COMER CON LAS MANOS

Siempre el ocaso le trae a los suyos, 

En un recuerdo, linaje del pan. 

Su madre le canta bajito en aymara, 

Los últimos barcos del puerto se van.

 

 

 

Gaia Delfini es cineasta, cantora y compositora. Oriunda de Córdoba capital, vecina de Barrio San Salvador. Cuando le pregunto por su edad, se detiene en seco y se pone a hacer cuentas. Luego, se aclara la garganta y responde “31”, con la gallardía de quien resuelve mentalmente un cálculo infinitesimal. “Pero mentalmente de 27”, agrega entre risas. No obstante, como suele suceder con los artistas, cuando suelta la lengua parece, al menos, haber vivido el doble: en apenas unos minutos, y con una precisión enciclopédica, deja escapar innumerables nombres de músicos, actores, dramaturgos, espacios, movimientos y disciplinas. 

La cordobesa empezó su carrera como cantora y compositora en De a pie, formación de corte urbano y latinoamericanista, cuyo primer y único EP, Barro, vio la luz en 2017. Más tarde, se aventuró en otros proyectos, como el dúo Gaia y Andrés (con Andrés Muratore, cantante y guitarrista) y algunos primeros sencillos solistas hasta que llegó el turno de Ungüento, otro dúo, esta vez con la participación de Pedro Saad (piano y acordeón), que continúa en actividad hasta la fecha. Amaranto, su primer álbum solista, refleja a las claras este historial de nutridas colaboraciones con otros artistas de la escena local.

El LP vio la luz a finales de agosto de este año y tuvo su presentación oficial el 7 de septiembre en el centro cultural Graciela Carena, con más de una decena de músicos invitados, inmersos en una escenografía que emulaba paisajes naturales serranos y que quedó eternizada por el registro audiovisual de Maximiliano Zurita y Abdiel Ruiz

 

¿Por qué la elección del Amaranto como símbolo?

– El Amaranto es una planta que forma parte del legado milenario de la región andina. Al igual que la quínoa, es un súper-alimento, y en una época trascendió mucho que resiste con firmeza al asedio del glifosato. Es una imagen poderosa. Resistir al veneno y, al mismo tiempo, conservar también tanta memoria en su materia.

 

– Tu música tiene una clara impronta folclórica. ¿Sentís que es un género que te representa como artista?

– Yo me crié en el folclore, con cassettes de Mercedes Sosa y de Atahualpa que escuchaba mi viejo, entre otros grupos folclóricos vocales menos conocidos. Me formé con esa banda sonora, es inevitable para mí. No es algo del todo voluntario, simplemente sucede. Pero, de igual manera, nunca me llamó la atención lo de apelar a la tradición, y el ambiente folclórico es, por lo general, muy tradicionalista. 

 

– Si bien predominan los matices folclóricos, el álbum está repleto de influencias de otros estilos, desde el candombe (en Amaranto) hasta el rock/pop (Luz interna), e incluso por ahí se escucha algún vals (La espina). ¿Sentís que hay alguna trayectoria para seguir en términos de género musical?

– Trato de no limitarme identitariamente y dejar que esa trayectoria se vaya dibujando sola. Creo que, muy de a poco, se va definiendo algo en torno a mi música, donde las raíces latinoamericanas no faltan ni pueden dejar de estar, porque ideológicamente me interpela habitarlas, pero, al mismo tiempo, no me interesa evitar que se vayan asomando otros paisajes.

 

– Cuando volvés a escuchar Amaranto, ¿reconocés la influencia de alguna figura del mundo del arte que te haya marcado? 

– Sí, claro, de muchas figuras diría yo. Por ejemplo, me pasa con artistas que no había escuchado tanto al momento de grabar, y que de repente siento que se hubieran deslizado entre los temas. Puntualmente, escucho cosas de Juana Molina y de Lhasa de Sela, que nunca fueron cantantes que hubiera consumido asiduamente, pero que, por algún motivo, sospecho que me deben haber influenciado, porque se trasluce mucho de su estilo en lo que hago. De los artistas más actuales, también me gusta mucho Pascuala Ilabaca, una gran cantante y compositora chilena. Además, en mi adolescencia escuchaba mucho al Flaco Spinetta o a Silvio (Rodríguez), que fueron claramente una influencia muy fuerte para mí. 

 

– Por momentos impresiona que hubiera un trabajo poético previo a la ideación de la música. ¿Cómo es el proceso de composición habitualmente para vos?

– Soy caótica. Creo que la mitad de las canciones han sido como “vómitos”. De repente, me viene a la mente el germen de la canción como letra y música, todo junto y tengo que dejar lo que estoy haciendo para registrarlo de alguna forma. A veces se me ocurre, por ejemplo, cuando voy en la bici a algún lado. Entonces, generalmente, lo grabo en el celular. A partir de esa primera semilla construyo todo lo demás. 

Sin embargo, la otra mitad de los temas fueron producto de otros procesos creativos. Por ejemplo, en los últimos dos años aprendí a tocar la guitarra, lo que me permitió armar pequeños loops sobre los que podía ir cantando, como en “Piedra sobre piedra”. 

Hay otro tema, “Signo azul”, cuya melodía es de Diego Cortés, un vientista amigo. Me la mandó completa con la sola condición de que no podía alterarla, así que tuve que limitarme a escribir la letra arriba. Pero, pese a eso, el proceso de escribirla me ayudó a canalizar una emoción que tenía enquistada desde hacía algún tiempo. Pude sentir cómo un estímulo externo dialogaba con lo mío, con mi fuero interno, y eso fue muy reconfortante.

Por último, también hemos experimentado con Pedro Saad la composición a partir de la improvisación y del juego. Es el caso de “La espina”, un valsecito con algunos rasgos medio italianizantes que incluimos en el álbum (1).

 

– ¿Trabajás con alguien en la autoría y la composición de los temas? ¿Y los arreglos?

– Las letras son todas mías; las melodías, casi todas, excepto por “Signo azul”. Como maqueteamos originalmente el disco en formato trío, con Santiago Vega (guitarra) y Natalia Terán (coros, flauta traversa, etc.), la mayoría de los arreglos son de ellos, pero también cada instrumentista que participó fue sumando lo suyo en un proceso siempre muy grupal y sinérgico. No había una directiva clara de parte mía ni de nadie, porque la idea era poder captar la intención de cada participante en forma natural.

 

– ¿Dónde grabaron y cuánto tiempo les tomó terminar la mezcla?

– Grabamos en el estudio de Manu Ogando, popularmente conocido como “La Roma”. Con un subsidio del INAMU (Instituto Nacional de la Música) pudimos completar las maquetas, en una primera instancia, y después seguimos grabando y mezclando por casi un año.

 

– ¿Creés que hay una idea o una intención que atraviese todo el álbum?

– Lo veo como si fuera una sucesión de escenas. Me da la sensación de que hubiera algo cinematográfico por detrás. Al mismo tiempo, el álbum es bastante descriptivo y evoca muchos paisajes, tanto externos como internos. Pero, en líneas generales, creo que tiene que ver con resistir, desde la perspectiva más genuina; con defender lo propio; preservar el brillo y la ternura.

 

COMER CON LAS MANOS-POGO 1

 

– ¿Qué valor tiene para vos publicar un disco en la era del single? Es casi una declaración política, ¿no?

– Fui encontrando una complejidad en eso. Desde un lugar de difusión, ahora me veo en la necesidad de hacer cosas para que se mueva. Ya no es un formato que trascienda tan fácilmente. Pero a mí me gusta que escuchar un disco implique tomarse un tiempo para hacerlo, dejar de correr un rato. Si la música no cumple el rol de generar un espacio, entonces no tiene ningún sentido. La idea sería que, al menos en la música, no tengamos que correr también. De igual modo, no es que me desentienda de la difusión ni mucho menos. Es algo que me interesa y me ocupa. Ahora mismo estamos laburando para grabar el videoclip de “Piedra sobre piedra” con unas amigas artistas plásticas, que están componiendo la escenografía y el vestuario. Lo vamos a filmar en febrero así que todavía estamos ultimando detalles.

 

– Algo que, a primera escucha, se destaca del disco, es la riqueza instrumental que tiene. ¿Fue una búsqueda consciente o simplemente se fue dando?

– Creo que siempre quise que sonara como un organismo vivo. Que no fuera acartonado ni correcto, sino más bien como microbios. Que se fuera componiendo de lo que cada artista tuviera para ofrendar. En esa trama se forma algo muy rico.

 

– Sí, se percibe mucha organicidad en la escucha. ¿Hubo alguna consigna sobre, por ejemplo, el uso de instrumentos virtuales, la cuantización, el número de tomas, etc.?

– Es que es todo muy analógico, no hay mucha cosa sintética dando vuelta. Sí me interesaba que hubiera algo de sonido urbano, pero más en términos narrativos que estéticos, por eso se escuchan también algunos efectos que a priori podrían no estar tan vinculados con el estilo, pero que de alguna forma aportan al código..

 

– Desde la primera escucha, me llamó mucho la atención “Yumani”. Es un hermoso tema y, en la rítmica y la melodía de la voz, suena bastante diferente, en mi opinión, al resto del disco. Además, es el único que está escrito enteramente en tercera persona del singular y donde el narrador no participa de los eventos en ninguna instancia. ¿Hubo algo diferente ahí?

– Es el más viejito del álbum. Creo que es de otra etapa de mi vida, probablemente por eso suena diferente. Yumani y Amaranto son los temas más tradicionales y también los únicos que hablan de terceros. Son retratos de gente que me generó admiración.

 

– En “Mudras” hay una clara referencia a lo gestual, algo que parecés tener siempre muy presente a la hora de cantar ¿Qué valor le asignás a lo no verbal en tu obra?

– Siempre pienso que mi instrumento es el cuerpo. Intento dejar que todo se exprese a través de él. Es el lugar donde más cómoda me siento. Cuando agarro una guitarra, en cambio, me desespero, no puedo quedarme quieta. Creo que usar todo el cuerpo como medio de expresión es algo muy sanador, incluso es una práctica que se nos presenta en disciplinas tan antiguas como el Chi Kung. Siempre estoy en la búsqueda del cuerpo como un ente entre la sanación, el movimiento y el sonido.

 

– ¿Qué proyectos tenés para lo que queda de este año y el que viene?

– Estoy realizando un ciclo en bibliotecas populares de Córdoba y alrededores que se llama “La íntima voz del río”, que consiste en la proyección de un documental breve, un mediometraje de media hora, seguido de un mini-concierto, a la manera de una construcción escénica. El documental narra la historia de una abuela de Villa Urquiza que es descendiente de comechingones, y aborda la búsqueda de sus raíces al tiempo que la mujer lucha por la protección del riachuelo local. Además, junto a Pedro Saad, pianista y acordeonista, con quien tenemos un dúo que se llama “Ungüento”, estamos grabando un EP de cuatro temas, que incluye canciones propias y versiones.

 

De carácter sublime, apolíneo, pero sin perder en ningún momento ese pulso sanguíneo, telúrico y soberano muy propio del estilo de Gaia, Amaranto es, de algún modo, también la síntesis de una identidad cordobesa que tantas veces nos es esquiva. Es tradición subvertida, díscolo respeto, raíz y al mismo tiempo copa. Interesantemente, mientras releo estas líneas, me doy cuenta cuánto se acerca esta definición a lo que mi colega Gusta Morales proponía en su obituario de Ramón Ayala a principios de este año: no hay mejor manera de honrar la tradición que transgrediéndola.

Una idea común parece atravesar todo el disco, tanto en la letra como en el formato musical, desde el inicio con “Comer con las manos” hasta el último tema cantado, “Volví a mí”, y es la del retorno. Un retorno hacia uno mismo, hacia la naturaleza, hacia las cosas que nos hacen bien (“No me esperes, fui a buscarme donde un día me perdí”). Pero no en el sentido conservador de un retroceso, sino en el de la búsqueda, en nuestras raíces, de la forma de sobreponerse a la propuesta de una idiosincrasia enajenada del mundo real (“Desde un punto raíz / Solté el canto sincero / Me interné en su sonido / Para sentirme de nuevo”). Gaia defiende la idea de un regreso a la esencia, que, por encima de cualquier adversidad, nos colme de fuerzas para superar el estado actual de las cosas (“Reconocer la espina / Y desandar caminos / Hacia la esencia viva / Del niño en su reflejo”). 

El retorno se vuelve, entonces, resistencia, como resisten los pibes de “Amaranto” en Colón y Río Bamba. La raíz (¿por qué no también del Amaranto?) es causa suficiente para llegar al fruto.

 

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  1. Curiosamente, y en consonancia con lo ya dicho sobre la búsqueda de raíces latinoamericanas, mientras transcribo la entrevista no puedo evitar reparar en que loop es el único anglicismo que se le cae a Gaia en toda la tarde, y me siento un poco agradecido de no haber escuchado un insípido bucle en ese momento.

 

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