue a donde vas (como las hinchadas). La ductilidad ganada con las nuevas tecnologías digitales facilita la escucha en el bondi, de regreso a casa, en el auto, también en el laburo. El streaming nos acerca y más: nos marca el paso, nos dice incluso qué escuchar, y para colmo, lo hace con mucho tino.

Pero no todo está perdido. La escucha ante todo supone tiempo. Cierto que las ondas sonoras suponen un espacio, un medio por donde transitar la información, pero en cuanto a la experiencia individual, bien podríamos escuchar una conversación, una sonata, aquí en San Antonio de Arredondo, allá en Lovaina, y mucho más allá, donde nos logre un día transportar la técnica. Pero este tiempo de la escucha es el tiempo de lo efímero. En el twitterismo de la sociedad actual cada evento, cada situación, cada idea, se presenta como anulación de lo anterior; es el último humo de la realidad que se evapora, diría Nietzsche; el mundo de las entidades que se fugan; del video de un minuto; del Tiktok. Como en Tlön, el universo borgiano de lo efímero compuesto de una colección de hechos inconexos, de objetos indeterminados que son convocados y repentinamente disueltos, la unidad se desagrega: “Los metafísicos de Tlön no buscan la verdad ni siquiera la verosimilitud: buscan el asombro”. ¡Apasionante! ¡Challenging! Si no fuera por la psicopolítica-digital, el imperio del pig-big-data que se avecina (según los dichos de ese filósofo coreano que la tiene atada… un tal Byung-Chul Han), estaríamos inmersos en una especie de re-renacimiento, un nuevo siglo XVI donde lo mágico y lo ficcional serpentean lo real. Luego llegará, como vaticina Han, nuestro propio siglo XVII, opaco y determinista, metafísico y causal.

Sin embargo, el disco, al igual que el libro, representa la unidad. Esta unidad no se define como suma de las partes. Difícilmente nos logre convencer algún hereje de que Kind of Blue u Ok Computer es sólo una colección de grandes temas. Ese ‘algo más’ que tienen los buenos discos es extrañamente aquello que mejor caracteriza al disco. El disco tiene un nombre y sólo uno; el disco nos cuenta algo; lo uno y lo múltiple; el ir y venir de las partes al todo y viceversa; el disco está en los temas, mas también está en ningún lugar. Escuchar un disco significa entonces descubrir la unicidad que se escabulle, y esto supone un tiempo, una paciencia y una gimnasia. Por eso creo que el disco no nos acompaña. Por el contrario, somos nosotrxs quienes acompañamos al disco y nos hacemos parte.

¿Podemos entonces escuchar un disco? Quizás ya no. La predisposición requerida para su escucha es anacrónica. Tal disposición, cierto, se logra mejor con mi obsoleto reproductor que con Pandora u otra plataforma. Grabar un disco, escribir un libro, lanzar la revista POGO versión papel… ¿qué otra cosa es sino negatividad, nostalgia que rehúye la metafísica de lo efímero? Escribió Borges en 1940: “El mundo será Tlön”. Ya falta casi nada. Yo seguiré revisando por ahora estas notas mientras me dispongo a revivir Artaud… “dios, temor, mujer, por”.

2 Comments
  1. Facundo Cabeza dice

    pig-big-data <3

  2. Gustavo Morales dice

    Luego vendrá el “fish-big-data”

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