FILLOY EN MIS ZAPATOS
Una vez más, cuando se me atragantan las palabras y las emociones, me sale todo por los dedos y los ojos. No puedo hablar, entonces mientras lo escribo, lloro un poco. Me pasa eso muchas veces.
Como casi todos los años, mi cumpleaños tiene el mal tino de coincidir con el día del Padre. Casi nunca fue un problema, al contrario. Mataba dos pájaros de un tiro. Viajaba a Venado Tuerto para celebrar mi cumpleaños y visitar a mi padre. Es decir, biológicamente era mi abuelo, pero biográficamente era mi padre.
No pensé que tres letras pudieran lastimar así. Nunca creí que me iba a doler tanto escribir la palabra “era”. Pasa que, como decirlo…falleció hace tres meses ya; ya o recién, no sé bien. Es que los últimos meses, mi vida quedó colgada entre ir y venir de Venado Tuerto a Córdoba. Cuando la persona que amas, que es tu palenque, tu pilar, tiene su vida pendiendo de un hilo, la tuya queda suspendida.
Me siento en el atolladero de que a veces me da la sensación que pasaron muchos años y hay días que siento que todavía lo estoy pasando de su cama a la camilla del servicio funerario. Hoy es uno de esos días. Hoy, me duele mucho más que otras veces. Quizás es por lo que les decía… mi cumpleaños, el día del padre.
Igual, no es que me duela siempre. A veces, el recuerdo me saca una sonrisa tímida, incipiente, tierna. Supongo que así es como se siente el amor. A veces mientras manejo, sobre todo por la ruta y precisamente sobre algunas rutas que recorríamos juntos en su camión, de manera inconsciente levanto el dedo índice de la mano derecha un par de veces. De chico siempre veía que él hacía eso y no entendía por qué. Un día le pregunté y me dijo que como vibraba el volante del camión, estiraba un poco el dedo porque se le acalambraba de a ratos. En verdad me dijo “me queda como amortiguado el dedo”. Cuando hago eso sin pensarlo e inmediatamente me doy cuenta, es que se me escapa una risita.
Pero otras veces, como hoy, los recuerdos me golpean sin piedad. Entro en la ciclotimia y la bipolaridad de acordarme de muchas cosas con cariño y risas, pero al momento inmediato después me pega el bajón de extrañarlo. De no poder llamarlo para hablar, hacerle chistes, hacerlo renegar. Eso, extrañarlo en la cotidianeidad. Para sentirlo un poco más cerca, tengo en casa una gorrita que era de él colgada en el respaldar de una silla. Esa gorrita tiene su aroma, su perfume. El de su piel digo. Así que cuando entro en abstinencia de él, la huelo un poquito y se me llenan los pulmones de tranquilidad, de cercanía, de compañía.
Hace unos minutos, sin querer y de puro azar, agarré un libro que se llama Balumba, de Juan Filloy. Tengo la costumbre o el hábito de leer de noche, una horita nada más. Voy agarrando diferentes libros que en algún momento he dejado a medio terminar, o medio comenzar. Hoy le tocó a Filloy. Abrí al tanteo nomás una página cualquiera y me encontré con esto:
“Presencia”
En la fiesta de mis ojos abiertos
¡Está siempre tu imagen!
En el silencio de mis ojos absortos
¡Está siempre tu imagen!
En la ausencia de mis ojos distantes
¡Está siempre tu imagen!
En la beatitud de mis ojos sumidos
¡Está siempre tu imagen!
En la soledad de mis ojos cerrados
¡Está siempre tu imagen!
Quizás Filloy lo escribió para una mujer, amiga, esposa, amante. Qué sé yo. Pero para mí, lo escribió para que yo supiera que siempre, pero siempre, mire a donde mire y mire como mire, va a estar la imagen de mi viejo querido. A veces me pregunto en qué zapatos se paran las personas para escribir las biografías ¿en los suyos o en los otros? No sé cuál es la respuesta, pero elijo pensar quizás cayendo en una superchería, que este caso Juan Filloy se puso en mis zapatos para decirme con claridad inenarrable (aunque suene a oxímoron) dónde está mi padre: en todo.-
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