NO TAN IGUALES
En el marco de la Coronacrisis que sacude la economía mundial, los ciudadanos que viven en países periféricos sufren con creces los efectos devastadores de la recesión y las consecuencias que supone, para las cuentas del hogar, la aplicación de medidas de distanciamiento social en un contexto de masiva informalidad laboral. Sólo en la ciudad de Córdoba, fuentes oficiales estiman que la indigencia podría haberse incrementado en un 200% en el último mes (1). Naturalmente, este fenómeno no atañe en forma exclusiva a las economías de bajo nivel de desarrollo. El caso de Estados Unidos ilustra con claridad que la labilidad socioeconómica de las clases vulnerables no distingue fronteras. Con alrededor de veintidós millones de despidos en cuatro semanas y miles de familias formando filas en la puerta de food banks, el país del norte atraviesa una situación que, en lo que atañe al mundo del empleo, no se vivía desde 1929 (2). Al mismo tiempo, y al igual que en cualquier otra crisis de la historia, los grandes ganadores sumergen sus carnadas vorazmente en los ríos revueltos del capital. Probablemente el caso más resonante sea el de Jeff Bezos, fundador y director ejecutivo de Amazon, el hombre más rico del mundo según la edición 2020 de la revista Forbes (3), quien vio crecer su patrimonio en 24.000 millones de dólares en lo que va de la pandemia (4). A la luz de datos como estos, que se pueden encontrar todos los días en los portales de noticias, parece evidente que la desigualdad mundial ha adquirido en este inicio del siglo XXI proporciones obscenas. Y merece la pena analizar el postulado.
Es posible que el siglo XIX haya quedado caracterizado en el imaginario colectivo (en particular en el viejo continente) como un tiempo de extremas inequidades, que alcanzarían su apogeo durante la Belle Époque, período idílico para las clases acomodadas europeas que se inaugura con la firma del tratado de Frankfurt en 1871 y culmina en 1914 con el estallido de la primera guerra mundial. De esta centuria datan relatos tan crudos como La situación de la clase obrera en Inglaterra de Friedrich Engels (5), publicado en 1845, que cristaliza la enajenación del colectivo de trabajadores industriales durante la época victoriana, narrando la adversidad de los regímenes laborales y el incremento de la morbimortalidad en los conglomerados urbanos fabriles, conforme los propietarios de las industrias asistían a un incremento vertiginoso e ilimitado de su patrimonio. Pero también son de este período las ficciones de Honoré de Balzac (1799-1850), autor francés perteneciente al movimiento de la novela realista, quien retrataba, del otro lado del mostrador, la cotidianeidad de las clases acomodadas, sus veleidades, sus dilemas éticos y sus dramas, al tiempo que daba cuenta del confort devenido suntuosidad.
No es casualidad que sean producto de esta época Karl Marx (1818-1883) y, más tarde, la filosofía marxista con su dialéctica de clases y su concepto de plusvalía. No es casual tampoco que este filósofo haya imaginado para la sociedad de aquel entonces un final dramático, apocalíptico, donde el proletariado opta por tomar las armas y hacerse con el control del Estado, incentivado por una potenciación irrefrenable de la inequidad. Ciertamente, un final no muy difícil de imaginar en una ciudad como Londres, donde Marx vivió a partir de 1849, cuya marca registrada serían más tarde los four penny coffins: camas-ataúd donde los sin techo londinenses (buena parte de ellos obreros industriales) podían pasar la noche al módico precio de cuatro peniques. Para quien no pudiera prestarse a semejante dispendio, también se disponía de alternativas más económicas, aunque también menos confortables. Por ejemplo, por apenas dos peniques se podía dejar caer el peso del cuerpo sobre una soga amurada a la pared a la altura de los hombros, normalmente pasándola por debajo de las axilas, y dormir de pie. En los conventillos argentinos, donde este método fue también extensamente utilizado, esta soga fue bautizada con el nombre de maroma. Ahora bien, quien tan solo tuviera a mano un penique, lejos de poder costearse un lugar en la anhelada cuerda, con un poco de suerte podría acomodarse en un penny sit-up. Éstos establecimientos, característicos del barrio de Blackfriars, ofrecían, en contraprestación por el pago de un penique, la posibilidad de sentarse en un banco, en una habitación razonablemente cálida, durante toda la noche. Eso sí: no estaba permitido recostarse en el banco. La horizontalidad era un privilegio reservado a los más acaudalados (6).
La ampliación de la brecha patrimonial se habría extendido hasta alrededor de 1914. Posteriormente, durante el período 1914-1945, los capitales nacionales e internacionales radicados en los países centrales sufrirían pérdidas sustanciales, como consecuencia de los violentos choques militares y socio-económicos de las dos guerras mundiales y del período de entreguerras, que conducirían a una completa reestructuración política al interior de cada nación. El resto es historia conocida: el renacer económico europeo ligado al fortalecimiento progresivo del rol del Estado (y al plan Marshall, claro), las sucesivas reformas impositivas hacia la progresividad fiscal y el desarrollo de una fase de la historia marcada por una fuerte tendencia a la equidad, en un contexto de crecimiento acentuado, derrumbe del capital y extinción de buena parte de las herencias. Naturalmente, debía seguir (y siguió) a este período otro, iniciado en el mundo desarrollado alrededor de la década de 1970, que sería recordado, a contramano del proceso precedente, por una nueva expansión de las escalas patrimoniales. Con altibajos, podría decirse que esta tendencia continúa hasta nuestros días.
No obstante, algunos factores parecen explicar por qué el mundo actual, aún plagado de inequidades e injusticias sociales, no sé parece en nada al que describían Engels y Balzac en sus relatos. El crecimiento constante del poder adquisitivo a lo largo de los últimos dos siglos podría explicar parte del cuadro. Cobra particular relevancia el surgimiento de una clase media patrimonial en todos los países centrales y en la mayor parte de los países periféricos en la segunda posguerra. Pero incluso teniendo en cuenta el advenimiento de este grupo social, otro factor podría jugar un rol esencial en la configuración de la escena económica global de comienzos del siglo XXI: la posibilidad de que aún no hayamos alcanzado nuevamente el nivel de concentración patrimonial que caracterizaba a las sociedades del siglo XIX. ¿Cómo saberlo con certeza?
En su libro El capital en el siglo XXI, Thomas Piketty sostiene que ese momento en realidad ya habría llegado (7). Economista, investigador, director de estudios en la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París y profesor asociado en la Escuela de Economía de la capital francesa, Piketty trabaja desde hace varios años en el campo de la economía de la desigualdad. El capital en el siglo XXI es posiblemente su obra maestra. Escrita al cabo de quince años de investigaciones consagradas al estudio de la dinámica de los ingresos y la riqueza, recoge entre sus páginas abundante información estadística concerniente a la evolución histórica de decenas de economías alrededor del globo, desde la Revolución Francesa hasta nuestros días, para estudiar a fondo el fenómeno de la inequidad. Se nutre, entre muchas otras fuentes, de la World Inequality Database, una inmensa base de datos que reúne información sobre la desigualdad en más de setenta países, resultado del trabajo de una red internacional de más de cien investigadores de la cual Piketty participa en calidad de co-director (8). En el capítulo dedicado al análisis de la desigualdad en la distribución mundial de la riqueza afirma sin rodeos que ésta, “a principios de la década de 2010, parece ser comparable, por su amplitud, a la observada en las sociedades europeas hacia 1900-1910”. Acto seguido, explica, ante la mirada atónita del lector: “Hoy en día, la participación del milésimo superior [es decir, el 0,1% de las personas más ricas del mundo] es aparentemente de casi 20% de la riqueza total y la del percentil superior [el 1%] puede situarse entre 80 y 90%; la mitad inferior de la población posee sin duda alguna menos del 5% del patrimonio total” (9). Esto equivale aproximadamente a decir que, en el mundo actual, unos 70 millones de individuos serían dueños de prácticamente todo lo que conocemos, mientras el resto, más de 7.000 millones, están obligados a salir a luchar día a día por las migajas. Una buena parte de ellos, después de pasarse el día entero hurgando en los tachos de basura vuelven a casa en la noche cansina, por supuesto, con las manos vacías.
El estudio de la desigualdad desde una perspectiva planetaria se demuestra apropiado en el contexto de una economía globalizada que ofrece día tras día menor resistencia a la libre circulación de capitales y donde las fronteras aparentan estar, en términos económicos, desdibujadas. Hacen su aparición, a la luz de esta visión de conjunto, actores que juegan un rol preponderante en la escena internacional, y a los cuales el encuadre nacional tiende a dejar fuera de cámara. Es el caso, por ejemplo, de la firma BlackRock, fundada por Robert Kapito y Larry Fink en Manhattan, en el año 1988, que ocupa desde hace unos diez años el primer puesto en el ranking de las gestoras de inversiones más importantes del mundo. Con alrededor de 7,1 billones de dólares en activos bajo gestión para el primer trimestre del 2020 (10), sus 14.539 millones de dólares de ingresos totales en 2019 (11) superan con creces el producto interno bruto de algunos países de varios millones de habitantes. Por ejemplo, el de Haití, estimado en 9.659 millones de dólares en 2018, o el de Mongolia, de 13.067 millones de dólares en el mismo período (12). No obstante, su actividad no se encuentra formal o informalmente circunscripta por ninguna frontera: la compañía se jacta de tener oficinas en treinta países, y manejar activos para clientes en más de cien (13). Ello, naturalmente, invalida la escala nacional para analizar la dinámica de la concentración patrimonial extrema, pero no atenúa su utilidad en la consideración de la coyuntura política fronteras adentro. Empresas de semejante envergadura no escatiman en lobbying, como quedó demostrado cuando Fink ofició de anfitrión del expresidente Mauricio Macri durante una visita en comitiva oficial a Nueva York en 2017 (14). Además, la injerencia política en países democráticos puede adoptar otras formas más o menos sutiles, según el riesgo que corran los intereses en juego. Cristina Fernández acusó públicamente a BlackRock de desestabilizar al país cuando la firma le compró a Paul Singer una participación en la imprenta Donnelley, que presentó la quiebra en 2014 y despidió a cuatrocientos trabajadores (15). Actualmente, la empresa lidera el núcleo duro de accionistas que rechazan la propuesta de reestructuración de deuda del gobierno de Alberto Fernández, planteada como salida a la crisis que socava la economía en los planos local y global (16). Algunas fuentes, entre ellas la agencia Bloomberg, estiman que BlackRock poseería entre 1600 y 2000 millones de dólares en bonos de deuda argentina (17).
Ejemplos como éste, ponen de manifiesto que la creciente financiarización de la economía global, aparte de devenir un factor de riesgo para el normal desarrollo de la vida política y económica de una sociedad, podría estar ejerciendo un rol sin precedentes en la aceleración de la espiral desigualitaria. Como describen José Carlos Braga y colaboradores: la financiarización, “un nuevo patrón sistémico de riqueza (…) en el cual las operaciones con activos financieros reciben importancia creciente en el manejo del capital por parte de hogares y empresas, y no sólo por bancos e instituciones del mercado financiero (…), no implica una tendencia del sistema hacia el estancamiento, sino un incremento en la inestabilidad que lo caracteriza, reforzando los momentos de expansión y contracción, como también conduciéndolo a la crisis”. Ahora bien, aclaran, “durante este proceso, algunos grupos se ven más beneficiados que otros”, contando con el hecho de que “los activos financieros se encuentran aún más inequitativamente distribuidos que otros tipos de activos, por ejemplo, los inmobiliarios (…) [su apreciación] refuerza la distribución desigual del ingreso y del patrimonio a lo largo del tiempo”. En conclusión, para Braga, “la elevada concentración de riqueza financiera conduce a un incremento considerable de la inequidad social, más aún en ausencia de adecuadas intervenciones políticas”. Por último, advierten los autores, “esto conlleva una transformación en la relación entre Estado y mercado, con bancos centrales (…) convertidos en rehenes de la necesidad de evitar las pérdidas patrimoniales privadas y los efectos perversos que las mismas pueden ejercer sobre los niveles de producto, renta y empleo de la economía” (18). Se trata del surgimiento de las entidades too big to fail.
El problema de estos conglomerados financieros devenidos too big to fail (demasiado grandes para quebrar) es que obligan a las autoridades a rescatarlas en caso de inconvenientes, a fin de evitar un riesgo ‘sistémico’. Sus dimensiones colosales les confieren, en palabras de Cécile Marin y Dominique Plihon, “un poder económico y político considerable: controlan los mercados y presionan a las empresas y a los Estados amenazando con especular sobre su deuda”. Así barajadas las cartas, sacan provecho de esta situación para incrementar sus ingresos, asumiendo progresivamente cada vez más riesgos, “lo que conduce a la inestabilidad del conjunto del sistema” (19). La última demostración a gran escala del poder y del modus operandi de estas instituciones se produjo con el estallido de la burbuja inmobiliaria de 2008, cuando el gobierno republicano de George W. Bush, al final de su segundo mandato presidencial, dispuso un rescate por 700 mil millones de dólares, por cuenta del contribuyente estadounidense, para todos aquellos bancos, compañías de seguro y empresas automotrices que pendían al borde de la quiebra producto de años de especulación lasciva, plan conocido bajo el acrónimo TARP (Troubled Asset Relief Program, programa de alivio de activos problemáticos) (20).
El empresario alemán Christoph Gröner, entrevistado en el documental Ungleichland – Wie aus Reichtum Macht wird, formula en pocas palabras lo que podría ser una ley de la economía capitalista: “Una vez que acumulás una gran fortuna, ya no podés destruirla a través del consumo. Tirás el dinero por la ventana y vuelve a entrar por la puerta” (21). Está claro que engendrar riqueza forma parte de la naturaleza del capital. Sin embargo, las causas de que los patrimonios adopten trayectorias tan divergentes con el curso de los años, configurando una realidad absurda en que la acumulación desmesurada y el despojo más violento conviven en el seno de una misma sociedad, continúan siendo materia de debate entre los economistas.
Según Piketty, la tasa de crecimiento, es decir, el incremento en el valor de mercado o la renta de los bienes y servicios producidos por una economía en un período de un año, puede ser determinante en la configuración de la desigualdad. El investigador considera que el retorno a un régimen mundial de bajo crecimiento, tendencia que se viene verificando en las últimas décadas y que se proyecta continúe a lo largo del siglo XXI, podría jugar un rol significativo en este fenómeno. “En las sociedades de bajo crecimiento –afirma en la introducción de El capital…–, la riqueza originada en el pasado adquiere naturalmente una importancia desproporcionada, pues basta con un bajo flujo de ahorro nuevo para incrementar de manera continua y sustancial el acervo de la riqueza”. Las tasas de crecimiento bajas eran la norma hasta fines del siglo XIX. Éste fenómeno explicaría el hecho de que, actualmente, en los países centrales, la relación entre volumen de capital e ingreso nacional anual alcance niveles (entre cinco y seis años de ingreso nacional) que se encuentran apenas por debajo de aquellos registrados durante la Belle Époque (seis a siete años), dando cuenta de la importancia global del capital en la economía. No obstante, otro elemento sustancial no merece ser apartado de la ecuación: la tasa de rendimiento, es decir, la ganancia de una inversión en un determinado período de tiempo, expresada como porcentaje de la inversión inicial. Por eso, a continuación, aclara: “Si además la tasa de rendimiento del capital se establece fuerte y por encima de la tasa de crecimiento por un período prolongado (…), entonces existe un riesgo muy importante de divergencia caracterizada en la distribución de la riqueza” (22). Es decir, a mayor diferencia entre rendimiento del capital y crecimiento, mayor la desigualdad resultante.
Claro que, al hablar de la tasa de rendimiento, Piketty se refiere a una tasa promedio, que vendría a ser representativa del conjunto de los rendimientos del capital en una economía. No obstante, es un hecho sobremanera conocido que los fondos de capital más grandes pueden también obtener rendimientos significativamente más elevados, lo cual aporta un factor de divergencia adicional. Esto se explicaría por la adopción de estrategias de inversión más sofisticadas, que permiten acceder a carteras “estructural y permanentemente” más rentables. Se trata de efectos de cuantía por los cuales los management costs (costos de administración), en contraprestación por igual servicio, resultan proporcionalmente más bajos para los fondos más voluminosos, que pueden así permitirse acceder a servicios más costosos o bien a empresas de administración de capital financiero mejor posicionadas, obteniendo una rentabilidad adicional. A modo de ejemplo que ilustra lo antedicho: en promedio, los fondos universitarios estadounidenses con capital superior a 1000 millones de euros, destinan 60% de sus carteras a “inversiones alternativas”, de muy alto rendimiento y que requieren un manejo muy experimentado (tales como hedge funds, acciones no cotizadas y materias primas), contra sólo 10 a 25% de las carteras de los fondos con capital inferior a 100 millones de euros. Esto implica que los primeros obtengan un rendimiento anual promedio de 8,8% y los segundos, en cambio, alrededor de 6,2% (23). La diferencia podría parecer, a primera vista, no muy significativa, pero debe tenerse en cuenta que estamos hablando de procesos sostenidos durante intervalos de tiempo prolongados. Supongamos el caso en que dos fondos con igual capital inicial, 100 millones de dólares, obtuvieran esos rendimientos durante un período de diez años, reinvirtiendo el total de la ganancia. El fondo con un rendimiento del 8,8% anual habrá crecido al cabo de diez años en 132 millones de dólares, mientras que el fondo con un rendimiento de 6,2% lo hará en el mismo lapso sólo en 83 millones, es decir casi un 40% menos. Este efecto de escala determina una susceptibilidad mayor de las fortunas más modestas a sufrir los embates de, por ejemplo, la inflación, frente a la cual, los grandes fondos, mejor administrados, se encontrarían relativamente resguardados (24).
Para que se entienda: en este mundo injusto no sólo los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres; también los muy ricos acumulan riqueza mucho más rápido que los no tan ricos (y que todo el resto, lógicamente). La divergencia, esa ampliación de la escala patrimonial de la que habla Piketty, obstinada en su exponencialidad, acaba por volverse astronómica. En la Argentina del 2020, 0,5% de la población, poco más de 200.000 personas, tiene un Ingreso Total Familiar (ITF) mensual promedio de 669.656 pesos (25), frente a un 45% (unos 20 millones) que se sitúa netamente por debajo de la línea de pobreza (26) con un ITF menor a 40.373,01 pesos (27). Entre ellos, más de un 9% de la población, es decir, 1 de cada 10 argentinos (cerca de 4 millones y medio de personas), registran un ITF por debajo 16.478 pesos. Son los llamados indigentes. Al respecto, el Observatorio de Coyuntura Económica y Políticas Públicas sostuvo en un informe publicado en abril que “si se redistribuyera aproximadamente un tercio del ingreso de [este 0,5% de] la población más rica se eliminaría la pobreza medida por ingresos e incluso los ricos seguirían siendo ricos, ya que después de la redistribución aún tendrían un ingreso familiar de $382.513” (28).
Las cifras estremecen, ofenden, indignan. En el medio, el discurso meritocrático, en su anhelo por legitimar lo ilegítimo, embarra la cancha. Coreado a viva voz en cualquier ámbito, desde una cándida charla familiar a una sesión en el Senado, pretende defender, apelando a una misma serie de valores, tanto la dignidad de la pequeña huerta como el fasto de la riqueza estratosférica, a saber: la virtud, el esfuerzo, la aptitud individual, la utilidad social. Pero también finge desconocer, en lo más supino de su ignorancia, las condiciones de posibilidad de sus tan mentados méritos. ¿Acaso no es de esperarse que la expansión de la desigualdad amenace a la movilidad social con convertirse en una especie extinta? Los trabajos de Markus Jäntti parecen confirmar la sospecha. Este investigador de la Universidad de Estocolmo, junto a su grupo de colaboradores, se enfocaron en el estudio de la movilidad intergeneracional en varios países desarrollados, y encontraron que el “excepcionalismo americano” (aquella noción popular que postula que Estados Unidos, patria del american dream, sería tierra de grandes oportunidades para los individuos pertenecientes a los estratos más desfavorecidos que buscan catapultarse hacia las clases pudientes a través del estudio y del esfuerzo) tiene sustento válido… pero debería ser entendido a la inversa. La excepcionalidad norteamericana consiste precisamente en ser el país rico en que se registra la menor movilidad intergeneracional, un fenómeno que sería bastante más habitual en el Reino Unido y hasta dos o tres veces más frecuente en las naciones escandinavas (29). O sea, en Estados Unidos, nacer en una familia pobre implica, con toda probabilidad, estar condenado a la pobreza por el resto de la vida. Independientemente del mérito o de la culpa. Del mismo modo, nacer del vientre de una madre rica también condena al individuo a la opulencia. Independientemente del mérito o de la culpa. Ese es el punto de inflexión en que la ideología meritocrática, tantas veces instrumentalizada en la legitimación de la política neoliberal, sorprendida en plena Babilonia se ve obligada a desnudarse para mostrar su faz verdadera, su costado mitológico.
Ante la elocuencia de los hechos expuestos, es legítimo cuestionarse hasta qué punto podría profundizarse el fenómeno de la desigualdad. En otras palabras, ¿hasta dónde pueden desposeer los pudientes a los vulnerados de este mundo, sin encontrarse con un factor limitante? Dado que ninguna ley económica fundamental parece prever un freno “natural” para este mecanismo, todo parece indicar que el desarrollo de una posible solución de continuidad, cualquiera sea su forma, vendrá necesariamente de la mano de alguna forma de reacción política. ¿Será, como algunos economistas sugieren, la imposición de un impuesto global progresivo sobre el capital, la medida que, aplacando el rendimiento, contribuya a poner un freno definitivo a la espiral desigualitaria o bien, como tantas otras veces, la violencia inexorable de los hechos acabará por imponerse, sanguinaria, sobre la historia? Sólo el tiempo lo dirá.
1- “Efecto coronavirus: para la Municipalidad, se triplicó la gente sin techo”, La voz del Interior, Córdoba, 22 de marzo de 2020.
2- “U.S. now has 22 million unemployed, wiping out a decade of job gains”, The Washington Post, Washington DC, 16 de abril de 2020.
3- The real-time billionaires list, Forbes, consultado el 24 de abril de 2020.
4- “En medio de la pandemia mundial del covid-19, Jeff Bezos es $24,000 millones más rico”, Univisión noticias, 17 de abril de 2020, disponible online: https://www.univision.com/noticias/dinero/en-medio-de-la-pandemia-mundial-del-covid-19-jeff-bezos-es-24-000-millones-mas-rico/
5- Engels, F. (1979). Die Lage der arbeitenden Klasse in England nach eigner Anschauung und authentischen Quellen. Berlin: Dietz.
6- “Victorian Four Penny Coffins or Penny Beds, Homelessness, and More”, geriwalton.com, 12 de marzo de 2018, disponible online: https://www.geriwalton.com/victorian-four-penny-coffins-penny-beds-homelessness/
7- Piketty, T. (2018). El capital en el siglo XXI (1ra ed.). Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Paidós.
8- World Inequality Database, véase https://wid.world/es/pagina-de-inicio/
9- Piketty, op. cit., p. 649-650.
10- Reporte de ganancias de BlackRock para el primer trimestre de 2020, New York, 16 de abril de 2020, disponible online: https://s24.q4cdn.com/856567660/files/doc_financials/2020/Q1/BLK-1Q20-Earnings-Release.pdf
11- Reporte annual 2019 de BlackRock, disponible online: https://s24.q4cdn.com/856567660/files/doc_financials/2019/ar/BlackRock-2019-Annual-Report.pdf
12- Datos de libre acceso del banco mundial, véasehttps://datos.bancomundial.org/
13- Véase https://www.blackrock.com/corporate/about-us/global-impact
14- “Macri en Nueva York: búsqueda de inversiones y reunión con el fondo más grande del mundo”, Política Argentina, 6 de noviembre de 2017, disponible online: https://www.politicargentina.com/notas/201711/23443-macri-en-nueva-york-b.html
15- “Deuda. Cuáles son los grandes fondos acreedores de la Argentina”, La Nación, 16 de abril de 2020.
16- “El fondo más grande del mundo tampoco aceptó la oferta argentina y dice que se carga un peso excesivo sobre los acreedores”, Infobae, 20 de abril de 2020, disponible online: https://www.infobae.com/economia/2020/04/20/el-fondo-mas-grande-del-mundo-tampoco-acepto-la-oferta-argentina-y-dice-que-se-carga-un-peso-excesivo-sobre-los-acreedores/
17- “El fondo BlackRock, dueño de casi todo”, Página 12, 12 de abril de 2020.
18- Braga, José Carlos et al. (2017). For a political economy of financialization: theory and evidence. Campinas, São Paulo: Economia e Sociedade, 26(spe), 829-856.
19- Véase https://www.monde-diplomatique.fr/cartes/crise-finance
20- “TARP Bailout to Cost Less Than Once Anticipated”, The New York Times, New York, 30 de septiembre de 2010.
21- Véase https://www.youtube.com/watch?v=2Y2WxM2Srlc (versión en alemán) o https://www.youtube.com/watch?v=AFIxi7BiScI (versión en inglés)
22- Piketty, op. cit., p. 61.
23- Piketty, op. cit., p. 668-669.
24- Piketty, op. cit., p. 678.
25- “Advierten que, si los más ricos distribuyen un tercio de sus ingresos, desaparecería la pobreza”, ámbito.com, 24 de abril de 2020, disponible online: https://www.ambito.com/economia/pobreza/advierten-que-si-los-mas-ricos-distribuyen-un-tercio-sus-ingresos-desapareceria-la-pobreza-n5098177
26- “Estiman que por la pandemia la pobreza creció a 45%”, ámbito.com, 23 de abril de 2020, disponible online: https://www.ambito.com/economia/pobreza/estiman-que-la-pandemia-la-pobreza-crecio-45-n5097747
27- “En enero, una familia tipo necesitó $40.373 para no ser pobre”, Infobae, 18 de febrero de 2020, disponible online: https://www.infobae.com/economia/2020/02/18/en-enero-una-familia-tipo-necesito-40373-para-no-ser-pobre/
28- Véase https://www.ocepp.com/post/informe-de-l%C3%ADnea-de-riqueza-2019-es-posible-eliminar-la-pobreza
29- Jäntti, M. (2005). American exceptionalism in a new light: a comparison of intergenerational earnings mobility in the Nordic countries, the United Kingdom and the United States. Warwick: Department of Economics, University of Warwick.