FAUSTINO
LEYENDAS INFAMES DE CÓRDOBA
“Dicen que, al igual que el pórtico oriental de la Ciudad de Piedra de Zanzíbar, el váter del vestuario visitante del estadio Al Zawra en Bagdad, un camarín del subsuelo del teatro Kabuki-za de Tokio, la sala de mantenimiento de la Represa Hoover en Arizona, el sótano de una casa de inquilinato en Afrasiab, cerca de Samarcanda y una ventana sellada del bar de ruinas Szimpla Kert en Budapest, alguna de las descascaradas puertitas del Bv. Guzmán, frente a la Estación Mitre, es la inadvertible fachada de una de las siete entradas al infierno.
Hasta allí llegó un día, por segunda vez en su vida, Faustino. Un tipo común, gris, intrascendente, con algunos vicios. Como cualquier hombre…”
Con este extenuante párrafo, el escritor Lorenzo Lilo Gigena nos introduce al tercer relato de su obra pre-póstuma “Cuatro desafortunados encuentros con el diablo” que está incluido en el tomo XI de las “Leyendas Infames de Córdoba”.
En ese texto, Lilo Gigena narra una historia rayana con lo fantástico pero que a partir de investigaciones históricas él mismo la refiere como verídica y documentada en su obra póstuma “Anotaciones sobre Cuatro Desafortunados Encuentros con el Diablo”, haciendo la salvedad correspondiente: “…el relato de Faustino es una historia cotidiana, una reyerta mundana, un parloteo del hombre de a pie. Aunque es oportuno advertir que cualquier semejanza con algo que hayan leído antes, principalmente de Goethe o de Estanislao del Campo, es pura coincidencia…”
La puerta es o fue ocre.
De dos hojas delgadas de la madera de antes, con aldaba y manillones y un ventiluz que se ha vuelto viscoso por tanta telaraña.
Faustino se para frente a ella y mira con recelo a ambos lados del Bv. Guzmán. Luce nocturno, brumoso, desierto, ámbar.
Entra.
El pasillo es largo, oscuro y hediondo como la garganta de un leviatán. Pero no le sorprende. Ya lo había transitado. Antes de abrir la puerta del ascensor se detiene e intenta recomponer su metabolismo. Bajar sus pulsaciones, controlar su respiración, contraer sus pupilas. Tranquilizarse.
La pretensión no era fácil. Se iba a entrevistar por segunda vez con una de las dos personalidades más influyentes del mundo. El hombre que podía torcer el rumbo de la historia. El que no se puede nombrar. El que no se puede perdonar.
Faustino recupera el temple, sube al ascensor, cierra la puerta enrejada y acciona la palanca hacia abajo. Totalmente hacia abajo.
Hacia lo más profundo del abajo.
Los pesados engranajes chirrían mientras el ascensor comienza a sumergirse en las entrañas de la tierra a una velocidad desesperantemente lenta, como si la lógica de los evos y la existencia no tuviera jurisdicción en ese lugar.
Va desapareciendo de a poco, de pies a cabeza, como quien se hunde en el fango.
Nadie podría precisar cuánto duró el descenso. Quizás lo que dura una idea. Quizás lo que lleva leer el Ulises de Joyce.
Faustino sale del ascensor, camina unos pasos bajo la luz de un fluorescente que pestañea cada tanto y se detiene frente a una amplia puerta custodiada por dos esbirros de aspecto pugilístico que le impiden la entrada, hasta tanto les muestra una tarjeta ajada y amarillenta.
Entra a una suerte de típico bar de subsuelo al estilo de los clubes de jazz neoyorquinos de la calle Broadway o del Chelsea londinense, aunque con personajes un poco más excéntricos.
Faustino atraviesa el bar lentamente, como esperando que de la nada surja un artilugio espasmódico o una magia pirotécnica que lo sobresalte. Pero nada de eso sucede.
Los borrachines beben, las coperas conversan con los clientes, los timadores acechan y la banda toca, “Little Birdie” de Guaraldi -en la versión de Marsalis- en el improvisado escenario al ras del piso. Una negra obesa con voz de negra obesa deleita a quienes quieran escucharla.
Y allá está. Sentado en la última mesa del fondo, donde las luces del escenario apenas llegan, iluminado por un tenue velador con tulipa de puntilla, revisando papeles e informes, con su aspecto de tímido notario regordete, calvo y con lentes, vestido con corbata y chaleco tejido, el mismísimo Lucifer.
Junto a él, Raum, su secretario privado.
Faustino se le acerca respetuosamente, con la exasperante timidez de quien pretende llamar la atención sin molestar. El maligno no advierte su presencia.
Y si la advierte, elude la cortesía de mirarlo. Menos por educación que por impostura.
Faustino lo interrumpe.
-Disculpe, eh… Maestro… yo soy Faustino Aliaga, no sé si me recuerda…
El Diablo levanta la vista de sus papeles, lo mira durante unos instantes y meneando la cabeza vuelve a su trabajo.
Faustino insiste, nervioso.
-Yo, esteee, no sé si se acuerda de mi… yo vine hace como veinte años, y firmé un contrato con usted… -lo tantea.
-¡Imagínese! … ¡Vienen tantos por día! –se disculpa el Diablo.
Raum lo aborda con gélida sobriedad.
–¿Número de expediente?
Faustino vuelve a sacar la tarjeta ajada y amarillenta y se la entrega.
Raum la mira displicente y se dirige a una habitación contigua. Segundos después vuelve con una carpeta de cartulina color patrullero que le entrega a su jefe.
El Diablo la abre y comienza a leer en voz alta.
-A ver, a ver “…En la Ciudad de Córdoba, a los 26 días del mes de bla, bla, bla…” -sigue la lectura con su dedo índice- “…se firma el presente Contrato de Locación de Servicios entre quien suscribe, o sea, yo…” –sonriendo a Faustino –“…en adelante el locador… y… acá está!” –el diablo golpea insistentemente la hoja con el dedo- “…Faustino Amílcar Aliaga en su carácter de locatario del servicio…”, ¿es usted verdad?
-¡Ehhhh, sí señor, soy yo! -asiente Faustino.
-¡Perfecto! -el Diablo sigue leyendo.
-…Bla, bla, bla… Bla, bla, bla, acá dice “…Mediante el presente contrato, el locatario se compromete a entregar su alma, de manera incondicional, contra adjunto de certificado de defunción expedido por nosocomio habilitado” …y bla, bla, bla, esto no importa… -mientras se adelanta algunos párrafos.
Reacciona al leer una cláusula.
-¡Esto sí es importante! “…el abajo firmante, en su carácter de locador, se compromete a oficiar todos los medios necesarios, plausibles y por plausir, a su alcance para procurar, propiciar y promover el sentimiento de “amor eterno”, esto está entrecomillado –aclara el Diablo mientras gesticula las comillas con una mano, y continúa –“…de la señorita Dorotea Azucena Dellamaggiore a favor del locatario del servicio”, bla, bla, bla… Acá está su firma y acá está la mía -señalándole a Faustino ambos garabatos. -¡Sí, sí! ¡Evidentemente este es su contrato!
El Diablo cierra la carpeta, la tira sobre la mesa, se repantiga en su silla y entrelazando sus dedos detrás de la nuca mira a Faustino fingiendo una cándida ingenuidad.
-¿En qué lo puedo ayudar, amigo Aliaga?
-Bueno, mire, eh… La verdad es que… -luego de titubear unos instantes finalmente se decide a hablar -…quiero ver si existe la posibilidad de… de anular el contrato!
-¿Por qué? ¿Acaso no cumplí con mi parte? –pregunta retóricamente el Diablo sin perder su plácida e irónica actitud.
–No, no es eso, es que… -Faustino comienza a inquietarse.
-En ese caso -lo interrumpe el Diablo con imperturbable calma -…sólo le queda a usted cumplir con la suya…
-¡Sí, sí! pero, no… no es eso…
-Tiene disconformidades con alguna de las cláusulas? –se adelanta nuevamente.
-No… bueno, sí, le voy a explicar…
-¡Explíquese, por favor!
Faustino transpira. No encuentra las palabras, o mejor, los argumentos, para convencer al Amo de las Mentiras.
-Bueno, esteee, finalmente ella, …digo… Azucena, se enamoró de mí…
-¡Muy bien! ¡Qué hombre afortunado! –Los comentarios del Maligno comienzan a llenarse de cinismo.
-Sí, y nos casamos…
-¡Lo felicito! Descuento que habrá sido una ceremonia muy emotiva…
-Sí, sí, pero, el problema es que…
-¿Se divorciaron? –Se anticipa Lucifer -¡Qué lástima, realmente! -Luego mira a Raum y agrega -¡Ya nadie respeta lo que Dios ha unido!
Faustino pierde la paciencia.
-¡No, no me entiende! ¡Ni nos divorciamos, ni nada! ¡Seguimos juntos!
-¡Caramba! ¡No entiendo cuál es el dilema, entonces!
-¡Usted no comprende, don Diablo! ¡Ese es el problema! La hermosa jovencita de cara angelical y cuerpo sinuoso, de cabellos azabache y ojos del color del deseo de la que me enamoré –gesticula mientras habla -se ha convertido en una vieja fea, llena de lunares peludos…
-¡Oooh! ¡Qué desagradable! –reacciona el Diablo agitando la mano como espantando la imagen de su cabeza.
-¿A su cuerpo sinuoso se le han invertido las curvas, me entiende?
El Diablo lo mira extrañado para luego cruzar miradas cómplices con Raum.
-Y como si fuera poco es gritona, malhumorada, y… y… ¡y encima cocina muy mal!
Faustino está al borde del llanto, pero continúa.
-Ronca de noche, deja sus interiores colgados en el baño y lo peor, de lo peor, de lo peor –hace una pausa para darle más dramatismo a su relato -…¡esa crema que se pone en el bigote…!
El Diablo hace una mueca de repulsión.
-Encima me maltrata, me cela, odia a mis amigos, no me deja fumar, ni tomar… ¡y últimamente, ni apostar! ¿Sabe lo que es para mi no poder apostar? ¡Me obliga a asistir todas las semanas a “Ludópatas Anónimos”!
El Diablo lo mira preocupado.
-¿Y le está dando resultado?
Faustino piensa un instante.
-Y… ¡la verdad que sí! Hace ya algún tiempo que no apuesto…
El Diablo, notablemente molesto, se inclina hacia Raum y le susurra.
-Agendá, intensificar tentaciones en “Ludópatas Anónimos”.
Faustino ensimismado continúa refunfuñando.
-¡No puedo creer que le haya entregado el alma a cambio de ese cachivache!
Un despreocupado Lucifer vuelve a prestarle atención a Faustino.
-Bueno, así que su amada esposa se convirtió en una vieja fiera… -encogiéndose de hombros -…¿y yo qué tengo que ver?
-Por favor, necesito que renegociemos el contrato –implora Faustino -…¡Se lo suplico!
El Diablo respira profundo y enarca las cejas intentando anticipar su postura.
-Mire, Aliaga, ¡va a estar difícil! Negocios son negocios, ¿vio? Es como si yo compro una licuadora, la uso veinte años y después la quiero devolver porque se puso vieja. ¿¡Qué avivada es esa!? –Lucifer abre los brazos exagerando la desvergüenza de su interlocutor -¡No, hombre! ¡Así no es la cosa! ¿Usted quería que la señorita Dellamaggiore lo amara eternamente? Bueno, ¡ahí tiene! ¡Lo ama eternamente! Ahora, ¡a llorar al velatorio! Lo que está firmado, ¡firmado está!
Mira a Raum quejándose a viva voz. -¡Lo único que nos falta! ¡Quieren las cosas y después no las quieren más! …¡Son como los chicos!
-Por favor, don Diablo –ruega suavemente Faustino -¡Haga una excepción! Es una tontería… Tachamos “eterno”, lo salvamos al dorso, firmamos de vuelta ¡y listo!
El Diablo sacude la cabeza.
-¡Imposible!
-¡Vamos, dele! ¿Qué le cuesta? ¡Es una palabrita, nomás!
-¡No, no y no! ¡Definitivamente no! -Inmediatamente reacciona comprensivo -¡No puedo! ¡Aunque quisiera, no puedo! Imagínese, si le hago el favor a usted después todos van a venir a pedir revisiones contractuales …¡Ley pareja no es rigurosa, Aliaga!
El Diablo se queda en silencio, con los brazos cruzados, el ceño fruncido y sacudiendo la cabeza de un lado al otro.
Faustino cierra los ojos y siente el abatimiento de la derrota en todo su cuerpo.
Luego de unos instantes reacciona entusiasmado.
-¡Ya sé! ¡Hagamos una cosa! ¡Yo le doy algo a cambio! …¿qué dice? –Sonríe Faustino expectante.
-¿Algo? –Pregunta extrañado el Diablo -¿Algo como qué?
-¿No sé? Algo que yo tenga y usted quiera…
El Diablo, pensativo, golpea repetidamente su índice contra el labio como si fuera un niño actuando.
Y se despacha con su habitual mordacidad.
-¡A ver, a ver! Mmmm, ya tengo su alma… -Reacciona tajante ¡-No, no me interesa más nada de usted, Aliaga!
Faustino se desespera.
-¡P… pero tiene que haber algo! -Piensa un instante -¡Ya sé! ¡Me hago hincha de Independiente! ¡Fanático de Independiente, para siempre!
-¿Y eso a mí en qué me beneficia? ¡Yo soy hincha de Instituto!
Faustino queda desconcertado. Se inquieta. Piensa rápido.
-Ehhh, entonces… ¡maldades! Eso! ¡Me dedico a hacer maldades, ¡muchas maldades! Usted sabe, ponerle zancadillas a las viejas en el colectivo, escupir pelados desde el balcón, patear perros… cuatro o cinco maldades por día …y de paso le saco un poco de trabajo de encima. ¿Qué le parece?
El Diablo lo mira indolente.
-¡Esas no son maldades, Aliaga! ¡Esas son travesuras! ¡Las maldades arrancan con lesiones graves! …¡De ahí para arriba! -Comienza a enumerar con los dedos –Maldades nivel uno, lesiones graves… Maldades nivel dos, lesiones gravísimas con internación en Unidad de Terapia Intensiva… Maldades nivel tres, asesinato múltiple… Maldades nivel cuatro, genocidio… Maldades nivel cinco, holocausto nuclear global …Y así hasta llegar al nivel 33… Dirigir una Multinacional o un Banco Privado… -Mira a Faustino con desdén –Ay, Aliaga, Aliaga… ¡tendrá que esmerarse más si pretende sobornarme!
El diablo vuelve a sus papeles.
Faustino baja la cabeza abatido y se dispone a marcharse. Mira a su alrededor en busca de alguna respuesta o de algún consuelo.
Y la encuentra unos pasos más allá, donde los tahúres despuntan naipes y trampas, y los dineros le hacen honor a su naturaleza, cambiando permanentemente de manos.
-¡Tengo una idea! –se vuelve Faustino, encendido – ¡Apostemos!
-¿Apostar? ¿Qué quiere apostar? –se burla Lucifer sin mirarlo -Ya le dije que no tiene nada que me interese…
Faustino arremete con picardía.
-Sí, pero ahora con el tema de “Ludópatas Anónimos” mi alma está a punto de redimirse. -Señalando con el índice al techo -¡Mire si “el barba” se decide a dar pelea!
El diablo deja sus papeles y se queda pensando unos instantes.
-Además, ¡usted es de los míos! -refuerza su argumento Faustino -¿Cómo resistirse a la tentación, no?
El diablo se acomoda en su silla. Se inquieta. Se come una uña.
-¡Piénselo! Usted es el Señor de los Trucos, ¡tiene todas las de ganar!
El Diablo levanta la vista.
-¿Y cómo sería el asunto?
-Bueno, -improvisa Faustino -si usted gana queda todo como está y encima me habrá hecho caer en la tentación de apostar… Y si gano yo, tachamos la palabra “eterno” y usted promueve de inmediato el divorcio vincular. ¿Qué le parece?
-¡No, eso último no puedo! -Lucifer alza sus palmas como disculpándose –¡Eso es terreno de abogados y yo ahí no me meto!
Faustino piensa un instante.
-¡Okey! ¡Lo que usted diga! Elija el desafío…
El diablo piensa unos instantes y se le iluminan los ojos.
-¡Piedra, papel y tijera!
Faustino revolea los ojos.
-¡No, hombre, no! ¡eso no es timba!
-Sí, es cierto –reflexiona Lucifer -…¡es que soy muy bueno en piedra, papel y tijera! ¡Siempre adivino!
-¿Póker? –Arriesga Faustino.
El Diablo contiene el entusiasmo.
-¡Póker! -Me gusta…
El Príncipe de las Tinieblas hace una seña y todos los que están en el bar se movilizan. Liberan la mesa del centro del salón, le extienden un paño verde a manera de mantel y todos se disponen alrededor para ser testigos de la partida. Raum se sienta a un costado, abre un mazo nuevo y comienza tallar con una mano. El Diablo se pone de pie y tomando a Faustino por el hombro lo conduce. Ambos se sientan enfrentados.
Faustino empieza a transpirar mientras intenta concentrarse. El diablo se frota las manos y hace crujir sus nudillos con entusiasmo. Raum reparte al tiempo que anuncia las reglas.
-Jugarán póker Red Horn Flop que es la variante pecaminosa del Texas Hold´em. Una sola mano. Tres cartas vistas en la mesa, dos cartas tapadas cada jugador. Sin cambios. Está en juego el alma o la libertad del señor Faustino Amílcar Aliaga… ¡A jugar, señores!
Ambos contendientes levantan su respectivo par de naipes tapados mientras se miran con recelo. Faustino tiene un Rey de Corazones y un Dos de Espadas. El Innombrable recibe un par de Ases.
El secretario baja a la mesa un As de Diamante y dos Reyes.
A Faustino se le escapa una imperceptible sonrisa, aunque no puede hacer que el taco de su zapato deje de golpetear el suelo.
-Juega el Maestro –determina Raum mientras lo señala con la palma extendida.
El Diablo mira a Faustino con los ojos encendidos. Se tarda unos segundos como disfrutando el momento. Existe el 0,14% de posibilidades de que su contrincante tenga una combinación que le gane a su Full de Ases y Reyes.
Raum lee la sonrisa de su jefe y la imita espontáneamente. Al verlos, Faustino siente como un sudor gélido le corre por la nuca hasta los arrabales de la espalda.
En un momento demasiado corto para ser medido por relojes o máquinas del tiempo, Belcebú, Lucifer, el Maligno o ninguno de esos nombres borra la suficiencia de su rostro y la reemplaza por una insobornable cara de póker.
Coloca sólo uno de sus ases junto al que está visto en la mesa y en una martingala incomprensible deja al otro tapado boca abajo.
Faustino no puede creer lo que está viendo. El rostro se le ilumina, le vuelve el alma al cuerpo y no puede contener la emoción.
Raum mira desconcertado a su mentor y sentencia -Doble par de Ases y Reyes es el juego del Maestro… -y algo decepcionado continúa –Su turno Aliaga…
Todos contiene la respiración. La tensión en el lugar crece a niveles alarmantes.
Faustino, sonriente y distendido, deja boca abajo el dos y coloca su Rey junto a los otros dos Reyes vistos en la mesa.
Se escucha un grito ahogado de todos los presentes.
-Trío de Reyes para el señor Aliaga… -informa Raum secamente -…¡Y gana el juego!
Faustino celebra de todas las formas posibles ante la perplejidad de los presentes. Excepto del Diablo que lo mira con un gesto de sosegada satisfacción.
Los contendientes se dan la mano y, ante un sutil gesto de su jefe, Raum trae el contrato y los pone sobre la mesa. Ambos tachan, ambos salvan, ambos firman.
Faustino se retira embriagado por la alegría de haber ganado la apuesta y de todo lo que eso significaba.
El Diablo lo ve alejarse.
Raum, aún extrañado, da vuelta la carta que su Amo dejó tapada y su sorpresa se acrecienta cuando advierte que es otro As. Lo mira en busca de una explicación y éste le devuelve sólo un guiño.
Todos los presentes vuelven a sus cosas como cerrando un paréntesis. Los borrachines continúan bebiendo, las coperas retoman las charlas con sus clientes y la banda –y la negra obesa- arrancan con “The Devil Blues” luego de cuatro chasquidos del trompetista.
Lucifer retorna a su mesa, se sienta prolijamente y con sosegada parsimonia abre su agenda.
Luego toma el teléfono, marca y espera.
–Señora Dellamaggiore? –hace una pausa –…¡Tal como acordamos, usted ya está liberada del conjuro! Yo cumplí mi parte. ¡Ahora debe cumplir la suya!
Mientras tanto en el ascensor, rumbo a la superficie, el dichoso Faustino escucha una lejana y diabólica carcajada que proviene de las profundidades.