CHALLENGER

Todo se parecía. El departamento abría la boca desde el ventanal por donde cientos de vidas jugaban a entrar y salir del lugar, estaban lejos, todas apiladas cuidadosamente como se organiza en una gran ciudad el amor, el odio, el tedio y otros sentires. El cuarto del lujoso hotel también abría la boca velada por las cortinas y parecía tragarse el Pacífico, el sonido del mar no se parecía al de las ambulancias, pero el hombre era el mismo en ambos lugares, parecía estar a punto de acabársele la vida, su cuerpo cansado soportaba algunas quebraduras y los rastros de infinidad de golpes, también el whisky se parecía, uno de Tennessee y el otro de Irlanda, los cigarrillos no tenían ninguna diferencia, en ambos lugares inundaban de humo caprichoso todo el espacio. El Challenger ya no tenia a quién desafiar excepto a sus propios fantasmas, su mirada recorrió el lugar, el vaso se iluminó por algún lejano cartel luminoso de color rojo, el recorrido terminó en un rincón donde colgaban las sandalias de gamuza, esas que habían recorrido buena parte del mundo soportando a Rosita, media docena de bailarinas las habían descartado en un baúl luego de pisarlas, en Broadway, Los Ángeles, Tokio, Shangai y por último de regreso a estos pagos pasando por México, diez centímetros abajo el clavo esperaba los guantes que debían completar la historia, eran unos Everlast color azul oscuro que habían terminado su viaje en un cuadrilátero en Detroit, ya no más combates. Ya no más para el Challenger.

Olga, la bella Olga sonaba como desde muy lejos, sonaba a San Petersburgo.

-Tengo diez mil dólares y estoy dispuesta a dejar todo -.

La frase de Olga golpeó como un uppercut tremendo, demoledor y la fonética entre un mal español y un peor inglés quedo suspendido en el aire.

-No puedo, rusita, tengo dos peleas de fondo y……-. Así de tajante termino todo, ella simplemente sonrío con inmensa tristeza, acomodó la almohada y nunca se supo si durmió, o sólo cerró los ojos, tal vez en la blanca funda de algodón quedó para siempre una pequeña y negra mancha de maquillaje. Él permaneció boca arriba todo el tiempo, sólo se movía a un costado para alcanzar el áspero whisky de Tennessee y un cigarrillo tras otro, de a ratos cuando la suave brisa le lamía la piel miraba a la bella mujer dormida, la sábana blanca apenas cubría parte de su cuerpo. Antes de que el sol apuñalara toda la habitación, el retador ya permanecía con la cabeza colgando en un borde de la cama, totalmente borracho, definitivamente fuera de combate.

Habían pasado seis años desde entonces y todo volvía a repetirse, de nuevo frente a frente con sus fantasmas y en desventaja, la guardia no era la misma, sin duda iba a ser una paliza.

Paloma dormía envuelta en una camisa talla grande mientras el nocturno de Chopin se restregaba en su pelo, el luchador se había acostumbrado a escucharlo desde aquella época en que descubrió al polaco de la mano de esa rusita que lo llevaba en la sangre, quizás era el sonido de todos sus fantasmas, la música cambia a las personas por dentro y por fuera definitivamente. El Challenger nunca pudo desembarazarse de Chopin, extraña combinación y por extraña, peligrosa, un hombre de nariz aplastada a golpes, perseguido por nocturnos, polonesas y sobre todo por fantasías, acaso ciento setenta años atrás aquel tal Chopin no había sido también un Challenger, sí, definitivamente, aquella parte de la balada número dos era un combate de fondo, tal vez esos mismos sonidos en alguna ocasión se restregaron en los cabellos de George Sand, irónico, un luchador moldeado a golpes y tangos a punto de ir a la lona castigado por una balada, qué combate, tuvo la seguridad de que no llegaba al décimo round, se dio cuenta de que no tenía su protector cuando el trago de aquel whisky irlandés enfrió su lengua y calentó como fuego su garganta, en medio del violento castigo sonó de nuevo aquella frase. “Tengo diez mil dólares y estoy dispuesta a dejar todo”. No, de ninguna manera, la toalla jamás, de ninguna manera, él era un retador, había que seguir, levantar la guardia y aguantar, ¡qué carajo! Seguramente Chopin habría hecho lo mismo, digamos que el Knock out fue como el final de la gran polonesa.

Pasaron algunos años y la bruma del olvido ocultó la muerte del Challenger. Dicen que lo encontraron en una pensión de las baratas, la causa no es precisa, seguramente los golpes, el alcohol y el cigarrillo hicieron lo suyo, las paredes del sucucho estaban pintadas de un verde sucio y lo único que destacaba era un afiche de Osvaldo con la guardia bien armada y a un costado las sandalias que casi se apoyaban en los viejos Everlast color azul oscuro. El informe decía que el boxeador tenía sesenta y cuatro años.

Olga, sonriente y erguida, recorrió el largo pasillo, antes de entrar al escenario, miró sus manos y dejó escapar una mueca melancólica, allí la esperaba el grupo de bailarines. A los treinta y nueve años seguía siendo una mujer bellísima.

Paloma parecía no haber cambiado la camisa de talle grande. Sólo se veía manchada de pintura, la artista plástica de unos treinta y cuatro años se amarró el cabello y abordó la tela como un púgil, cerca de veinte mil kilómetros las separaban y ciento ochenta años de Chopin que, como esperando la campana, volvió a sonar en ambos lugares, a treinta años de ellas quedaba Osvaldo, el Challenger.

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