1919: SEAMOS LIBRES
Cuando, en cualquier rincón del mundo, la preservación de la paz dependa de la cantidad y calidad de pertrechos con los que se cuente para la guerra significará que los humanos no renunciamos a la capacidad de caer, una y otra vez, en la misma trampa. No es anecdótico, es un oxímoron perfecto. Ucrania, Palestina, Siria, Libia, Afganistán, Irak, Vietnam, Corea… más los innumerables ejemplos a lo largo de la historia, cuentan sus víctimas de a miles. Humillados, hambrientos, torturados, desplazados, muertos… resultan ser simples registros dentro de los botines de guerra de los victimarios. Así como no hay razones ni justificaciones suficientes -nunca las hubo ni nunca las habrá- tampoco nadie puede garantizar que estas atrocidades puedan, algún día, dejar de repetirse. Pervive la calamidad insalvable que convierte a las trincheras en fosas y a las patrias en territorios anexados. En todo tiempo, los imperialismos se han especializado en masacrar pueblos enteros, correr fronteras, trazarlas o desaparecerlas, levantar muros, conspirar, traicionar e, irremediablemente, imponer sus designios para el destino de los sobrevivientes. Pero también, en todo tiempo y en todo lugar, nunca se detuvo ni lo hará, la lucha por salvaguardar la única condición irrenunciable de los sojuzgados, la libertad.
A fines del siglo XIX, justamente cuando se firmaba un tratado que ponía fin a una guerra, se comenzaba a contar en Corea una historia nueva. El Tratado de Shimonoseki, del 17 de abril de 1895, ponía fin a la 1° Guerra Sinojaponesa y, de paso, desvinculaba a Joseon de la Dinastía Qing. Destruida la Puerta Yeongeunmun (영은문) por la que cruzaban las comitivas que verificaban las obligaciones de vasallaje con China, en Hanseong (Seúl) se respiraba la primera bocanada de una libertad inesperada que, irremediablemente, colocaba al país en camino para construir esa otra puerta, la de la independencia (독 립 문).
Por primera vez, el reino ermitaño se encontraba solo ante el desafío de mantenerse en pie frente a sus vecinos: el Imperio Ruso y el Imperio de Japón. Cuando en octubre de ese mismo año de 1895, un comando japonés asesinaba salvajemente a la Reina Min en los aposentos de su palacio, en Joseon se preanunciaba un final cruel para la dinastía. La pregunta era hacia dónde se dirigirían los esfuerzos en un contexto de cerco imperialista y conflicto interno.
Los campesinos del Movimiento Tonghak (동학 농민 혁명) habían instalado en el escenario a un nuevo actor político capaz de reclamar por sus derechos. Los repetidos levantamientos rebeldes habían logrado, en 1894, la abolición de la esclavitud y las distinciones de clase con las Reformas Gabo, pero a este triunfo indiscutido le siguió la ejecución de sus líderes. Los intelectuales reformadores que habían conspirado en 1884, en la Revolución de Gaspin (갑신 혁명), se volvieron a unir en 1896 en el llamado Club de la Independencia (독립협회). Uno de sus activistas, Seo Jae-pil, se encargó de construir la Puerta de la Independencia –en reemplazo de la anterior- y fundó el periódico El Independiente (독립 신문) con una versión totalmente en hangul y otra en inglés, descartando totalmente el idioma chino. Por su parte, el rey Gojong, luego del asesinato de la reina, se había refugiado en la legación rusa y dos años después había regresado al palacio para autorpoclamarse Emperador del Gran Imperio de Corea (대한제국). A poco de andar, ordenó perseguir y encarcelar a los miembros del Club a quienes en un principio había brindado su apoyo. Lo cierto es que el título no le alcanzó para mantenerse en el poder y una nueva guerra que atravesó toda la península, esta vez ruso-japonesa, demostró su enorme debilidad. En 1905, con la firma del Tratado de Eulsa (을사 늑약), el Imperio de Corea se convirtió en un Protectorado del Imperio de Japón. Gojong se opuso y, en 1907, envió delegados a la Convención de Paz de La Haya que estableció que el Emperador ya no tenía autoridad sobre las relaciones exteriores de su propio país. Poco tiempo después, fue obligado a abdicar en favor de su hijo y en 1910, Joseon se convertió en Chosen, un territorio exterior anexado al Imperio de Japón.
La ocupación japonesa duró hasta los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaky, pero eso no significa que, durante el largo periodo que duró, no se le opuso resistencia, más bien todo lo contrario. El germen nacionalista, sembrado en el siglo anterior, seguía vivo. La lucha contra el orden establecido despertó una conciencia de pertenencia generalizada y la necesidad urgente de defender el suelo propio, vulnerado y devastado como su pueblo. La Revolución Rusa en ciernes, los últimos episodios de la 1° Guerra Mundial -que había tenido a Rusia y a Japón luchando en el mismo bando contra Alemania-, el discurso del Presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, y la muerte del destituido Emperador Gojong crearon las condiciones para concretar los levantamientos del Movimiento Samil o Movimiento Primero de Marzo (삼일운동). ¿Qué había dicho Wilson en 1918? Entre varias cuestiones, proponía que, en vistas de la paz mundial para ese mundo en guerra, era importante considerar la autodeterminación de los pueblos. En el punto cinco declaraba la “libre, magnánima y absolutamente imparcial renuncia a todas las pretensiones coloniales. Esta renuncia se fundará en el estricto respeto al principio de que, al resolver sobre tales cuestiones de soberanía, los intereses de los pueblos alcanzados tendrán igual peso e importancia que las justificadas pretensiones de los gobiernos cuya pretensión jurídica se trate de fijar”[1]. Así tal cual, lo interpretaron estudiantes coreanos en Tokio y lo aplicaron a su país proclamando la independencia de Corea, el 8 de febrero de 1919. A los pocos días, en el Parque Tapgol (탑골공원) de Seúl, a las dos de la tarde del sábado 1° de marzo de 1919, cuando treinta y tres activistas firmaban la Declaración de la Independencia, escrita por Choi Nam-seon (최남선), la causa independentista comenzó a esparcirse como reguero de pólvora.
A partir de ese momento, “cerca de dos millones de personas participaron en más de 1500 protestas en todo el país, en las que los líderes de diferentes sectores leyeron en público una declaración de independencia de Corea, proclamando que los coreanos ya no iban a seguir tolerando el yugo japonés”[2]. Pero las marchas pacíficas, que inspiraron a Gandhi para su protesta no violenta en India, fueron brutalmente reprimidas. En su discurso de 2020, el actual Presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in (문재인) expresó que “unos 7.600 coreanos murieron, más de 16.000 resultaron heridos y más de 46.000 fueron arrestados y detenidos a raíz de 1.542 manifestaciones manse[3]. Esto es algo sin precedentes en todo el mundo. A pesar de la dura represión de los imperialistas japoneses, el espíritu de nuestra nación nunca se rompió. Estudiantes, agricultores, trabajadores y mujeres emergieron como protagonistas de la independencia”[4].
En ese 1919, mientras algunos líderes radicados en el exilio, entre ellos el primer presidente de la República de Corea en 1948, Syngman Rhee (이승만), establecían el Gobierno Provisional de Corea en Shanghái (대한민국임시정부), en una cárcel de Seúl conocida como Gyeongseong Gamok, después Prisión de Seodaemun y actualmente Museo en el Parque de la Independencia de Seodaemun (서대문독립공원) se cometían las mayores brutalidades y abusos contra las personas. Allí fue torturada hasta la muerte Yu Gwan-sun (유관순), una joven de dieciséis años que se plegó a las protestas en su pueblo natal y fue encarcelada, juzgada y condenada por las autoridades japonesas. Sus palabras constituyen un valioso legado para el pueblo coreano: “incluso si me arrancan las uñas, me rasgan la nariz y las orejas y me aplastan las piernas y los brazos, este dolor físico no se compara con el dolor de perder a mi nación (…) Mi único remordimiento es no poder hacer más que dedicar mi vida a mi país”[5].
El Movimiento Samil no logró la independencia, todavía le quedaba a Corea un largo camino para alcanzarla. Pero, indiscutiblemente, dejaba grabado en la memoria histórica de su pueblo ese reclamo genuino y profundo. Yu Gwan-sun y la Reina Min, emparejados sus destinos en sus pequeños cuerpos rotos y en sus sueños de libertad, representan todo el arco combatiente que luchó por su país con pocas palabras en la mente, la boca y el corazón. Seamos libres. Crucemos la puerta de la independencia. Siempre.
¡¡¡만세!!!
[1] https://dhpedia.wikis.cc/wiki/Catorce_Puntos
[2] Soo Kim: Vive Corea. Grupo Anaya. Madrid, 2021.
[3] Manse (만세) significa Viva! y fue el grito de los rebeldes anticolonialistas.
[4] https://overseas.mofa.go.kr/es-es/brd/m_8065/view.do?seq=761047
[5] https://www.youtube.com/watch?v=XWP-w1g1GCM&ab_channel=UNEDCursosMOOC%2FCOMA
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