VIVIR SEGUNDAS PARTES

CAPÍTULO I.

¿Te imaginaste solo? ¿Viviendo una vida distinta a la que tuviste hasta ahora?

¿Existe ángulo para olvidar la juventud perdida en pasados inconclusos?

Si no hubieses tenido pareja o hijos, ¿serías quien sos hoy?

¿Preferirías empezar de nuevo, lejos?

No todos vivimos igual, ni queremos lo mismo de la vida. A veces es la ideología la que condiciona el deseo. Algunos, los bienes para ostentar como logros del esfuerzo o de la astucia intelectual en un área. Otros, el simple progreso, sin pérdidas traumáticas de capital.

Otros, pueden tener el objetivo de ser eso que se imaginaron de sí mismos cuando jóvenes. Eligieron una carrera, se insertaron y continuaron ese proyecto de vida. A veces solos, pero casi siempre acompañados. Como un objetivo mutuo, familiar. Compartido.

Y a veces, algo pasa. Y las cosas no pasan.

Los objetivos no se cumplen, cambian, o simplemente dejan de ser los mismos para ambos. Ese delay entre que empieza a dejar de ser mutuo, hasta la aceptación de que ya no desean lo mismo por parte de los componentes de un proyecto, suelen pasar varios años.

No solo es que a veces los miembros de un cierto proyecto ya no quieren lo mismo, o quieren cosas diferentes. A veces es que simplemente no lo quieren con el otro. Porque algo se rompió en el camino.

Es curioso cómo los humanos nos asociamos y nos hartamos de estar así.

Y a mitad de la vida, con hijos grandes, se presentan esos nuevos caminos, que solo necesitan una decisión a la pregunta: ¿Qué hago ahora?

Nadie puede responder con certeza qué es lo mejor para hacer en esas circunstancias. Solo se puede confiar en el instinto.

Y el instinto solo está concentrado en sobrevivir. No le importa cómo. No le importa qué forma de racionalización hiciste hace años de tu figura o de tu rol, en el futuro. Si no llegaste, no tiene tiempo de contener tu angustia y tu frustración.

El instinto quiere que te muevas.

Porque la vida es movimiento, las células amalgamándose en un organismo más complejo, se desplazan, adquieren formas y conjugan procesos para que el movimiento sea la realidad de ese ser vivo. Lo estático no tiene vida, no si lo está durante demasiado tiempo. Moverse es vivir.

Las metáforas de recorrer caminos, paso a paso, hacer, amar, etc, todas implican movimiento. Todas implican ponerse a hacer algo. Todas son circunstancias descendientes de la acción. Es lo que el instinto conoce, y por eso la adrenalina en la actividad intensa.

Para esto, es necesario un cuerpo sano. Que responda.

¿Te imaginás con 90 años, y esa “maravillosa circunstancia” de extender la vida humana a límites altísimos, sin un cuerpo que funcione bien?

¿Para qué carajo querés vivir hasta los 90 años sin poder caminar o cagar solo?

A los 40–50 años, suceden cosas. Cambian muchos objetivos, muchas condiciones del mundo y la sociedad. Y ahí te encontrás en la necesidad de replantearte qué y cómo querés vivir tus próximos (¿20–30?) años útiles. Qué dejar de hacer. Qué hacer más, de lo que no hiciste.

Puede parecer sencillo, tomando una decisión a futuro, y olvidando los errores del pasado. El problema es querer hacerlo cuando los errores del pasado persisten en estar presentes, porque no se solucionaron. Y no permiten a esta “nueva vida”, serlo.

Y no es poco el pasado inconcluso. Es mucho, porque a veces hay otras personas, buenas personas, geniales personas, involucradas a ese pasado.

Es fácil decir “Borrón y cuenta nueva”. Pero imposible borrar vidas que te importan.

Imposible, si la impotencia alberga la voluntad.

Un día, habrán soluciones a mano, donde toda la etapa de transición podrá tener un sesgo del foco de atención en los detalles, y todo será resumido anecdóticamente. Pero la realidad es que esa etapa de incertidumbre, impotencia, angustias y esfuerzos sobrehumanos, nunca debe ser minimizada.

Porque es lo que construirá la sabiduría final. Es el maestro aprobando, o no, a su alumno.

Hay que renovar la lista de deseos cada dos años, porque es increíble cómo dejamos de desear lo mismo, y a la vez reprimimos otros que quedaron esperando.

Desear es ser.

CAPÍTULO II.

A veces, el no relacionarse no es falta de interés ni de reciprocidad. A veces es solo no querer contaminar a otros con mambos propios.

Uno puede estar contaminado en muchos aspectos. Frustraciones, broncas, desilusiones, finanzas adversas, errores, dolor. O todo eso. Y en esos momentos, nadie merece cargarse esa mochila propia de quien debe resolver esos ítems.

No es, a veces, un acto egoísta la falta de reciprocidad.

El cuerpo responde mientras la mente desee.

Si desea vivir, se alimenta. Si desea ser eficiente, se mantendrá saludable. Si desea satisfacción sexual, buscará erotizarse. Si deseamos morir, el cuerpo muere.

El cuerpo es el medio que usamos para satisfacer deseos. Interesante

Se vive porque se desea vivir, no porque hay que vivir.

A cada paso, vivimos y ocupamos espacio en la vida de otros. A veces llenamos las expectativas, pero la mayoría de las veces nos la pasamos desilusionándolas. No siempre por actos, también por omisión. Cometemos errores a cada paso.

Y causamos dolor. Y nos duele. Y es así.

No hay una puta fórmula definitiva para armarnos un mapa de recorrido en los caminos de nuestras vidas. No hay una puta brújula totalmente eficiente. Lo único disponible es instinto, conocimientos, consejos, estado de alerta, y deseo. Y cuesta equilibrar todo eso para Saber.

Esa sabiduría de la que pregonan que se halla en la vejez.

Quienes dañamos a quienes amamos, nos damos cuenta tarde. Si al darnos cuenta nos duele no poder deshacer el daño, sufrimos una suerte de arrepentimiento sobre lo irreversible que nos persigue todas las putas noches hasta el fin de los tiempos. O hasta que nos perdonemos.

CAPÍTULO III.

Qué juego neurótico es comprender la propia mente.

Qué irreversible es la memoria del arrepentimiento. Un rompecabezas tridimensional al que se le agregan piezas en una variable llamada tiempo, que no se pueden modificar, ni olvidar. Qué desperdicio de redes neuronales.

Cada quien caminará con su mochila. En el camino aparecerán seres tóxicos a esquivar como si fueran zombies leprosos. Pero también seres generosos cuya empatía los hace únicos y valiosos.

Ahí, en esos oasis, bebé. Pero hay que seguir. No se contaminan los oasis. Otros vendrán a usarlos.

Y la gente contaminada de errores del pasado no se enamora. No se ilusiona. No construye abstractos que dependan de emociones compartidas. El amor es un concepto iluso y falible cuando el aporte al sentimiento mutuo es asimétrico.

Lo asimétrico se desbalancea, tarde o temprano.

No reniego del amor como sentimiento ni como expresión emocional del sentir. Reniego de romanticismo ingenuo y cliché. Reniego del vínculo amoroso porque muta a una especie de entrega asimétrica donde a la larga, se supone que se recibe sin dar en igual medida, ni agradecer.

El amor genuino, como motor, ha sido bastardeado por la literatura y el cine. Se ha sugerido su existencia a toda costa y ante todo obstáculo, como si “el verdadero amor” fuese inexpugnable.

Ni mierda. No es inexpugnable.

El amor es tan fuerte como quien lo siente, y nadie es eterno.

Sí hay que reconocer que el amor provoca deseos. Sentimientos recíprocos. Deseo sexual. Deseo de permanencia y compañía. Pero ese amor es distinto en la juventud al que se puede sentir en la madurez. La madurez trae daño emocional que filtra las condiciones del anacrónicamente romantizado concepto Amor.

Sigo encontrando personas que apuestan ingenuamente al amor como zona de confort emocional, donde desplegar sentimientos de confianza y entrega incondicional debería ser recíproco y simple.

Y no lo es ya. Nunca lo será. Porque esa ilusión juvenil murió a golpes de realidad.

Pasada determinada edad y determinada cantidad de relaciones de pareja, desarrollamos filtros y corazas protectoras de posibles desilusiones. Aunque parezca que deseamos sentir como cuando éramos jóvenes, la experiencia filtra; y el amor, como concepto, se resignifica al ego actual.

Parapetados en nuestras trincheras emocionales, no sentimos igual que cuando éramos jóvenes, ingenuos y confiados. Nos engañamos si creemos que podremos hacerlo de igual modo. El amor adulto lleva otros ingredientes. Tantos, que no le puedo decir amor.

Es Necesidad de Afecto.

No es amor.

Es necesidad de compartir. Necesidad de compañía. Necesidad de sensaciones eróticas y primitivas con alguien. Pero no es confianza absoluta, ya. No es entrega incondicional. Ya no es ingenuo. Es reglamentado por el ego. Y el ego dicta lo que quiere, necesita, desea.

Después de los 40, siento que el único amor incondicional es hacia los hijos. En una nueva pareja se evaluarán conveniencias, necesidades, compatibilidades, consensos de libertad, finanzas, proyectos, ideologías, futuro. De uno y de otro.

Y no, eso no es amor. Es Afecto Pactado.

Hablo de amor, no de enamoramiento. Enamoramiento sí será factible entre personas adultas, y hasta juvenil en su ingenuidad. Pasados esos 6 meses, lo que sostenga la relación de la pareja adulta es un afecto pactado, no amor. Aunque el esfuerzo por llamarlo así sea recíproco.

Me propuse ser honesto, emocionalmente. Dar lo mejor de mí, aunque sea escaso y defectuoso. Avisando que es así de antemano. Y eso, contrariamente a la lógica, no es bienvenido.

Es como que la gente prefiere quimeras románticas. Utopías sentimentales. Futuras desilusiones.

Qué bicho caprichoso es el ser humano. Exige honestidad, pero no demasiada, cosa de no perder la ingenuidad de su ilusión.

Imagino opiniones adversas, ya. Que el amor esto, o lo otro. Bla bla.

No me importan, porque son sus realidades y esta es la mía. No es indiferencia, es foco.

Es una visión misantrópica y nihilista, sí. Pero es una opinión genuina de muchas realidades que observo, e incluyo la mía.

Como podrán dilucidar a esta altura, no creo en la omnipotencia del amor, porque creo que no es amor a lo que ingenuamente se llama amor.

Amor es deseo de vivir y convivir con alguien, en alguien, para alguien. Además de uno mismo.

Sin filtros del ego. Libres. Genuinos.

Contaminar a otros es no llenar sus expectativas y desilusionarlos. Es arruinar su paso por el mundo con heridas a cicatrizar. Ahí está el peligro de usar la palabra amor con ingenuidad. Irresponsablemente.

No tengo mucho más que neuronas lúcidas, y no sé por cuánto tiempo más estarán así.

No tengo bienes, ni futuro.

En mi presente no puedo mil cosas. Y en esas mil impotencias, desilusiono y lastimo. No tengo amor ni nada para dar. Que nadie lo espere ya es un alivio.

Solo sé esto: mi hija es mi futuro. Cualquier ramificación cercana al amor, muere ahí, porque no hay condiciones, ni filtros, ni opcionales.

El resto, es solo vida que acontece, mientras tanto. Y momentos. Algunos serán inolvidables. Lo sé. Otros, serán como sean.

Somos momentos que se encuentran antes de morir.

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