EL MISTERIOSO SR. YATEMAN
Pulcro, respingado, altivo, vistiendo un traje de lino color arena y un sombrero panamá de ala ancha, ornamentado con un pañuelo de seda, cacheteando mosquitos a diestra y siniestra mientras hace equilibrio en su caballo pinto que avanza al paso entre los barriales aledaños al Arroyo Pavón. Una guardia de cortesía de un par de soldados, más diestros, más baqueanos, le ofician de guía y de salvoconducto. El 12 de septiembre, cerca del ocaso, llega al campamento del ejército de la Confederación Argentina, el misterioso Sr. Yateman. Un ciudadano norteamericano, entenado político de Bartolomé Mitre y miembro activo de la Gran Logia Argentina. Pretendía una reunión de última hora con el General Justo José de Urquiza. A esa altura de los acontecimientos, resultaba difícil imaginar qué otra cosa podría buscar un lacayo mitrista en ese lugar, más que ofrecer una rendición incondicional. Urquiza ya tenía la victoria asegurada, por superioridad numérica y porque en la jornada anterior las tropas confederadas ya había logrado asestar un duro golpe que puso en retirada al ejército porteño. Pero la historia siempre nos depara sorpresas que trascienden el sentido lógico de los hechos. Luego de casi dos horas de reunión, el Sr. Yateman volvió a cruzar el arroyo Pavón, dejando al tigre de Montiel sumido en la encrucijada más difícil de su vida. La historia jamás logró averiguar los términos de esa reunión, pero las horas posteriores dilucidaron el misterio. Don Justo José abandonó el campamento (y el campo de batalla), negoció su vida, sus bienes y su vigente hegemonía sobre la provincia de Entre Ríos y se retiró como gobernador vitalicio al Palacio San José. De esta manera, el federalismo argentino había perdido su última batalla a manos del unitarismo portuario.
A mi modesto entender, Pavón fue el hecho histórico más trascendente de la historia Argentina. Más que la Revolución de Mayo, más que la Declaración de la Independencia, más que las campañas sanmartinianas. Pavón definió el modelo de país que nos persigue hasta nuestros días. Una nación puerto-centrista con una capital desproporcionadamente rica y provincias relegadas política y económicamente.
Pero qué se habló realmente en la reunión Urquiza-Yateman? Qué artificios políticos se desnudaron para que el general confederado casi victorioso claudicara ante el ya derrotado gobernador de Buenos Aires?
Como dijimos, los detalles jamás vieron la luz, aunque los hechos que sucedieron a posteriori permiten reconstruir esa reunión.
Enrique Yateman era un masón consumado de la Orden del Gran Oriente de la Gran Logia Argentina. Un grupo que había vuelto a cobrar protagonismo a partir del final de la larga noche de la tiranía rosista. No hace falta ahondar demasiado en las intenciones de la masonería en el mundo, en general, y en el Río de la Plata en particular. Como siempre, promover el afianzamiento de las repúblicas liberales de puertos abiertos era la prioridad.
Todo se habría iniciado a fines de julio de 1860, día en que se celebró la Gran Asamblea de la masonería nacional y que fue el puntapié inicial de lo que se daba en llamar la “Organización Nacional”. En tan fausto acto, las destacadas autoridades de la logia ungieron con el Grado 33 de Gran Maestre a las cuatro personalidades más influyentes de la época: Urquiza, Mitre, Sarmiento y Derqui. Los dos primeros representaban los máximos exponentes de ambas posturas, federales y unitarios respectivamente y eran los gobernadores de Entre Ríos y Buenos Aires. El tercero era el ideólogo político del liberalismo vernáculo y el cuarto ejercía en ese momento como presidente de la Confederación Argentina.
Para principio de los 60, las ideas de la generación del 37 ya estaban consolidadas en la política y en los núcleos de poder que digitaban los destinos de la Argentina. Los unitarios a la sombra de Sarmiento, Alberdi, Echeverría y Vélez Sársfield, entre tantos otros, no solo pretendían fertilizar la pampa con la sangre del gaucho, sino además imponer algunas ideas propias del liberalismo financiero, cuyos únicos favorecidos serían las bancas extranjeras. Cierto es que el federalismo de Urquiza había entrado en franca decadencia económica, para recibir su golpe de gracia con el Convenio de la Unión de junio de 1860 (complementario al Pacto de San José de Flores de 1959), en el que Buenos Aires abría el puerto a la Confederación a cambio de que las provincias comiencen a utilizar los billetes de curso legal que imprimía Buenos Aires. Con una moneda unificada, la dependencia se volvió directa, desbalanceada y asfixiante.
Dos modelos
La Batalla de Pavón enfrentó dos modelos políticos, pero principalmente dos modelos económicos de país: el de Mariano Fragueiro (Ministro de Hacienda del Presidente Urquiza), que con una visión federal y productiva y desde su Estatuto de Hacienda y Crédito de la Confederación Argentina promovía el desarrollo de la industria y el comercio a partir de la inversión local y el empréstito nacional; y por otro lado el de Norberto de la Riestra (Ministro de Hacienda de Derqui) que, fiel a las ideas de Alberdi, basaba su principio de crecimiento en el empréstito extranjero y la negociación con las bancas internacionales.
El mismo Alberdi había escrito:
“Venid prestamistas extranjeros, a colocar vuestros capitales bajo la más completa libertad… Cuanto más garantías deis al extranjero, mayores derechos asegurados tendréis en vuestro país… Rodead de inmunidad y privilegios al tesoro extranjero.”
Para la Gen 37 “gobernar es poblar” pero también endeudarse afuera. No es necesario aclarar cual de las visiones prevaleció. El mismo Urquiza, ante la presión del monetarismo porteño, le quitó apoyo a las ideas de Fragueiro, haciéndolo renunciar. A decir de Enrique Díaz Araujo, “…con la salida de Fragueiro, concluyó la posibilidad de un desarrollo independiente y sustentable para la Confederación Argentina”.
Quizás nunca sepamos que hablaron Urquiza y Yateman aquella noche de septiembre de 1861, pero seguramente el norteamericano le habrá pedido al entrerriano que honre su compromiso masón de la “organización nacional” de acuerdo a un formato caro para los intereses de cualquier logia nacida o derivada de las fundadas en Londres luego de la Revolución Francesa. Dicho sin eufemismos, la Nación Argentina le será útil a los intereses de las potencias extranjeras en la medida que esté unificada bajo un modelo de exportaciones primarias y empréstitos de la banca internacional. Nada que agregar.
La historia oficial
A partir de la historia oficial escrita por Mitre y de la cual derivaron la mayoría de los libros escolares, aprendimos a venerar a aquellos “patriotas” que entendían la patria como un puerto para hacer negocios y un interior proveedor de materias primas. No es casual que Buenos Aires quedara automarginada del proyecto constitucional de 1853. Pero el entrerriano no pudo “aguantar los trapos” ante la embestida porteña, no la bélica, sino la política. Entre los revisionistas, Urquiza pasó a la historia como un traidor y eso le costó la vida en manos de los fanáticos confederados.
A cambio de sus inapreciables servicios a favor de la “Organización Nacional”, el misterioso Sr. Yateman recibió del gobierno de Mitre una suculenta suma de dinero. Tan suculenta que le permitió comprar un predio que ocupaba buena parte de lo que hoy se conoce como “Parque Nacional el Palmar”, en la Provincia de Entre Ríos. Casi una ironía.
Los comentarios están cerrados.