EL ÚLTIMO TANGO DE ROSAS EN SARAJEVO
Llegué a la capital de Bosnia y Herzegovina a mediados de diciembre. La nieve sobre la ruta, las canciones islámicas a todo volumen por los parlantes de las mezquitas y algunas fachadas reventadas a tiros eran claros indicios de lo lejos que estaba del verano cordobés. Caminaba por una larga avenida que imita el cauce del río Miljacka y parte la ciudad en dos mitades. Sarajevo es un valle precioso circundado por montañas altas y boscosas. Las casas trepan por las colinas y se pierden entre los pinos. Por las noches, parece un muro vertical con diminutas lucecitas centelleantes. En el llano, el frío caía como un flechazo de hielo entre los ojos.
Mi destino era un bar en la periferia donde esa noche había una milonga especial por el Día Internacional del Tango. Once de diciembre, nacimientos de Carlos Gardel y Julio de Caro.
Llegué temprano y no había mucha más gente que algunos empleados, los dos típicos clientes que ya son parte del mobiliario fijo y Vedrán Marceta, maestro de ceremonia y bailarín, ex campeón mundial de tango.
Balbuceos en inglés.
Unos tragos de vino.
Música funcional.
Las parejas de bailarines ingresaban empilchadas mientras la ansiedad se cobraba algunas víctimas que empezaban a imitar pasos de tango con canciones de los Beatles. Finalmente, el inicio de la primera tanda milonguera lo marcó el sonido de “La Mulateada” por Alberto Podestá y Las Bordonas. La imagen era inabarcable. A la vez que los bosnios ejecutaban firuletes y taconeos sobre los cerámicos, la voz de Podestá invocaba a Juan Manuel de Rosas en un barrio perdido de los suburbios de Sarajevo.
“Baila, mulata linda de la divisa roja, que están mirando los ojos de nuestro Restaurador”.
La ciudad del hito fundante de la Primera Guerra Mundial aparecía como un conjunto de trazos sueltos y retazos perdidos. Un tejido con mil puntos de fuga.
De un golpe semiótico, Argentina parecía más cerca.
Lo histórico. La complejidad que impregna el aire. Las discusiones pendientes. La alquimia de los detalles.
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Hace 40 años, un 4 de mayo, fallecía Josip Broz Tito, quien desde la década de 1940 hasta su muerte en 1980 dirigió los destinos políticos de la ex-Yugoslavia. Con su muerte, desaparecía la mayor fuerza de cohesión estatal, acelerando tendencias ya existentes a la desintegración entre las diferentes naciones que la componían.
El mosaico histórico, cultural, lingüístico, religioso y político en el que se paraba el Estado federal era ríspido. La formación y desintegración de Yugoslavia sería difícil de comparar con la formación del Estado argentino que, desde el enfrentamiento de Cepeda en 1820 a las campañas del desierto hasta 1880, contrapusieron diferentes programas nacionales de gobierno y terminaron de definir un territorio común.
En los Balcanes la guerra se prolongaría hasta 2001. Diez años de masacres y limpiezas étnicas transmitidas en vivo y en directo por televisión a color. Nuevas redefiniciones de ciudadanía, de lo nacional, del territorio y de lo federal que generan tensiones hasta el día de hoy. De hecho, la geografía misma de las ciudades es un testimonio. Los pibes de Bosnia juegan a la pelota en plazas que son cementerios, porque todas las plazas son cementerios; a la vez que los edificios bombardeados por la OTAN son una de las atracciones turísticas en Belgrado, la capital de Serbia. En definitiva, es de la herencia directa de ese conflicto que se configura la actualidad de una de las regiones más caldeadas y desfavorecidas del continente europeo.
Aniquilada la idea de una “Patria Grande” yugoslava, los países independientes de Croacia, Serbia, Bosnia y Herzegovina, Montenegro, Macedonia, Kosovo y Eslovenia buscan formar parte de acuerdos económicos y mercados comunes con la Unión Europea (UE), Rusia o China. En tal sentido, Eslovenia y Croacia lograron la membresía oficial a la UE en 2004 y 2013, respectivamente. El resto de los Estados mueven sus fichas para no quedar aislados en un tablero dispuesto por las grandes potencias.
Previo a la crisis sanitaria del coronavirus, los principales problemas del club europeo (que siguen vigentes) eran el Brexit -concretado el pasado 2 de febrero- y la gestión de los refugiados y población migrante.
Por otra parte, la pandemia, lejos de mostrar la fortaleza alcanzada por la integración de Europa, mostró a flor de piel todas sus resquebrajaduras. “La solidaridad europea no existe”, sentenció semanas atrás el presidente de Serbia, Aleksandar Vucic. La declaración retumbó en el continente ya que la injerencia Rusa y China en el área es un dato alarmante para la UE, que bajo estas circunstancias no puede perder su hegemonía regional. Más aún, en la coyuntura actual, la disputa frente los Balcanes es quién es el actor comercial con más peso pero también cuál es el aliado legítimo. Occidente u oriente. La grieta. El centro o la periferia. Dentro o fuera. Civilización o barbarie.
Al respecto, la crisis migratoria y las posibles futuras incorporaciones a la UE de nuevos países obligan a redefinir qué es ser un ciudadano europeo y cómo deberán actuar todos los Estados frente a ese patio trasero de la actualidad que son los Balcanes.
Desde Eslovenia, Slavoj Žižek se preguntaba en febrero de este año: “Quizás otro virus, ideológico y mucho más beneficioso, se propague y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global”. Por el momento, el devenir pandemia habría efectuado el efecto inverso. Pocos días después, Paul Preciado argumentó que en los últimos 20 años, “lo que ha caracterizado las políticas gubernamentales”, es la “redefinición de los estados-nación en términos neocoloniales e identitarios y la vuelta a la idea de frontera física como condición del restablecimiento de la identidad nacional y la soberanía política”. Fronteras defendidas con técnicas de muerte.
Algunos de los fantasmas que creíamos tan lejanos toman existencia material y se sientan a desayunar con nosotros o nos invitan a bailar un tango en una milonga: los territorios, la ciudadanía en disputa, lo nacional, los federales a caballo y la voz del viejo Podestá revolviendo la historia.
“Están de fiesta en la calle larga los mazorqueros de Monserrat. Y entre las luces de las antorchas, bailan los negros de La Piedad”.
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Más allá de los muros de la milonga, las gélidas calles de Sarajevo son habitadas por contingentes de inmigrantes que, desde medio oriente y el este europeo, buscan la entrada a los países más desarrollados. Pero más allá de Bosnia, se cierran las fronteras. Organizaciones internacionales como la ONU y la misma UE alertaron sobre la presencia de campamentos multitudinarios, que las familias construyeron con lo que tenía en la mano, cerca de la frontera con Croacia. No obstante, los mismos países miembros de estas organizaciones, exigieron al gobierno croata que, para entrar al espacio Schengen de libre circulación de personas, debía fortalecer los controles migratorios. Lo que se traduce, en los hechos, en mano dura. Las denuncias de violaciones a los derechos humanos por parte de la policía hacia los inmigrantes no han sido pocas en la ruta de los Balcanes hacia Europa central.
“La UE tiene que entender que para proteger su propia seguridad, necesita convertir a toda la región en una barrera impenetrable para los migrantes”, consideró meses atrás Fahrudin Radoncic, Ministro de Seguridad bosnio.
Expulsiones masivas ilegales, tráfico de personas, torturas y segregación, denuncian entidades como Amnistía Internacional.
Dentro del bar de milongas, los manteles ya se teñían de rojo punzó. Los vidrios empañados ocultaban el mundo exterior. Gravitaba el tiempo. “Una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”. Los mazorqueros bailaban bajo las antorchas. Una ensalada híbrida caprichosa. La urdimbre se tejía con escenas recortadas y anacrónicas.
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Es imposible pensar y definir -o cantar una milonga- sobre una figura como Rosas sin tener en cuenta al anti-rosismo. Es tan absurdo como intentar lo contrario. Uno no existe sin el otro. Más aún, cuando uno de los libros más importantes e influyentes de la literatura nacional fue una respuesta a aquel.
Juan Manuel de Rosas es “híbrido”, dice textualmente Sarmiento en el ‘Facundo’. Lo acusa de no tener siquiera la pureza inmaculada del malo de Quiroga.
Sucede que la vida y muerte del caudillo riojano le permiten al escritor tomar un arquetipo para destruir todo lo que representa el rosismo en el país y oponer a esa barbarie una civilización. El mito fundante de la intelectualidad argentina. Qué es la canción que canta Podestá sino la respuesta más arrabalera a esa historia?
En definitiva, Sarmiento habla de Facundo para poder hablar del rosismo que lo obligó al exilio en Chile y de esta forma hablar de la civilización europeizada que puede resolver los problemas nacionales. Mientras que la canción que aún suena, habla del casamiento de “Pancho y la mulata más federal…”, para poder hablar de Rosas y de esta forma dar vuelta la historia oficializada. Crítica solapada y reivindicación de ambos lados.
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Las voces que se repliegan entre los resquicios de las fronteras europeas relatan historias que, no por viejas o conocidas, dejan de parecer epopeyas imposibles. Caminatas directas desde Pakistán a Croacia, gritos de asilo y vidas nómadas muy alejadas de nosotros, los viajeros “chics”. Moradores del desierto que persiguen el mundo occidental.
Hay una cita fantástica. Sarmiento observa que “la hordas beduinas” proporcionan una “idea exacta de las montoneras argentinas”.
Un mismo concepto de barbarie surcando los continentes y los tiempos. No hay aguja de reloj que banque el peso de una ideología.
Páginas después, el expresidente indica que la patria de Rosas resulta “tan bárbara como el Asia, despótica y sanguinaria”. Carlos Altamirano considera que estas analogías orientales se basan exclusivamente en la lectura de autores europeos, que a su vez tampoco tenían conocimiento de primera mano de la realidad asiática. Por su parte, Edward Said señala que el discurso europeo sobre Oriente más que una red de conocimiento de la realidad oriental es un discurso “históricamente ligado al expansionismo decimonónico y a la propia constitución de un territorio de identidad europeo mediante la exclusión de los otros y la consecuente delimitación del campo civilizado”. Invenciones ficticias.
De los beduinos sarmientinos a la terrorificación de todo lo musulmán por las cadenas norteamericanas y la estigmatización de Medio Oriente en su conjunto, la verbalización de lo desconocido sigue nutriéndose de la aprensión de occidente que se lava la cara con baba de civilización antes de irse a dormir toda la noches.
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Cualquier desencadenante está siempre determinado por una larga cadena azarosa. El pesado hilo de los antecedentes de la primera Guerra Mundial no podría explicar que justo esa tarde en las calles de Sarajevo una bala desangraría al heredero del trono y serviría de excusa para el inicio del conflicto armado que determinó todo lo que vendría después, hasta hoy. El peso testimonial del acontecimiento.
Al pie de su carreta, el ojo de Quiroga, suplantado ahora por una bala, marcó el fin de la persona y el desencadenante de la mitificación de la barbarie. Empieza a tejerse la larga trama.
Para excitar más la aleatoriedad de estos márgenes, más anecdóticos que históricos, las personas que imaginaron y dibujaron los asesinatos de Barranca Yaco y de Sarajevo parecen de la misma inspiración. El asesino de espaldas mal parado. La mano en diagonal. El muerto que recibe el tiro a cara descubierta. El guardia de cuello rojo a la derecha que intenta evitar la fatalidad pero no logra hacer nada. El carro. La compañía sorprendida que se abalanza sobre el muerto.
Nada tienen que ver Quiroga y Francisco Fernando entre sí. Simples compañeros en una cadena invisible e infinita que ordena las fichitas y las dispone como un juego absurdo mientras dura la canción en los parlantes.
Personajes que, de pronto y sin sospecha, se encontraron bailando un tango en un lugar sin tiempo ni espacio concreto. Walter Benjamin decía que articular la historia no significa conocer verdaderamente lo que pasó, sino “adueñarse de un recuerdo, tal como éste relampaguea en un instante de peligro”.
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Cuando la canción terminó, las parejas quedaron inmóviles esperando la siguiente. Desde el inframundo, la voz del Polaco Goyeneche entró como un rugido.
“No se ve a nadie cruzar por la esquina
Sobre la calle la hilera de focos,
Lustra el asfalto con luz mortecina
Y yo voy como un descarte, siempre solo
Siempre aparte, recordándote…“.
Excelente contribución al debate siempre instigante del revisionismo histórico argentino. Felipe brillante!
Excelente artículo y excelente prosa. Muy borgeano todo, un gusto leerlo.