EL JUEGO DE LAS LÁGRIMAS

EDITORIAL

La mañana del 2 de septiembre de 2015 nos despertó esta foto. Catorce años antes nos había despertado la de dos aviones estrolándose contra las Torres Gemelas al sur de Manhattan. Las fotos son así, nos despiertan una mañana.

Y nuestra reacción es siempre la misma. La del burgués desconcertado, espantado y absorto que no se explica en qué falló la humanidad. Quizás sea ese habitual acto de ingenua estupidez de suponer que las acciones no tienen reacciones o que los hechos no tienen consecuencias. Las guerras mesoorientales de Bush Jr. en la primera década del milenio vaciaron de poder a países que realmente lo necesitaban. Su premisa fundacional de instaurar democracias liberales en cada rincón del planeta a cualquier precio, finalmente tuvo su costo. Las democracias no prosperaron por razones culturales y políticas hasta que finalmente –luego de haber incautado todos los pozos petroleros que encontraron- se retiraron dejando sociedades de millones de habitantes librados a su suerte. Aún con toda su brutalidad y patetismo Saddam Hussein era el líder que amalgamaba la paz en un Irak donde las guerras entre facciones religiosas se remontan a siglos. Sin ese elemento catalizador, la sociedad iraquí se desintegró y cayó bajo su propio peso. Este colapso propició el nacimiento y la expansión del Estado Islámico, que desde hace ya casi una década viene expulsando ciudadanos sirios, kurdos, iraquíes y turcos, empujándolos hacia una Europa que no se cansa de rechazarlos.

Aylan fue víctima de esa expulsión. Fue víctima de ISIS y de su mentor, Dick Cheney. Fue la víctima más sensible de una Unión Europea insensible y de un mundo que, sino culpable, fue al menos cómplice.

Vimos esa foto, atónitos, espantados y con alguna lágrima que brotó espontáneamente. Aunque en la era de la inmediatez, la noticia de hoy archiva a la de ayer y cada día hay nuevos catálogos de horrores para seguir siendo sorprendidos en nuestra buena fe.

Pero lo que más asombra es el asombro. El sobrecogimiento de las “personas de bien”. “¿Cómo puede ser posible que sucedan estas cosas?”, “¡Es inconcebible!”, “¿A dónde vamos a llegar?”.

Acaso creíamos que el efecto Estado Islámico no iba a generar este tipo de fotos. ¿Acaso creímos que décadas de política intervencionista estadounidense en Medio Oriente no iban a generar escenas como las del 9/11? ¿Acaso creemos que la realidad no nos va a seguir “sorprendiendo” con polaroids cada vez más terribles? ¿Acaso creemos que una Argentina con un 50% de pobres no tendrá imágenes crueles para contar? ¿Cuál será la próxima foto que nos estruje el alma y nos haga moquear, al menos por un rato, como si la estupefacción y el llanto indultaran nuestra conciencia? ¡Les damos veinte guitas a los pibes que tocan el violín en el semáforo de Colón y Sagrada Familia, y ya está! El “ya colaboré” que nos decimos equivale a “ya lloré” que nos reconcilia con esa parte de nosotros que nos hace humanos (“…demasiado humanos” diría Nietzsche). Y ahora voy a olvidarme porque olvidar es el sabio mecanismo contra la locura. En definitiva, pronto una nueva foto me hará olvidar de la anterior.

Aylan Kurdi fue enterrado en Kobane (Siria) junto a su madre y su hermano el 4 de septiembre de 2015. Y hoy ya casi nadie se acuerda de él.

1 comentario
  1. Fernando Otegui dice

    Hasta la próxima foto del horror, que será seleccionada por los medios, como corresponde.

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